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Llegar a la alquería de La Huerta, concejo de Caminomorisco y feligresía de Cambroncino, no entraña nada del otro mundo. Bueno, a lo mejor es muy sencillo para los que llevamos ya un puñado de años pateándonos estos valles y montañas de Las Hurdes. De todas formas, pensamos que el viajero, al que situamos ya en la localidad de Caminomorisco, cabeza de concejo, sólo tiene que coger la antigua comarcal-512 -hoy llamada "Ex-204"- y seguir para adelante. Es conveniente que pare en el bar de "Los Amigos", donde se bebe uno de los mejores vinos del territorio hurdano y que lo regenta Sixto Martín, un hurdano de la alquería de Cambrón, hijo de otro archiconocido tabernero -"Tío Paco"-, todo un baúl de viejas historias y sabrosas anécdotas.
Confortado por la "polienta" (así llamaron siempre los hurdanos al vino que fabricaban ellos mismos, aunque ya el término casi se ha perdido en favor de "pitarra", más propio de Extremadura), pues, efectivamente, con ese calorcillo del vinillo, dejará al caserío de La Dehesilla a su izquierda y se meterá, cuesta arriba, por una pista encementada, entre olivos y cerezos. Se trasponen las ruinas de unas robustas y viejas escuelas, que alguien ha llegado a confundir con la fábrica de un castillo, y se empieza a descender hacia La Huerta. Hijuelas diminutas, convertidas en verdes y frescos huertos de riego, flanquean al viajero. Bajan de la sierra las gargantas espumosas, haciendo gorgoritos junto a los troncos de los chopos y los alisos. Se viene un eco de sonidos campesinos, gateando por el espinazo del monte: lejanas voces cadenciosas, ladridos de perros, retadores cacareos de gallos, repique de cencerros...
La Huerta es una alquería. Y es que los hurdanos designan con la palabra "alquería" a lo que es, por hecho y derechos, una aldea. Pertenece al concejo de Caminomorisco, que comprende otra gavilla de tales alquerías: La Aceña, La Dehesilla, Cambrón, Cambroncino, Arrolobos y Riomalo de Abajo. Otras tres ya han desaparecido: Arrocerezo, Casas de Jelechoso y Arrofranco. La cabeza de ayuntamiento está en la alquería que siempre se denominó Las Calabazas pero por un quítame allá esas pajas, en la primera quincena del presente siglo pasó a llamarse Caminomorisco, que era el nombre del concejo, pero no el de pueblo alguno en concreto. Craso error, pues borrando el nombre de Las Calabazas se eliminaba la cuna del famoso bufón Calabacillas o Don Juan de Las Calabazas, inmortalizado por el pincel de Velázquez.
Sabido es que el Marqués de Coria, perteneciente a la Casa de Alba, en uno de sus recorridos por Las Hurdes que, jurídicamente, pertenecían al Ducado de Alba, se topó con el enano Juan Martín, y tan en gracia le cayó, que lo llevó consigo a la ciudad de Coria. Luego, pasando el tiempo, el citado Marqués lo llevó a la Corte, quedando al servicio de Felipe IV, donde fue la admiración de muchos, por su ingenio y gracia naturales. Hoy en día, la ciudad de Coria ha hecho como suyo a tal personaje, que ha pasado a conocerse como "El Bobo de Coria", y lo han inmortalizado queriendo ver a su persona en una estatuilla de las muchas esculpidas en la piedra berroqueña de la catedral. Y es una lástima que su pueblo de Las Calabazas (o de Caminomorisco, como se llama ahora) ni siquiera le haya dedicado una calle y, en cambio, rotulen calles -valga el ejemplo- con nombres como el de Martínez Anido, personaje siniestro, de ideología fascista y represor de la clase obrera.
El caso es que La Huerta está asentada en ameno lugar, bien resguardada de los vientos por altas y macizas montañas. Su nombre queda perfectamente sintetizado en el dicho de los lugareños:
La Huerta es una alquería
que Dios hizo con regalo:
en terminando las berzas,
ya están saliendo los nabos.
Y una auténtica huerta es todo: pueblo y término. Porque entre casa y casa, se entremezclan huertecillos aterrazados; y entre huerto y huerto, se alzan casas con frondosos emparrados o con mil árboles frutales sombreando las fachadas.
A saber cuándo se fundó La Huerta. Su nombre ya consta en antiguos documentos. En sus inmediaciones, como son los cerros de "Arrocandelario", han aparecido huellas de la prehistoria, con enterramientos tumulares y suelos de cabañas.
Cerca del pueblo, está el petroglifo o grabado rupestre de "Las Tabrillas", y en lo alto de la sierra, por donde atraviesa el viejo camino de "La Verea del Correo", hay otra roca en la que antiguas culturas insculpieron una serie de armas. Quien más sabe de esto es mi buen amigo Juan José Gómez Martín, que vive en el barrio de "La Rejilera", en Las Calabazas, un arqueólogo de vocación que se ha pateado, milímetro a milímetro, todo el término municipal del concejo de Caminomorisco.
EL ALPENDE
En La Huerta está el alpende de Quico, que no es un alpende en el sentido clásico de la palabra, ya que, más bien, habría que bautizarlo como "chigorzu" o "bujardu", términos hurdanos que designan a un lugar, no muy retirado de la vivienda familiar, pero fuera del núcleo habitado del pueblo, donde se almacena el vino, el aguardiente, los higos pasos, aperos y utensilios agropecuarios...También tiene un apartado para gallinero, y otros habitáculos para otros menesteres propios de estas vidas campesinas. No puede faltar el huerto, pegado al mismo chigorzu, y que viene a ser el predio más mimado de todas las heredades del hurdano.
El bujardu de Quico es, además, un lugar de reunión y de compadreo, donde se pueden juntar los cuatro mozos de La Huerta a asar un cacho de carne y trasegar unas botellas de vino, o incluso el viajero, que busca personas dicharacheras y que nunca acaban de contar todo, también pueden llevar las viandas hasta el chigorzu, y pasará una memorable jornada junto con Quico. Hasta es posible que esté presente Marcelino Sánchez Martín, otro huertano de pro, al que le van los viejos cantes y sabe mil y una historias del mundo mágico y esotérico de Las Hurdes.
Los que tenemos a honra ser amigos de Quico y de Marcelino, solemos juntarnos en el chigorzu un par de veces al año, casi siempre a caballo entre el invierno y la primavera, cuando corre, alocado, el arroyo de la alquería, y el vino está en su punto. Allí comemos, bebemos, cantamos, bailamos y hablamos por los codos. Los bailes los ameniza Quico con un viejo tamboril. Quico no canta, pero silba que da gusto el oirlo. Aporrea el tamboril y lleva el compás de la canción con sus silbidos. Bajo tales compases, la gente baila lo mismo un "picau" que una "jota de dos pasos" lo que le echen.
QUICO
¿Quién es Quico? Pues, sí, va siendo como hora de hacer las presentaciones. Francisco Hernández Martín, Quico, ya ha cruzado la barrera de los sesenta. Es todo un manojo de nervios. Huesudo y delgado, con una mirada chispeante y penetrante, que delata su gran ingenio y su inteligencia natural. Hombre de convicciones progresistas y que guarda, como oro en paño, los valores de la tradición hurdana: hospitalidad, comunitarismo y solidaridad. Y al igual que todo hurdano, arrincona ciertas dosis de socarronería y de una picaresca que para sí la quisieran Rinconete y Cortadillo. Ha sido alcalde pedáneo en la Democracia, y cuando habla de este tema, siempre salta con aquello de "la justicia, por casa".
Pero Quico es, ante todo (lo fue y lo seguirá siendo), cazador, uno de los cazadores más curtidos de estas fragosas montañas de Las Hurdes. El nos lo cuenta con sus palabras:
La caza para mí es como una droga; me endrogo oliendo la pólvora. Yo me he pateao todas las cordilleras de Las Jurdis; a mí me conocen por todos estos concejos: he cazao aquí y allí, allá y acullá. Yo me cogía la mi escopeta y, un suponé, me iba por la Verea Jurdana... -¿sabes dónde está la Verea Jurdana?-. Pos sale a la parte de arriba de Las Calabazas, ande la casa de Tío Germán. Pasa por "Valli Perro" y sube por "La Jerrumbrosa" a encaramarse en la "Portilla de «La Labia»". Sigue por la "Fuente La Umbría" y, de aquí, va a "Las Sajuntas". Sube, luego, "El Teso Jurdano" y continúa por "La Colla de Fragosa". Y dende aquí, ya se abajaba hasta el mismo Fragosa, y había que pasar el río por un puntón de madera. ¡Hoy, si yo te contara...! Y iba al jabalín, que hasta a brazo partió he tenío que luchar con un cochino en drento de una poza de agua, que caía la choerrera allí, sobre la misma poza. Y íbamos de nochi al jabalín, y había que cargarlos a cuestas por esas vereas y trochilis. No se veía nada, y un resbalón te podía embocar por esos precipicios abajo. Y venía conmigo Germán "El Perrero", que eso era como un antiguo prehistórico. Germán güele al jabalín, sin verlo, y lo güele a distancia. Luego le ponía lazos de alambres aceras, y mataba los jabalinis a peñascazos. Germán veía mejor que los lobos por la noche; una vez me sacó de unos esperabanis donde casi ni las fieras podían andar. Se nos había echao la nochi encima y no se veía ni un burro a dos pasos. Estábamos entallaos entre unas cancheras y un monte espeso como la niebla. Pos fue Germán y me ató una soga y, a trancas y barrancas, me sacó de allí. Pero ya no hay caza como antes. Yo he conoció los lobos y a los loberos. Ya no hay lobos, y asín el jabalín no tiene quien le pueda. Ni lobos ciervales se ven ya, que le zugaban la sangre a las cabras. Tampoco se hacen ya rozus pa sembrar el centeno, y ello ha llevao a que no se vean ni perdices ni conejos. Ahora parece que empiezan a verse algunos ciervos y corzos. Ginetas y garduños sí hay; están pa lo agrio de la sierra. Y antis había osos, que así se lo oí yo contar a los viejos; entraban pa los colmenares, a comerse la miel, y tenían que hacer los corrales volanteaos. ¡Hoy, si yo te contara...!
QUICO, ARQUEOLOGO
Muchas son las inquietudes de Quico. Entre ellas, hay que contar la de aficionado a los temas históricos y arqueológicos de su tierra, que le han llevado a barajar curiosas hipótesis, algunas de ellas bastante acertadas.
Yo siempre que salgo pal campo, voy mirando pal suelu. Me gusta curiosear todo. Yo, haciendo mis labores campesinas, he sacau tumbas de los prehistóricos jurdanos, que tenían vasijas rotas en drento. Una vez, pa "La Llana del Terrojo", un día que iba de caza, estaba el aguardu, y enreando en la tierra, como escarbando, apareció una lancha. Me llamó la atención y, cuando la levanté, había en drento un puchero de barro con unas piedrecinas mu bien laboreás, con adornos y finefas; al modo de una sartas de collares. Digu yo que serían pa lucirlos aquellos prehistóricos antepasaos nuestros. Luego, he encontrao otras cosas, pero se las han ido llevando los unos y los otros...
...Y es que esto era todo tierra de moros. En el regato "El Piñá", un poquitu más acá del regatu, allí hay una zanja hecha, que dicin que fuerun los moros los que la hicieron. Y por la cuenta querían traer el agua de "Las Sajuntas", donde se juntan el "Regato Largo" y el de "El Mosquí". Y querían traer el agua aquí, a La Huerta. Esas obras y esos grandes movimientos de tierra eran tó cosas de los moros. Y una tribu mora también hubo por El Gasco. Dicen que hay allí un volcán, pero eso ni es volcán ni cosa que se le parezca. Hay lo que debió de haber antiguamente era al modo de una fragua que tenían los moros. Los antiguos decían que allí se habían asentao unas tribus, que se esparramaban por todas estas Jurdis nuestras, y era gente bragá, que no le temían ni al mismo diablo. Abajaban pa las tierras llanas y allí preparaban una guerra sin cuartel, y cogían tó lo que podían y se metían, luego, pa estas montañas y... ¡a ver quién era el valiente que venía detrás! Decían los antiguos que eran pastores guerreros, que se vistían con pieles y comían pan de centeno y tasajos de carne de cabra. En El Gasco tenían las fraguas, pa hacer sus armas y sus aperos. Y pa que funcionaran las fraguas, se quemaban encinas, cepas..., y con la calentanza, se quemaban las piedras. Por eso, hay mucha piedra pomi allí, pero no porque haiga habió volcán ni cosa que se le parezca. Tú sabes bien que la piedra quema se vuelve piedra pomi. Si hasta cuando se hace carbón, se hacen piedras pomis. Me contaba Tío Usebio, de El Gasco, que los prehistóricos jurdanos tenían unas diosas, que las dibujaban en piedras rienas, y que en una cueva que llamaban del "Tío Machío" había media docena de esas piedras. Y otra había en un covacho pa La Fragosa, pero se la llevaron pa Ciudad Rodrigo.
QUICO, FIESTERO
A Quico, como a todo hurdano que se precie de ello, le ha gustado -y le gusta- divertirse hasta la extenuación. Viejas crónicas, que no beben en las fuentes de la leyenda negra, describen a los hurdanos como gente muy fogosa, acalorada, primaria..., muy diestros como danzarines y a la hora de repicar las castañuelas. Romualdo Martín Santibáñez, hurdano que ejerció como notario en Casar de Palomero, nos cuenta, en el último tercio del pasado siglo, que sus paisanos se dedican en las tardes de los domingos y días festivos a bailar sus muchas y curiosas danzas, al son de panderos, tamboriles y castañuelas, y se pasan largas horas canturreando unas coplas que hablan de hechos y hazañas de personajes del tiempo de Maricastaña.
Quico fue un buen danzarín, pero como dijimos líneas arriba, su mejor gracia está en ese conjunto de silbos que acompañan el pandereteo del tamboril.
Antes, cuando Caminomorisco era Las Calabazas y sólo había cuatro casas, La Huerta, amigo, era La Huerta, y tó el mundo se venía a divertir aquí. Antes, ajustábamos al tamborilero por 40 pesetas, tó el invierno. Tenía que tocar todos los días de fiesta y sin saltarsi el Día de Las Candelas. Esi día era algo especial; era la fiesta más grande del concejo. Teníamos al tamborilero, que se llamaba "Tío Dionisio". Y esti señó tenía, a veces, que cuidar las cabras, y no tenía más remedio que ir; era la dúa, una costumbre que se repartía entre tó los vecinos, porque cuasi tos los más tenían cabras. Y tenía que ir, y había vecis que llegaba tarde al baile. Y... ¡a ver! Otras vecis se iba la mujé con las cabras y teníamus más rato al tamborilero. Dispués, cuando yo me casé, le pagábamos 150 pesetas, trenta duros, y dende el principio del inviernu hasta los carnavales, que, en tiempos de Franco, casi no podíamos hacer el baili; mos lo prohibía don Martinianu, el cura, pero nosotros nos íbamos a hacer el baile y los carnavales, la antruejá, pa las eras, pa'í, pa un cerro. Y bailábamus "La Charrá", la "Jota de Dos Pasos", el "Pa'cá y Pa'llá", la "Enreá", "Los Palos"... Y, luego, las rondas. ¡Madre mía, menudas rondas se preparaban! ¡Hoy, si yo te contara...!
QUICO, DESTILADOR
Quico, auténtico policultor, atesora en la bodega de su alpende un vino y aguardiente banderas. Pero no se ha conformado con fabricar esos licores tradicionales. Quico observa, estudia, escudriña... los árboles y plantas que le rodean; luego, cual alquimista del Medievo, se dedica a hacer pruebas y más pruebas. Tiene sus secretos, cerrados a cal y canto en su sesera. Son muchas las canecas que se alinean en su bodega. Contienen de todo. Algunas son auténticas delicias.
Yo fabrico licores naturales que no hacen mal a nadie, que no son como esos licoris artificiales, que vas a lo mejó a un bar y te bebis cuatru copas y sales loco. Son licores que yo jago pa mí y pa mis amistades. Y no los jago pa vender ni na. Hasta la fecha, he sacao el "Licor de Moni", que lleva higos, uvas, melocotón y zumo de naranja; todo de aquí del pueblo, de los huertos míos. También lleva un poco de azúcar. Hay que cocer bien el higu, la uva y el melocotón, y que fermenti bien. Luego, se le echa el zumu de naranja, aparte, y la azúcar. Luego tenemos el "Licor de Pasión", que está hecho de zumo de limón, de zumo de naranja, de zumo de melocotón, y también se le echan manzanas, que dispués se le quitan. Y dispués hay que colarlo todo, bien colao. También lleva aguardiente y vino. Todo va fermentao. Estos licoris van en botellas de vidrio. El vino, que es más cantidá, lo meto en tinajas. Antes, traían las tinajas de Torrejoncillo. Hasta aquí, a La Huerta, venían bien, que es terreno más descansao, pero dispués pa los pueblos de pa'í arriba, amigo, era peor. Había que cargarlas a cuestas y las llevaban por el "Lombo los Corzos" pa'rriba.
Mucho más habría que hablar sobre Quico, porque, sinceramente, tiene cuerda para rato. Pero, en fin, amigo viajero, si te acercas por la alquería de La Huerta, no dudes en pasar a saludarle. Y si se tercia, llévate en el morral unas buenas presas para asar y algunas otras pitanzas y compártelas con Quico, en su chigorzu. Pasarás una memorable jornada. Mientras, Marcelino pondrá la voz oscura del cante antiguo como telón de fondo.