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Hace ya casi dos siglos que la obra pionera de varios autores, conscientes de las excesivas influencias foráneas que soportaba el ambiente musical en nuestro país, puso freno a la natural tendencia de los españoles a copiar lo extranjero. Personajes como "Don Preciso" (Juan Antonio Iza Zamácola), quien insistió en la defensa de lo nacional a través de dos libritos en los que recogía ideas y textos cosechados en pro de lo autóctono, o Federico Moretti, músico defensor a ultranza de lo español a pesar de no haber nacido aquí y compositor él mismo de muchos temas que alcanzaron en los treinta primeros años del siglo pasado gran popularidad, contribuyeron a crear un ambiente proclive al reconocimiento y valoración de nuestra música que fraguó en dos sólidos pilares sobre los que se construyó el nacionalismo musical cuyos máximos exponentes podrían ser Falla, Turina, Albéniz y Granados. Esos dos pilares serían, por una parte, la corriente teatral-lírica y dramática- defensora de lo propio y encarnada en nombres como Barbieri, Oudrid, Hernando, Caballero, etc. (enfrentada a los partidarios de lo italiano y de un tipo de "ópera grande a la española") y por otra parte los músicos que comenzaron a encontrar en lo "popular" no sólo un documento histórico inane y lejano, sino un patrimonio vivo y una fuente espléndida de inspiración, creando, a partir de la aparición en 1867 del cancionero La Música del Pueblo, de Lázaro Núñez Robres, un abundantísimo "corpus" del que todavía hoy podemos beneficiarnos.