Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Por lo que parece, la venta de folletos de 16 páginas y pequeño formato (10 X 15 cms., generalmente) conteniendo los argumentos y cantables de óperas, zarzuelas, comedias, juguetes líricos y sainetes, constituyó un negocio para quienes tuvieron la vocación y la constancia de llevarlo a término. El proceso, esencialmente, era el siguiente: Una obra de teatro -una vez obtenido el refrendo del público- era "reducida" a unas líneas en prosa, salpicadas de vez en cuando con los nÚmeros musicales de más éxito. Ese texto "arreglado" se mandaba imprimir y, o bien se vendía en los puestos estables de periódicos y en los quioscos, o bien se pregonaba y cantaba en calles, mercados, cafés, salones y teatros de pequeñas localidades por alguien especializado. Fue famoso en ese oficio durante décadas Julián Iriarte Lorea, navarro de origen y falto de un brazo, quien recorrió España entera desde 1880 hasta los primeros años de este siglo, llevando para cantar y vender más de doscientos argumentos distintos de ese repertorio. El público, finalmente -y en especial los aficionados al Arte de Talía o a las obras musicales-, compraba esos libritos o se suscribía a ellos para recibir cómodamente en su domicilio la colección completa. Celestino González, dueño sucesivamente de los quioscos de la Plaza Mayor y de Fuente Dorada en Valladolid, llegó a ofrecer a su parroquia distribuida por toda la Península más de quinientos títulos de cuyas transcripciones y reducciones fue autor. Otros adaptadores, como José Aranda y Acisclo Gil en Madrid, también cumplieron el mismo papel, dejando clara en primera página su autoría y mencionando el recurso a la justicia en el caso de que no se respetara su derecho o se plagiara su trabajo.