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Los diarios, semanarios y revistas especializadas son armas con que, en momentos dados, puede contar la sociedad para combatir o intentar hacer frente a males comunes; con su concurso se advierte que, poco a poco, va desterrándose en nuestras comunidades ese "horror a la tinta" con que, expresivamente, se definía la costumbre de generaciones pasadas de leer poco o nada. Esto al menos es lo que dicen las estadísticas; tendrían que detallar además si la persona que compra una revista o un diario los lee por entero, o si prefiere dedicar su atención a alguna sección concreta, o si, en el colmo de la generosidad con su propio dinero, opta por recorrer sólo los titulares eligiendo después como fuente noticiosa a la televisión. Cualquiera de las actitudes señaladas es válida, aunque no todas sean beneficiosas por igual para el individuo. Medios de comunicación que informen hay pocos, pero sólo los impresos acrecientan -o al menos mantienen- en el ser humano su interés por la lectura.
Es lástima que, paulatinamente, hayan ido desapareciendo esos periódicos y revistas locales que, lejos de publicar socorridas y comunes noticias de agencia, buscaban la información en el seno de las pequeñas comunidades a las que servían. Aún resisten heroicamente algunas excepciones a las que se han unido, con aire informal y desenfadado, todas esas publicaciones de ámbito rural que, con escasez de medios y abundancia de entusiasmo, mantienen vivo el orgullo de poseer una cultura antigua, riquísima y todavía funcional en muchos aspectos, a la que no podemos sacrificar en aras de una modernidad o un proceso mal entendidos.