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La peregrinación a un "lugar santo" es un acto aceptado -y hasta fomentado por casi todas las religiones-, con el cual un individuo se proponía obtener algún favor de la divinidad o pedir perdón por alguna falta cometida. El Cristianismo tuvo desde los primeros siglos santuarios o iglesias a los que el viajero dirigía sus pasos y sus plegarias, pero especialmente a partir de la Edad Media fueron Roma, Santiago de Compostela y los santos lugares los puntos a los que se encaminaron miles de peregrinos de todo el orbe. Que este hecho tuvo inmensa importancia cultural y económica no es un secreto para nadie; tampoco lo es que, alrededor de esos trayectos, creció un folklore diverso en el que se mezclaban características universales con actitudes localistas. Cuentos, leyendas, canciones, romances, costumbres, melodías, instrumentos, sirvieron así de vehículo de expresión para todos aquellos que hacían el camino y querían comunicar a los demás sus experiencias. Durante épocas particularmente difíciles, los propios peregrinos se encargaron de divulgar historias y relatos en los que la Virgen o Cristo protagonizaban hechos bajo el hábito de viajeros, divinizando de ese modo tanto el atuendo como a quien lo portaba. Al mismo tiempo la hagiografía utilizaba con similares fines la vida de santos tales como San Amaro, Santa Brígida, Santiago o San Geroldo y, finalmente, hasta dieciséis mártires o vírgenes subían a los altares con el nombre de Peregrino o Peregrina. Todos estos hechos no son casuales y responden a la intención de crear una corriente social favorable a la figura y al "oficio" de peregrino que se ha mantenido basta nuestros días.