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Desde los tiempos del maestro Gonzalo Correas (de cuya mano salieron el Arte de la lengua española castellana y la Ortografía kastellana) basta boy, las normas de la lengua española -especialmente a partir del momento en que la Real Academia asumiera la responsabilidad de velar por su pureza- han tratado de simplificar la ortografía y la fonética para el provecho de todos y la mejor comprensión entre los hablantes del lenguaje hispano. El mismo Correas, como fonetista radical y seguidor de las teorías de Nebrija, aunque se muestra intransigente con los idiomas extranjeros, utiliza la K tan frecuentemente, que en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales incluye más de trescientos dichos que comienzan por esa consonante.
Al día de hoy, y tras un congreso celebrado en Galicia hace unos años al que asistió un académico que se comprometió a elevar a la docta Institución la necesidad perentoria de cambiar la K por C en la palabra Folklore, los correctores de libros y periódicos de toda España han tomado como suya la imprescindible labor reformadora. Al ser un vocablo de uso restringido y no haber encontrado oposición (otra cosa hubiera sido pretender poner con Q todos los kilómetros de los Indicadores de carretera de Europa), la tarea ha sido sencilla. La ventaja innegable es que cuando hoy día una persona quiere consultar en Internet alguna referencia al tema, encuentra todo lo español en un minúsculo apartado (el gasto de conexión es mínimo), libre de extranjerismos y ostentando claramente su pureza ortográfica.