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Aragón es tierra de gran riqueza en indumentaria tradicional. Desde los valles pirenaicos hasta las sierras turolenses, la variedad de formas de vestir en épocas pasadas es muy amplia. No nos estamos refiriendo al "traje típico" o "regional" representado por los trajes de baturro, sino a la verdadera indumentaria usada en estas tierras (1).
Una muestra de dicha variedad viene dada por los distintos modelos de calzado usados en diferentes comarcas. La alpargata es la prenda más generalizada para cubrir el pie, siendo la llamada miñonera la más popular o abundante, aunque son muchos más los tipos de que hay constancia. Pero además de alpargatas, en Aragón se calzaban galochas, sipelles, abarcas de piel, de goma, espardeñas o zuecos, por mencionar los calzados más conocidos.
Nos ocuparemos en estas líneas solamente de un tipo de zueco muy peculiar y característico de algunas comarcas turolenses: el zueco abarquero.
A diferencia de los modelos usados en otras zonas del país, como la cornisa cantábrica, o del mismo Aragón, como las áreas pirenaicas, los zuecos que nos ocupan presentan una morfología muy específica.
La imagen que viene a la mente al pensar en un zueco es un calzado de una pieza confeccionado por entero en madera, o a lo sumo con una banda de cuero en el empeine que evite el borde duro de la madera; además cuenta con la suela lisa, pudiendo presentar o no tacón. Por otro lado, hablaremos de madreñas cuando tengan tacos para lograr un mayor aislamiento del suelo. Pero los zuecos abarqueros turolenses difieren de esa imagen tanto en la forma como en los materiales usados en su fabricación, ya que únicamente la suela es de madera, mientras que con fibra vegetal se ha elaborado el talón y la careta.
Constan, por tanto, de tres partes: la suela, realizada en madera, ligeramente curvada para facilitar en lo posible el movimiento, y sin tacón; la careta o zona delantera superior que cubre todo el empeine del pie, y por último, el talón. La careta y el talón están realizadas en cuerda de esparto.
Estos zuecos eran junto a las abarcas el calzado más habitual, esencialmente en época invernal y a la hora de hacer las labores agrícolas.
Ofrecen importantes ventajas al compararlos con otros tipos de calzado, pudiendo destacar entre ellas el aislamiento térmico y de la humedad, propiciado por una suela con un grosor de varios centímetros que impide el contacto de los pies con la nieve, el agua o el barro. Si a ello se añade que siempre eran usados con peales, polainas o tiras de paño, la protección del frío era inmejorable. Del mismo modo era un calzado muy higiénico, permitiendo una perfecta transpiración y aireación del pie. Pero la ventaja esencial es su economía, ya que se fabricaban con materiales fácilmente asequibles en el medio en que se vive, sin precisar contrapartida económica alguna a cambio, aspecto muy a tener en cuenta en una economía autárquica y de subsistencia.
Según los testimonios que hemos recopilado, un par de zuecos venía a durar todo un invierno en el caso de las mujeres, mientras que los hombres podían llegar a gastar hasta tres pares en el mismo período.
Ahora bien, hay que señalar igualmente sus desventajas, entre las que es preciso indicar tanto la poca flexibilidad como su poca ligereza, que los hacen bastante incómodos pues no facilitan los movimientos del pie, siendo preciso acostumbrarse a su uso. La zona más problemática o incómoda solía ser el talón, por lo que en numerosas ocasiones se forraban con paño para lograr un almohadillado que evitara las posibles rozaduras o heridas (figura 2 y figura 6, nº 2 y 4).
Muy raros eran los casos en que se herraban estos zuecos, aplicando alguna placa metálica o clavos a la suela, por lo que resultaban un tanto peligrosos si había que andar con hielo, dada la superficie plana que presentaban al no tener tacón. En los pocos ejemplos que conocemos con clavos en la suela, éstos se han añadido para evitar un excesivo desgaste y lograr así una mayor durabilidad del calzado, no para conseguir una mejor adherencia al firme.
A pesar de las desventajas era el calzado preferido por la mayor parte de la gente, esencialmente por los masoveros y los pastores, sin que ello signifique que no los usaran los habitantes de los lugares o pueblos. Su uso era obligado en invierno, pero se calzaban durante todo el año, tanto dentro como fuera de la casa, para ir a misa, bailar, ir a la escuela, etc.
Se disponían directamente en el pie, sin otro calzado intermedio, las mujeres únicamente con medias y los hombres con piales o borceguíes sobre las calcillas o medias. En invierno se complementaban con polainas o tiras de paño que a modo de vendas cubrían la pantorrilla; otra solución era añadir al zueco en el empeine y el talón unas pequeñas ansas por las que se pasaban cuerdas y trapos para proteger más el pie del frío y la nieve.
La importancia de este calzado para buena parte de la población, como eran los masoveros, queda reflejada en la siguiente copla:
Mi novia me regaló
unos piales de pezuelos
y yo le he prometido hacer
unos zuecos abarqueros.
Con el paso del tiempo y el desarrollo económico, los zuecos abarqueros dejaron de ser llevados por la mayoría de los lugareños, quedando restringido su uso a los masoveros y pastores, estamentos sociales con precarias condiciones económicas. Esta perduración ha motivado que hoy en día se considere este calzado como propio Únicamente de esos dos grupos, lo que queda reflejado en diversos acontecimientos o celebraciones. Es el caso, por ejemplo, de la Bajada de los pastores, fiesta que se celebra en diversas localidades de la provincia de Teruel, entre ellas Mora de Rubielos, y cuyos participantes, ataviados de pastores, calzan zuecos abarqueros y producían con ellos al caminar un ruido inconfundible que caracterizaba el acto.
Representativo es asimismo el Dance de Alcalá de la Selva, en el que parte de los personajes que intervienen, los graciosos, lucen el atuendo de pastores y por ello son los únicos que calzan estos zuecos. Igual circunstancia se da en los pastores de los dances de Fortanete, Jorcas o Mora de Rubielos.
La Zona geográfica en que se usan se ubica en la parte sur de la provincia de Teruel, esencialmente en el área suroriental, comprendiendo buena parte de las serranías: Maestrazgo, Sierra de Gúdar, cuenca del río Alfambra, Campo de Visiedo y sierra de Albarracín.
Tenemos confirmación del uso de este calzado, bien por conservarse aún algunos ejemplares, bien por Constatar la existencia de artesanos en el lugar, o bien por ambas referencias, en las siguientes localidades, representadas en la figura 3:
1. Miravete de la Sierra
2. Jorcas
3. Villarroya de los Pinares
4. Villarluengo
5. Tronchón
6. Mirambel
7. La Cuba
8. Fortanete
9. Cantavieja
10. Iglesuela del Cid
11. Mosqueruela
12. Puertomingalvo
13. Castelvispal
14. Nogueruelas
15. Mora de Rubielos
16. Cabra de Mora
17. Alcalá de la Selva
18. Gúdar
19. El Castellar
20. Aldehuela
21. Caudé
22. Frías de Albarracín
23. Guadalaviar
Y no dudamos de que este listado puede ampliarse al resto de pueblos que configuran las serranías antes mencionadas, e incluso a las áreas próximas.
En Iglesuela del Cid contamos con un testimonio excepcional que nos documenta el uso de estos zuecos al menos desde el siglo XVIII. Se trata del conjunto de pinturas murales conservado en uno de los salones de Casa Matutano-Daudén (2), actualmente en proceso de acondicionamiento como Hospedería del Maestrazgo. En dos de las escenas se ha representado a sendos personajes luciendo el calzado que aquí nos ocupa, uno de ellos (figura 4) encima de unas cortas polainas.
A los habitantes de Jorcas se les conoce en la comarca con el apelativo de zoqueros, al parecer por el alto número de vecinos que dada su condición económica se veía obligado a calzar zuecos abarqueros. A ellos se refiere la siguiente copla, recogida en dos versiones muy similares:
San Pedro Mártir glorioso
abogao de los jorquinos
el que no tenga zapatos
que lleve zuecos de pino.
San Pedro Mártir de Jorcas
abogao de los jorquinos
el que no tenga zapatos
que se los haga de pino.
Pero también se calzaban zuecos abarqueros en la provincia de Castellón, concretamente en las comarcas del norte que suponen la prolongación natural de las serranías turolenses y con las que comparten formas de vida (3).
TECNICA DE FABRICACION
La elaboración de este calzado era totalmente artesanal y casera, no existiendo profesionales especializados ni comercialización.
Era una labor reservada a los componentes masculinos de la familia, quienes confeccionaban cuantos pares fueran necesarios para el propio consumo familiar, siendo rarísimos los casos en que se hiciera algún par por encargo de personas ajenas a ese ámbito.
Normalmente era el padre el encargado de esa tarea y era él quien la enseñaba a sus hijos varones. La existencia de zoqueros profesionales no era necesaria puesto que en todas las casas se fabricaban sus zuecos.
Del proceso de fabricación comenzaremos hablando por la realización de la suela, que podía hacerse con cualquier tipo de madera, siendo empleadas las más abundantes en la zona y por ello el pino acapara la práctica totalidad de los zuecos que hemos podido ver.
La madera de pino tiene la ventaja de ser muy fácil de trabajar por su docilidad, además de su poco peso, lo que proporciona mayor comodidad a la hora de llevar el calzado; sin embargo, su misma blandura hace que se desgaste antes que otras maderas.
También se fabricaban suelas en madera de chopo, encina y carrasca. Los zuecos de chopo eran aún más ligeros que los de pino, pero duraban menos. La carrasca, por el contrario, es más dura por lo que es más difícil de trabajar, aunque los zuecos sean más duraderos.
Una vez elegida la madera, se tomaba un pedazo de tronco que se desbastaba dándole la forma esbozada de una suela, tomando como medida el tamaño del pie o bien de otro calzado como una abarca o una alpargata, calculando siempre varios centímetros de más.
A continuación se abría el tronco longitudinalmente por el centro, obteniendo así dos piezas de similares características y con las mismas vetas. Con un segur o astral, o con una azuela se dolaban, o lo que es lo mismo, se les daba ya una forma más aproximada a la definitiva, eliminando volumen pero aún sin ultimarlas.
Para conseguir el aspecto ligeramente curvado que todas las suelas presentan, se acercaban al fuego, cuyo calor permitía doblegar la madera y darle dicha forma.
Es preciso luego secar o cocer las suelas metiéndolas en paja o cierno durante el tiempo que se considere necesario, para que posteriormente la madera no se abra o resquebraje.
Tras estas operaciones y de nuevo con la azuela, se les daba ya su forma definitiva, dejándolas lisas y uniformes.
El grosor de las suelas que hemos podido estudiar oscila desde los 2 cm. de un par de zuecos femeninos muy desgastados, hasta los 5 cm. de otro par de hombre que no se han llegado a estrenar.
Previamente a insertar la cuerda de esparto que va a formar la careta y el talón, en ocasiones se realiza un pequeño canal o línea incisa que sirve de guía para la realización de los orificios por los que se introducirá el cordel.
Las perforaciones se llevan a cabo con una pequeña barrena metálica, de la que hemos podido documentar dos ejemplares, conservados respectivamente en las localidades de El Castellar y Miravete de la Sierra. La primera de ellas, reproducida en la figura 5, consiste en un vástago metálico de 11 cm. de longitud, cuyos dos últimos centímetros cumplen la función de barrenado, embutido en un mango poliédrico de 3 cm. de altura en su parte central y realizado en cuerno de macho cabrío; ese mango presenta una sencilla decoración incisa formada por la sucesión de trazos de diferente orientación que forman una línea zigzagueante. Parece ser usual que estas barrenas, sin duda de confección casera, tuvieran el mango de asta de macho cabrío (4). La segunda pieza, cuenta con un vástago metálico de 17 cm., de los que 2,5 configuran propiamente la barrena, y un mango de madera de 3,8 x 9,3 cm., sin decoración alguna.
Con la barrena se realizaban, perforando la suela, tantos orificios como líneas de cuerda se quisieran disponer, dependiendo de la superficie del pie que debiera cubrir la careta, además de las que configuraran el talón. Para cada cuerda eran precisas dos perforaciones, una en cada lateral de la suela.
Las cuerdas estaban compuestas por dos finos vástagos de esparto que una vez torsionados conjuntamente, proporcionaban un grosor variable ente 6 y 8 mm. La torsión podía realizarse en dos sentidos (5):
-a derechas: el vástago de la derecha va pasando sucesivamente por debajo del de la izquierda; se obtiene una torsión en S.
-a zurdas: el vástago de la derecha va pasando repetidamente por encima del de la izquierda; se obtiene una torsión en z.
La mayor parte de los zuecos utiliza, para formar la careta y el talón, cuerda torsionada en un único sentido, bien a derechas o bien a zurdas, predominando en los usados por los hombres la torsión a derechas.
La confección de la careta y el talón se efectuaba con una larga y curvada aguja que, como es lógico, recibe el apelativo de zoquera.
Aunque no siempre se dan, dos rasgos estéticos diferencian los zuecos femeninos de los masculinos:
-Disposición alterna del sentido de torsión de las cuerdas, a la hora de formar la careta y el talón, de modo que enfrentando una con torsión a derechas o en s con otra torcida a zurdas o en z se consigue una superficie que forma un dibujo en espiga.
-Presencia de pequeñas ansas decorativas que a modo de orla lobulada rematan la línea del empeine y en ocasiones el talón. El tamaño de estas asas es muy reducido ya que su función es solamente adornar el zueco.
Ambas características pueden apreciarse en los zuecos de la figura 6, nº 7, conservados en el castillo de Mora de Rubielos.
Algunos ejemplares, independientemente del sexo de su propietario, presentan, en los laterales del espacio existente entre el talón y la careta, sendas asas de cuerda destinadas a facilitar la sujección al pie al pasar por ellas una cuerda que también era de esparto (figura 6, nº 5 y 6).
Más peculiar es el caso de otros zuecos, procedentes de Cantavieja, que cuentan con una careta muy profunda y a los que se les ha abierto longitudinalmente el empeine, con cuatro asitas a cada lado de la abertura, por las que discurre un cordel con el que cerrarlos (figura 6, nº 4).
No obstante, la mayor parte de los zuecos no necesitan ninguna forma de sujección, ya que simplemente introduciendo el pie se mantienen seguros, puesto que la careta tiene la suficiente profundidad para ello.
La elaboración de zuecos abarqueros está prácticamente desaparecida en los pueblos turolenses, si bien y aunque ya no son muchos, aún viven hombres, por regla general antiguos masoveros, que conservan en la memoria todo el proceso de su fabricación. Con algunos de ellos hemos mantenido amenas charlas de las que hemos entresacado la información reflejada en estas páginas, en especial con D. Domingo Gasque, de Nogueruelas y D. Constancio Guillén, de El Castellar. Pero han sido muchas más las personas que nos han mostrado los zuecos que guardan en graneros y falsas, e incluso ejemplares a medio confeccionar, además de compartir con nosotros los recuerdos de ver a padres y abuelos fabricándolos, como han hecho Aquilino Ariño y Juan José Herrera en Miravete de la Sierra o José Marín en Mirambel, por mencionar solamente a quienes hemos robado más tiempo. A todos ellos, nuestro sincero agradecimiento.
Es difícil que esta artesanía resurja como actividad y no sólo como materia de estudio etnográfico, ya que hoy en día es impensable el uso más o menos cotidiano de este peculiar calzado.
Aún con todo, hay quien se resiste a olvidar antiguas costumbres y así nos podemos encontrar con seres como José Martín, natural de Jorcas y hoy residente en Valencia, que reproduce en miniatura los zuecos abarqueros para ser vendidos en su pueblo como recuerdo turístico, o incluso los elabora a tamaño natural previo encargo.
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NOTAS
(1) Maneros López, F. y Aguarod Otal, C.: Mujeres con sayas y hombres de calzón. Indumentaria tradicional en el Maestrazgo y la sierra de Gúdar (Teruel). Zaragoza, 1996.
(2) Maneros López, F.: "Las pinturas murales de la Casa Matutano-Daudén en Iglesuela del Cid (Teruel)", Pasarela nº 7, pp. 22-28, Zaragoza, 1996.
(3) Roca, P. y Puig, I.: La indumentaria tradicional a les comarques del nord del País Valencia, p. 52, Castelló, 1987.
(4) Sánchez Sanz, M. E.: Maderas tradicionales españolas, p 180, Madrid, 1984.
(5) Sánchez Sanz, M. E.: Cesteria tradicional aragonesa, pp. 100 y 106, Zaragoza, 1994.