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JUAN VAGAS
Un hombre que venía del otro mundo -venía de ánima-, y iba llamando a las puertas: "un ánima del otro mundo, si me pueden dar una limosna", y llamó a la puerta de una señora, y dijo la señora:
-¡Oy!» ¿Viene usted del otro mundo? A lo mejor conoce usté a mi hermano, que se llamaba Juan Vagas.
Dice:
-¡Ay, que si le conozco! Juan Vagas y yo, amigos inseparables; no nos separábamos nunca.
Y le dijo la señora:
-Pues le voy a dar a usté algo pa que lleve para allá: unos chorizos y de todas estas cosas que tengo aquí de la matanza, y eso se lo puede usted llevar.
Y dice:
-¡Uy!, todo lo que usted me dé se lo llevo.
Cuando llegó el marido a casa, le dijo:
-Anda, ¿no sabes?, que ha venido aquí un ánima que conocía a mi hermano Juan.
Dice:
-¿Que conocía a tu hermano Juan?
Dice:
-Sí, y le he dado chorizos y de todo, y un poco de lomo, para que se lo lleve.
Y ya dijo el marido, dice:
-Anda, a ti lo que te ha hecho es que te ha engañado. A ese, voy yo ahora detrás de él y verás si le pillo.
El hombre tenía un caballo y marchó con el caballo a ver si lo encontraba, pero el otro, como era ánima, se había subido a un tejado a revolver tejas, a un cuartón de una era, y cuando llegó allí, dice:
-Oiga, usted, señor, ¿ha visto usted pasar por aquí a uno que dice que era ánima del otro mundo?
Dice:
-Ya hace tiempo que pasó.
Dice:
-Pues voy air a ver si lo alcanzo.
Y dice:
-Pues, mire, mejor es que me deje usté el caballo y voy yo a por él, que le conozco yo mejor que usted. Usted me deje el caballo, que voy yo a buscarle.
Dice:
-Bueno, bueno, pues tenga usté el caballo, ya volverá usté.
Conque cogió el caballo y marchó y ¡tú que le viste!
Y llegó a casa y se lo contó a la mujer. Esta le dijo:
-¡Anda, bobo, más te ha engañado a ti que a mí, que ahora hasta nos ha dejao sin el caballo!
LA HIGUERA DE JUAN EL TUERTO
Era un señor que tenía un huerto cerca del cementerio y se llamaba Juan el tuerto. Y tenía allí una higuera muy grande, con muchos higos, y los mozos se los quitaban. Dice: "No me vuelve a pasar esto, porque voy yo por la noche y cuido la higuera. ¡A ver quiénes son los que cogen los higos!".
Pero los mozos se enteraron que se quedaba cuidándola y se escondieron detrás de las tapias del huerto, y cantaban:
Antes, cuando éramos vivos
veníamos a esta higuera a por higos,
y ahora que somos muertos
venimos en busca de Juan el Tuerto.
El hombre, que los oyó, cogió miedo y marchó a casa que volaba, y los otros le cogieron los higos.
LA DEVOTA DE SAN ANTONIO
Era una señora que tenía una hija en edad de casar, pero no la salía ningún novio y estaba preocupada, así que decidió encomendarse a San Antonio y fue a la iglesia al altar del santo a rogarle:
San Antonio bendito,
maninas, patinas, cara de gloria,
dame un novio para la mi Antonia.
Y el sacristán, que la oye:
El hijo del sacristán,
que es un mozo muy galán.
Marchó para casa tan contenta y le dijo a su hija que se la había arreglado lo del novio. Así que se encontraron y se casaron y, después de un tiempo, la mujer, al ver que el marido de su hija era un vago y un perdulario y un mal marido que no hacía más que hacerla sufrir a la hija, se fue a San Antonio a reprochárselo. Y, nada más llegar a su altar, le suelta:
Anda, manazas, patazas, cara de cuervo,
que, según tienes la cara, me diste el yerno.
LA DEVOTA DE SAN ANDRÉS
Era una mujer devota de San Andrés y todo se lo pedía a él, y le llevaba ofrendas a ver si le concedía lo que pedía. La mujer veía que desaparecía lo que le llevaba y se dispuso a preguntar al santo si era él quien se lo comía o era algún gato que iba por allí:
-San Andrés, ¿comen los gatos miel?
-Sí, hija, y beben vino también.
-¿De veras?
-Y también comen peras.
Y se quedó tan tranquila y le siguió llevando, pero había sido el sacristán, que estaba escondido cerca, el que la iba contestando.
ÁNGEL DIVINO
Un hombre que había ido a Valderas a comprar un burro y, al llegar al pueblo, todos le preguntaban que cuánto le había costado. Y él no lo quería decir, pero como siempre le daban el mismo sonsonete y le tenían aburrido, se dijo: "A estos les arreglo yo".
Fue a la iglesia y dio en tocar a vuelo las campanas, y la gente, al oir todas las campanas tocando, creyó que había fuego en el pueblo y se iba hacia la iglesia a ver que pasaba. Y entonces, el hombre se escondió en la escalera del campanario y la gente estaba en la iglesia amedrentada porque no sabía quién había tocado las campanas. Y él levantó la voz y dijo:
-¿Estáis todos juntos?
Y le contestaron (ellos creían que era voz del ángel, porque no veían nada):
-Sí, ángel divino.
-Pues catorce duros me costó el pollino.
JUANILLO EN PROCESIÓN
En una iglesia de un pueblo habían robao las vinajeras y el incensario. Y dijo Juanillo, un monaguillo, al señor cura:
-Yo sé quién lo ha robao, pero no lo digo hasta que me saquen en procesión.
-¡Pero, hombre, cómo te vamos a llevar en procesión como si eres un santo! -le dice el cura.
-Pues si no me llevan así, no lo digo -dice Juanillo.
Conque, ya el señor cura se revistió con la capa y todas las vestimentas sagradas de hacer las procesiones y dijo al sacristán: -Bueno, bueno, saca unas andas y pon a Juanillo encima. Y toca las campanas a vuelo pa que venga la gente.
Conque ya, todo el pueblo en la procesión. Y el señor cura cantaba:
Dinos, Juanillo, quién ha robado las vinajeras y el incensario.
Y Juanillo contestaba:
Más alante lo diré.
Y un poco más adelante se vuelven a parar y otra vez entona el cura:
Dinos, Juanillo, quién ha robado las vinajeras y el incensario.
Y Juanillo, lo mismo:
Más alante lo diré.
Y otro poco, y vuelta el señor cura:
Dinos, Juanillo, quién ha robado las vinajeras y el incensario.
Y Juanillo, lo mismo:
Más alante lo diré.
Y ya anduvieron por todo el pueblo y vuelven a la iglesia, y el señor cura, vuelta a la letanía:
Dinos, Juanillo, quién ha robado las vinajeras y el incensario.
Y Juanillo:
Señor cura, los ladrones.
Y la gente se enfadó mucho, porque les había tenido de procesión para eso, pero Juanillo decía que él había dicho la verdad: que eran los ladrones.
BRUJAS EN LA IGLESIA
En un pueblo se oyeron un día unos ruidos muy grandes y extraños en la iglesia, en una parte de la iglesia, y se lo fueron a decir al señor cura, porque decían que si pudieran ser las brujas o seres malignos y el señor cura tenía que echar la bendición.
Conque fueron a decírselo al señor cura y éste, al ver que no se veía nada y los ruidos sí estaban y se oían de vez en cuando -unos ruidos raros-, dijo que si iba a ser cosa del demonio que quería asustar al pueblo. Así que se corrió la voz por el pueblo de que los demonios estaban en la iglesia escondidos y que el señor cura iba a echar agua bendita para espantarlos.
Con que ya se vistió el cura y se puso a la entrada de la iglesia y, allí, con toda la gente detrás, afuera, el sacristán abrió bien las puertas y encendió las luces y, entonces, el cura empezó a echar los latines y a dar con el asperges y salió un marrano (porque los ruidos que hacía era un marrano que se había metido allí, sería el marrano de Antón a lo mejor, no sé), salió corriendo, a todo meter, y le pescó al señor cura entre las piernas y tiró con él, se lo llevó, y el cura iba montao en el marrano por las calles y decía:
-¡Que me llevan los demonios! ¡Que me llevan los demonios!
Y toda la gente detrás, diciendo en procesión: -
Amén, amén, amén.
EL CURA Y EL SACRISTANILLO
Un cura (un señor cura, como decíamos antes) tenía un sacristanillo para hacerle los recaos, y que no sabía cómo se hacían las cosas, porque había venido de la montaña o no sé de dónde y desconocía muchas palabras y cosas, porque nunca las había visto o las llamaba por otros nombres que se las daba allí en la montaña. Conque ya, por enredar con él y reírse un poco de lo ingenuo que era, o que parecía, le iba enseñando todo con los nombres cambiaos, para ver cómo el pobre muchacho se hacía un lío. Así le dijo que la casa se llamaba la chiribitaina, y las escaleras las esquinencias, y todo lo que se le ocurría, porque, además, el muchacho también le preguntaba:
-¿Y la lumbre?
-La lumbre, la alegría.
-¿Y el gato? -que estaba allí cerca.
-El pescalosratis.
-¿Y el rabo? -que no hacía más que menearle.
-El tinguilis mínguilis.
-¿Y eso que echa usted cuando en misa nos moja?
Dice:
-Eso es la buenabundancia.
-¿Y la cama?
-La cama, el alto de San Sebastián.
Conque ya va el muchacho un día y ve que el gato se ha prendido a la lumbre y que marcha escaleras arriba como el demonio, y dice: "se le va a quemar la casa al señor cura", y, como el cura estaba todavía en la cama, desde abajo le avisa cantando de esta manera:
Señor cura baje usté
de los altos de San Sebastián,
que anda el pescalosratis
subiendo y bajando por las esquinencias
con la alegría en el tinguilis mínguilis
y si no baja usté
a echarle la buenabundancia
se le quemará la chiribitaina.
MEARRA
Un cura y un sacristán. El sacristán tenía paperas, y el cura meaba la cama. Una vez cuando el sacristán tenía paperas, el cura, para reirse de él, cantó en misa:
-Paperonia sécula seculóooorum.
Y el sacristán, que sabía que el cura meaba la cama, le contesta:
-Meaaaarra.
EL EXAMEN DE DOCTRINA
En la cuaresma había que ir a examinarse de doctrina cristiana (que te daban una cédula de cumplir con Pascua, pero a la doctrina se iba en cuaresma), y fueron dos vecinas juntas. Y dijo el señor cura (ellas estaban allí), y dice:
-Bueno, vamos a ver, dígame usted el padrenuestro.
-¡Huy, qué cosas me pregunta usted a mí, don Pascasio!
-Bueno, diga el padrenuestro, mujer.
-¡Pero qué cosas tiene usted, que le diga el padrenuestro!, ¡como si no supiera yo, como si fuera una chiguita!
-Y el cura, ya, se enfadaba:
-Bueno, que la digo a usted, señora Juana, que diga el padrenuestro.
Y ya la mujer, acobardada, de que veía que el cura se enfadaba, toda compungida, dice:
-¡Bueno, hombre, bueno, el padrenuestro! Pues ande, pregúntesele usted a ésta, que tampoco le sabe.
LA CONFESIÓN DE LA VIEJA
Pues una vieja de las de antes, que todo las parecía pecao, se fue a confesar y se acercó allí al confesionario y no sabía cómo empezar.
Como no decía nada, el cura le preguntaba. Hasta que dice:
-¡Ay, padre, si es que tengo un pecao, pero no me atrevo a confesarlo!.
-¡Hombre! ¿tan grande es que no se atreve a confesarlo? Dígalo, que Dios todo lo perdona.
Pero ella no se lo decía, sólo que era muy grande y que no se atrevía.
-Bueno, mujer, no se apure usted, ¿usted viene arrepentida?
-Sí, pero es que...
-Bueno, pues vamos a ver el pecao. Dígamele.
Y ya, por fin:
-Pues, ya ve, que el otro día fui a hacer mis necesidades y me limpié el culo con un papel untao de manteca, y era viernes de cuaresma.
¡BURRO, COMPONTE!
Un señor tenía un burro, ya viejo, que iba con él a los mercaos y no se lo comproban, hasta que ya dice: "Lo que voy a hacer yo con este burro va a ser una cosa, le voy a meter tres o cuatro duros en el culo y voy al mercao con él". Conque así fue, y enseguida tuvo comprador:
-¡Qué! ¿me vende usté el burro?
Dice:
-¡Hombre, no se lo voy a vender! A eso he venido.
-Pues a ver si nos ajustamos.
-Eso, que este burro no se vaya usted a creer que es como los otros, que este vale más. Este caga duros.
-¿Duros?
-Sí, hombre, sí, y, si quiere, ahorma mismo lo vemos, que se lo demuestro yo.
El otro no se lo creía, pero el hombre le dio así al burro (en el lomo) y dice:
-¡Burro, componte!
Fue el burro y cagó un duro (se retorció un poco y cagó un duro).
-¿Ve usted cómo es verdad?
-Sí, parece que sí.
Y el hombre no se decidía mucho, y dice:
-A ver, otra vez, no sea que me engañe.
-Que no le engaño, ya lo ha visto usted.
Conque ya, otra vez, le dio así al burro y dice:
-¡Burro, componte! Y el burro fue y cagó otro duro.
Conque ya, fue y dice:
-Me quedo con el burro.
Así que hicieron el trato y se quedó con el burro. El hombre se fue a casa todo contento y, nada más llegar, le dice a la mujer:
-¡Ay, María, si vieras lo que traigo!
-Pues ¿qué es? -dice ella.
-Que traigo un burro que caga dinero. Ya no nos va a hacer falta trabajar.
-¡Ay, sí!, ¿un burro?, ¿cómo es eso? Nunca he oído yo que caguen los burros.
Dice el hombre:
-Que sí, que sí, ya lo verás. Mira, vamos a la cuadra y lo vemos. Trae la manta esa del capillo y le tapamos bien, para recoger todo lo que cague.
Conque se la pusieron, la ataron con la cincha, para que no se le cayera, y dice:
-¡Hala, vamos a la cocina! Que descanse un poco, mientras tanto.
Y allí, en la cocina, los hombres tan contentos, haciendo sus planes de lo primero que iba a cagar el burro. Pero ya estuvieron un rato, y dice:
-Vamos a ver, a ver ya lo que ha cagao.
Conque ya, desatan la cincha, le quitan la manta y... ¿qué había en el capillo?...
¡Cagajones!... ¡Ay!, la mujer se ponía muy enfadada, pero ¡qué adelanta!, después de hecho el trato ya no quedaba más remedio que tirar para adelante con el burro. Y el burro lo que cagaba, era lo que todos: ¡cagajones!
LAS BERZAS DE NUESTRO HUERTO
Era un matrimonio que tenían una huerta y también una vaca, y ya la tenían muy gorda y la querían vender. La mujer le dijo al marido que ya era hora de llevarla a León a vender, y que mejor iban los dos, que ella le acompañaría para que no se dejase engañar, pero él no quería, porque decía que qué dirían en el pueblo, que otros iban solos a la feria. Ella entonces le dijo que a ver cómo vendía la vaca, que no la vendiese por menos de su valor y que cuidado a la vuelta con los ladrones, no le fuesen a quitar el dinero. Pero él, haciéndose el valiente, dijo que a él no le quitaban el dinero ni aunque saliesen catorce, que no tenía miedo.
Así que al día siguiente se fue con la vaca y la vendió, y uno del pueblo que volvió antes que él, le dio la noticia a la mujer de que su Juan había vendido la vaca bien vendida. Entonces a ella no se la ocurrió más que vestirse de hombre, con unos pantalones y unas ropas viejas, y salió a esperarle al camino Valdunquillo y, cuando le vio venir, se escondió en un regato y luego le asaltó de repente. Disimulando la voz, le pidió el dinero o la vida. Y él, todo acobardadico, se quiso resistir, pero como insistiese que si no le daba el dinero de allí no pasaba, entonces, porque le dejase vivo, le entregó el dinero. Y, entonces, María le dijo:
-Pero no creas que con esto sólo te voy a dejar marchar, que me tienes que besar en el culo.
Juan no quería hacer eso, pero no tuvo otro remedio y, por fin, le dejó marchar, todo mohíno. La mujer, entonces, echó a correr por un atajo y llegó a casa a esperarle allí como si nada. Cuando le vio entrar, enseguida se puso a preguntarle, muy interesada:
-¡Eh, Juan! ¿qué tal en la feria?
El, cabizbajo, no sabía cómo decírselo, y sólo dijo:
-Vaya.
-¡Cómo que vaya!, si dicen que has vendido muy bien la vaca y no la traes.
Y, sin atreverse a mirarla, decía que sí con la cabeza.
-¿Y dónde está el dinero? ¡A ver el dinero! ¿O es que te han robado?
Dice, lleno de pena:
-Sí, pero eso no ha sido lo peor, peor ha sido lo otro.
-¡Cómo lo otro! ¿Pues ha habido más?
Dice:
-Que, además de darle el dinero, le tuve que dar al ladrón un beso en el culo.
Dice la mujer:
-¡Anda, bobo! ¿No decías que no tenías miedo, que a ti no te robaban ni aunque fueran catorce? Si el ladrón era yo y no me conociste del miedo que tenías.
Y dice Juan, algo más aliviado:
-Ya decía yo, que, cuando besé el culo al ladrón, olía a las berzas de nuestro huerto.
CINCO HUEVOS
Era un matrimonio ya mayor, y había hecho la mujer cinco huevos para cenar, y dice:
-Mira, tres pa mí y dos pa ti.
-¡Cómo! -dice el hombre-, siempre come más el marido. Tres pa mí y dos pa ti.
-No, tres son pa mí -dijo ella.
-Digo que no, que tres son pa mí, te pongas como te pongas.
-Bueno -dijo ella-, pues, entonces, me muero.
-Pues, si quieres, muérete, pero es así, tengo yo que comer tres.
Conque la mujer se murió (vamos, hizo que se moría, claro). Y, entonces, ya, prepararon el entierro y la iban a enterrar. Y, cuando la llevaban por el camino, al hacer la posa (porque antes, en el camino del cementerio, se hacían dos posas, que se decían, paraban dos veces y le echaba el recorderis el cura), va el hombre, al oído, y la dice:
-¿Has oido?, que pa mí tres y pa ti dos.
-Que te he dicho que no -ella contestaba, pero la gente no se enteraba, porque hacía que lloraba el hombre.
Conque ya, a la puerta del cementerio, la segunda posa (que se decía así).
-¡Oye, que ya llegamos a la puerta del cementerio! Mira a ver lo que haces, que yo como tres y tú dos.
-Te he dicho que no, que pa mí los tres.
Bueno, ya llegaron a la hoya, para enterrarla, y dice otra vez el marido:
-¿Ves?, que ya te van a bajar a la hoya. Pa mí tres y pa ti dos.
-Que te digo que no cedo, que pa mí tres.
Conque el hombre, todo enfadao, la deja por imposible y contesta:
-Pues trágate los cinco.
Y allí ya se acabó el entierro, y la gente ya se enteró que todo era por la cena, por ver quién comía más huevos.
EL DESCASORIO
Un matrimonio que se llevaba muy mal y siempre reñían, hasta que ya una vez dicen: "Bueno, esto no puede seguir así, hay que ir a casa del cura, y como nos ha casao, que nos descase". Y decidieron ir, y le dicen al cura:
-Mire, usté que nos casó, a ver si nos puede descasar, porque así no podemos seguir, que estamos siempre riñendo.
Y dice el cura:
-Bueno, bueno, hombre, ¿cómo no? Esto se arregla bien. Vamos a la iglesia y allí lo hacemos.
Conque fueron a la iglesia y le dicen:
-Bien, señor cura, ¿qué tenemos que hacer?
Dice:
-Nada, vosotros os arrodilláis aquí, delante del altar, y yo os descasaré igual que os casé.
Ellos se arrodillaron, y entonces el cura les tapó con un paño por la cabeza, para que no vieran. Se fue a la sacristía a por un palo de las andas y empezó a darles palos. Palo a uno, palo a otro, palo a uno, palo a otro, y venga a darle fuerte, hasta que ya el hombre, molido y cansao, se atreve a preguntarle:
-Diga, padre, ¿y va a durar mucho la ceremonia?
Dice el cura:
No, esto dura poco, hasta que se muera uno; entonces se acaba la ceremonia y quedáis descasaos.
LA LLAVE DEL PAJAR (29)
Esto es un hecho real que sucedió en Villamuriel de Campos. Una mujer fue a ver a un cuñado que estaba muy enfermo y le dijo:
-Oye, si te mueres (que te morirás), si vas al cielo (que no irás), y si ves a mi marido (que no le verás), le dices que dónde dejó la llave del pajar, que no la encuentro.
LOS VERSOS TRISTES
Quevedo iba paseando por el Paseo del Prado, y unas señoritas iban detrás y se iban riendo de él.
Iba una diciendo a las otras:
-¿Habéis visto cómo pisa Quevedo, qué pies tiene? Si tiene patas de mulos, parece -y se reían, venga a reírse. Y él lo iba oyendo.
Y, después, otro día que también le encuentran, en otro sitio, se acercan a él y le dicen, muy interesadas:
-Oye, Quevedo, mira lo que venimos pensando, ¿podías hacernos unos versos de esos tristes?
-Bueno, eso poco trabajo me cuesta. -Y dice:
Aquel que en el Prado visteis
que tiene patas de mulo,
dadle besos en el culo,
esos son los versos tristes.
EL POBRE PRÓFUGO
El rey invitó a Quevedo y a otros amigos, a otros cortesanos, a tomar chocolate, y a él, a Quevedo, le pusieron a la izquierda del rey, y empezaron a servir primero al rey, y luego siguieron por su derecha, y le dejaron a Quevedo para lo último y, cuando ya sólo quedaba él, el chocolate se termina y fueron a por más. Todos estaban con sus tazas bebiendo el chocolate y, como estaba muy caliente, soplaban. Y, entonces, Quevedo, para no ser menos, cogió también su taza y hacía como que bebía y, en vez de soplar, tiró un pedo. Y el rey, entonces, le dice:
-Pero, Quevedo, ¿qué es eso?
Y él dijo:
-Nada, señor, un pobre prófugo que va huyendo de la quema.
LOS PELLEJOS DE VINO
Iba Quevedo de paseo por una calle de Madrid y estaban unas señoritas en un balcón, asomadas, y, al verlo, empezaron a reirse de él, porque debía ser el pobre señor no muy agraciao. Conque va él, llama a la puerta y dicen:
-¿Quién? -y salió la señora de la casa.
Y dice Quevedo:
-¿Venden aquí vino? Dice:
-¡Uy, no, señor, aquí, vino no! ,
Dice:
-Yo creí que venderían, ¡como hay ahí tres pellejos a la ventana!
SU MAJESTAD ES COJA
A un pueblo iba a ir la reina, y era coja, y estaba la gente muy contenta, porque iba a ir la reina. Claro, todos sabían que era coja y tenían ganas de verla, y las mujeres decían que si nadie la diría nunca que era coja, que todos serían vivas y aplausos y zalemas para la reina. Pero una dijo que ella sí se lo iba a decir, que ella sí era capaz de decírselo, y todas la decían que cómo iba a hacer eso, que a la reina no se la podía decir así, de buenas a primeras, eso; pero la mujer dijo que ella ya sabía.
Total, que se pusieron a hacer los preparativos para recibir a la reina y también hicieron muchos ramos de flores, muchos ramos de flores, en una sala adornada, para ofrecérselos. Y cuando vino y saludó a las autoridades, esa señora se adelantó y la hizo las ceremonias a la reina y la dijo:
-Su Majestad escoja, su Majestad escoja.
La reina no lo entendió y escogió unas flores, y la señora coja la llamó.
LA SEÑORITA DE LA P Y LA U
Un señor, cuando veía pasar a una chica que era ella muy chula, siempre la decía:
-Vaya usted con Dios, señorita de la P y la U, de la T y la A.
Y ella decía: "¡Vaya hombre más faltón! ¿Por qué siempre me dirá lo mismo?", y se lo dijo a su madre, y ésta decidió que lo mejor iba a ser denunciarle. Y así lo hicieron, para que se callase. Se lo dijeron al juez y éste llamó al hombre y le pidió que se defendiera de esa denuncia que le hacía la chica por insultarla, por decirla siempre eso cuando la veía pasar, porque era un insulto ofensivo. Y el hombre, ni corto ni perezoso, le dio sus explicaciones. Dice:
-Señor juez, yo no falto a esta chica, yo sí que la digo eso que ella dice, pero se lo digo con buen fin. No la insulto, antes al contrario, la alabo por su buena planta, por su buena persona.
-Bueno, pues explíquelo usted.
Pues lo explicaré. Cuando la digo: "Vaya usted con Dios, señorita de la P", pues la digo que es una chica muy pura.
-Bueno, sí -dijo el juez- ¿y la U?, ¿qué quiere decir la U?
-Pues la U quiere decir que es muy humilde.
-¿Y la T?
-Pues la T, que es muy temerosa de Dios.
-¿Y la A?
-La A, pues que es muy amable. Así que me parece que en nada la falto.
Oídas las explicaciones, dijo el juez, convencido, a la madre de la chica:
-No tiene usted por qué quejarse, porque este señor le alaba a su hija, así que por lo tanto, queda disculpado de todo. Y, ahora, vayanse cada uno a su casa.
MARZO MAGARZO (30)
Era un pobre hombre, un inocentón, que se casó con una mujer que era muy pendón y, al poco de casarse, un mes o así, se dio cuenta de que la mujer estaba cerca de dar a luz, y dice: "¡Pero es posible!". Estaba preocupado, y se lo dijo a otros amigos, pero éstos, como ya le conocían, medio riéndose y como si ellos no sabían nada, le dijeron:
-Esto, el que mejor te lo puede explicar es el secretario, que él entiende más de cuentas, conque vete y pregúntaselo.
Y allí se fue, a donde el secretario, y dice:
-Le vengo a preguntar a usted un caso que usted es el único que me lo puede aclarar, que sabe de cuentas.
Y le dijo:
-Pues ¿qué te pasa, hombre?, ¿qué te pasa? Y dice:
-Que hace mes y medio o así que nos hemos casao y mi mujer ya va a tener un niño, y a mí me parece que es muy pronto. ¿Usted qué me dice? Y el secretario:
-¡Hombre!, eso se aclara bien. Vamos a ver -le dice-, tú ¿cuándo te casaste?
Y dice:
Yo, en marzo, pero estamos ahora en abril y ya va a nacer el niño.
Y dice el secretario:
-Pues muy bien. Mira, vamos a contar, ya verás como sí que sale: marzo magarzo y el mes de marzo, tres; abril abrilete y el mes que arremete, seis; mayo magayo y el mes de mayo, nueve. Así que...¡justo!, tuyo es el muchacho.
Y ya el hombre quedó tan contento.
EL SOMBRERO DEL REY
Pues estaba el rey en una cacería con otra gente que le acompañaba y, de pronto, se desató una tormenta y se tuvieron que refugiar en una cabaña en medio del campo, en donde había un pastor que estaba cuidando sus ovejas. Todos iban a pelote, menos el rey, que llevaba sombrero, y el pastor, que nunca se lo quitaba. Y, como no escampaba, se pusieron a merendar y también invitaron al pastor. Y el pastor tan contento, porque él no sabía quiénes eran aquellos, sólo unos señores que andaban por allí cazando. Y el rey, entonces, por pasar el rato, se puso a hablar con él y le preguntó:
-¿Tú eres casao o soltero?
Y dice:
-Yo estoy casao.
-¿Cuántos hijos tienes?
-Doce (doce o catorce, muchos).
Dice el rey:
-¡Hombre!, buena mujer la tuya para Napoleón.
-¡Qué va a ser para Napoleón ni pa su madre! Esa es mía, que me la dio a mí la Iglesia.
Conque, bueno, ya el rey, viéndole tan suelto, le dijo:
-¿Tú sabes aquí con quién estás?
Y dice:
-¡Anda, con quién voy a estar! Con unos cazadores.
Dice:
-Y si estuviera el rey, ¿tú le sabrías distinguir de los demás?
Dice:
Yo, no.
Dice:
-Pues, fíjate a ver los que tienen sombrero y los que van a pelote. El que tiene sombrero es él.
Y dice el pastor:
-Pues, entonces, si es cuestión de sombrero, o tú o yo.
LAS TRES PAPUDAS
Eran tres hermanas que no sé cómo se llamarían, pero el novio que tenían repartido para las tres se llamaba Gonzalo. Su madre era la que hablaba con él, porque a ellas, como tenían esa voz al hablar (ppappapppapa...) que no se las entendía, les había prohibido que hablaran con él, para que no le espantasen. Pero un día se fue a lavar y las dejó solas, y, en esas, que llegó Gonzalo y les dijo:
-¿Qué hacéis? ¿dónde está la madre?
Y ellas, a callar, que no contestaba ninguna. Y él preguntaba y ellas, nada. Hasta que ya, como había dejado la madre la olla a la lumbre con berzas y gorgoriteaba mucho y se salía y Gonzalo miraba, saltó una:
-Destapa la chirigota, que se va la jota.
Y dijo otra:
-¿Pa qué falaste?, ¿non te dijo mi madre que nun falaras?
Y la otra:
-Pos mira, yo que nun falo, pa mí es el chico Gonzalo.
Pero el chico Gonzalo, que las vio hablar así, se marchó y ya no volvieron más a verle el pelo.
EL NIÑO Y LOS LADRONES
Era un niño que quería llevar el almuerzo a su padre, que estaba arando, pero su madre decía que era muy pequeño, que no iba a saber, pero el niño insistía:
-Que sí, que sí, que yo voy.
Total, que la madre le dejó y le preparó el almuerzo para que se lo llevara a su padre.
El niño se echó al camino, pero, al poco, se encontró con una vaca y le cagó y le tapó con la boñiga y tuvo que quedarse allí, sin poder llegar adonde su padre. Pero allí, al lado del camino, había un árbol con mucha hoja y a él se habían subido unos ladrones para repartirse el dinero que habían robado en su última fechoría. Y decían:
-Pa ti veinte, para ti cuarenta, para ti tantos...
Y él, desde la boñiga, decía:
-¿Y para mí?
Y los ladrones, como no sabían quién lo decía, se quedaron contrariados y empezaban otra vez el reparto, porque ninguno se conformaba y todos querían más.
-Pa ti veinte, cincuenta, sesenta -según lo que le correspondiera a cada uno.
Y, otra vez, el niño:
-¿Y pa mí?
Y los ladrones, todo asustados, miraban para todos los lados a ver quien podía ser, y no veían a nadie. Y otra vez vuelta a contar y a repartir.
Y el niño, otra vez:
-¿Y pa mí?
Los ladrones, sobresaltados, cada vez con más susto se pusieron a mirar y vieron que venía por el camino un tropel de gente y se dijeron: "éstos vienen a por nosotros", y dejaron en el árbol lo robado y se escaparon de allí a todo correr.
Después de un poco pasaron una bandada de palomas y, como en la boñiga había granos de trigo, porque la vaca había comido trigo, se pusieron a picotear el trigo y el niño pudo salir de allí, todo contento, y, entonces, se subió al árbol y se encontró con el dinero que habían dejado abandonado los ladrones.
Su madre, en casa, estaba todo preocupada, porque el niño no aparecía, pero, de pronto, apareció él con unas alforjas llenas de dinero, y dice:
-Mire, madre, lo que traigo aquí.
Y se puso muy contenta, y luego vino el padre y se lo enseñaron al padre y los tres se pusieron muy contentos, y ya el padre no tuvo que trabajar más ni el niño tuvo que llevarle el almuerzo y vivieron muy felices y comieron perdices y a nosotros nos dieron con las plumas en las narices.
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NOTAS
(1) "Valores y estereotipos en algunos cuentos costumbristas castellanos de tradición oral", Revista de Folklore, 1995, nº 172, Valladolid, pp. 127-140.
(2) La cultura popular en la Europa moderna, Alianza, Madrid, 1991, p. 167.
(3) Proceden de otras fuentes distintas de la familiar los cuentos: "La devota de San Andrés" y "Brujas en la iglesia".
(4) "El narrador", Revista de Occidente, nº 129, 1973, pp.301-330. WEINRICH, Walter: "Al principio era la narración" en La crisis de la literariedad, Taurus, Madrid, 1987, pp. 99-114, habla, al respecto de "desnarrativización".
(5) Ibídem.
(6) El estudio de la primera fue iniciado por el antropólogo EDWARD T. HALL en The Hidden Dimensión, Garden City: Doubleday, 1966. Para la segunda interesa la obra de FERNANDO POYATOS: Man Beyond Words: Theory and Methodology of Nonverbal Commnunication, New York, State English Council, 1976.
(7) MAUSS, Marcel: Introducción a la etnografía, Istmo., Madrid, 1974, p. 215.
(8) COSERIU, Eugenio: "Determinación y entorno" en Teoría del lenguaje y lingüística general, Gredos, Madrid, 1973, pp. 282 ss.
(9) Ya apunta esto CAMARENA, Julio: "Introducción" a Cuentos Tradicionales de León I, Seminario Menéndez Pidal, Universidad Complutense y Diputación Provincial de León, Madrid, 1991.
Interesa también VELASCO, Honorio M.: "La tradición oral. Textos, contextos, géneros y procesos", en Antropología Cultural en Extremadura, Asamblea de Extremadura, Mérida, 1989, pp.571-585.
(10) Se da el caso de que conservan "ciertas frases formularias" que usan como refranes y que, en realidad, son el broche o sentencia final, proverbial, de algún cuento que son incapaces de reconstruir. Tal sucede con:
"Si de esta salgo y no muero no quiero más bodas en el cielo".
"Te conozco bacalao, aunque vengas disfrazado".
"No le arrimes al castaño, no suceda lo de antaño".
(11) MONER, Michel: "La palabra y el gesto: Notas al margen de un cuento inédito recogido de la tradición oral en Santa Cruz de los Cáñamos (Ciudad Real)", RDTP, 1988, pp. 229-236.
(12) Los cuentos "se cuentan también porque el narrador y sus oyentes se complacen en ello", según apuntan BEALS, Ralph L. y HOIJER, Harry: Introducción a la antropología, Aguilar, Madrid, 1976, p. 665.
(13) Ver DÍAZ VIANA, Luis: "El juglar ante su público. Diversas formas de la actuación juglaresca", Revista de Folklore, 1986, nº 69, Valladolid, p. 99, para quien el "efecto" constituye la "coherencia".
(14) GOODY, Jack: The Domestication of the Savage Ming, Cambridge University Press, 1977.
(15) Ob. Cit., pp. 309 ss.
(16) SASTRES ZARZUELA, Eladio y ROLLAN MÉNDEZ, Mauro: Historias del Sequillo. Carnavales, Ámbito, Valladolid, 1995, pp.184-185.
(17) Novelas ejemplares II, edición de Henry Sieber, Cátedra, Madrid, 1983, p. 304.
(18) "Valores y Estereotipos...".
(19) Ver SCHMIDT, S. J.: Fundamentos de la ciencia empírica de la literatura, Taurus, Madrid, 1990.
(20) El chiste y su relación con el inconsciente, Alianza, Madrid, 1970. Interesa también HOLLAND, N. H.: Laughing. A Psychology of Humor, Ithaca, Cornell University Press, 1982.
(21) No se atribuye esta anécdota, sin embargo, a Quevedo, coincidiendo como coincide con cierta coplilla de su autoría: "Entre el clavel / y la rosa / su Majestad / es coja".
(22) La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, Barral, Barcelona, 1974.
(23) El carnaval, Taurus, Madrid, 1979, p. 91.
(24) Problemas de la poética de Dostoievski, F. C. E., Méjico, 1986.
(25) La cultura popular..., pp. 23 ss.
(26) Itinerario del entremés, Gredos, Madrid, 1971, pp. 20 ss.
(27) RAMOS, Rosa Alicia: El cuento folklórico: una aproximación a su estudio, Editorial Pliegos, Madrid, 1988, p. 27. Para esta estudiosa, es la degradación y la unidad de acción lo que da a este tipo de cuentos su tono humorístico y su carácter distintivo.
(28) Folklore y literatura: el cuento oral en el siglo de oro, Crítica, Barcelona, 1978 y El cuento español en el siglo XIX, Madrid, 1949, respectivamente.
A este cuento, que en otras versiones castellanas es conocido como "Cabecita de ajo", se le cataloga entre los "cuentos de magia" en el índice de Aarne-Thompson. RODRÍGUEZ ALMODOVAR, Antonio: Los cuentos populares o la tentativa de un texto infinito, Universidad de Murcia, 1989, lo considera, sin embargo, dentro de los cuentos de costumbres.
(29) Aunque el informante afirma en su versión que esta anécdota obedece a un hecho real, ello no sería más que efecto de la "ubicación" realista, dentro de una geografía conocida, que se realiza muchas veces con estos cuentecillos. *850 en la catalogación de BOGGS, Ralph S.: índex of Spanish Folktales, FFC, 90, Helsinki, 1930. Sólo se conocen versiones en Asturias y León, lo que hace creer a JULIO CAMARENA: Cuentos tradicionales de León, ya citado, que es propio del noroeste peninsular.
(30) Este motivo del hijo prematuro es materia folklórica con utilización literaria (Juan de Timoneda, Lope de Vega, López de Ubeda...) según ha mostrado CHEVALIER, Máxime: Cuentos folklóricos españoles del siglo de oro, Crítica, Barcelona, 1983, p. 200. Recoge otra versión JULIO CAMARENA, op. cit., en Luyego de Somoza. Creemos que esta nuestra supera a todas ellas en dinamismo expresivo y en ingenio."