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La arquitectura de hoy ha prescindido casi por completo del encanto de las ventanas pequeñas. En las construcciones tradicionales sólo se podían permitir el lujo de los grandes huecos las familias de sólida economía o las que tenían orientada hacia el sur una parte de la vivienda. El resto recurría a escuetos ventanales abocinados o a saeteras que dejaban entrar con dificultad la luz del día o la tamizaban con su estrechez.
En la interpretación de los sueños las ventanas son como los ojos de la persona que sueña y la casa familiar su propia alma, así de identificado estaba el ser humano con su bogar, generalmente construido con sus mismas manos o con su esfuerzo. ¿Qué mira o qué quiere descubrir, pues, el individuo de hoy a través de las inmensas cristaleras de sus modernos edificios? Sorprende la incoherencia de una civilización que obliga a sus miembros a ser cada vez más celosos con su intimidad y sin embargo les obliga a mirar o a ser vistos en los desproporcionados boquerones de su modernidad.