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I- EL TEATRO: FIESTA Y MEDIO DE COMUNICACIÓN
Causa verdadero asombro al historiar el género literario teatral, constatar el grado sumo de importancia e interés que adquirieron en la España del siglo XVII los dramas eucarísticos más conocidos con el nombre de autos sacramentales, género único en el mundo y rigurosamente de creación española.
A tantos siglos de distancia resulta muy difícil de aventurar una hipótesis que justifique plenamente todo su éxito y esplendor, aunque comiencen a celebrarse a partir del siglo XIII, con la decisión del Papa Urbano IV, de celebrar el Corpus.
Desde luego, no es desdeñable, en absoluto, que la posición netamente religiosa española, totalmente fiel al Concilio de Trento impusiera definitivamente estas representaciones por su absoluta eficacia como arma de lucha contra la herejía protestante luterana, que se iba infiltrando primero esencialmente entre los ambientes intelectuales universitarios, más que en el propio pueblo, aunque naturalmente éste podía ser susceptible de abrazar también la herejía debido a su bajo nivel cultural y al deseo que siempre subyace de liberación de toda clase de imposición, para caer en otra mucho peor.
Las autoridades eclesiásticas en franco maridaje con los católicos gobiernos políticos reinantes, vieron claramente este peligro, y observando que el teatro ejercía con toda rotundidad una fuerza atrayente y subyugante como espectáculo, al igual que lo es todo tipo de "fiesta", encontraron que el teatro era el vehículo más idóneo, no sólo para entretener (cosa que todo tipo de teatro lleva implícito y cuya causa sería digna de estudiar con mucho mayor detenimiento), sino como medio de instruir a un pueblo iletrado en aquello que lógicamente era más urgente y más les interesaba: la defensa de los dogmas católicos.
Lo que resulta verdaderamente mucho más asombroso es que se pudieran llegar a encarnar estas ideas abstractas en personajes muy concretos, tanto como para poder ser llevados a escena.
Esto es precisamente lo que más nos lleva a deducir la calidad de nuestros principales dramaturgos, que fueron capaces de construir todo un engranaje escénico tan atractivo y convincente.
El profundo contenido de estos autos sacramentales, en principio no era nada propicio por su falta de acción, para el público al que iba destinado, siempre ávido, en cualquier época, de todo tipo de intrigas amorosas, bailes y mucha acción. ¿Cómo hacer pues, interesar a ese público más bien inculto, en tal caudal de ideas religiosas, en torno principalmente al dogma esencial del catolicismo, que es el de la presencia eucarística?
Es posible que cuando se trata de un teatro de ideas, lo único que cabe es acentuar, potenciar aquellos aspectos que más directa y fácilmente lleguen al espectador: de ahí que los autos sacramentales pueden hoy estudiarse como paradigmas de toda esa nueva ciencia que está tomando tanto auge en torno a todo lo concerniente a la escena. Se trata de la "Semiótica teatral", ciencia que trata de estudiar cómo pueden simbolizar ideas y sentimientos, todos los "signos" que intervienen en el teatro: iluminación, decoración, vestuario, sonido, música y naturalmente la interpretación del actor.
Todos estos signos enfatizados en la línea central del drama católico adquieren verdadero carácter alegórico y penetran visualmente en el espectador con la máxima potencia.
El teatro ejercerá así plásticamente una auténtica sugestión, pero puede afirmarse, casi con toda seguridad, que sólo un autor supo lograr con plenitud este difícil arte de plasmar visualmente tal riqueza teológica sobrenatural e intangible.
En realidad fue sólo Calderón el autor que llevó a la cima los autos sacramentales, siendo autor de cerca de ochenta autos. Ni antes ni después de él, ningún otro autor superó tanta cantidad, calidad y esplendor.
Calderón era sin duda alguna el dramaturgo dotado de mayor sentido teatral en los aspectos que se concibe actualmente el teatro, porque poseía no sólo las ideas, sino la "visión" escénica y el dominio absoluto de toda la amplísima gama de los "signos icónicos y acústicos" que debe abarcar todo teatro más completo. No nos olvidemos que en algún modo Calderón es el primer autor de la primera "zarzuela", es decir que sabía componer música, pero además dibujaba y proyectaba con precisión esquemas gráficos y con gran riqueza de imaginación todas y cada una de las escenas sucesivas de sus autos sacramentales.
Afortunadamente tenemos la suerte de conservar aún (es un milagro en un país tan negligente) las acotaciones y los dibujos que nos indican con toda suerte de detalles, incluso minuciosamente, cómo ha de ser eso que hoy denominamos "puesta en escena" o montaje de cada uno de sus autos: "Ábrese el peñasco y vése en el primer cuerpo una hidra grande de siete cabezas y sobre ella la Culpa, vestida de negro con estrellas". Es decir que los elementos escenográficos eran consustanciales con el auto sacramental, dado que constituían el único y mejor modo de aclarar la lógica oscuridad de todos sus simbolismos.
Aquella exuberante imaginación de Calderón que hacía abrir cielos y tierra, y rasgarse montañas por donde surgían súbitamente toda clase de monstruos y animales feroces, precisó inevitablemente, para convertirse en realidad, de grandes medios y entre ellos de carros colosales de varios pisos a veces, sobre los que se montaban los escenarios y se representaban los autos el día del Corpus, día más señalado para la exaltación del misterio precioso de la Eucaristía (figuras 1, 2 y 3).
Resulta evidente que tales montajes tenían necesariamente que prepararse con antelación, de modo que ya la víspera de la representación, el levantamiento tan complejo del escenario era de por sí todo un acontecimiento, digno de curiosidad y regocijo para el pueblo, que acudía a presenciar dichos preparativos en las afueras de la ciudad.
En el éxito y promoción de todo este teatro tuvieron un verdadero protagonismo las Cofradías, pero esto es digno de tratar aparte con más extensión.
Sólo los vientos de secularización y anticlericalismo que afloraron en el siglo XVIII, el llamado siglo de las luces, eliminaron estas peculiarísimas representaciones españolas. De esta manera fue como en el año 1763 los ministros de Carlos III, decretaron definitivamente su prohibición, aunque no su desaparición, pues en Valladolid hemos asistido hace pocos años a la reposición con el beneplácito del público del auto más significativo de Calderón: El Gran Teatro del Mundo, por la compañía Teatro Corsario, dirigida por Fernando Urdiles (medalla de oro 1991, de la Diputación Vallisoletana) (figura 4).
II- EL FUNDAMENTO ALEGÓRICO DE LOS AUTOS SACRAMENTALES
A nuestro juicio todavía no se ha estudiado demasiado, y menos aún analizado casuísticamente el tema de la Mitología como filón explotado sistemáticamente, no sólo en la poesía de los autores más famosos del siglo de oro, sino también como base argumenta! y fundamento alegórico de los Autos Sacramentales.
Cierto que nuestros dramaturgos se inspiraron además en otras fuentes ya sea en los libros de Caballerías, en el Romancero o incluso en nuestra propia Historia, donde encontraron temas y episodios de amor, muerte y guerra, todos ellos muy del gusto de la mayoría del público que llenaba los "corrales de comedias", pero no es menos cierto que también la Biblia, la Odisea, y sobre todo Ovidio y sus "Metamorfosis", constituyeron otra fuente inagotable para argumentos de numerosas obras dramáticas a partir de principios del siglo XVII, trasformando los personajes y los temas en símbolos alegóricos a modo de lección moral y espiritual.
Hasta el siglo XVII, el hombre había estado sumido en un sueño novelesco, es decir había visto el mundo a través de los héroes de los libros de caballería y de las novelas pastoriles o sentimentales, pero de pronto comprueba que en la vida cotidiana no se puede ser de continuo Amadís, esa especie de Supermán, y ni siquiera esos pastores, que realmente no cuidan de sus ovejas, sino que pasan el tiempo filosofando platónicamente acerca del amor. Y es que ahora, en pleno siglo XVII, el ciudadano español metido de lleno en fracasos políticos, bélicos y económicos va tomando absoluta conciencia tanto de su debilidad individual como de la de su nación.
Sin embargo, como buen español no quiere abandonar nunca su sentido de la frivolidad, el sentido de lo burlesco. Y estos sentimientos encontrados van a dar lugar a la comedia nueva, ese género teatral más genuinamente español y el que más se acomoda a su eterno modo de ser: "la tragicomedia", título por otra parte con que el que también, pero acaso por otras razones, el autor judío converso, el Bachiller Fernando de Rojas, se vio forzado a denominar a su única novela en las numerosísimas ediciones (29) que vieron la luz a lo largo del siglo anterior, se trata, por supuesto, de "La tragicomedia de Calixto y Melibea".
Se diría que el ambiente ya estaba propicio para albergar el nacimiento y éxito del Auto Sacramental, porque además es el momento en el que el teatro se configura, según hemos visto, como la verdadera y más eficaz alternativa para "distraer" a este tipo de público que demandaba reír y llorar al mismo tiempo, pero que también desea, si es que ha de ser adoctrinado, lo sea sin sermones, porque para sufrir ya tiene bastante con la vida cotidiana, y lo edificante se acepta mucho mejor a través de un fastuoso espectáculo.
De ahí que nuestros autores, la mayor parte de las veces por encargo, como veremos en un próximo apartado, se entreguen con el mayor entusiasmo a participar con sus obras en las festividades que organizan los Ayuntamientos y las Cofradías.
El terreno está preparado, porque ya desde la Edad Media, el uso del alegorismo (recordemos a Berceo, Alfonso X y otros autores) será constante en la literatura y en la predicación. El sermón ya utilizaba el ornato poético y la mitología clásica grecolatina. Los mitos servían a título de "exempla" o como fundamento alegórico para ejemplaridad de conductas y caminos de única salvación.
Y todo esto había educado las mentes de los feligreses en unas formas que sin duda favorecieron mucho posteriormente a la comprensión de los Autos Sacramentales, estas nuevas obras dramáticas que trataban de explicar gráficamente los dogmas teológicos del Catolicismo, desde un ropaje muy cercano a los sermones, pero con una gran ventaja, porque al ir revestido el teatro de un amplio y rico lenguaje audiovisual (no olvidemos que la música tiene en todo el teatro de Calderón una función básica y esencial) sustituía plenamente y de forma más efectiva a tanta pregunta retórica e interminable que todo predicador emitía en soliloquios para despertar la conciencia de un auditorio tan escasamente cultivado. Como se ha dicho siempre, y a veces se acierta, tal es en este caso: "Una imagen vale por mil palabras". Los signos escénicos, por muy complicados que fueran, eran mucho más asequibles, directos y efectivos que toda la oratoria sagrada. Y aun cuando algo no fuera del todo comprensible, el verso glosaba lo que el ojo percibía, de modo que subrayando la verdadera y exacta intención de lo que en la escena se sugería, poco o casi nada se perdía para el entendimiento.
De algún modo podemos considerar el auto de Calderón "Los encantos de la Culpa" como el compendio y paradigma de todo lo que hemos ya expuesto.
El hombre (Ulises) inicia un perigrinaje odiseico, un viaje por el mar (la vida). Al toque de clarín zarpa la nave y tras múltiples peripecias y atraído por la música engañosa de LA CULPA (la maga Circe de la Odisea), se instala en un "jardín de falsas delicias" (la Tierra) donde la Culpa rodeada de sus no menos atractivas damas (Lascivia, Gula, Mundo y Demonio) le encanta y domina, también entre dulces y sibilinas músicas:
Si quieres gozar florida
edad entre dulce suerte,
olvídate de la Muerte
y acuérdate de la Vida.
Pero el Hombre, acompañado del Entendimiento, que le hace reflexionar y ver el mal, pide ayuda para ser liberado de esta situación y cárcel en que ha caído a causa de los sentidos, y el Cielo que siempre oye a los arrepentidos, por muchas veces que caigan o se dejen engañar, le envía el auxilio de la Penitencia. Y así entre ambas ayudas el Hombre consigue salir del escollo y seguir adelante con su peregrinaje:
Entendimiento:
Ulises capitán fuerte
Si quieres dicha crecida.
Penitencia:
Olvídate de la Vida
Y acuérdate de la Muerte.
El auto, naturalmente, acaba con la destrucción de la culpa por medio de un cataclismo, mientras entre músicas sagradas (Orfeo, Dios) aparece la nave salvadora con la enseña del Cáliz y la sagrada forma, porque, como es obvio, la Eucaristía siempre ha de estar presente de alguna manera en todo Auto Sacramental.
En definitiva, todos los Autos Sacramentales, nos presentan alegóricamente al ser humano, siempre dividido entre la dialéctica del Bien y del Mal, entre el Cielo y la Tierra, en una lucha existencial agónica sin más que una solución: compartir entre todos la verdadera unión, la cena Eucarística.
Queda pues bastante patente que es el sentido alegórico, sobre temas, en su mayor parte de la Mitología clásica, luego transformados con carácter sacramental, lo que confiere la máxima y única unidad posible al conjunto de estas obras dramáticas, también únicas en toda la literatura universal.
III- EL PROTAGONISMO DE LAS COFRADÍAS EN LOS AUTOS SACRAMENTALES
El teatro en el Siglo de Oro español, no sólo fue un excelente medio de propaganda de la monarquía tradicional (obediencia al rey, respeto a la religión), sino que -al ser también expresión de la aventura existencial del ser humano- podía ser comprendido por el público más heterogéneo. A esta comprensión ayudaba, como ya hemos visto, todo el aparato escenográfico y la música, que alcanzó las cotas más altas gracias al genio artístico de Calderón en sus AUTOS SACRAMENTALES, género teatral que llevó a la máxima perfección.
Pero el teatro tuvo además otra misión, que no puede ser en absoluto olvidada, aunque ésta sea ajena al propósito artístico. Se trata del aspecto caritativo: Gracias a los beneficios que proporcionaba el espectáculo teatral, las cofradías mantenían hospitales y hospicios en los cuales encontraban asistencia los enfermos indigentes y asilo los niños ilegítimos abandonados, que en los tiempos de los últimos Austrias alcanzaron proporciones realmente escandalosas.
La organización de las comedias, en los CORRALES, dependía directamente de las Cofradías y ello contribuyó notablemente a las mejoras sucesivas de los locales, llegando a cubrir por primera vez los recintos, como fue el caso del CORRAL de la PACHECA (figura 5), convirtiéndolo en el primer teatro cerrado que tuvo Madrid y poco después el CORRAL del PRINCIPE (1563). Por supuesto, las cofradías, junto con la Municipalidad, también siguieron organizando los AUTOS SACRAMENTALES (en el siglo XVII), que se representaban las más de las veces en las plazas públicas y principalmente durante la festividad del Corpus Christi y en los días de su octava.
El hecho de que los Ayuntamientos participasen conjuntamente en la organización, significaba una aportación singular para la historia del teatro, porque debido a los documentos conservados en sus Archivos de los Libros de Protocolos y de Contratos, hoy podemos conocer no ya solamente las remuneraciones de comediantes y carpinteros e incluso de autores, sino además tomos de manuscritos con textos de Comedias y autos, como los aparecidos en 1980 en la Iglesia Parroquial de San Martín, en Trujillo, con 19 autos sacramentales de Calderón.
La mayor riqueza, sin duda, acerca de la intervención de las Cofradías y del control y organización de todo el espectáculo teatral, con el máximo aporte de detalles muy concretos, se debe a las investigaciones del erudito castellano Esteban García Chico quien publicó en 1941, en el tomo I, fascículo II del Boletín "CASTILLA", del Seminario de Estudios de Literatura y Filología de la Universidad de Valladolid (pp. 339 a 364) toda una larga serie de contratos referentes al teatro de los siglos XVI y XVII, conservados en los Ayuntamientos de Medina de Rioseco y de Valladolid, con la firma de los representantes de los respectivos Ayuntamientos.
De estos documentos espigados, podemos entresacar algunos acuerdos comunes, que servían de pauta para todas las representaciones en el reino de Castilla y León.
Las Compañías eran contratadas por las villas y Cofradías con bastante antelación. Quince días antes del día del Corpus, deberían estar ya aposentadas en el lugar y durante estos quince días pintaban y adornaban los CARROS de las representaciones, con todo lo necesario conforme a las historias. Asimismo una comisión de corregidores y otras personas entendidas examinaban los textos de los autos, que se hubieran de representar, por si no quedaban satisfechos buscar otros autos "que más convengan".
Ocho días antes de la fiesta, las compañías deberían celebrar una muestra completa de los dos Autos Sacramentales distintos, de los mejores autores que se pudieran encontrar en este reino, con la finalidad de que si hubiera algún defecto, se pudiera enmendar con tiempo suficiente.
El mismo día de la fiesta, era condición obligada que, por la mañana, toda la Compañía con todos sus vestidos nuevos, jamás vistos ni usados, y "apariencias", dieran un paseo por la villa, desde la posada donde residen, pasando por la plaza mayor, y calles principales, hasta la plaza de la iglesia donde han de estar los CARROS y levantados los tablados donde a la tarde se han de representar los autos. Si el mal tiempo lo impidiera se representarían dentro de la iglesia o donde la Cofradía señalase.
Por todo ello la villa abonará unos 3.600 reales pagaderos en dos partes, la segunda un día después de la fiesta.
Algunas veces las compañías eran obligadas a traer sus carros y hacer tablado, aunque en otras ocasiones en el contrato se incluyen los carros, cabalgaduras, posada y cama e incluso se permite que estén otros quince días más, representando comedias, cobrando a la puerta por su cuenta y riesgo.
Como podemos apreciar la organización estaba perfectamente controlada, no dejando nada para la improvisación. El beneficio era doble por consiguiente, una mayor perfección en el espectáculo y desde luego mayores beneficios para mantener mejor los hospitales y hospicios, como el de la Cofradía de San José.
Conviene, de vez en cuando, reconocer los méritos, cuando éstos son reales: Resulta un estímulo y ejemplo para unas y otras corporaciones actuales.