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I
Cien años de cine han creado una mitología propia. El Séptimo Arte -y primera industria de entretenimiento- ha absorbido todo tipo de folklore y géneros y, en algún caso, ha creado uno específico. Su capacidad antropofágica transformada en material inicial, y lo hace suyo: la antropología, por ejemplo, desde las diversas formas de documental a partir de Flahery y Murnau. También el que se tituló "cine de géneros": el musical, el western, el film negro, la comedia, el neorrealismo, el "free" cinema, la ciencia ficción. ..Surge así este lenguaje especial para "hablar" de cine o escribir "sobre cine", que se superpone a los códigos estéticos de la obra fílmica. La particularidad de una semántica variable según las circunstancias y épocas configura asimismo un lenguaje cultural y sociológico que permite, y permitirá para el futuro, estudiar los usos y costumbres del tiempo en el que este arte (e industria) representó los sueños -¿inalcanzables?- de gran parte de la humanidad que se ha visto reflejada en esas imágenes que comprenden el mundo entero, en su realidad y su más desenfrenada fantasía.
Frente a la complejidad que supone la búsqueda de material folklórico perdido, que es necesario escudriñar desde testimonios escritos u orales, muy susceptibles de desaparecer, el conjunto de films que representa este arte (e industria) está a disposición de estudiosos y aficionados. Algunos films se han perdido, otros no han sido conservados como se debiera pero la regla general es que las películas de todos los tiempos existen como tales, e idénticas a sí mismas. Así se han podido visionar en estas fechas de los Centenarios, los primeros pasos de los Lumiere o el film que se rodó a la salida de la misa en el Pilar de Zaragoza. Frente a otras artes que son efímeras o que admiten únicamente una reproducción de la original, el cine permite que espectadores de todos los países y todos los tiempos puedan ver "la misma obra" aunque sea desde múltiples puntos de vista. La múltiple heterogeneidad de los films se transforma en una homogénea posibilidad de contemplación, de tal forma que los folklores que surgen de la pantalla, los mitos más diversos pueden ser accesibles a todos. Este tremendo potencial sólo ha sido utilizado en una pequeña parte. El cine, en su andamiaje industrial ha ido derivando a lo lúdico de forma casi absoluta. El divertimiento ha pesado, y resulta lógico por otra parte, sobre lo científico y documental, pero incluso desde esta constatación resulta sorprendente que muchos films que proporcionan valiosísimos datos sobre el pasado y el presente no lleguen siquiera a los pequeños núcleos que los utilizarían. En la SEMINCI vallisoletana en la Sección "Tiempo de Historia" dos o tres films podríamos rescatar cada año como muestra de esta vía. El último concretamente ha posibilitado el acceso de dos a las pantallas comerciales, lo que es un dato positivo a estos efectos.
Es la mitología fílmica la que ha llegado a constituir un lenguaje propio que incorporar al acervo folklórico del siglo XX. Incluso se ha creado un término equívoco "cinéfilo" que intenta definir, más que al aficionado a esa forma de expresión, a una especie de mitómano fetichista que colecciona impulsos fílmicos procedentes de actrices, géneros, realizadores, tipos indefinibles de películas... Algunas se consideran hitos ("Lo que el viento se llevó", "Casablanca", p. ej.), otras constituyen eso que se llama "películas de culto", pertenecientes a unos limitados y selectos grupos de espectadores. Con las actrices pasa lo mismo; Marilyn, ah, la más famosa, la más mítica, sobre todo después de su prematura muerte. La B. B. en sus tiempos... o el Stallone de ahora. Un caso curioso de apropiabilidad que obedece a presupuestos subjetivos que crean un arraigo muy difícil de romper con hechos, pruebas, o cualquier tipo de ejercicio racional de la crítica.
En verdad resulta sorprendente que un arte tan joven haya producido tan gran número de mitologías. Hay que tener en cuenta otra cosa esencial: la procedencia mitómana es norteamericana. Sólo en contadas ocasiones, y de forma mucho más limitada, se crean otros ídolos que no llegan a la categoría de mitos. Bucear en la historia de la cinematografía española es un tanto descorazonador. Por un lado Luis Buñuel, y por otro Imperio Argentina (olvidada y recuperada) pueden ser los nombres más significativos de esta condición. El primero por su significación de rebeldía frente al sistema, en el exilio y con sus accidentados retornos. Su unión en el primer tiempo con Dalí y el carácter surrealista y transgresor de su obra le confieren una categoría de difícil clasificación. ¿Mito para intelectuales o cineastas? Quizás sea esta su limitacion. Buñuel en su estética peculiar, tan original y creadora como lejana del espectacularismo o la gratuidad, es un faro que comprende toda la historia del cine, siendo a la vez profundamente hispánica y con gran transcendencia internacional. Francia, Méjico, fueron receptores e impulsores de su genio y la estética buñueliana perdura incluso en otros realizadores, por ejemplo Arturo Ripstein, el cineasta mejicano que en su filmografía sigue las huellas del maestro de Calanda aunque con evidente personalidad. Así "La mujer del Puerto" y "Profundo Carmesí" sus últimos films tienen esa pátina del gran realizador aragonés pero son también films de Ripstein, cuya mejicanidad es intransferible.
El otro relativo mito del cine español es Imperio Argentina, por lo que significó en su tiempo y por su recuperación posterior. Ningún otro actor o actriz ha llegado a alcanzar este status privilegiado, ni siquiera los juveniles Marisol o Joselito o las Concha Velasco y demás de los 60 han podido acercarse a ella. Queda tal vez la emblemática figura de Paco Rabal que ha ocupado y ocupa, y por muchos años, el largo periplo de la historia del cine español en el franquismo y después del franquismo. Mitos inexistentes, pero actores populares cuya imagen cambia, Alfredo Landa, Fernando Fernán Gómez y un resumen negativo para la mitomanía. Imperio y Pepe Isbert pueden ser el ejemplo de lo que el cine pudo significar en la vida social de los españoles. El segundo presidiendo esta galería de actores costumbristas, hoy homenajeados con justicia (Alexandre, López Vázquez, Rafael Alonso, Bódalo, Manolo Morán) pero cuya imagen no traspasa esa frontera que distingue al mito. Quizá podamos resumir la cuestión desde la afirmación de que nuestro cine y nuestra sociedad no han estado estrechamente unidas sino en aisladas ocasiones. La lucha por la supervivencia de un cine propio tiene uno de sus handicaps más notables en esa disociación evidente independientemente de éxitos aislados o modas del momento. Para bien o para mal el cine español no se ha identificado con sus raíces históricas y sociales. Quizás en la última época, la que pudo ser sucesora de Imperio Argentina, Sara Montiel, después del boom que constituyó "El último cuplé" se vio sumergida en una serie de melodramas lacrimógenos que fueron perdiendo paulatinamente fuerza aunque "Saritísima" es un término que quedará, más ligado que al cine a esa llamada "prensa del corazón" que ha creado una mitología tan efímera como mediática en lo que se refiere al destinatario del producto. También las series de TV producen este fenómeno (incluso desde la popularidad que adquieren algunos actores de cine o teatro, prácticamente alejados de la atención general, Carlos Larrañaga, Concha Cuetos, Arturo Fernández) que compiten con esas caras nuevas que utilizan para una carrera posteriormente diversificada, y de la que puede ser ejemplo máximo Victoria Abril que pasa de un concurso como "1,2,3... responda otra vez" a convertirse en actriz nacional (e internacional de cine) entrando en esa otra familia significativa, que no llega a mito, que se puede titular como "las chicas Almodóvar" curioso hecho social que nace de una visión de la "postmodernidad" madrileña para convertirse en interesantísimo fenómeno fílmico, discutido y polémico sí, pero a niveles más profundos que la popularidad inmediata. El cine español se encuentra hoy en situación a la vez difícil y esperanzadora, en su lucha por imponer una personalidad que pueda competir con el monstruo U.S.A. Surgen nombres de realizadores, actores, actrices; se mantienen con dignidad algunos de los viejos maestros como Berlanga o Saura, pero esos mitos que enganchen para siempre sólo son sucesos puntuales, sin continuidad y no se incorporan a las vivencias cotidianas o, con mayor exactitud, a ese "sueño que convoca a la inmortalidad".
II
Mitos del cine que nada tienen que ver con movimientos, escuelas, estéticas. Por ello la cinematografía norteamericana, la de los grandes estudios ha creado el fetichismo que comenzaba desde una evolutiva universalización del llamado "star sistem". No podemos echar en saco roto otras homologaciones europeas e incluso asiáticas. Así las famosas artistas italianas que fueron significativas como la Loren o la Lollo, más allá de sus nombres Sofía Loren y Gina Lollobrígida, o el caso peculiarísimo de Yilmaz Güney, actor popular de películas de género, mito en su país, Turquía, como actor -le llamaban el Rey Feo- antes de emprender su original e interesantísima carrera de realizador, quebrada por una prematura muerte. También el cine francés creó, en lo local, sus propios mitos: ese actor de cine y teatro que se llamó Gerard Philippe y que también desapareció en plena juventud y tantas otras figuras masculinas y femeninas, Belmondo, Delon, Depardieu, Darrieux, Deneuve, Adjani, Moreau, que traspasaron las barreras de lo específicamente artístico, aunque fuera de su contexto, no constituían ese espécimen que se transfiere a la mitología del siglo XX. Así podríamos ir señalando ejemplos: neorrealismo, Free Cinema, Nuevo cine Alemán, Suecia y Bergman, el realizador, mítico en otro sentido como ejemplo de lo que es un autor fílmico, y un etc. muy largo que pertenece a la historia del cine pero no a la de la mitología fílmica, paradoja que no dejamos de señalar, precisamente por lo que puede suponer de contradicción a la hora de las valoraciones objetivas.
La mitología fílmica, la cinefilia última, nace pues del cine norteamericano, sobre todo por su capacidad de conquista de todo el mundo, hable o no en el idioma inglés. Siempre el cine USA ha marcado las pautas, a través de sus figuras, actrices y actores, aunque también algunos nombres, pocos, de realizadores se integran en este campo específico; Capra, Hitchcock, Spielberg, pueden ser citados a este respecto. También hemos de afirmar que la cotización económica de un actor no significa siempre su traspaso al mundo de los mitos. Ni mucho menos. Hoy, el que más cobra es el superexagerado e insoportable recordman de muecas, Jim Carrey, en cierta forma rechazado por el público europeo y esperemos que en el futuro por el local, que ya empieza a dar claras muestras de cansancio.
Son, pues, actores y actrices los que ocupan este puesto en el Olimpo de la magia. Charlot, Mae West, Lilian Gish, Pamplinas (Keaton), James Dean. Marilyn (antes desde sus características como diosa del sexo) y en un sentido muy minoritario, el caso de Louise Brooks resulta emblemático como el de la propia Marlene Dietrich (carrera alemana y americana unida en principio a Joseph van Stenberg) y Greta Garbo, la misteriosa sueca a la que no pudieron llegar quienes se basaron en su imagen para sustituirla aunque Ingrid Bergman se acercara a ese trono hasta que todo se rompió con su romance personal y cinematográfico con Roberto Rosellini. En el tiempo presente los fetiches se suceden unos a otros con velocidad de vértigo y se proyectan a veces desde la nostalgia de algunos nombres (Audrey Hepburn, por ejemplo) y de los mecanismos de la taquilla que crea figuras como Stallone o Schwarzzenager que no me atrevo a calificar de mitos. ¿Lo sería Harrison Ford?, ¿o en el pasado Cary Grant, Gary Cooper o Errol Flynn por citar tres ejemplos muy diferentes? ¿La popularidad de que gozaron los eleva a la categoría de mitos?
En lo genérico la respuesta puede ser afirmativa. Un tipo de actrices y actores hollywoodenses crearon una categoría: el intérprete fílmico con unas constantes técnicas que le permitían, con la mayor sobriedad incorporar unos personajes adecuados, oscilantes entre el realismo y el estereotipo. Fueron evidentemente, los sostenedores de unos géneros que dieron personalidad al cine USA: el western (John Wayne), la comedia (Spencer Tracy, Katherine Hepburn, Cary Grant), el musical (Gene Kelly y su precedente Fred Astaire)... Hay casos curiosos: una película mítica "Lo que el viento se llevó" tuvo tras de sí una gran actriz que no llegó a ser mito (Vivian Leigh) y un actor discreto que encarnó durante mucho tiempo el signo de la virilidad americana (Clark Gable). Este ejemplo puede servir para aclarar estos conceptos que estamos empleando. La mitología del cine es algo muy específico y que resulta difícilmente homologable desde otros parámetros, incluso si atendemos a la que surge del alma del pueblo, tradición, costumbres, pliegos de cordel en la personificación de personajes reales o imaginarios. El cine ha conservado todos sus ídolos y de vez en cuando resucitan Rodolfo Valentino, John Gilbert y Mary Pickford que fueron mitos en la realidad y que todavía lo son en parte en la memoria de algunas gentes. Si Marilyn ha trascendido el tiempo, no ha ocurrido lo mismo con estos ídolos del pasado que son exclusivamente restos de otro tiempo, cuya recuperación no deja de ser anecdótica, como lo resulta también esa ofrenda de flores en la tumba de aquel "latin lover" que se llamó Rodolfo Valentino.
Existen pues, actores de época (Marlon Brando, que también pudo ser mito, por ejemplo) actrices que llenaron alguna y se apagaron después en la memoria de las generaciones que se sucedieron. ¿Recuerda alguno de los lectores a María Montez, que reinó en un momento en el que el exotismo cinematográfico reinaba por doquier? Terenci Moix ha establecido unos mitos propios que como signo informativo no carecen de interés, aunque su subjetivismo fundamental les coloque en su verdadero lugar. La mitología fílmica es específicamente global, universalizada, porque siempre tiene un origen en lo popular, como el melodrama, el gran género cinematográfico por excelencia, están los héroes fílmicos en la conciencia de todas las generaciones que en este espectáculo han encontrado respuesta a muchas peticiones y, sobre todo, han colmado los sueños de tantas personas. Una película italiana "Cinema Paradiso" y otra española "El crimen del cine Oriente" de fecha muy reciente nos mostraban esta significación del espectáculo popular desde el que todo era posible.
Así pues, como tipificación de este proceso fetichista y espectacular tenemos dos casos emblemáticos; un actor y una actriz. El primero joven, muerto en desgraciado accidente y con leyenda, del que parten todos aquellos intérpretes que asumen la representatividad de la juventud (el último sería, a muy considerable distancia, Leonardo di Caprio): James Dean fue el rebelde, el que puso en cuestión los sólidos pilares de la sociedad norteamericana, el sistema en toda su extensión, la familia, las costumbres, las relaciones amorosas. Fueron unos pocos films y después la muerte transformó el ejemplo cotidiano en otro sueño, el de la libertad conseguida para la eternidad. Los actores de su generación nunca llegaron a ese nombre, hoy todavía existente, aunque algunos como Monty Clift se le acercaron, sobre todo a partir de otro accidente que le desfiguró y estuvo apunto de introducirlo en la leyenda.
James Dean, actor de un estilo diferente al clásico y que inició como Monty, Marlon, Malden y otros la escuela del "Actor's Studio" en su breve carrera consiguió ese poso de la inmortalidad que crea el misterio. ¿Qué hubiera ocurrido si Jimmy hubiera proseguido su carrera hasta la madurez? Había en él inicios de actor de calidad, amenazados no obstante por ese amaneramiento envarado de algunos de sus colegas. Hoy su nombre ha pasado al reino del fetichismo y en todo el mundo, se recuerda su figura de rebelde, representante de una generación que ya es sólo pasado. Su comparación con el Tom Hanks de "Forrest Gump" muestra lo que va de un tiempo a otro (unas pocas décadas). No creo que el oscarizado Tom llegue a esos niveles míticos de James Dean. Es un ganador del sistema y suelen ser los perdedores los que tienen ese aura de romanticismo que les convierte en leyendas. El acervo de las existentes en todos los pueblos y épocas lo prueba sobradamente.
El otro mito es Marilyn-Norma Jean, que es la expresión máxima de un erotismo peculiar, que aúna la exuberancia a la inocencia. Camino en el que seguiría el mayor fenómeno europeo, la famosa B. B. (Brigitte Bardot), que casi llega a la categoría de mito aunque su forma de sobrevivir no colabore a ello. Durante unos años representó un punto más allá del erotismo, sus castos desnudos, en la figuración de la mujer-niña, espécimen que hoy ocupa un gran número de los films que ocupan las pantallas comerciales.
Marilyn y su leyenda desde una tremenda pluralidad. En principio lo físico; la sexualidad impresionante de su figura, un cuerpo exuberante, un rostro ingenuo. Un inquietante movimiento, una sensación de frescura y espontaneidad. Sus problemas personales y artísticos: Su "formación" intelectual y su casamiento (y divorcio) con el dramaturgo Arthur Miller. Sus relaciones con los Kennedy desveladas en parte. Su extraña muerte ¿suicidio? ¿accidente? Marilyn ha inspirado libros, películas, obras de teatro, incluso una ópera que la han elevado a unos extraños altares. Es, desde su muerte, una referencia que ha conseguido aglutinar todas las formas posibles de la pasión cinéfila.
Desde entonces los mitos funcionan desde otras galaxias, nunca mejor empleado el término, y se concretan en mercancías. Cada serie popular despliega a su lado un inmenso bazar de objetos. Se crean fans irreductibles que han sido capaces de ver treinta veces una serie "Star Treks", las películas Gore, los films de Tarantino y cualquier cosa que se ponga de moda. Los actores cobran cantidades astronómicas, los procedimientos técnicos hacen de los efectos especiales verdaderos milagros pero la mitología apenas va dejando atrás algunos títulos ("La Guerra de las Galaxias, p. ej.) pero curiosamente las mayores referencias recogen títulos y formas del pasado "Indiana Jones" y demás sucesos de la fábrica Spielberg, la permanencia de la fábrica Disney. El mimetismo de gran parte de la producción USA muestra la falta de ideas y el limitado poder de originar sueños de estas "estrellas" opulentas, cuyos éxitos son en ocasiones demasiado problemáticos.
Quizá tendría que cerrar este trabajo sobre el mito en el arte del siglo XX con la inevitable referencia al objeto fílmico de leyenda por excelencia. Una discreta película, juzgada desde criterios objetivos "Casablanca" ha sido y es el ejemplo eterno. Todo lo tiene: historia en terreno cuasi neutral, en plena guerra mundial. Llamada a la libertad y al sacrificio. El cinismo encubriendo el romanticismo. El amor a través del tiempo y el sacrificio. Boogie, Humphrey Bogart, que es tal vez el único mito nacido del cine negro, capaz de encarnar el bien y el mal de forma igualmente humana y convincente, Ingrid Bergman la sucesora de Garbo, la mujer en la suma de todas las cualidades. Film mítico que se pasa una y otra vez en las pantallas televisivas.
El colofón final de esta fuerza mítica del siglo XX que ha influido e influye sobre costumbres, formas de diversión (el viaje y su atractivo), moda, juegos, por no hablar de la fuerza ideológica y política del cine lo pone su accesibilidad. A través de la pequeña pantalla el más mínimo y alejado pueblo tiene a su disposición esta ventana de sueños. Las estrellas le son habituales, como las ciudades de América, más aún que las propias. La universalidad de la recepción hace más inmediata la mítica en la que coinciden las etnias más diversas. En el Centenario del nacimiento del cine esta constatación nos habla, mejor que cualquier otra cosa, de la fuerza de este lenguaje y también de la responsabilidad que asume para la historia del hombre.