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Revista de Folklore número

200



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EL OFICIO DE BOTERO Y CORAMBRISTA EN TRANCE DE DESAPARECER EN LA PROVINCIA DE BURGOS

VALDIVIELSO ARCE, Jaime L.

Publicado en el año 1997 en la Revista de Folklore número 200 - sumario >



En la provincia de Burgos existen varias zonas en las que se ha cultivado la vid, al menos desde la dominación romana, produciendo vinos de buena calidad, no sólo para el consumo de la población, sino también con excedentes para la venta. La más conocida de estas zonas es la de la Ribera del Duero, pero no ha sido la única, destacando también la Bureba, la ribera del Arlanza, en torno a Covarrubias y también en tierras del partido de Castrojeriz.

En estas zonas de producción de vino y en otras en las que existían almacenes de vino, estaba muy implantado el oficio de botero y corambrista, formando un numeroso gremio.

Este oficio de botero, como su primo carnal, el cubero y otros parecidos, que en el pasado tuvieron una gran importancia en la vida social, pues gracias a ellos infinidad de personas desarrollaron su actividad laboral, siendo su principal fuente de ingresos, en la actualidad o ya han desaparecido o están en inminente trance de desaparecer. El ritmo de esta desaparición, en muchos casos, lo va marcando la jubilación de los pocos artesanos que aún ejercen dichos oficios.

Concretando, y a ojo de buen cubero, podemos afirmar que en épocas no lejanas en toda la provincia de Burgos había no menos de 20 almacenes de vino, que distribuían miles de cántaras entre tabernas y cantinas de su radio de acción. Ninguno de estos almacenes tenía menos de mil pellejos, odres o corambres circulando para transportar el vino y distribuirlo entre los establecimientos a los que abastecían.

Esas cantidades que hemos señalado constituían la base principal del trabajo de los boteros, pues constantemente había que reparar los existentes y renovar los deteriorados e inservibles por el constante uso. Las roturas pequeñas se solucionaban con remiendos o poniendo la clásica botana, con cuya reparación podían volver a utilizarse. Esto y la confección de odres o pellejos nuevos y botas daba trabajo abundante y continuo a los talleres de botería existentes en todas las zonas de la provincia donde se producía vino.

Hasta hace pocas décadas en la ciudad de Burgos estaban trabajando no menos de 8 talleres de botería y en toda la provincia otros 50 talleres.

Hoy, en el año 1996 en que realizamos este estudio, en Burgos capital y provincia quedan, mal contadas, seis boterías que siguen confeccionando botas casi exclusivamente porque los odres o pellejos ya no se usan. Estas boterías son casi todas ellas negocios familiares, heredados de padres a hijos y que sobreviven a trancas y barrancas, quizás esperando a echar definitivamente el cierre del negocio cuando les llegue la hora de la jubilación a los actuales artesanos boteros.

La razón de esta irreversible crisis que amenaza con la total desaparición se debe fundamentalmente a la modernización en los sistemas de transporte del vino, que se realiza en grandes cisternas o en envases de vidrio y plástico no retornables y hasta en el moderno y práctico tetra brick.

Estos modernos medios de transporte y envasado han arrinconado definitivamente a aquella clásica parafernalia que existía en bodegas, alhóndigas, tabernas y otros establecimientos vinateros como eran los pellejos, odres, corambres, cántaras, medias cántaras, azumbres, embudos, garrafas y garrafones, toneles, cubas y bocoyes, que daban trabajo a los talleres boteros principalmente.

Esto hizo que en los últimos años estos artesanos se hayan tenido que ceñir a la confección artesana de botas de diversos tamaños, pues este producto ha seguido manteniendo su aceptación por amplios sectores de la población y también por el turismo.

Cuando los boteros tenían trabajo abundante durante todo el año, se limitaban a la confección de sus productos. Cuando el trabajo decayó muchos comenzaron a trabajar en la fase previa, que es el tratamiento de las pieles y el curtido de las mismas, en cuyo menester la mayoría de los boteros son auténticos expertos.

EL CURTIDO DE LAS PIELES

Las pieles las reciben directamente de los mataderos en los que se sacrifican las reses y son seleccionadas minuciosamente porque a la hora de fabricar una bota para el vino, la elección de la piel adecuada es fundamental.

Se utilizan preferentemente las pieles de cabra, porque es la mejor, sobre 1odo la fina y dúctil de las cabras extremeñas. La piel de la cabra serrana de Burgos es buena, pero es más gruesa por influencia de la climatología y esta piel hay que trabajarla más para hacerla suave y manejable. Respecto a la piel de gato dicen los entendidos que no es mala, pero para poder hacer con ella una buena bota debe reunir dos condiciones: primera, que sea de gato, porque si el animal es hembra los orificios de las mamas son un gran inconveniente, pues hay que taponarlos previamente. Segunda, que el animal haya evitado peleas con sus rivales, pues de lo contrario la piel puede tener arañazos, desgarrones y agujeros.

Desde los tiempos prehistóricos, el hombre ha practicado las sabias técnicas del curtido de las pieles para aprovechar para su uso y servicio esta materia prima que le brindaban los animales que cazaba para su sustento.

El largo proceso del curtido es laborioso y lento en extremo y su realización y tratamiento suele ser artesanal de principio a fin, desarrollado con utensilios rudimentarios y con técnicas y saberes heredados de padres y de abuelos.

Generalmente el botero es un experto en pieles y un buen curtidor, como el sastre es fino conocedor de paños y telas, y como tal cuida al detalle todos los pasos del proceso que se sigue, seleccionando la mejor parte de la piel para cada pieza.

Antiguamente los profesionales del preparado y curtido de las pieles y cueros eran los curtidores, que los trabajaban y acondicionaban en las tenerías, o curtidurías.

Podemos afirmar que hoy los boteros que tienen abierto taller en estas tierras de Burgos realizan ellos mismos todo el proceso que sigue la piel desde que se despoja de ella al animal hasta que sale de sus manos convertida en bota.

Para el trabajo de curtido se requería mucha agua pues previamente debían lavarse muy bien las pieles, eliminando el pelo y todo vestigio de carne. Se esquilaban a mano o a máquina, pues no todas las pieles permiten el acceso de las cuchillas eléctricas.

Desde que se compran las pieles hasta que empieza el curtido, se deben tener varios días impregnadas en sal que es el mejor conservante. Una vez limpias y antes del curtido, para que los poros de la piel permanezcan abiertos, se mete en una suave solución ácida llamada adobo o remojo, tras la cual pasa a una solución salina.

El proceso de taninos vegetales, que es el más antiguamente conocido por el hombre, comienza con la inmersión de las pieles sin curtir con extractos débiles, luego en soluciones más fuertes y finalmente en las definitivas de curtido total.

El curtido y teñido se realiza a base de productos obtenidos de la naturaleza, principalmente, de la corteza de la encina, el nogal, el castaño y otras plantas y hierbas.

Para la mayor parte de sus usos el cuero ha de reunir cierto grado de suavidad y para conseguirla se somete a diversos tratamientos más o menos rudimentarios o perfeccionados. Se introducen las pieles en el "bombo de sobar", una cámara metálica giratoria que las reblandece para hacerlas más manejables y adaptables a la forma que han de adquirir al coser las botas.

Este trabajo en los talleres de botería se realizaba antiguamente golpeando las pieles contra muros o paredes de piedra, otros lo realizan por medio de rodillos en los que se introducen las pieles.

Es indudable que la mecanización de las distintas fases de la producción ha simplificado mucho el trabajo de los boteros, como ha sucedido en otros muchos oficios, pero la duración del tiempo del curtido propiamente dicho debe ser respetado para que la piel quede convenientemente preparada.

Se puede afirmar que hoy día los boteros que tienen taller en Burgos o su provincia no sólo curten sus propias pieles para confeccionar las botas sino que además en plan artesano curten otro tipo de pieles para otros destinos.

Finalizado el trabajo de curtido, las pieles se cortan utilizan do plantillas adecuadas con las cuchillas propias de este oficio y las piezas se cosen a mano o a máquina y se impregnan con pez muy caliente para impermeabilizarlas.

La pez es un producto viscoso, espeso, negro que se obtiene con la combustión y destilación de la resina normal que procede de los pinos.

Antiguamente, ante la gran demanda de resina, ésta se sacaba de las raíces de los pinos de la sierra de la Demanda, pero esta práctica se prohibió porque al dejar las raíces al descubierto se secaban los pinos. Normalmente esta resina se compraba a los pinariegos de la Sierra, Quintanar y pueblos limítrofes que la obtenían de los pinos de sus montes.

Cada botero tenía sus secretos celosamente guardados respecto al proceso para obtener la pez, pero fundamentalmente ésta se obtenía cociendo y recociendo la resina en grandes calderas durante un día y una noche, moviéndolo constantemente. A ese cocimiento se añade mucha cebolla, ajos, limón y vino, para que desaparezca el penetrante olor de la resina y adquiera el típico olor de las botas y pellejos, con el cual el vino no pierde ni su aroma ni sus otras virtudes sino que se conserva perfectamente al introducirlo en las botas o pellejos.

El último paso importante para la confección de las botas es introducir la pez e hincharlas para que adquieran la forma y la pez se distribuya uniformemente por todo el interior de la misma. Para hincharlas en otros tiempos se utilizaba la fuerza de los pulmones, después se utilizó una caña larga, más tarde se aprovechaba el servicio de un fuelle y en la actualidad se utilizan compresores de aire o medios más cómodos y rápidos que los antiguos.

Para finalizar la confección de la bota se le añade el brocal, cerrando la boca de la misma con una fina cuerda de cáñamo. El brocal y su correspondiente tapón se fabricaban de asta, pero modernamente se fabrican de baquelita o de plástico que son más baratos y hacen igual servicio.

El cosido de la bota se hace con hilo de cáñamo y de cáñamo se hacen también la trenza y el cordón. La bota queda lista para contener el vino y por lo tanto para su comercialización.

Cada botero remata sus botas imprimiendo en ellas la marca de la casa, el nombre del fabricante con algún elemento decorativo que le distinga.

Las botas confeccionadas en Burgos parten para diversas ciudades de la geografía española.

Según los boteros actuales, la demanda de botas sigue siendo elevada, aunque su uso se ve cada vez más limitado.

Como sucede con otros utensilios, la bota, cuanto más se utiliza y maneja, cuanto más corre de mano en mano, mejor se conserva, pues la piel se mantiene suave y dúctil y con la humedad apropiada.

Los boteros no aconsejan dejarla colgada cuando está inactiva mucho tiempo porque la pez se acumula en un punto, desprendiéndose de otros, secándose. Cuando una bota se utiliza ocasionalmente y la mayoría del tiempo se queda colgada, se estropea.

UTILES y HERRAMIENTAS

La mecanización ha ahorrado trabajo a estos artesanos y ha simplificado notablemente el laborioso proceso, pero como cada vez es menos rentable y su círculo más reducido, nadie se ha molestado en inventar herramientas específicas para este tipo de trabajos.

La moderna maquinaria que manejan en algunos talleres suelen ser adaptaciones. Las máquinas de coser son las mismas que utilizan los zapateros con alguna modificación. Las utilizadas para cortar las pieles y preparar las piezas son las mismas que para cortar guantes a las que se acoplan unos moldes para recortar según el tamaño apropiado a las botas que se van acortar.

El introducir las máquinas de coser que es uno de los trabajos más laboriosos, supuso un gran adelanto y -según los boteros- pasaron de coser dos botas a la hora a coser cuarenta o más.

En aquellos tiempos más duros que los actuales, los boteros trabajaban con más ilusión porque el trabajo era más próspero, el negocio era floreciente y el oficio lo aprendían los hijos continuando la actividad de los padres y abuelos. En algunos casos hasta era necesario emplear a otros operarios para realizar los trabajos que la confección de botas llevaba consigo.

Junto a las máquinas modernas que ayudan a cortar y coser, abreviando y aligerando el trabajo, siguen estando en los talleres las simples herramientas de siempre, brillantes por el uso y por el roce de tantas manos encallecidas: plantillas y cuchillas para cortar los cueros según las distintas medidas de las botas; la tradicional tabla para coser, pues aún se cose a mano, y leznas machihembradas.

En resumen: para hacer una bota necesitan pocas cosas: piel de cabra, hilo de cáñamo, pez, un brocal, el collarejo y el cordón.

Los boteros recuerdan años en los que la botería era una industria próspera y boyante, pues todo lo que fabricaban tenía salida y fácil venta, sobre todo los pellejos grandes, llamados odres o corambres.

Hoy los envases no retornables de vidrio, plástico y tetra-brick han hecho olvidar todos los otros envases antiguos, menos prácticos. Para bien y para mal -según el lado que se mire-, los adelantos técnicos han ido ganando terreno irreversiblemente.

Los que se dedican actualmente a este oficio, si se habla con ellos, no ven muy halagüeño su futuro, pues los hijos no quieren continuar la tradición como lo hicieron ellos. Los jóvenes no ven en el taller de sus padres su futura profesión.

El turismo es el principal destinatario de las botas. Y los boteros piensan que deberían poder trabajar con márgenes de beneficios más altos.

Se quejan, por ejemplo, de los altos precios que están obligados a pagar si quieren exponer sus productos en las diferentes ferias que se organizan. Y el concurrir a esas ferias es vital para promocionar y vender sus productos...

El problema es que cuando un taller tiene tres o cuatro mil botas almacenadas han de salir a venderlas para seguir produciendo. Y tienen que venderlas al precio que sea.

A diferencia de otras épocas en que existían los gremios, en la actualidad no existe ninguna asociación específica de artesanos boteros que una sus esfuerzos y defienda sus intereses. No se ponen de acuerdo –dicen- ni en el precio. Y se da el caso de que en el precio de una bota de iguales características puede haber una diferencia de hasta 300 ó 400 pesetas de un taller a otro. Hay competencia desleal entre el mismo oficio.

Lo que mantiene en activo a muchos de estos artesanos vocacionales es el saber que están prolongando el oficio que fue de sus abuelos y de sus padres y del que se han sentido orgullosos ellos y su familia. Reconocen que no es muy rentable, pero siguen fieles a la tradición haciendo caso omiso de las modernidades de estos tiempos, siguiendo los pasos de sus antepasados.

En Burgos, capital, siguen abiertas las boterías de "Hijos de Félix de Sebastián", que tiene su taller junto a la iglesia de la Merced, que lleva fabricando botas más de un siglo. En la actualidad está regentada esta botería por Luis y Fernando, hijos de Félix de Sebastián.

En la calle de San Cosme y muy próxima a la anterior está también abierta la de V. Domingo Izquierdo. Los TRES DDD. Botería Domingo.

En Covarrubias, a orilla del río Arlanza, está abierto el taller de los hermanos Angel y Eleuterio Moneo Villalba, con los que trabaja el primo de éstos Fidel Moneo Cubillo. En este taller se confeccionan botas y también se curten pieles a la antigua usanza, con maquinaria, utensilios y métodos antiguos. Llevan en el oficio más de 30 años, desde su juventud.

Estos boteros racheles tienen su taller en la calle Tenerías Bajas, del bello pueblo de Covarrubias. El nombre de la calle es todo un símbolo y una garantía para un taller de curtido.

En el histórico pueblo de Oña hay otra botería, la de A. Ojeda Carranza.

No disponemos de datos de más talleres existentes en Burgos, capital y provincia.

Algunos de estos talleres, como el situado en la villa de Covarrubias, no se limitan a fabricar botas corrientes, sino que también realizan diversos trabajos de curtido y elaboración de pieles, caballo, lobo y oveja, con destino a alfombras y para otros fines.

Muchas pieles curtidas en los talleres de botería de Burgos se han enviado a Galicia para fabricar gaitas.

Allí donde desde tiempos antiguos estuvo presente la cultura de la vid y del vino, hubo siempre una floreciente industria de fabricación de odres, pellejos, botas, que durante siglos sirvieron para el transporte y almacenaje del vino. También sucedió lo mismo con el aceite.

Otro oficio similar y que ha seguido los mismos avatares, crisis que ya ha desaparecido, es el de cubero, a la que habrá que dedicar también nuestra atención.

La trayectoria de estos oficios artesanos que fueron negocios rentables y que han ido subsistiendo posteriormente con una moderada ganancia, en muchos casos simplemente cubriendo gastos, es ejemplar porque los hombres que los han llevado adelante lo han hecho pensando en el trabajo bien hecho, por amor al oficio que es una herencia de sus padres que han sabido estimar y valorar. Estos artesanos saben bien que su oficio es una ciencia hecha de muchas horas pacientes de trabajo callado, un servicio de hombres anónimos que continuando el oficio de sus padres y abuelos han enriquecido la cultura popular.

Gracias a ellos, el beber un trago de vino con la popular bota se ha convertido en un arte, con un sabor especial, que es el sabor de la tradición fielmente conservada siglos y siglos.

La literatura nos habla tanto de los odres y pellejos como de las botas. Es famoso el episodio en el que Don Quijote arremete a cuchilladas con unos odres llenos de vino en la estancia de la venta en que se almacenaban. Es también conocido el apego que Sancho Panza tenía hacia su bota. En La Cena, de Baltasar del Alcázar, leemos:

Franco fue, Inés, este toque,
pero arrójame la bota.
Vale un florín cada gota
de aqueste vinillo aloque.

Y después dice:

Haz, pues, Inés lo que sueles,
saca de la bota llena
tres tragos; hecha es la cena
levántense los manteles.

Según este mismo autor, y según esta poesía, ya clásica y muy conocida, se utilizaban para servir el vino, junto con la bota, otros recipientes, como el pichel o las tazas. En nuestras tierras se hizo muy popular el porrón y también la jarra de barro.

El refranero advierte: "Cuando el tabernero vende la bota, o sabe a la pez o está rota". Aquí están resumidos lo dos problemas principales que afectan a las botas: que den al vino el sabor de la pez de la que están impregnadas por dentro. Esto se puede evitar con algunos cuidados al empezar a usarlas. El poco uso que se hace de ellas y dejarlas secar en exceso y romperse por esta causa es el otro problema. Porque si se rompe tras un largo y prolongado uso es causa de satisfacción y no de queja.

Tampoco está de más el consejo que se lee en el evangelio de no echar el vino nuevo en odres viejas ni el vino viejo en odres nuevas.

La bota ha sido siempre compañera inseparable de todos aquellos que por exigencia de su oficio o su negocio tenían que pasar el día y comer fuera de casa y sobre todo amiga incondicional de aquellos que hicieron sus vidas, sus negocios, sus andanzas y malandanzas, aventuras y trajines en los caminos y veredas. Los pastores trashumantes y estantes, los arrieros, trajinantes, feriantes, correcaminos, arreadores de ganado, conductores de carretas y diligencias, cazadores, leñadores, guardas, pescadores...

Iban, en otros tiempos no lejanos, por los caminos provistos de la popular, sencilla y fiel bota, llena de vino de la tierra, colgada del arzón o metida en las alforjas, en la mochila o en el zurrón, acompañando al pan casero un poco áspero y seco junto con el chorizo, el tocino, el jamón, la cecina, el tasajo y el queso, para el tentempié o la merienda.

Hoy la bota es compañera de días de campo y excursión, de cacerías y tardes de toros, en las cuales, a la mitad del festejo, es costumbre en no pocas plazas, dar cuenta de suculenta merienda, donde la menos ociosa suele ser la bota que corre de mano en mano. Animando el ambiente festero con el vino que al menos proporciona alegría y contento. Como colofón de la faena también es costumbre arrojarle la bota al diestro para premiarle junto con las ovaciones del público mientras da la vuelta al ruedo con los trofeos conseguidos.

Allí está la bota sencilla, secular, imprescindible, dando la callada y singular pelea, la continua batalla contra los envases modernos, repleta y generosa, a la que poder retornar cuantas veces se desea cuando la sed acucia o el placer de saborear un buen trago de vino estimula... Ahí está la bota como un lujo al alcance de todos.

Quienes saben apreciar y valorar un amistoso y oportuno trago de vino en un generoso tiento a la bota, prefieren este envase a los otros que también se usan, pero con ellos "el vino no sabe igual".

Beber en bota, aunque no es difícil, requiere su tino, maña y destreza para saborear mejor el trago. Y como todas las cosas se perfecciona con el uso.

Todos estos méritos de la bota, estos sencillos servicios los tenemos a nuestro alcance gracias a los artesanos boteros. Esperamos que este oficio conservado celosamente por auténticos profesionales siga vigente muchos años.

Recordemos unos versos populares:

Bota, ya te vas quedando
como barriga de vieja:
floja, seca y arrugada,
sin sangre ni fortaleza.

Bota mía de mi vida
dulcísima compañera
a quien doy toda la vida
mis sentidos y potencias.



EL OFICIO DE BOTERO Y CORAMBRISTA EN TRANCE DE DESAPARECER EN LA PROVINCIA DE BURGOS

VALDIVIELSO ARCE, Jaime L.

Publicado en el año 1997 en la Revista de Folklore número 200.

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