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Vamos a dar la puntilla a este trabajo relacionado con la cultura oral en el pueblo de Santibáñez el Bajo, un lugar situado en el septentrión de las Extremaduras, en la antesala de la mítica comarca de Las Hurdes. Como decíamos en números anteriores, el trabajo se ciñe a lo que, en noviembre de 1987, grabó un equipo de TECNOSAGA, con Macario Santamaría al frente. Fue una fría noche novembrina, con una afilada escarcha que acartonaba la rugosa piel de la penillanura del viejo concejo de Granadilla. Mereció la pena sentir los latidos de siglos de un puñado de mujeres y hombres -algunos de los cuales ya se nos fueron para otros mundos- que nacieron y medraron en un antiguo y oscuro pueblo, asentado a caballo entre granitos y pizarras.
ROMANCES
Tenemos que reconocer que prácticamente ha desaparecido el corpus romancístico que, al igual que en otras partes, debió prodigarse en tiempos no muy lejanos. Por esta zona, el término "romance" no tiene nada de familiar. La gente habla de "coplas"; y aquí se engloban una gran variedad de canciones, que abarcan desde los escasos ejemplares de romances tradicionales hasta los pliegos de cordel.
En las bocas desdentadas de las generaciones mayores quedan recuerdos fragmentarios de romances bastante corrientes en otras áreas, como pueden ser: "Las señas del esposo", "El Quintado", "La Condesita", "La hermana cautiva", "Delgadina", etc. Pero no hay que buscar más dentro del romancero tradicional. A pocas leguas, se encuentra la comarca de Las Hurdes, donde sí hay que hablar de todo un oasis dentro del romancero hispánico. Concretamente, las encuestas que, actualmente, están llevando a cabo prestigiosos investigadores como José Luis Puerto Hernández y Antonio Lorenzo Vélez, están poniendo de manifiesto la inmensa riqueza oral del pueblo hurdano, un pueblo carente de instrucción en el sentido clásico del término, pero con una envidiable cultura tradicional.
Tecnosaga introdujo, en las grabaciones fonográficas realizadas en Santibáñez el Bajo, el romance "Casada de lejas tierras", interpretado por la vecina Antolina Dosado Gómez. Como es sabido, este romance nos habla de las agrias relaciones entre suegras y nueras, demostrándonos que los amores más auténticos, cuando llegan los momentos difíciles, son los del marido y los de la madre de la esposa. Es un romance de carácter novelesco y que se puede incluir dentro del específico bloque de aquéllos que se relacionan con crisis o rupturas de la familia.
Muchos nos tememos que, a la vuelta de los años (y esta vuelta está nada más doblar la próxima esquina), no quede ni rastro del mínimo verso que nos traían ecos del romancero de otrora. Ello es consecuencia de unos nuevos estilos de vida, en los que han desaparecido las corroblas del invierno, junto al fuego, en las horas del "serano"; las pláticas, bajo la luz de la luna, en las majadas, huertas y apriscos; los grupos de mozos, por la noche, en las eras... Eran momentos propicios para la transmisión del saber popular. Hoy, las cosas marcan rumbos distintos.
LOS QUINTOS
Aunque todavía sigue pujante el ritual de la quinta, sin embargo han desaparecido secuencias muy importantes de los ritos de pasaje que lleva implícita la quinta. Tal es el caso de la confección y toque de panderetas realizados por los mismos quintos durante el año de "su reinado".
Comienza a reinar la quinta en este lugar de Santibáñez a partir de las doce de la noche del Sábado Santo, y a partir de ahora, ya podrán ir preparando sus panderetas. Y es que, hasta hace unos años, cada quinto solía matar un perro y, luego, fabricar con su piel una magnífica pandereta. La novia, la madre o las hermanas eran las encargadas de adornar la pandereta con madroños y cintas de colores.
Y, así, con las panderetas preparadas y acompañando al tamborilero, se recorrían los días festivos, antes de que comenzara el baile, las tabernas del lugar. Al llegar San Blas, se sacaba a un macho cabrío -aún se sigue haciendo-, todo él engalanado con cintas y con un descomunal cencerro, y se paseaba por las calles del lugar. No cesaba el zarandeo de las panderetas, tocadas con gran maestría por los quintos. Salían potentes "rejínchus" (jijeos) y el vino corría con gran prodigalidad. La fuerza febril de la quinta subía de tono cuando comenzaban a desfilar hacia el servicio militar. Un tiempo antes de coger el tren que les llevaría muy lejos del pueblo y que, posiblemente, supondría para muchos la única salida en su vida de las fronteras comarcales, cada quinto se hinchaba de comer en casa de sus familiares, vecinos y amistades. Un día en una casa, y otro día, en otra. Durante la época de las matanzas, raro era el día que no era invitado para que asistiera a alguna. Venga carne, venga pan, y venga vino. Había que llenar bien la andorga, por si se avecinaban malos tiempos...
Y antes de coger el tren, las borracheras alcanzaban sus mayores cotas. Al son de las panderetas, se echaban cantes alusivos a la despedida. Salían a relucir las novias y las madres. Y no faltaba el punto picaresco en muchas de estas tonadas, algunas de las cuales fueron desgranadas por los vecinos Teodoro Rodríguez, Eduardo Montero y Marciano Casas ante los micrófonos de Tecnosaga:
Los quintos cuando se van,
a sus novias les encargan
que no se dejen meter
la mano pa las enaguas.
Algunos agudizaban el sentido picaresco y remataban:
...que no se dejen meter
la mano pa la guiñapa.
y había que romper la pandereta antes de marcharse. Era preciso que, con buenos puñetazos, se rajara la piel del pandero. Si buscáramos tres patas al banco, hasta podríamos ver en ello un claro sentido sexual. El quinto ya ha superado las pruebas que le exige la quinta; ahora ya ha alcanzado su plena madurez sexual. Ya puede su puño (símbolo fálico) traspasar la piel de la pandereta (símbolo femenino). A veces, los golpes no eran capaces de romper la piel, y había que esconder una navaja entre el puño, para que la hoja acerada la rasgase.
Sabemos, porque así nos lo han contado, que antiguamente se ejecutaban, en este pueblo, muchos bailes y danzas al son de un pandero. En cualquier plazuela se juntaba un grupo de mozos, colocaban los zapatos debajo de los poyos ("pa que no se dehgahtásin") y daba comienzo el baile. Todavía queda en la memoria el recuerdo de Manuel "El Mono", como afamado tocador de pandereta. Y se recuerda el cantar con que empezaba todos los bailes:
La pandereta que toco
es la que tengo en mis manos;
me la ha dado mi cuñada,
que es la novia de mi hermano.
CORREL DE CAMPANILLUH
En 1729, el Diccionario de Autoridades nos definía así lo que en Santibáñez se denomina "Correl loh campanílluh"; En los lugares cortos, suelen los mozos las noches de días festivos andar haciendo este ruido por las calles y también "quando hai bodas de viejos o viudos", lo que llaman "Noche de Cencerrada", "Dar Cencerrada", "Ir a la Cencerrada".
La costumbre de la cencerrada es muy antigua. Ya el Concilio de Turín (1455) decreta la excomunión para los que participen en ella. El instrumento fundamental que entra en esta mojiganga, es el cencerro. Ya vimos cómo, al hablar de la costumbre de "Joseal loh pájaruh", el cencerro juega un papel muy importante a la hora de espantar brujas y malos espíritus. Todavía siguen por algunos pueblos de Las Hurdes repicando los cencerros entre los castañales, al objeto de espantar a las plagas o epidemias que azotan a estos árboles.
Por aquí, las cencerradas era cosa común cuando se casaban los viudos, o cuando se producían casos de adulterio, o cuando contraían nupcias viejos con jóvenes. Amén de los cencerros, también intervenían otros instrumentos, desde turutas hasta latones. El caso era producir "buen avíu de bulla".
Todo el ritual de la cencerrada se enmarcaba en un mundo a caballo entre lo grotesco y la estricta fidelidad a la norma consuetudinaria. Mucho podríamos hablar sobre la cencerrada en esta zona. Pero, en resumen, podemos establecer los siguientes eslabones:
1.-Serenata: Recorrido por todas las calles del lugar, haciendo sonar los cencerros.
2.-Paradas: Se realizan en las plazuelas y encrucijadas. Se echan pregones relacionados con el motivo de la cencerrada.
3.-Rastro de paja: Durante alguna de las noches que dura la cencerrada, se prepara un rastro de paja, uniendo las puertas de las viviendas de las dos personas que han motivado la cencerrada.
4.-Parodia: Montar en un burro viejo o en un carro, de cuya pértiga tiran los mozos, a la pareja causante de la cencerrada y pasearla por el pueblo. A veces, la pareja iba a parar a la charca comunal situada en el ejido. La gente decía que tal remojón era "pa que se enfriasin".
No era extraño que, a veces, las cencerradas generaran situaciones de violencia. Todavía recuerda el autor de este trabajo cómo siendo niño, allá por los años sesenta y pico, reprimió por la fuerza la Guardia Civil una cencerrada que tuvo lugar en Santibáñez. A lo largo de toda una noche, se sucedieron los enfrentamientos con los vecinos, resultando diversos heridos y contusionados. Incluso la muerte de un vecino se achaca a la paliza que recibió. Varios paisanos fueron encarcelados y multados. Eran tiempos de Dictadura...
Nuestro buen amigo y paisano José María Domínguez Moreno ha estudiado detenidamente el asunto de la cencerrada ("La Cencerrada en el Partido de Granadilla", Revista de Folklore, nº 55, 1985). Nos habla de la continua persecución a que fue sometida esta costumbre. Nos cuenta, por ejemplo, que allá por 1892, un cura de Ahigal (pueblo vecino a Santibáñez) condenó a cuatro duros de multa a los vecinos que habían corrido los campanillos. Y con tal dinero se compró un estandarte nuevo a la Cofradía del Rosario.
Diversos vecinos de Santibáñez, encabezados por "Ti Nicetu, Alcaldi de la Cuesta", participaron en las grabaciones fonográficas con todo un repertorio y requilorio de una auténtica "cencerrá" o "campanillá".
VALSEU CORRIU
El tamborilero Martín Pérez Pérez desgrana las notas de su gaita:
Desde el día en que acabe la guerra,
abriremos ventana y balcón;
juntaremos tu cara y la mía
y hablaremos cositas de amor:
Ay, mañana,
mañanitas dejó de llover,
y así estaba la mañana
cuando te empecé a querer...
Muchos han sido los "valséuh corríuh" que se han tocado en los viejos salones de baile de estos pueblos. Vueltas y más vueltas en derredor del salón. Unas veces, eran el tamboril y la flauta; otras, el acordeón. Se acababa sudando a goterones. Eran -y todavía siguen- piezas bailables que nacieron cuando moría el siglo XVII y asomaba el XVIII. Ritmo rápido y vivo. El origen cortesano del vals tomó características muy propias al adaptarse a los medios rurales. Perdió en refinamiento, pero ganó en bravura; bravura no exenta de galantería, que nada tiene que ver con la brusca zafiedad.
En Santibáñez el Bajo, son muchos los que recuerdan los salones de Ti Aniceto Calle y de Ti Ulpiano Jiménez, el de El Cano, los de Ti Gervasio Casas y Ti Saturnino "Pajita"... Cuántos y cuántos vals se han pespunteado en las tardes y noches de los días festivos. Fiestas del Cristo y San Blas, de Carnavales y de Ferias, de San Antonio y Nuestra Señora, de Santiago y de Pascua... Sudores de baile, vino rojo para los mozos, botellas de "orange" para las mozas, bálago ardiendo para los forasteros, cantares de taberna en los descansos, rondas al terminar...
Aún continúa el vals corrido. Algunos han alcanzado gran popularidad. Se siguen bailando "La Remolona" y "Gervasio", "En Sevilla había una casa" y "Los Toritos", "Tengo un barco pescadero" y "Al amanecer"... Todo un conjunto de melodías que despiertan el genio de los hombres y mujeres de la antigua Tierra de Granadilla.
EL RAMO
Mucho se ha hablado sobre los posibles orígenes de los Ramos procesionales. Predominan las hipótesis que hablan sobre oscuros ritos dendrolátricos. Ramos de pinos y de tejos, de laureles y de olivos... han servido, desde tiempo inmemorial, para engalanar ventanas y balcones en la misteriosa noche de San Juan. ¿Acaso el Domingo de Ramos, con sus palmas o tallos de olivos, no es otra cosa que una cristianización de una vieja costumbre pagana, tal vez relacionada con la dendrolatría? Los amarillentos legajos nos han dejado testimonio de aquellos cultos que ciertos pueblos rendían a determinados árboles o plantas. Hasta hoy en día se pueden rastrear tales cultos en la zona que nos encontramos. Veamos, si no, la práctica curanderil de arrodillarse junto a la planta denominada "Buenvarón", antes de venir el día, al objeto de eliminar los "cocos" que azotan a los ganados.
No podemos detenernos en analizar los aspectos etnológicos de los Ramos. Ciñámonos a nuestro Ramo de Santibáñez y veamos, someramente, en qué consiste. Cuando alguien contrae un mal o enfermedad, suele encomendarse al Santísimo Cristo de la Paz, cuya devoción raya en el fanatismo en este lugar. A lo mejor hace la promesa de ofrecerle un Ramo al Cristo si sale "en bien" de tal trance. Y si así fuere, se va a la sierra a por un buen ramo de pino, que se engalana con cintas, dulces, botellas de licor, gallardetes, frutas, etc. El Ramo se coloca en unas andas. Cuando llega el día 23 de septiembre, festividad del Santo Cristo de la Paz, se saca en procesión. Y a lo largo de las calles del pueblo se van cantando coplas alusivas a la enfermedad y curación de la persona que ofreció el Ramo. De vez en vez, se realizan paradas y se oyen los redobles de la caja. Todo el cortejo procesional queda embargado por la emoción. Sólo se oyen suspiros, apagadas toses y los quedos pasos sobre el pavimento de las calles. El mismo día 23, por la tarde, a la hora del ofertorio, el Ramo será subastado entre los vecinos del pueblo.