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El madrileño Eduardo Bustillo fue en su juventud catedrático del Instituto de Santander y amigo íntimo de José María de Pereda, quien cita muy encomiásticamente unos versos suyos en La leva (1). Regresó después a Madrid donde colaboró en los periódicos más destacados y ejerció la crítica teatral muchos años en La Ilustración Española y Americana. Fue autor de varias obras de teatro, de un Romancero de la guerra de África (1861), del que vieron la luz tres ediciones, de Cosas de la vida, una colección de cuentos y novelitas (1899) y de Campañas teatrales, sobre crítica dramática (1901). Bustillo gozó de merecido renombre en su tiempo y Pereda recurrió a sus buenos oficios en ocasión del estreno en Madrid de Las finezas de Don Juan, una comedia de Enrique Menéndez Pelayo, para que desde la prensa fuese preparando al público madrileño para recibir favorablemente la obra de su protegido. Por cierto que, en una carta al mismo Enrique, Pereda se refiere cariñosamente a Bustillo y menciona de pasada la casi ceguera que le aquejaba ("hombre de nobilísimos impulsos, activo, maguer cegato y añoso" (2)). Así, la festiva "Introducción" al presente romancero podría tener carácter autobiográfico cuando su autor escribe que "desde chico vi tan mal, / que por no ver, me vi exento / del servicio militar".
"El ciego de Buenavista, Romancero satírico de tipos y malas costumbres", publicado en Madrid en 1888, es un libro que recoge varias tradiciones literarias. En primer lugar, el autor se ha atribuido en el "Prólogo" el papel de ciego coplero. Conocidas son las funciones que tuvieron los ciegos como músicos, intercesores ante Dios y todos los santos, vendedores de literatura de cordel, transmisores de noticias y aun críticos de la sociedad y de la política del día. En más de una ocasión, alcaldes y gobernadores les prohibieron la venta de papeles de carácter subversivo y el que cantasen ciertas canciones. Bustillo adopta el romance, que es el metro tradicional de la literatura de cordel, en especial de los llamados "romances de ciego", cuyas fórmulas imita en contadas ocasiones.
La idea de usar el "romance de ciego", un subgénero de la literatura "de cordel" que tanto atraía a las masas, con fines didácticos y moralizadores, no es nueva. Así, un militar ilustrado, el marqués de Casa-Cagigal, en sus Fábulas y Romances militares (Barcelona, Imprenta de Brusi, 1817) dedicó doce romances a episodios de la guerra de la Independencia con el fin de que -como escribe en el "Discurso preliminar" (pp. XXVIII-IX)- "el soldado lea sus deberes en vez de los desatinos vergonzosos con que las costumbres, la racionalidad y aun la religión se ven groseramente vulnerados en los romanzones de Francisco Estevan, y los demás de ese género, y que por desgracia es lo único que lee el bajo pueblo y el soldado que presume de aplicado" (3). Lo mismo hizo Bustillo en su Romancero de la guerra de África, escrito, como dice en el "Prólogo" a la 2.a edición, "para el pueblo [...] Esas buenas y honradas gentes del pueblo compran todavía con sus ahorros y leen con entusiasmo las coplas y romances que hablan de las hazañas del Cid y de Bernardo del Carpió; aún en las largas veladas del invierno escuchan al amor de la lumbre y de boca de algún valiente veterano los gloriosos episodios de la guerra de la Independencia" (pp. 10-11). Bustillo idealiza a "esas buenas y honradas gentes" quienes por entonces leerían folletines y romances de los sucesores de Francisco Estevan, y que tanto Bustillo como anteriormente Casa-Cagigal, trataron de imitar, sin éxito, a los "de ciego" por un exceso de resabios estilísticos.
Dada su brevedad, los romances de El ciego de Buenavista no van más allá de retratar tipos y de pergeñar escenas breves que corresponden a las propias del costumbrismo de la primera mitad del siglo. Pero la repetición de aquellos y de éstas, como puede ver el lector de Los españoles pintados por sí mismos y de las revistas de entonces, hace que los costumbristas traten de ampliar su campo de observación. Como los individuos tipificables -cesantes, manolas o ciegos copleros- ya habían sido descritos por plumas autorizadas más de una vez, los costumbristas fueron derivando hacia la descripción de caracteres (en el sentido francés de la palabra) y, de este modo, junto a castañeras y aguadores aparecieron fatuos, avaros, terceras y timadores, tipos todos ellos propios de cualquier país y convertidos ahora en españoles.
Cuando escribía Bustillo eran ya autores consagrados los de las novelas realistas y naturalistas y el costumbrismo había evolucionado, en su mayoría, hasta insertarse dentro de las obras de aquellos autores. Los tipos de Bustillo podrían considerarse semejantes, unos, a los que aparecen en aquellas novelas y, otros, a los propios de sainetes y otras obras del teatro por horas.
Del costumbrismo antiguo apenas hay aquí más rastros que algunos personajes tan estereotipados que podrían protagonizar un aleluya, como "El ave de rapiña" o "Un hombre serio" y los nombres de otros que ingenuamente revelan su manera de ser. Este sería el caso del usurero Judas de la Rámila ("El ave de rapiña"), un borracho apellidado Valdepeñas ("Vino y toros") o la alcahueta de nombre doña Virtudes ("Gabinete con alcoba").
Como en el caso de tantos otros autores, costumbristas o no, avecindados en la Corte y pertenecientes a una burguesía educada, Bustillo escribe sobre las costumbres de sus habitantes y hace al pretendido narrador ciego originario del distrito madrileño de Buenavista. Estos son de todas las clases sociales aunque con preferencia de la burguesía, considerada como la más representativa de la sociedad española. A la alta pertenecen aquí algunos aristócratas poderosos y otros tronados, financieros y negociantes con sus familias. Ocupa la media un grupo de personajes tan diverso que va desde los empleados con un buen pasar y los comerciantes a las viudas que malviven de una pensión exigua. El resto pertenece a una clase baja simplísticamente identificada con la que pintaron don Ramón de la Cruz en sus sainetes y después los autores del género chico.
El aludido romancero tiene cincuenta y dos composiciones, incluida una "Introducción" y dos cuentos escritos en romances octosílabos con un número de versos que oscila entre los sesenta y los setenta. La "Introducción" va escrita en primera persona y confiere unidad a estos relatos, encaminados todos a mostrar los vicios de la sociedad madrileña del día, que aquí es tanto como decir la española. La filiación costumbrista del libro se echa de ver, en primer lugar, por la elección de un tipo caro a los escritores de costumbres, el del ciego coplero quien, a pesar de estar privado de la vista, resulta un agudo observador de la sociedad. Está situado entre la narración y los lectores lo mismo que sus antepasados costumbristas, automarginados bajo el disfraz de malhumorados vejestorios o bajo pseudónimos como el de "L'Hermite de la Chausée d'Antin", "El Solitario" o "El Curioso Parlante".
Para mostrar esos bocetos que toma del natural, Bustillo usa del recurso, caro también a los clásicos de la literatura de costumbres, de poseer un don o un objeto como el anteojo de Jouy, que les permite ver lo que está oculto a los demás. Este ciego tiene también su propio talismán, un cristal "que al fondo del alma lleva / con espantosa verdad" y que le permite contemplar con más claridad que los videntes, lo ridículo, lo deforme y lo inmoral. Y continuando en su papel de ciego coplero, advierte que enarbolará el palo de sus críticas contra quienes le parezcan merecedores de sus golpes. En "Carta canta", que es uno de los primeros romances, dirigido a una dama que va para vieja y presume de joven, tras describir el aspecto físico de ésta, pregunta: "¿Cómo veo si soy ciego?". Y responde que los demás sentidos suplen al de la vista pues huele los perfumes que usa esta señora, paladea su mesa, oye su voz y toca la seda de su vestido. Pero el poeta olvida pronto su papel y hay varios romances, como el titulado "Galería fotográfica", en el que va describiendo los diversos retratos que la forman.
Excepto en las contadas ocasiones en las que se refiere a sí mismo, usa la tercera persona para describir escenas y tipos de modo directo y sin digresiones. De estos romances, "Tres mesas de café" y "Dos palcos del Real" recogen conversaciones entre gente de letras, políticos, toreros y miembros de la clase alta, con estilos diversos y términos propios de cada grupo social que muestran el dominio que tenía Bustillo de la lengua y de la técnica del diálogo. En "Exposición oportuna al Marqués de Bogaraya" y en "Carta canta" se dirige a sus marginados interlocutores, en el primer caso en forma de memorial, y con estilo epistolar en la carta. En otras ocasiones hay un recuerdo de nuestros clásicos; en la descripción de las antiguas verbenas de Madrid hay ecos estilísticos de las comedias del Siglo de Oro ("Las verbenas") y, a veces, recuerdos de la sátira quevedesca como en "El ave de rapiña" o en "Carta canta", a cuya última composición pertenecen estos versos:
Aún teñida de oro falso
la plata que en rizos peinas,
y polvoreado el rostro
como buñuelo en verbena,
la estafa de tus pinceles
descubre Naturaleza,
que trasuda, corre tintas,
polvo sorbe, ablanda cera,
y en fin, los surcos del rostro
tan fecundamente riega,
que donde arrojas mentira,
burlona verdad cosechas.
Otros romances dan comienzo con fórmulas semejantes a las usadas por los de cordel: "Vaya un romancito nuevo / que con malas lenguas pique... " o
En esta tierra de España,
no sé si en ciudad o villa,
un honrado matrimonio
honestamente vivía.
("Los extremos")
Inicia otros con una cita, glosada después a lo largo del texto:
Poetas de más aliento
cantaron arma virumque,
las armas de fino temple
y los varones ilustres.
Cantemos planos poetas...
("El microbio nacional")
Frecuentes son también los juegos conceptistas de palabras, como en "Carta canta":
Quieres presumir de polla
y hay gallos que cacarean
deshaciendo con sus patas
los primores de tu cresta.
Y aunque parece mostrar poca simpatía por el ambiente achulapado y torero de las clases populares madrileñas no hay duda que conocía bien el mundo de los toros cuyo vocabulario maneja con soltura.
Aquéllas dieron muchos personajes al género chico por aquel entonces pero en estos romances están desprovistos del tipismo y el humor de índole popular que los hacía simpáticos en la escena. Bustillo los ve con acritud, como gente ociosa e inútil que vive al margen de la ley, carente de moral y llena de vicios. Son madrileños de la extracción más baja como Palitos, hijo de una tabernera de Lavapies, o el Gato, que lo es de una prendera del Rastro. La mayoría tiene aficiones toreras, y habla con el acento propio de la gente del bronce. Presumen de guapos y gustan de exhibir el tipo:
Y allí va ese cuerpo bueno
con pantalón muy ceñido,
chaqueta corta, las manos
en los sesgados bolsillos;
los pies sufriendo prisiones
de cuero negro y retinto,
sobre las cejas la gorra,
sobre la sien el tufillo.
("Vinos y toros")
Tratan de imponerse a las mujeres y vivir a costa de ellas, lo que consiguen con frecuencia, y se las echan de valientes. Así, conversando con su hembra,
Pepe,
revira el ojo
como por verse la nuca,
se echa el tufillo adelante,
masca el tabaco que fuma,
escupe por el colmillo
la nicotina negruzca
y mira a la Sebastiana.
("Entre Cupido y Baco") Y después de evocar las fiestas de Santiago el Verde y San Antonio de la Florida con la nostalgia libresca propia de un lector de Tirso y de Lope, describe de manera tan gráfica como carente de simpatía las verbenas populares del día. La cita es larga pero de interés:
Rosas mustias en montones,
tiestos de albahaca en hilera,
rosquillas siempre del santo
y de apócrifas Javieras;
mozos que fríen buñuelos,
mozas que los polvorean,
humo de aceite que ahoga,
hirviente grasa que apesta;
ribeteadoras de gancho
y zurcidoras en venta,
horterillas que las pagan
y chulapos que las pegan.
Galán hay de gorra y tufos,
dama de puño en cadera,
y gasta aquel aun con faca,
poco acero y mucha lengua.
Trabada por fin la luce,
pues cuando el santo alborea,
la impiedad anda entre dientes
y el de Chinchón entre cejas.
Estudiantinos tronados,
trasnochadas damiselas,
hipérboles del insulto,
epigramas de taberna;
humo, polvo, poca gracia,
mucho timo, alguna gresca,
y eso son ya en los Madriles
las celebradas verbenas.
Bustillo critica las costumbres de las diversas clases sociales aunque se centra en tipos específicos. De origen tradicional son los ataques a los usureros, retratados como aves de rapiña, y a las viejas que pretenden hacerse pasar por jóvenes. Los demás tipos encarnan vicios propios del día, y nos resultan conocidos por aparecer en la novela y en el teatro de por entonces. El autor daba gran importancia a la educación recibida en el seno de la familia, y a la moral cristiana y en esta educación basa los pilares de la sociedad. Por eso previene a sus lectores contra el mal ejemplo que dan las madres ("La hermana mayor"), la excesiva libertad de los hijos ("Los chulos de frac"), los peligros del matrimonio realizado por interés o por conveniencia ("Las que pescan maridos") o la influencia nefasta de una sociedad sin valores morales que pervierte a la juventud inocente ("La caída de los ángeles").
Por los diversos estratos de la sociedad pululan multitud de seres inútiles y ociosos que pasan el día en la calle viendo trabajar a los demás o contemplando un accidente o un incendio, lo que lleva al poeta a pensar que:
Si por no trabajar, tantos
a ser pobres han venido,
por ver como otros trabajan
¡cuántos dejan de ser ricos!
("Los matadores del tiempo")
Hay jovencitas que sólo aprendieron a acicalarse y a pensar en el matrimonio ("Las de Cabrales"). De todos estos tipos, el más peligroso es el del señorito mal educado y consentido por la madre, cuyo curriculum vitae podría resumirse en estos cuatro versos:
¿Estudiar? Amor liviano,
¿educar? Tal vez un potro,
¿cursar? Años de garito,
¿libros? De cuarenta folios.
("Los chulos de frac")
Bustillo llamaba a estos señoritos, "chulos de frac" y también "Los vengadores" de la sociedad pues derrochaban el dinero ilícitamente ganado por sus padres, y continuando con la tradición de quienes criticaron a lindos, lechuguinos y petimetres, describió así las actividades de un día característico en la vida de un joven "sietemesino y enclenque / ...de talla y alcance corto".
Se despereza a las doce,
llama a su ayuda de cámara,
y se viste y pide el coche;
y llega a Fornos y almuerza,
y va al club hablando a voces,
y ve la querida al paso,
y cruza el Retiro al trote.
Si hay carreras, hace apuesta;
si hay bacarrat, un derroche;
y el padre amarra que amarra,
y el chico, rompe que rompe.
("Los vengadores")
Del mismo modo que el Pereda de Tipos trashumantes veía con recelo a aquellos madrileños de filiación poco clara que poblaban el Santander veraniego, inquietan a Bustillo unos personajes semejantes avecindados en la Corte. Todos tienen en común el no saberse quiénes son ni de dónde han venido. Así, un futuro diputado llega desde una provincia cualquiera, otro desde tierras del Mediodía y todos son gente sin escrúpulos que se aprovechan de una sociedad crédula y acomodaticia pues "aquí no se mira / si lo que reluce es oro, / y, a veces, se abren las puertas / cuando hay que echar los cerrojos". El llamado Bolinas no sabe ni tiene pero se las echa de Tenorio y presume de buen mozo, coreado por una corte de bobos ("Cosas de fulano"), el diputado de "Acta sucia y camisa limpia" carece de talento y de saber pero tiene osadía, se impone en política por medios ilícitos y al fin pasa por padre de la patria. Hay otro personaje que sin rentas conocidas "Viste, gasta, goza y triunfa" porque es un tahúr que vive del juego pero es bienquisto de las mujeres. "¿Le deshacen? Se rehace; / vuelve a alzarse si le tumban, / y si misterio es el dónde, /el cómo infamia segura".
A pesar de ser como el protagonista de "Un caballero" quien es "en los juegos de amor, chulo; / en los de naipes, fullero" o como el advenedizo Calleja, de arrogante apostura y atrevida palabra, "buen mozo... hermosa bestia" pero ignorante y sin profesión conocida ("¿Quién es Calleja?") todos estos personajes son regocijo de los salones y tienen un aspecto físico tan atractivo que les permite explotar a las mujeres y hacer buenos amigos.
Peor paradas quedan aún las mujeres, a las que dedica un considerable número de romances que muestran una amplia gama de defectos y vicios. La mayoría de éstas son jóvenes y bellas -"alma pobre, / hermoso cuerpo"- y no tiene reparo en usar tales atributos. Algunas viven amancebadas con viejos verdes millonarios y gastados por los vicios, y otras se casan con ellos. Las que provienen de familias arruinadas y nobles conciertan matrimonios con plebeyos ricos a los que, naturalmente, engañan ("Naturalismo", "La mujer compuesta").
De hecho, el tema del adulterio preocupa tanto a nuestro poeta que cuenta terribles casos cuyos protagonistas son madres de familia acomodada, siempre jóvenes. bellísimas y elegantes. Una finge ir de compras para entrar recatadamente en una casa "que abre al impudor sus puertas" y después del encuentro amoroso regresa tranquilamente al hogar doméstico ("La de los líos"); otra sale de casa, devocionario en mano, para asistir a las Cuarenta Horas. El marido queda admirado de la santidad de esta esposa ejemplar que, en realidad, acude a una cita con otro hombre ("So color de santidad"). El día de Difuntos la desconsolada viuda, muy enlutada y contrita, acude al cementerio a llevar flores al difunto, acompañada de su amante pues "antes de que el rey muriera / otro rey tuvo en su puesto" ("La viuda de Pérez"); y otra señora de la alta sociedad, de buen ver pero ya entrada en años, tiene aventuras amorosas con la excusa de acompañar a su hija ("La hermana mayor").
Empujadas otras por la vanidad o las necesidades económicas se sirven de la belleza para satisfacer sus deseos. Una hermosa actriz que apenas sabe leer hace carrera apadrinada por amantes ricos e influyentes ("Otra primera dama"). Una madre y una hija ofrecen sus encantos a los viciosos ("El enigma de la esfinge") y una honrada pensionista, bajo el pretexto de alquilar una habitación de su casa, comercia con la belleza de su sobrina ("Gabinete con alcoba"). A medida que desciende el nivel social se muestra el vicio en estas mujeres con mayor descaro y crudeza. Así, la andaluza Mary Cruz llega a Madrid dispuesta a arruinar vidas y haciendas, la mantiene un viejo millonario, toma después varios amantes, se encapricha de un vago y al cabo de los años reaparece vieja y sin encantos, explotada por chulos que la maltratan ("Vida airada"). También la aldeana Mary Paz trocó por "la fina falda / la basquiña de estameña" y simultanea en Madrid el oficio de costurera con la intriga, la prostitución y la tercería ("Coser y cantar").
De otra índole es el vicio de Mariquita, la gentil florista de los teatros de Madrid, quien desoye los requiebros y los ofrecimientos de los señoritos porque prefiere a un querido bestial que la pega ("Amor a palos"). Aunque las peores de todas, a juicio de Bustillo, son las mujeres aficionadas al juego pues
...el torpe amor del oro
cuando en la mujer se ceba
enloda el alma más pura
y el rostro más lindo afea.
En esta ocasión la protagonista entra en la sala acompañada de un viejo que alimenta sus vicios, y la pasión del juego la convierte en un ser irracional y odioso:
...sus miradas son puñales,
sus manos zarpas de hiena,
la que entró dulce y tranquila
convulsa y feroz se aleja.
("Las mujeres que juegan")
No sabemos qué razones tendría el buen Bustillo para tener tan mala opinión de las mujeres. Su pesimismo es tan irremediable que al finalizar este romancero incluye el cuento "La mujer y la cabra" en el que un viejo pastor, dueño de una linda cabra, aconseja a su vecino, casado con una mujer que le engaña, que siga el refrán "A la mujer y a la cabra, cuerda larga". Así lo hacen ambos pero aprovechando un descuido, la cabra del cuento, como la del Monsieur Séguin de Daudet y la esposa del vecino, escapan para no volver más. La moraleja es clara: la cabra siempre tira al monte y la mujer no es de fiar.
Según el poeta, la indiferencia y el materialismo habían suplantado el sentimiento religioso y el temor de Dios en aquella sociedad de la Restauración, en la que lo correcto era aparentar unas creencias de las que muchos carecían. Así, un temido cacique enriquecido por la usura y por negocios sucios, se deja ver con su familia en la iglesia, acude a las procesiones y hace pequeñas limosnas en público pues "tiene lo religioso por cálculo y lo inmoral por costumbre" ("Religión e inmoralidad"). También fue blanco de sus ataques la de acudir los domingos a la misa de una en la iglesia de las Calatravas. Estaba de moda entre los elegantes, lo mismo que ir a la ópera o a las carreras de caballos y daba ocasión a lucir ropas, a comentar noticias y a facilitar encuentros y galanteos. De tal manera que la misa se convertía en
... bazar de sietemesinos
y exposición de doncellas
y todo para honra y gloria
de la Santa Madre Iglesia.
("Misa de moda")
Además de esta fingida piedad, el autor incluía entre los males colectivos de la sociedad española la murmuración, tan presente entre los elegantes que desde los palcos del teatro destruyen reputaciones como entre los políticos que critican el discurso en las Cortes de un colega, entre la envidiosa gente de letras, los toreros, los empleados, las modistas o las porteras, en las que la murmuración llega a ser un arte.
Lo mismo que Galdós, creador de la inefable familia burocrática de los Pez, y que otros autores del siglo, Bustillo juzgaba nefasta la empleomanía, a juzgar por los romances "Un hombre serio", "El microbio nacional", "Lo que hay que ser" o "Los Colmenares". Hay hombres incapaces e ignorantes que ocupan puestos de responsabilidad, otros que suben en la administración gracias a su aspecto circunspecto, y aquellos que, al igual que Colmenares, colocan a sus parientes en empleos diversos. Cada uno de ellos pertenece a un partido diferente para no quedar fuera del juego político, gane quien gane, pues
...como antigua compañía
de acoplados comediantes
cada cual se da al estudio
del tipo que está en carácter...
El prototipo de todos ellos sería el "microbio nacional", un individuo que comienza su carrera como funcionario honrado, laborioso y modesto pero a quien arrastra el mal ejemplo de quienes suben de repente o improvisan una fortuna. Desmoralizado entonces, les toma como ejemplo y se convierte en otra rémora del Estado.
Este romancero presenta una faceta más de las ya conocidas sobre la sociedad española de la Restauración. A juzgar por sus opiniones, Bustillo fue persona de orden, de ideología conservadora y apegado a los valores tradicionales. La revuelta situación política en la que le tocó vivir y el acceso al poder de advenedizos audaces y resueltos sin duda le haría temer el fin de aquella España que él amaba. Su crítica adquiere el tono pesimista de quien, a sabiendas, clama en el desierto, y abarca las malas costumbres de todos los sectores de la sociedad, si exceptuamos al clero, aunque en ningún momento menciona las injusticias sociales ni las luchas políticas del momento. Es más, ve las clases bajas y el proletariado urbano dentro de la tradición costumbrista, tan sólo como vecinos de los barrios populares, nietos del Manolo de don Ramón de la Cruz, pintorescos y llenos de vicios:
Aún vive y bebe Manolo
y aún en la taberna funde
entre sábado y domingo
lo que gana desde el lunes.
Su libro podría añadirse a la larga lista de obras que desde el siglo XVII previenen al forastero de los "peligros de Madrid" pues pinta una sociedad tan corrompida como falsa en la que los mismos defectos se repitan de padres a hijos. En el "Prólogo" justifica su decisión después de ver "el desfile infernal / de abigarradas figuras / que agitan la sociedad" y confiesa que lo hace "entre alegre y sombrío" pues "le duelen los mismos palos que da". A pesar de sus intentos de hacer humorismo, la sátira de Bustillo resulta triste, propia de un dómine moralista sin sentido del humor. Su didacticismo tiene a veces carácter epigramático y recuerda mucho al de los fabulistas, cuya obra existe en razón de la moraleja. De hecho, varios de estos romances concluyen con la suya pues llevan el doble propósito de condenar el vicio y prevenir a los inocentes ("Amor a palos", "La caída de los ángeles”)
Bustillo es un pesimista convencido de que las apariencias engañan y por eso todos sus romances tratan de gentes o de situaciones en las que triunfan los osados sobre quienes respetan la ley y la moral. Pero los osados son siempre necios, ignorantes y, en muchos casos, delincuentes que se hacen pasar por lo que no son. Muy a su pesar, el autor vendría a confirmar aquí la vieja máxima audaces fortuna iubat. Madrid es una selva peligrosa en la que los cazadores se emboscan, atacan, engañan y conquistan sin más ley que la propia conveniencia y el lucro. Como en el mundo de la alta comedia, el placer y el dinero han sustituido a los antiguos ideales. De interés resulta el romance "Los balnearios" pues enumera unos personajes que fingen ser lo que no son: tenorios de medio pelo, pretendidas damas, falsos diputados que hacen exclamar al autor
En aquel pequeño mundo
todos a estudiar convidan,
unos, graciosas locuras
y otros chistosas manías.
Y en "La galería fotográfica" contempla una exposición de retratos de la que llama "pobre humanidad", gente toda que se ha hecho retratar como creen que son o como querrían ser: el general, bizarro; el torero, valiente; el picapleitos con toga y birrete y el autor silbado en actitud de pensar o con la pluma en la mano... "Les digo a ustedes que es cosa / de reir y de gozar, / la dichosa galería / de aquel dichoso portal".
Lo curioso es que este pesimismo idealiza una sociedad en cuyos placeres es obvio que el autor no participa. A juzgar por estos romances la vida es fácil y divertida para quienes saben aprovechar las oportunidades que ofrece esta Feria de las Vanidades. Las pecadoras son bellas y elegantes, van cargadas de joyas como "escaparates del vicio", tienen amantes millonarios que complacen sus caprichos y, a pesar de vivir en el Madrid pobretón galdosiano, donde los potentados eran pocos, unas prostitutas de alto copete
...en grandes trenes pasean,
en la Opera tienen palco
en flamante hotel residen,
y en regio salón reciben.
("Enigma de esfinge")
Los aventureros y advenedizos son también buenos mozos, muy bien vestidos aunque nunca pagan al sastre, de palabra fácil y con unas gracias sociales que les abren camino y les proporcionan matrimonios ventajosos. Bustillo culpa a una sociedad complaciente que se conforma con estas apariencias y ayuda así a prosperar a los malvados.
Este es un Madrid idealizado que parece Jauja, visto a través de un agujero por un outsider, o por un censor víctima de un espejismo que le hace ver un mundo folletinesco lleno de intrigas y de malvados. Se diría que protesta de que el mundo esté tan mal repartido, de que a él no le lleguen esas cosas que afirma despreciar -lujos, dinero y mujeres fáciles- que, según él, saborean quienes deberían merecer tan sólo castigos por sus desmanes. Paradójicamente, el costumbrista es víctima de su perspectivismo y el pretendido ciego resulta incapaz de ver una realidad en la que los vicios, pero también las virtudes, forman parte de la vida.
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NOTAS
(1) La Abeja Montañesa (19-1-1865) publicó una extensa carta "A Eduardo Bustillo" fechada en París el 12 de aquel mismo mes, en la que el joven Pereda le confiaba sus impresiones, un tanto negativas, sobre la capital de Francia.
(2) GARCÍA CASTAÑEDA, Salvador: "Catorce cartas de Pereda a Enrique Menéndez Pelayo" (1895-1905), Romance Quarterly, Vol. 44, 2 (Spring, 1997, pp. 111), 107-118.
(3) GARCÍA CASTAÑEDA, Salvador: "El marqués de Casa-Cagigal (1756-1824), escritor militar", en La Guerra de la Independencia (1808-1814) y su momento histórico. Tomo II, Santander, Institución Cultural de Cantabria, 1977, pp. 743-756.