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Revista de Folklore número

228



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De la importancia del pan en La Armuña (Salamanca) (Parte I)

SANCHEZ MARCOS, Marta

Publicado en el año 1999 en la Revista de Folklore número 228 - sumario >



INTRODUCCIÓN

La comarca de La Armuña salmantina ha estado histórica y geográficamente ligada a la economía agraria cerealística ya desde la prehistoria (vacceos), lo que ha incidido notablemente en los hábitos y costumbres, ceremonias, indumentaria, vivienda y construcciones secundarias, sistemas económicos y sociológicos -hasta el cambio de ruta en el ferrocarril que se desvió por Gomecello para recoger las harinas de sus fábricas- en torno a la producción mayoritaria del cereal panificable y las consecuencias que todo ello ha tenido sobre la población.

El Pan, como elemento básico alimentario y económico, ha sido definitorio de los factores que rigen estas tierras de "pan llevar", hasta tal punto que ha condicionado todo el curso vital y el desarrollo de sus tierras y sus gentes. Su escasez y carestía dieron lugar a períodos de hambres y revueltas sociales, así como su abundancia produjo épocas de prosperidad.

En este trabajo se quiere incidir en aspectos económicos: estructura de la propiedad y viviendas de labranza; aspectos sociales como la indumentaria tradicional peculiar y zonal (espigadora o de rica hembra), o su orfebrería (de tallado o azabache); y finalmente aspectos gastronómicos como el cocido salmantino o el de domingo.

Al lado de estas labores, se tocan de pasada otros aspectos con ellas relacionados e integrados perfectamente en la labor de recuperación de costumbres ancestrales, oficios perdidos, modos de hacer, utillaje y voces, casi olvidadas por su defecto en la práctica diaria.

Haciendo constar que en todo momento tratamos de circunstancias tradicionales, anteriores a la mecanización, que por otra parte han perdurado hasta bien avanzado el siglo XX.

RAZONES GEOGRAFICAS (1)

Dentro de la comarca natural del Llano en Salamanca (Armuña, Peñaranda, Armuña Chica y Tierra de Peñaranda Norte), situada en el ángulo Nororiental de la provincia. La Armuña es la más puramente cerealística. En su conjunto ocupa unos 600 Km2 de suelos potentes con un gran porcentaje de tierras arcillosas, de los cuales más del 70% son de superficie agraria útil, dedicados al uso intensivo del secano, con un elevado rendimiento.

La Armuña está dentro de una unidad morfoestructural denominada Cuenca Sedimentaria, que está recubierta de materiales paleógenos, al oeste y más modernos al este, correspondiendo, por tanto, al extremo suroccidental de la cuenca terciaria del Duero. Su topografía es de formas planas y pendientes suaves, dominando el clima mediterráneo semiárido en sus variantes frío y fresco, con temperaturas anuales en torno a los 12° y con gran oscilación térmica -que no afecta al cultivo del cereal- y, variando la precipitación anual entre los 400 y 600 mm.

Desde el punto de vista edáfico los suelos son profundos y muy fértiles, neutros o ligeramente básicos, con aceptable contenido de elementos nutrientes y con elevada capacidad de retención de agua lo que les hace excepcionales para el cultivo de cereales.

La fuerte acción antrópica, representada en las intensas actividades de laboreo, se ha traducido en la degradación de la masa arbórea, dando lugar a una zona desforestada con restos de bosque de encina aclarados, quedando la vegetación natural reducida a comunidades de "malas hierbas" asociadas al cultivo.

Los usos fundamentales de este suelo son los agrarios, destacando los cultivos herbáceos de secano; algunas oleaginosas o leguminosas y manchas de cultivos de regadío. Los cereales se cultivaban en los alrededores de las villas y aldeas en pequeñas y medianas parcelas que fueron el resultado de un largo proceso de distribución de tierras, explotadas en la mayoría de los casos en régimen de renta o aparcería. Los aprovechamientos ganaderos son poco importantes -si exceptuamos los alrededores de Salamanca-, y son generalmente de tipo estabulado sin predominio de ninguna especie en particular. Normalmente pastaban en campos abiertos, según las normas concejiles en las hojas de erial. Es también en torno a estos núcleos donde se concentran las actividades industriales y de servicio.


HISTORIA AGRARIA RECIENTE (2)

Después de la crisis del siglo XVII la estructura agrícola alcanza su máxima expresión a lo largo del siglo XVIII con un importante crecimiento de la población y tendencia al alza de los precios del trigo. Durante la primera mitad de esta centuria se amplía considerablemente la superficie destinada a cereales de pienso, aumentando la cabaña ganadera, sobre todo la lanar. Pero la presión demográfica también estimuló el cultivo del trigo en detrimento de los cereales de pienso, del viñedo y de los pastizales en la segunda mitad. La economía agraria se basaba, como antaño, en el cultivo de los cereales y del viñedo y en la ganadería lanar estante y trashumante. A finales de siglo el trigo representaba el 50% de la producción alcanzando su máxima extensión en Salamanca, Toro, Segovia y Valladolid, señalando la especialización triguera de la región castellano-leonesa en cultivos de forma extensiva, de año y vez, o en largas barbecheras alternando con legumbres. A pesar de que durante el siglo XVIII hubo intentos de diversificar el cultivo mediante la ampliación de los regadíos -los situados en el lecho mayor de los ríos por derivaciones de agua de las presas de batanes y molinos- con las aguas del Canal de Campos; o intensificar la producción con una rotación de cereales-leguminosas en La Armuña; lo predominante seguían siendo los sistemas extensivos, organizándose el terrazgo productivo alrededor de las aldeas y las villas.

En la penillanura salmantina, las sembraduras estaban divididas en tres hojas: una con siembra, la otra con pajas y la tercera con surcos y besanas (arada sin sembradura, barbecho arado); las sembraduras podían ser abiertas o cercadas, y con monte de encina ahuecado.

El pequeño campesino disponía de algunos ganados de corral, cerdos, un pequeño hato de ovejas y los animales de labor; éstos últimos solían pastar los terrenos concejiles, al cuidado de un vecino mediante el sistema de vecera o vigilancia por turnos, lo que les hacía prácticamente autosuficientes.

La tierra pertenecía en una buena parte a la nobleza, a la iglesia o a los propios concejos, siendo la población casi exclusiva de jornaleros que trabajaban de sol a sol, a cambio de un corto jornal en metálico, una parca manutención, y en ciertos casos algunos productos (paja, legumbres...) o un pedazo de tierra para labrar.

En La Armuña, zona cerealista por excelencia apenas se ha variado el sistema de cultivo. Simplemente se han intensificado los ciclos por la buena textura y composición química de los suelos; a base de rotar cereal y leguminosas, sobre todo lentejas y garbanzos. Y en las mejores tierras, el cultivo de año y vez ha sido sustituido por alternancias trienales de trigo-legumbre-descanso o trigo-cebada-descanso. Pero en el conjunto lo predominante era todavía el cultivo extensivo y las labores agrícolas seguían siendo rutinarias, como en los siglos pasados, con el arado romano y la vertedera y con ganado de labor. A pesar del retroceso de la Mesta, los campos de la región conservan la ganadería tradicional de reses lanares (raza churra, castellana y merina) como fuente secundaria de ingresos, para la producción de carne, leche y lana.

La propiedad era mayoritariamente minifundista cultivada directamente por las familias con ayuda de temporeros o vecinos -estableciéndose lo que en algunos lugares se denomina "la jera" o intercambio de trabajo-. Y las labranzas mayores, constituidas por fincas propias y arrendadas, se cultivaban con medios tradicionales, mediante criados y temporeros todavía a mitad de siglo. Estas cuadrillas eran contratadas en momentos en que se concentraba la tarea, como en la siega y recorrían la península desde el Sur, donde las labores eran más tempranas, hasta el Norte a través de la Vía de la Plata.

A partir de los años 60, la concentración parcelaria facilitó la mecanización de las labores tradicionales y con ello la industrialización del campo. El cambio paulatino de los hábitos de consumo ha provocado la introducción de nuevos cultivos y la reducción e incluso desaparición de algunos cereales para adaptarse a las nuevas necesidades del mercado nacional e internacional, traduciéndose todo esto en una notable transformación del paisaje y de las formas de vida, pero en ello no vamos a incidir.

PROCESO DE CULTIVO DEL CEREAL (3)

El cultivo del trigo, la elaboración y el consumo del pan han facilitado el avance de técnicas y experiencias culturales comunes a un amplio territorio geográfico. En general las técnicas empleadas en su cultivo fueron evolucionando lentamente, pero no lograron superar un bajo rendimiento a fuerza de penosos trabajos que consistían en esencia:

1. Preparación de la tierra o labranza (4)

La diferente utilización agrícola, así como las características propias de cada terreno hacía que los trabajos necesarios para la puesta a punto de la tierra fueran variables y específicos en cada caso. De cualquier forma era necesaria una limpieza previa con eliminación de piedras y tocones, para pasar a las labores de remoción de la tierra efectuadas con reja de arado, vertedera o azada.

Si se cultiva de año y vez se hacen dos alzas de la tierra, la primera en marzo para romper y levantar el terreno en barbecho con el fin de ahuecar la tierra enterrando la hierba de la superficie, operación realizada con el arado; y la segunda en junio denominada bina, efectuada con la vertedera. O tres alzas: la primera en enero, la bina o "poner el cerro" en marzo y la tercera «terciar» en mayo. Raramente se practicaba la cuarta vuelta al barbecho (cuartear).

En cuanto a] arado romano o timonero (Fig. 1) el efecto de su labor es dividir, desmenuzar, ahuecar y revolver la tierra. En nuestra región el que más se utilizaba corresponde al grupo de arados cama o castellano de cama curva, y reja lanceolada colocada sobre el dental.

El operario que gobierna el arado lleva siempre la aguijada que sirve para desembrozar el arado, raer el barro que se pega, quitar los demás estorbos que se enredan entre la reja y la telera, y cortar las raíces gruesas de las malas hierbas.

El arado de vertedera que se popularizó hace más de cincuenta años, sirve de cuña para romper la tierra verticalmente con el lomo de la reja, y horizontalmente con el corte de la ancha reja que separa la porción de tierra que debe voltear la vertedera. Es muy adecuado para labrar las tierras llanas, fuertes y de mucho fondo, y para limpiar las que están sucias y llenas de maleza.

El yugo de arar y trillar es el apero al cual, formando yunta, se uncían por el cuello las mulas, o por la cabeza y el cuello, los bueyes. Se diferencia del empleado para el carro por ser más ligero y austero; y por tener en su parte central una perforación oval o circular denominada hulambra, por donde pasa la correa o mediana de la cual se ata y pende el barzón de madera o hierro.

Recordemos que en las ceremonias de bodas de otros tiempos, a los novios se les uncía el yugo como símbolo de unión y sometimiento, e incluso se hacía arar a la pareja en la plaza del lugar sobre el pavimento de tierra apisonada.

Tras cada labor de arada era normal desterronar para lo que se contaba con una amplia variedad de métodos diferenciados fundamentalmente por la suerte de tracción. Dentro del esfuerzo humano se empleaban la azada (también usada en lugar del arado en caso de carencia del mismo o en zonas de difícil acceso) de la que existe una amplia tipología; o el mazo. Este último está efectuado de madera íntegramente y posee un mango corto lo que le permite mayor precisión. Además aparecían gran cantidad de aperos de tracción animal destinados a la misma función como las rastras, rastrillos, o gradas que van desde el simple tronco o rama de árbol sobre las que se colocaba una piedra, hasta los rodillos de piedra o madera, pasando por las armazones de madera (trilladeras) con dientes en su parte inferior o trabazones de varas entretejidas.

Además era frecuente que se estercolase el terreno en septiembre, generalmente con el abono natural producido por las defecaciones del ganado propio.

2. La sementera o siembra

La época de la sementera se inicia a mediados de octubre, procurando sembrar después de haber llovido, para que la tierra tenga algo de humedad. Anteriormente el agricultor cribaba los granos de cereal a mano o con el arnero para escoger las mejores semillas.

En primer lugar se delimitaba el terreno, marcando las embelgas, amelgas o emelgas con surcos o regueros de paja; y se procedía a la distribución de la semilla (portando la sembradera o sementero al hombro) a voleo o a chorrillo sobre los surcos del arado, tapándola posteriormente para que no se la comieran los pájaros, con la azada o con la grada (esganchar el cerro).

En La Armuña el más corriente era el sistema de siembra entera, consistente en ponerse en un extremo de la tierra y avanzar por el primer cerro sembrando los diez surcos inmediatos, echando la simiente contenida en un talego o cesta colgado en bandolera. Al llegar al final se sitúa el sembrador en el surco número diez y cambiando de mano, vuelve a esparcir la simiente sobre la misma embelga. Una vez completada la vuelta invierte el sentido, cambia la mano y por el mismo surco (n.° 10) siembra los diez siguientes, esto es del once al veinte, continuando el proceso hasta terminar la siembra.

3. Labores de mantenimiento

Con la llegada de la primavera y el aporte de las lluvias consiguientes se procede al mantenimiento del cereal que solía incluir el aricado (airear las raíces de los frutos salientes), la escarda o sacha (limpieza de las hierbas parásitas) y en algún caso el riego. Era norma general, que la primera se realizara con el arado, sustituyendo este apero por la azada o el escardillo, conforme el cereal iba creciendo y llegándose a emplear las manos para los repasos finales.

En relación con estos métodos pero con un carácter mágico-fetichista o religioso, encontramos el variopinto repertorio de espantapájaros o los ritos protectores o de propiciación, que nos son tan comunes y se formalizan en bendiciones de campos con colocación de cruces y rogativas (5).

4. La siega

Una vez crecido el cereal y seco se cortaba mayoritariamente con hoces de filo liso o dentado, o con guadañas, recurriendo a dediles de cuero o caña y a zoquetas, como elementos protectores de la mano que sujeta las espigas. Unido a ellos estaba la piedra de afilar que se guardaba en estuches de madera, cuero o cuerna (gazapos). Este trabajo se hacía a primera hora de la mañana "con la marea", aprovechando el tempero y hasta las once, cuando las gotas de rocío humedecían la mies e impedían que la espiga se desgranase.

Una vez cortado el cereal bajo las órdenes del manigero o manijero (mayoral que lleva la delantera) hacia el mes de julio, se ataban las espigas en haces de manadas o gavillas con los vencejos (lazo de encaño, generalmente de centeno húmedo) y se dejaba almacenado sobre el rastrojo en montones, morenas o hacinas (de catorce a dieciséis haces) con el fin de que se fuera secando antes de llevarlo a la era, protegiendo las espigas hacia adentro.

Estos trabajos eran efectuados por cuadrillas de temporeros que recorrían los campos desde el sur hacia el norte (aquí eran famosos los grupos de gallegos). Igualmente hay que señalar la riqueza y variedad de tonadas y coplillas que marcaban el trabajo, y que forman parte de nuestro acervo cultural.

Normalmente en las rastrojeras (tierra ya segada) se permitía la entrada del ganado para pastar y así procedían al abonado de los terrenos.

Relacionado con estas labores y haciendo un inciso, de espigadora (Fig. 2) se denomina una variante del traje popular (6) femenino armuñés o del Llano, caracterizado por la presencia de la gorrilla o amplio sombrero de paja labrada y trenzada con aplicaciones de flores, espejuelos y cintas. Objeto complementado imprescindiblemente por el pañuelo o la mantita abrochada a la sobarba. La vestimenta, simplificada previsiblemente para las labores del campo, se compone además de la camisa galana, manteos, jubón sin mangas o rebocillo en su lugar, y picote o mandil con decoración profusa en colores.

La variante de fiesta se asemeja al de charra de la capital y del Campo Charro, con pequeñas diferencias como el uso de la sobina o la mantita de rocador como tocado, la rara frecuencia del jubón con manga, la escasez y sencillez de la joyería, de coral principalmente, y el derroche cromático en los bordados normalmente sobre fondo rojo.

Mención aparte merece el traje de "rica hembra" exactamente igual al de charra con la salvedad de estar sistemáticamente bordado en azabache (producto gallego aportado por los buhoneros y trashumantes por la vía de la plata) sobre terciopelo rojo, y de poseer espléndidos aderezos (7) en los que se alternan las labores de filigrana con aljófar y esmaltes, y tallado con incrustraciones de diamantes.

En cuanto al traje masculino, absolutamente perdido, se individualizaba por la chaqueta sin botones y con las mangas de otra tonalidad, chaleco de color con ojales y botoneras hechas de tejidos de combinaciones vivas, camisón de deshilado, calzón con pretina en forma de bombacho con dos cintas colgando por detrás, medias policromadas, zapato de oreja y sombrero de ala ancha con borlas.

Evidentemente todas estas indumentarias han caído en desuso dentro de la cotidianeidad desde hace unos cuarenta años, pero debido a un movimiento pujante de recuperaciones ancestrales fosilizadas, se están volviendo a reproducir, sobre todo, a través de asociaciones y grupos de baile.

5. El transporte (8)

La elección del método de acarreo viene condicionada por la topografía del terreno y condiciones socioeconómicas. El más sencillo era el transporte humano, que solía ser realizado por mujeres que llevaban el haz sobre la cabeza o el hombro. El transporte animal iba desde las angarillas, de varias clases y materiales, al carro con timón (Fig. 3) al que se enganchaba el yugo (propio del ganado vacuno), o de varas o lanzas (para ganado caballar). En la zona armuñesa y otras de la región era corriente que los carros de labranza se adornaran con pinturas y relieves de gran variedad temática, que fueron objeto de concurso por las Ferias de Salamanca hasta hace unos años.

Las gavillas voluminosas y ligeras se transportaban en carros a los que se les colocaban palos en punta sobre los "indiestros", para pincharlas o una estructura suplementaria o baluarte, que podía superar fácilmente los cuatro metros de altura desde el suelo.

6. Procesamiento del producto (9)

Como paso previo era frecuente su almacenamiento en el lugar donde se iba a trabajar, y el amontonamiento de hacinas en las eras daba lugar a una peculiar arquitectura de paja con formas circulares y geométricas que estaban en relación con las obligaciones de tipo fiscal (diezmos o rentas). El primer paso era el desgrane o trilla consistente en la separación de la paja del grano y a triturar la paja que serviría de alimento y cama a los animales, que se realizaba en agosto. Los procedimientos eran varios pudiendo considerar dos grandes grupos: métodos de percusión (los más arcaicos) directa, es decir golpear la espiga contra una rueda de carro, piedra, tronco o cara inferior del trillo; o indirecta, con un palo, mazo o mayal (para majar el centeno en zonas periféricas); estando ambos asociados a una producción muy limitada. Y sistemas que empleaban la fuerza animal, bien un simple pateo de bestias sin ningún apero; el uso de herramientas con otras funciones (grada, rodillo, carro...) o el trillo, considerado como el útil más específico y empleado mayoritariamente en toda España para tal tarea. Sobre el trillo, íntegramente cubierto con piezas seculares de silex en su parte inferior, se sentaba un zagal llamado "trillique".

7. Recogida y limpieza del grano

Concluida la trilla se juntaban (cambiza) el grano y la paja de muy diferentes formas. Y se barrían las eras, limpiándolas de las grancias (pajones gordos y espigas sin desgranar).

En cualquiera de los casos para reunir la parva se utilizan, junto con algún apero específico (tornadera, aparvadero...) una serie de piezas polivalentes como las horcas, palas, rastras y rastrillos.

El montón formado era posteriormente aventado, operación particularmente pesada incluso cuando se efectuaba con máquinas aventadoras movidas a manivela. El proceso ancestral consistía en un movimiento continuado de horcas y bieldos, para pasar en una segunda fase a arrojar con palas el grano al aire. Era necesaria la presencia de un viento (Cierzo, Solano o Gallego en Salamanca) constante, de determinada procedencia para que pillase el grano atravesado, de esta manera se colocaban las parvas en distintos sentidos para aprovechar uno u otro.

Como punto final del cultivo del cereal aparecía el cribado en dos tiempos. Al principio se empleaban las cribas con orificios que permitan el paso del grano, dejando las impurezas de mayor tamaño en la criba, y posteriormente se retenía el grano permitiendo que cayera el resto de deshechos, y éste se recogía en montones de forma cónica o muelos.

8. La medida, el transporte y el almacenamiento

Solamente resta la medida del grano previa a su envasado y transporte al lugar de almacenamiento, operación que ocurría hacia finales de agosto. El trigo se metía en costales llenándolos con medias fanegas bien rasadas o "a cogüelmo" (con copete) siguiendo el siguiente sistema: cuatro fanegas hacían una carga que equivalía a dos costales. Se cargaban en los carros y se conducían a los graneros y paneras. La paja se transportaba igualmente en carros provistos de tablones y redes más o menos tupidas, para ampliar la capacidad, caballerías o con tracción humana hacia los pajares donde se la apretaba bien para que ocupase menos sitio. Se aprovechaba toda la paja bien para alimento y cama del ganado, como combustible y, en tiempos de asueto, para pequeñas artesanías en paja de centeno policromada hoy lamentablemente extinguidas.

Y viene al caso citar las estructuras de las casas de labor (10) (Fig. 4). Los habitáculos rurales eran y son, ante todo, un hecho de economía. Por ello podríamos clasificarlos no por sus formas exteriores, sino por su planteamiento interno, por las relaciones que se establecen entre los animales, los hombres y las cosas. Es decir, por aquello que pudiéramos llamar su función agrícola (en nuestro caso), ya que el campesino concebía y construía su casa tectónicamente, como utensilio o como instrumento de trabajo, adaptada prácticamente a las condiciones de explotación, base de su vida. Cada cual creaba su propio hogar atendiendo a sus necesidades y a sus gustos personales, pero subyaciendo una experiencia de funcionamiento transmitida y renovada generacionalmente, unida al aislamiento y sentido tradicional de conservación.

Por otra parte era (que ya no lo es) de singular importancia el aprovechamiento de los materiales autóctonos que configuraban la apariencia exterior de la vivienda y generalmente la mimetizaban con el paisaje.

Podríamos ubicar la casa armuñesa entre las de tipo mixto. Es decir con basamentos más o menos pétreos (recordemos las canteras de arenisca de Villamayor y Cabrerizos, y todo el subsuelo desde Cordovilla a Valverdón con gran fondo hacia Zamora) y entramados superiores de madera rellenos con diferentes materiales: adobes, tapiales o ladrillos asentados con barro. O las casas de tierra, de color rojizo, cuyo material fundamental era el barro en forma de tapial, adobe, ladrillos o tejas, y a las que nos referiremos más extensamente. Ambos tipos utilizaban como cimientos y pavimentos los chinarros y rollos producto de las graveras del Tormes.

La vivienda era, por lo general, de una planta y "sobrao" y sus cornisas se formaban con dos o tres filas de tejas avanzadas unas sobre otras, o con ladrillo en aparejo al través, con los picos salientes (puntas de diamante) señalando la alcurnia de la familia. Las cubiertas se componían de vigas de madera en rollo de chopo o pino, con ramaje de roble o gamones y barro para igualar como ripia, y teja árabe encima. No siendo extraña la utilización de ladrillo en fábricas de esquina y guarniciones de puertas y ventanas, zócalo y cornisa, rellenando el resto de paramentos con tapial entre verdugadas de ladrillo. Lo normal era dejar visible la parte de ladrillo encalando el resto con cal morena, blanca o, raramente, de azulete. La carpintería exterior puede ser de gran reciedumbre, caracterizada por el armado en barras y listones con encuartonados de relleno que, a veces, iban ricamente labrados; ventanas de pequeñas dimensiones, de una o dos hojas con ventano practicable incorporado y puertas de dos hojas en vertical bajo arco o dintel, o partidas en dos cuartones con gatera inferior. Como sistema de calefacción, por otra parte común a la Tierra de Campos, proliferaba la gloria que procede de los hipocaustos romanos y cuyo combustible principal era la paja.

En cuanto a la articulación interior (Fig. 5 y 6) la planta baja solía tener portalillo de acceso; zaguán o patio que funcionaba como distribuidor y daba acceso a través de una escalera al sobrado; sala donde se celebraban las grandes ocasiones, con alcobas a los lados para dormir (espacio minúsculo donde apenas cabe más que una cama, mesilla y silla o palanganero), normalmente separadas de la habitación principal por cortinas y con ventano angosto de ventilación y luz natural; otra sala o salita más pequeña, donde un arca guardaba las ropas, y podía comprender a otra u otras alcobas; cocina normalmente de gran tamaño, con hogar bajo, al suelo, y gran campana chimenea sobre burra (viga) donde uno o dos escaños y alacena, junto con alguna silla de enea, mesa tocinera y tajos de tres pies, completaban el mobiliario, al que solían unirse platero y cantarera. Esta era la estancia sustancial de la vivienda donde prácticamente discurría la vida cotidiana y donde además, dormían visitantes o temporeros en los bancos al amor de la lumbre; de aquí salía la despensa donde se recogen la matanza y otros alimentos; y un paso a las dependencias secundarias articuladas por un patio interior. Alrededor del mismo se distribuían el corral, cuadra o portal de las yuntas; normalmente un pajar y un pozo; algún apartado cubierto para los marranos y las gallinas; y una tenada con pesebres en el corral. Todo muy a mano, cerrado y delimitado por una tapia con gran puerta carretera coronada por tejadillo a dos aguas (alpendre). La planta superior se limitaba a doblar la inferior de la vivienda, propiamente dicha, con acceso estrecho hacia el sobrado, donde se almacenaba el grano diario en un recipiente de fábrica llamado troje o en costales, frutas, patatas y vino, al lado de aperos de labranza y otros objetos de uso doméstico, o ropas en desuso en arcas o baúles.



De la importancia del pan en La Armuña (Salamanca) (Parte I)

SANCHEZ MARCOS, Marta

Publicado en el año 1999 en la Revista de Folklore número 228.

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