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El aprendizaje infantil en la vida de tipo tradicionales -es decir-, el basado en la recepción de conocimientos cuya periodicidad cumplía en los niños la función de una escalera con peldaños a modo de descubrimientos que servían para alma cenar en su memoria la experiencia y la manera de usarla- tuvo habitualmente dos parámetros, basados en el mismo comportamiento de la especie y en la forma en que le llegaban todos esos conocimientos: el miedo y la admiración. Estas dos facetas por decirlo de alguna manera, el positivo y el negativo de una instantánea servían de marco a la sociedad adulta para transmitir la sabiduría antigua, acumulada y contrastada a través de los siglos, a las nuevas generaciones. En esa sabiduría se reconocían perfectamente los pasos que tuvo que dar el individuo primitivo para avanzar y hacer avanzar a su especie: el reconocimiento del propio cuerpo y su situación en el espacio; el conocimiento del otro y el respeto a sus límites; el estudio atento de la naturaleza y la captación de sus recursos en beneficio personal o de la comunidad. La mayor parte de las formas populares de expresión que componen el folklore de los pueblos juegos, canciones, relatos, mitos tienen elementos que recuerdan vetustas formas de comportamiento o que las eluden pudorosamente.