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El 15 de agosto, día de Nuestra Señora, celebra Cantalejo su fiesta patronal. Quien visita esta localidad durante la fiesta o, mejor aún, en las semanas previas, advertirá la presencia en la calle de grupos de jóvenes que van de un lugar a otro haciendo chiscar un látigo contra el asfalto o contra las aceras; se trata de unas trallas de cuero, como las utilizadas por los antiguos trajinantes o como las que portan los mulilleros que retiran los toros de los ruedos, tras la corrida. También las he visto en alguna feria caballar o en el mercado de ganado que se celebra cada viernes en Avila. Algunos gitanos dedicados al trato de ganado las utilizan como emblema. Pues bien, esta tralla es también el distintivo de los quintos de Cantalejo.
Para hacerse notar, la restallan o chiscan contra el suelo, creando inquietud en el ambiente, pues la violencia de los trallazos hace temer que, en un descuido, puedan golpear a los viandantes más próximos que, en defensa propia, se apartan para cederles el paso.
Una mañana previa a las fiestas, aculado en un banco de la plaza Mayor, expresaba yo estos temores a un paisano de Cantalejo.
- ¿Cómo es posible, -me quejaba-, que la autoridad permita que estos desalmados se apoderen de la calle de esta manera? El paisano aquel me miró estupefacto, con un punto de incredulidad en sus ojos.
- Los chicos hacen lo que tienen que hacer -me dijo.
- Pueden sacar el ojo a más de uno -le señalé.
- Aún así; las trallas son desde antiguo parte de la fiesta. Es más, no me imagino una fiesta sin trallas; sin toros, sin música, sin partido de pelota, me cuesta, pero bueno; sin trallas, no.
Como quiera que aquel razonamiento me parecía arbitrario, mostré mi extrañeza y entonces el paisano me dijo: - Usted sabe que Cantalejo, desde antiguo, se ha dedicado a los tratos de ganado y a la venta ambulante de trillos. Los trilleros de Cantalejo recorrían media España vendiendo su mercancía: La Mancha, Aragón, Extremadura, León, La Rioja. Muy largos han sido los caminos. Pues bien, los trilleros o "briqueros", como se dice en gacería, un lenguaje propio de aquí, procuraban dar por rematada la campaña, que comenzaba en primavera, a finales de julio o primeros de agosto. Los trillos que no se hubieran vendido entonces ya no se iban a vender. Y emprendían el viaje de regreso procurando llegar al pueblo las vísperas de las fiestas. Por aquella época no había otros ruidos que los de los carros que trajinaban de acá por allá sobre caminos de tierra blanca, de modo que apenas había ruidos. Y entonces, el briquero cantalejano que llegaba, qué le voy a decir yo, de Tomelloso, de Santo Domingo de la Calzada, de Benavente o de Zafra, que traía doscientos o trescientos o cuatrocientos kilómetros a la espalda, ocho o diez, o doce días de viaje, cuando divisaba la torre de Cantalejo, le entraban unas ansias locas por llegar, un júbilo irrefrenable y sacaba la tralla que llevaba en el carro y la chiscaba contra el suelo. Y en el silencio de aquellos días, los chicos que jugábamos por las calles, escuchábamos el chasquido de la tralla y, contagiados por la emoción del trillero, decíamos: "que viene uno", y, aguzando el oído, intentábamos adivinar si era por la carretera de Sepúlveda o por la de Cuéllar, por la de Aranda o por la de Segovia y, en grupo, salíamos a darle la bienvenida, después de tres o cuatro meses de ausencia, y las voces corrían por las calles: "que ya ha venido Fulano". Y las familias, las mujeres y madres que se habían quedado en el pueblo, salían también empujadas por el júbilo de abrazar a los suyos, y se producían las escenas emocionantes que ya se puede usted imaginar. No siempre salía la familia a recibirle porque lo más frecuente es que la familia saliera a hacer la ruta con el trillero, de modo que, en ocasiones, se producía otra sorpresa mayúscula y es que, si habían salido cuatro, eran cinco los que llegaban, tenga en cuenta que muchos cantalejanos han nacido en el carro por esos pueblos alejados y perdidos...
Y lo mejor es que no había acabado de llegar un briquero por la carretera de Aranda cuando se escuchaba el eco lejano de una tralla por la carretera de Cuéllar y otra vez volvía a repetirse la escena. De modo que lo mejor de la fiesta eran las vísperas, aquellos nervios, aquel trajín, aquellos chasquidos que anunciaban la vuelta a casa, el reencuentro de todos los que andaban desperdigados. Luego, en esos mismos días, con el dinero de la campaña calentando las manos, se pagaban las deudas de todo el año: los clavos de la ferretería, Cantalejo ha gastado toneladas y toneladas de clavos fabricados en el País Vasco, las cuentas pendientes con la tienda de comestibles, las de la ropa... Si quieres llamar dos veces al mismo picaporte, tienes que quedar bien la primera, decían los trilleros, que siempre tuvieron fama de buenos pagadores, por eso digo que se pagaba todo y, casi, casi, se volvía a empezar de cero: otra vez a cortar pinos, aserrar madera, a secarla, y otra vez a montar trillos, los hombres escopleando y las mujeres empedrando. ¡Qué vida! ¿Entiende ahora por qué estos jóvenes que chiscan las trallas en la víspera de la fiesta, hacen lo que tienen que hacer? Para muchos, el primer juguete ha sido una tralla. Casi todos han tenido un abuelo o un bisabuelo que anduvo en su día mareando caminos con un carro cargado de trillos. Había trescientas cincuenta o cuatrocientas familias. Ahora ya no se hacen trillos, la gente ha Ido adaptando su vida a otros negocios, muchos de ellos ambulantes también, pero la sangre tira y cada vez que una tralla suena nos hace recordar a nuestros mayores, aquellos días alocados y felices de la llegada paulatina de los trilleros y de las escenas dichosas que se producían.
- ¿Y las trallas que chiscan las fabrican ellos?
- Ellos o nosotros, los mayores. El caso es que no les falte, ni a los chicos ni a las chicas. Yo fabriqué las de mis hijos cuando fueron quintos. No es más que un palo torneado al que se adaptan dos tiras de cuero y en el remate del cuero se le añade un cordel de seda. Eso sí, al cuero, se le engrasa con tocino y durante un mes se le cuelga un peso para que estire y resulte más elástico. Luego chiscan mejor. Lo malo sería embadurnarle con grasa de caballo; se agrieta el cuero y acaba por romperse.
- ¿Y sólo en chiscar la tralla consiste ser quinto o quinta en Cantalejo?
- En chiscar la tralla y en visitar los bares durante los primeros quince días de agosto. Ellos pagan una ronda y el bar está obligado a invitarles a otra.
Tienen que pasar por todos los bares. Los quintos eligen también a la reina de las fiestas y a las cuatro damas entre las quintas; además, en la romería de la Virgen, en primavera, son las quintas vestidas de segovianas y los quintos los que portan las andas durante la procesión. Son costumbres que no cambian. Por eso le decía que sin toros, sin partidos de pelota puedo imaginarme unas fiesta, sin trallas, no.
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NOTA
Agradezco a Emilio Zamarriego Monedero, nacido en Cantalejo, en 1940, parte de los datos que se trascriben en este artículo. También a Ana de Santos Antón (Muñoveros, 1980) por otra parte de los datos y por las gestiones para recabar las fotografías actuales. Igualmente a José Luis Rojo Vírseda por sus desvelos en la búsqueda de la fotografía antigua, cedida por gentileza de don Quintín Vírseda.