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Las cofradías de Animas y su protagonismo en la celebración de los carnavales fue, a partir del siglo XVIII, un denominador común en la historia etnográfica y antropológica del Cerrato. Los profundos cambios que se han producido en las últimas décadas en los núcleos rurales, han hecho desaparecer estas asociaciones de un tiempo en que la religiosidad y la sociabilidad se entendían de otra manera. Vestigios de aquel ritual carnavalesco quedan hoy solamente en la localidad de Vertabillo, aunque la cofradía y sus fines espirituales permanezcan igualmente en Antigüedad. He aquí algunos detalles de su historia, a través de la fragmentaria documentación que de ella se guarda.
La Cofradía de las Benditas Animas fue fundada en Antigüedad en 1701 por los franciscanos PP. Fray Manuel de San Antonio y Fray Francisco Ruiz, del convento de Sahagún, con ocasión de las misiones que predicaron ese año en el pueblo. Fechan la escritura de su regla el 21 de enero y tres meses después, el 29 de abril, es devuelta con la aprobación del provisor general del obispado de Palencia, el Lcdo. Francisco de Cevallos. Cofradías con idéntica titularidad se habían constituido ya en otros pueblos del Cerrato a lo largo del siglo XVII (1).
Falta el primer libro de nombramientos y cuentas y en el Archivo Diocesano de Palencia sólo a partir del segundo libro, que comienza en 1778, empieza a encontrarse la información de su actividad y caudales (2). En ese segundo cuaderno aparece, sin embargo, una copia del acto y reglamento de su fundación por los antedichos predicadores franciscanos, y la transcripción de los 15 capítulos de que consta constituye una muestra valiosísima para el conocimiento de su organización, fines y actividades.
Los seis primeros capítulos establecen la estructura de gobierno y administración de la cofradía. A la cabeza del gobierno está el abad, que es quien distribuye los bienes espirituales y temporales y hace cumplir las constituciones; debía ser uno de los eclesiásticos de la villa. Entre los hermanos seglares se nombran los oficiales: dos mayordomos para el cobro de rentas, recepción de limosnas y administración del dinero que mueve la cofradía; dos limosneros que, alternándose cada mes, pidan limosna a la puerta de la iglesia todos los días festivos; y un secretario que guarde los libros de la cofradía y dé fe de todos sus actos y de los hermanos que falten a los mismos.
Estos cargos se renuevan cada año y no pueden repetirse en las mismas personas en seis años los oficiales seglares y tres el abad. Todos los años han de dar cuentas a dos contadores que nombran los cofrades el día de las Candelas o el domingo inmediato, y al hacer la elección de sus sustitutos, no pueden elegir a parientes suyos dentro del segundo grado de consanguinidad.
En el capítulo séptimo se estipula lo que deben pagar los cofrades, tanto hombres como mujeres: un ducado de vellón de entrada y dos reales cuando mueran. A cada cofrade fallecido se le dirá una misa conventual con su vigilia y su responso el día festivo inmediato. Por este oficio se pagarán 12 reales de limosna a los sacerdotes, y además cada cofrade socorrerá el alma del difunto con una visita de altares, y las mujeres con una visita de calvarios.
Cada año, el martes de carnestolendas tiene la cofradía oficio general por las benditas ánimas de la parroquia con vigilia, misa conventual y procesión, como el día de los difuntos. Pagan por este oficio 18 reales a los sacerdotes y a él deben asistir, igual que a los funerales por los hermanos fallecidos, todos los cofrades, bajo pena de dos reales (en 1879 se acuerda en junta general que el cofrade que estando en el pueblo no asista al entierro de un hermano, pague de pena un cuarterón de cera). Y en caso de que la cofradía tuviera fondos, hará tres oficios más, distribuidos así: el domingo infraoctava de Todos los Santos, el domingo segundo después de la epifanía y el domingo inmediato a la festividad del apóstol San Mateo. Siempre que haya estos oficios, el sacristán adornará el altar, pondrá el túmulo y tocará las campanas la noche anterior y a la hora de celebrarse el oficio, y por cada uno de ellos percibirá 3 reales.
Cuando un cofrade reciba el viático, los cofrades que se hallen en el lugar han de asistir y orar para que el enfermo recobre la salud o tenga una buena muerte, y el abad ha de señalar a dos, uno eclesiástico y otro seglar, para que le acompañen cada noche hasta que mejore o muera, a fin de que lo consuelen.
La cera y el dinero de la cofradía se guarda en un arca con dos llaves que está en la sacristía. Las llaves se las reparten el abad y los mayordomos, éstos seis meses cada uno. En dicha arca siempre habrá doce velas de a media libra para cuando se precisen en las funciones.
El capítulo trece manda que todas las noches haya un hombre que "al tocar las aves marías" diga en las esquinas de las calles en voz alta e inteligible: "Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar y María Santísima Nuestra Señora sin pecado original en el primer instante de su natural, amén. Hermanos, acordémonos de aquellas Benditas Animas del Purgatorio que están padeciendo grandísimas penas, socorrámoslos con un padre nuestro y un avemaria para que cuando nos hallemos haya quien por nosotros haga otro tanto". Este hombre tiene también la obligación de llamar a los cofrades para las reuniones o juntas que el abad determine, en su momento y lugar, y como pago a su servicio recibirá a su muerte los servicios espirituales de cualquier cofrade, sin necesidad de pagar entrada ni salida.
Los cofrades que dieren escándalo como jugadores, maldicientes, perturbadores de la paz u otro vicio, serán reprendidos por el abad dos o tres veces, y expulsados si no se enmendasen.
En las juntas, presididas por el abad, para evitar disturbios, los hermanos se sentarán según el orden de inscripción en el libro de la cofradía, salvo los oficiales, que tendrán el puesto después de los sacerdotes. En ellas los alcaldes o ministros de justicia de la villa no deben hacer prevalecer su dignidad civil.
En este siglo XVIII, las cuentas abarcan sólo los años que van de 1779 a 1798. Por sus apuntes sabemos cómo se financiaban y los gastos que tenían. Además de las cuotas de entrada y salida de hermanos y de las limosnas que sacaban los limosneros de pedir los días de fiesta a la puerta de la iglesia, la financiación principal de la cofradía en estos años viene del hato de ovejas que posee, de la lana y los corderos que vende. En 1779 sacan 149 reales de 3 arrobas y 12 libras de lana a un precio de 44 reales la arroba y 975 reales por 31 carneros vendidos en Mahamud (otros años los venden en Villahoz, pueblo también de Burgos) a 43 reales 30 de ellos y el otro a 26. Ese año se apunta una pérdida de 3 carneros. A estas ganancias había que restar los gastos que suponían el jornal del pastor, el esquileo, la sal y la pez para curar al ganado y el viaje al mercado, lo cual supone ese año unos 80 reales. En 1796 compran 86 corderos, que importan 2.344 reales. Entre los gastos hay que contar todos los años la cera y los estipendios eclesiásticos. Así, en 1797 pagan 168 reales a los curas y beneficiados de la parroquia por ocho nocturnos de hermanos fallecidos y los derechos anuales de oficios de la cofradía, más 24 reales de limosna a la iglesia y 36 al sacristán por sus servicios. Ese año recaudaron 422 reales y gastaron 432, aunque lo habitual es que quedaran alcances o remanentes.
En el capítulo décimo de la Regla se manda que no se gaste cosa alguna de las limosnas de las Ánimas en comidas ni bebidas de la cofradía, salvo el día de las cuentas, en que se permiten gastar "quinientos maravedises y no más" (unos 14 reales) a quienes las dan y las toman. No obstante, estos años se daba un refresco a los hermanos el día del nombramiento de oficiales. En 1782 se apunta en este concepto un gasto de 40 reales y 12 maravedíes de 4 cántaras de vino a precio de 10 reales la cántara, y 53 reales al año siguiente. Los obispos de Palencia venían desde hace tiempo aconsejando la moderación de estos gastos profanos a cuenta de dineros espirituales, que en algunas cofradías eran reiterados y elevados. En su visita de septiembre de 1783, revisando las cuentas de la cofradía, el obispo José Luis de Mollinedo, aunque reconoce que el gasto que se hace en el refresco es "de corta entidad", lo prohibe. En ese tiempo dicho obispo sacaría un mandato general para toda la diócesis prohibiendo, bajo pena de disolver las cofradías desobedientes, cualquier gasto profano en las mismas, bien fuese con caudales de los fondos de la propia cofradía o pagado a escote con dinero de los cofrades. La cofradía sigue el mandato y prescinde del gasto del refresco por unos cuantos años (3).
Tras una laguna de medio siglo en que faltan noticias sobre la Cofradía, sabemos que el 1 de marzo de 1848 ésta se vuelve a refundar con la redacción de un nuevo reglamento que se estructura en 24 capítulos. En los días de carnaval de ese año se inscriben unos 40 hermanos, de los cuales sólo 4 pertenecieron a la extinguida.
La nueva reforma se hace adoptando algunas costumbres de estructura y régimen que eran ya habituales desde principios del siglo pasado en otras cofradías homónimas del Cerrato, lo cual se refleja en el nuevo reglamento. Se organiza como Soldadesca y, además del abad, los oficiales reciben nombres de capitán, alférez, sargento, cabos (primero, segundo y tercero), animeros (que son dos: el capitán y alférez salientes y se encargan de pedir la limosna en el pueblo, dando cuentas de lo recaudado el primer domingo de cuaresma), contadores (entre los que sepan leer y escribir) y cajero (que toca la caja o tambor). Los cargos de cada año los nombran el abad y oficiales salientes (capitán y alférez) y se hace la entrega de insignias el miércoles de ceniza.
Se exigen 4 reales de entrada a cada cofrade (6 si lo hace con su mujer) y otros 4 a su fallecimiento. Además, cada año el miércoles de ceniza han de ofrecer todos 4 cuartos (8 si ese año sirven oficios) y 2 maravedíes al entrar en la iglesia y otros 2 al salir en los cuatro días de carnaval. Ello obliga por igual a los que no asistan. En caso de que alguno pida la entrada en la cofradía hallándose gravemente enfermo o ya en edad avanzada, pagará 30 reales, y así gozará de la asistencia y las prerrogativas que tienen los cofrades.
Por cada hermano que fallezca se celebrará una "misa de bien", aunque sea pobre de solemnidad y no deje haberes. Todos los hermanos deben asistir a esta misa y "dar las gracias a la puerta del difunto". El que por tercera vez faltare sin motivo justo al entierro de un hermano será expulsado, y las anteriores multado con 16 maravedíes y 2 reales respectivamente. Estas misas se anunciarán con una señal, después de tocar el primer clamor el día de su fallecimiento y entierro, con el esquilón mayor. En todos los entierros y oficios de la cofradía es obligado sacar el estandarte negro y las insignias de ánimas.
Una ley de primeros de siglo obligó a las cofradías a enajenar sus bienes y lo más probable es que entonces hubiera la de esta villa de deshacerse del rebaño. En la nueva etapa la financiación proviene de las aportaciones reglamentarias de los cofrades y las multas, de las limosnas del pueblo y de algunos actos especiales que tienen lugar los días de carnaval, entre los cuales están las rifas. En 1848 sacaron 31 reales por el sorteo de un pellejo de venado y 58 por unos huevos. Al año siguiente se rifaron dos gallos, un conejo y más huevos. Y este año aparece el concepto de "tirar al gallo", aunque no se puede especificar cuánto se sacó, pues se da conjuntamente con lo de la ofrenda que daban los cofrades el miércoles. A partir de 1861 se rifan pañuelos.
En 1855 por acuerdo general se reforman algunos artículos, entre ellos los días correspondientes a la celebración de los nocturnos y oficios de la cofradía. Los cuatro que tenían establecidos según las fechas dadas en la primera regla, se distribuyen ahora así: el primer domingo próximo a la festividad del día de difuntos y domingo, lunes y martes de carnaval. Este último se nombran los oficiales y se da el refresco a los cofrades, que sí permitían, coincidiendo con ese motivo, las reglas renovadas: "un moderado refresco según lo permitan los fondos de la cofradía". Evitan así "profanar día tan santo", el miércoles de ceniza, en que oficialmente da comienzo la cuaresma.
Aunque en las cuentas los apuntes de entradas y gastos son concisos, se deduce que en estos años la cofradía celebra el carnaval con un esplendor que luego quedaría como costumbre, tal como se conoció en los años de posguerra hasta su desaparición. El martes de carnaval era el día principal de la fiesta, con misa solemne, sermón y, en ocasiones, organista. En esos días se realiza el rito de "tirar al gallo", de cuya recaudación se encarga el capitán, y se haría el revoleo de la bandera, a cargo del alférez, a quien empieza a conocerse como "abanderado", pues en 1857 aparece por primera vez lo que éste saca. En estos años se gasta bastante en "compostura de la bandera" (en 1863, 80 reales para ésta y 25 para el saco) y en parchear el tambor (en 1878 se compra uno nuevo por 70 reales), además de comprar alguna pica. El birria y el tambor son cargos fijos y por que lo sirvan mientras pudieren se les rebaja la cuota de entrada y salida que han de pagar como cofrades (los desempeñaron en estos años Tiburcio Barcenilla y Severo Benito, respectivamente) y en 1890 se acuerda por unanimidad que, en atención a la pesadez de sus servicios, quedan relevados incluso de las multas que por sus faltas pudieran merecer, así como de pagar otros derechos a los que los cofrades están obligados. El "birria" vestiría un "saco" de la misma tela que la bandera. Todas estas costumbres y usos se repetían, con ligeras variantes, en otras cofradías de Animas de los pueblos de la comarca.
En cuanto a los refrescos, en 1852 se gastan 27 reales en dos cántaras y media de vino y, aunque en 1860 se advierte que ese gasto es "contra caridad y contra justicia" y está prohibido por el obispo, al año siguiente se gastan 52 reales y en 1876 se asciende a 92 reales. En 1894 se especifica que el gasto se hizo en queso (doce libras), pan y vino.
A finales de siglo los cofrades varones están cerca del centenar, y en el año 1896 se redacta un nuevo reglamento que el obispo Eugenio Almaraz aprueba. La cofradía se pone bajo la protección de la Virgen del Carmen y se estipula que dejará de ser cofrade quien no cumpla con el precepto pascual. Desaparecen los nombres de los oficios de la "soldadesca" y se asignan las funciones a otros nuevos: avisadores, pedidores, cereros..., y presidente (el cura), tesorero, secretario y hermanos mayores en el gobierno. Se elevan a cinco los sufragios anuales por las Animas y, para el mejor orden, se forman secciones de 30 hermanos al mando de un hermano mayor, debidamente separados hombres y mujeres. Y "se prohibe absolutamente todo gasto de refresco, merienda, etc. y hasta lo que se llama enhorabuena del predicador". En resumidas cuentas, un mayor rigor disciplinar en esta nueva redacción, pero su efecto no lo puede precisar quien no lo haya visto, pues aquí acaba la documentación de la cofradía existente en el Archivo Diocesano.
A tenor de lo que cuenta María Angeles González Mena en su detallado estudio sobre las costumbres del pueblo, la "soldadesca" y sus rituales estaban arraigados y continuarían bastante tiempo después, y así describe los cargos paramilitares con sus insignias, los cometidos del tamborilero y el birria, el revoloteo de la bandera, el sacrificio del gallo enterrado y la rifa (4). Hoy, aquellos desaparecieron y queda la cofradía.
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NOTAS
(1) Existe constancia documental de que son anteriores las de Alba, Castrillo de Onielo, Cevico de la Torre, Cubillas, Espinosa, Magaz, Población, Tabanera, Tariego, Villaconancio, Villamediana y Villaviudas. La de Baltanás se constituyó también en el 1701, según Santiago Francia Lorenzo: "Notas de archivo. La Cofradía de Animas de Baltanás", El Diario Palentino, 4-III-1998.
(2) AHDP, Antigüedad, 33.
(3) Se conservan también cuentas de entre los años 1760 y 1798 de la Cofradía de la Vera Cruz, que se financiaba principalmente de rentas agrarias y debía de tener capilla o casa propia, porque en alguna ocasión se dice que los de Animas se reunieron en ella.
(4) "Un rincón del Cerrato palentino: Antigüedad", Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, tomo XXXV, 1989-1990, pp. 166 - ss.