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A lo largo de nuestra existencia y en la cotidianidad estamos rodeados de una serie de objetos a los que no prestamos atención por lo corriente o cercanía. Estamos acostumbrados a cobijarnos en casas, a resguardarnos en indumentarias, lavarnos o comer sin pararnos a pensar en cómo están hechos los elementos constructivos, utensilios, vestimentas o recipientes; quiénes los han efectuado o desde cuándo se utilizan.
A lo sumo contemplamos con admiración una pieza excepcional, considerada ornamental o artística, y más si su coste económico es alto.
Sin embargo cada elemento encierra en sí mismo una serie de significados y valores que intentaremos definir. Y aunque hagamos más hincapié en la alfarería con vedrío, por lo que tiene para nosotros de valioso, consideramos que muchos de los datos pueden ser extrapolables a otras materias o técnicas.
VALOR HISTORICO (1)
A partir de los datos arqueológicos y de la etnología comparada se puede reconstruir aproximativamente el proceso de la invención de los esmaltes cerámicos. La investigación no ha sido nada fácil, ya que existen grandes lagunas de información no confirmada, pero el estudio exhaustivo de las culturas neolíticas tardías y de las tempranas del bronce, así como el aporte de los datos que proporciona la técnica de la metalurgia y la minería primitiva, todo ello sumado al conocimiento de los materiales cerámicos que entran en la composición de los esmaltes, pueden llegar a esclarecer el panorama para poder trazar un cuadro, bastante coherente, aunque sujeto a la evidencia que proporcionen los nuevos hallazgos que seguramente se producirán en el futuro.
En primer lugar, es innegable que el origen del esmalte cerámico se halla íntimamente ligado a la invención de la fundición del cobre metálico para producir el bronce. Ello se desprende del hecho de que el más antiguo esmalte arqueológicamente atestiguado es un vidriado alcalino compuesto a base de carbonato de sodio o de bórax más cuarzo, y coloreado con carbonato de cobre. Los turquesas o azules que se encuentran en el Egipto de principios de la era dinástica, han sido compuestos de estos materiales.
El hombre primitivo del lejano Oriente utilizó a los comienzos oro y cobre nativo, que se trabajaba por el método del martillado y calentamiento, a fin de ablandarlo. Pero dado que el metal nativo era escaso, el primitivo metalúrgico, acuciado por la necesidad de hallar minerales de cobre para trabajar herramientas, armas y otros objetos de bronce (cobre más un 10% de estaño), cuya insustituible utilidad y eficacia ya conocía, comenzó a efectuar ensayos y pruebas con los minerales a su alcance, para lo cual recurrió, a falta de otro medio, al horno del ceramista. Allí descubrió que, cuando el calor era intenso dentro del horno, no sólo se fundía el cobre nativo, sino que también se derretían ciertas piedras naturales, como la malaquita y la azurita. Estos compuestos del cobre (carbonatos naturales), que siempre se encuentran cerca de los yacimientos de cobre meteórico, permitían obtener cobre metálico en cocción reductora dentro del horno cerámico, en uso desde siglos anteriores. La dificultad de estos hornos era que no siempre se podía llegar a la temperatura necesaria sin el uso de sopladores, por su imperfección en la construcción, mala calidad de la leña...
Entonces atisbaron que el bórax (borato de sodio), muy abundante en el Cáucaso, Asia Anterior y Egipto, facilitaba la fusión de los compuestos y el cobre mismo, a menor temperatura por su poder de disolvente de Óxidos, y se observó que éste se dejaba teñir por el carbonato de cobre, formando un esmalte o vidrio de color turquesa azulado, sumamente alcalino. Dicho esmalte quedaría adherido simplemente a las paredes del crisol de arcilla con lo que la invención del esmalte ya estaba hecha, ni por casualidad ni ex profeso.
La curiosidad natural de estos activos prospectores de metales les llevó a experimentar con todas las rocas disponibles sometiéndolas al calor, piedras que reconocían por su aspecto, color, dureza, sabor, peso y resistencia al vinagre, que era el único ácido conocido por entonces.
La existencia del horno cerámico fue la premisa y condición necesaria para que se pudiera fundir el cobre, pero a su vez, la cerámica se benefició de la invención, pues salió enriquecida con el conocimiento de la fabricación y el uso del esmalte. Sin embargo en un principio no se utilizan mezclas de plomo o de óxidos de hierro, mucho más abundantes que el cobre, y el descubrimiento del vedrío no se generaliza en el mundo de entonces mientras que la metalurgia sí. El uso del esmalte no se difunde hasta varios siglos más tarde, hacia el 2.000 a. C. y hay que considerar que las primeras fusiones de cobre para fabricar bronce se produjeron en Mesopotamia hacia el 4.000 a. C., en la zona de los montes del Cáucaso (Armenia o Transcaucasia) hacia el 3.500 y en Egipto en torno al 3.000 a. C.
Es en Egipto, en su fase calcolítica con conocimiento elemental de las técnicas del metal, donde poco después aparecen los característicos esmaltes de sodio-cobre, que se encuentran desde los comienzos de la era dinástica (hacia el 3.100 a. C.). Se trata de pequeños objetos esmaltados, cuentas, figurillas, amuletos... En torno al 2.600 a. C. aparecen revestimientos para uso constructivo, con esmaltes turquesas o azulados, de donde nace la tradición oriental que enlaza la cerámica con la arquitectura y que culminará luego en el Islam. Y hacia el 1.200 a. C. ya surgen piezas cerámicas de mayor tamaño.
A pesar de las fechas tempranas, el uso del esmalte cerámico no se expande pese a su descubrimiento. Sólo se confeccionan piezas especiales, muy pequeñas al principio y de uso cultural. La cerámica funcional, doméstica, seguía fabricándose a mano o a torno, pero se la recubría con los mismos engobes neolíticos, con leche o la resina que la hacía impermeable. El esmalte primitivo, muy cuarteado y defectuoso, no permitía ejecutar vasijas que retuvieran el agua.
Hasta el 2.000 a. C., en que se extiende la utilización del cubierto de plomo, no se difunde el empleo de la vajilla vidriada, y aún ello bastante limitadamente, pues dichos platos y cacharros se destinaban al uso ritual o palaciego. Parece que los esmaltadores trabajaban adscritos a un templo, bajo el control sacerdotal y guardando celosamente los secretos de su arte solamente transmitido a los iniciados. En una tablilla de arcilla cocida, que se guarda en el British Museum, se halla escrita la fórmula de un esmalte de plomo y cobre (verde), donde el maestro, un tal Liballit-Marduk, de Babilonia (C. 17.00 a. C.), la revela para uso de su gremio, tal vez por imposición real o para que no se perdiera el compuesto.
Fórmula según la notación moderna: vidrio 243,0; salitre 3,1; plomo 40,1; cal, 5,1 y cobre 58,1.
Otros textos escritos en caracteres cuneiformes de la biblioteca de Asurbanipal (Asiria, siglo XII a. C.) con recetas y procedimientos confirman que dichas fórmulas sólo eran accesibles a los iniciados y sabios, que eran los que sabían leer y escribir. Con todo esto, hasta el 800 a. C. no trasciende el uso de la cerámica esmaltada de manera apreciable.
Una vez inventadas las técnicas de esmaltar, su desarrollo y perfeccionamiento no fue difícil. Bien pronto se observó que ciertas sustancias opacificaban los esmaltes -que al principio eran transparentes aunque turbios-, es decir los volvían lechosos si se las adicionaba en pequeños porcentajes y los volvía blancos brillantes si la proporción era suficiente. Dichos metales eran los que abundan en el Cáucaso y se utilizaban en la metalurgia primitiva: el estaño, antimonio y arsénico. Más tarde se averiguó que el óxido de plomo (que se hallaba en estado puro aunque más escaso), más una cuarta parte de arena de cuarzo bien molida, daba un buen esmalte que fundía hacia los 900°, y que se podía opacificar adicionándole un 10% de óxido de estaño, que se obtenía en el mismo crisol de fundición separando las capas superiores oxidadas. Nacieron así las diferentes fórmulas, cada una para cada tipo de esmalte, pero siempre partiendo de dos tipos básicos de fundente: el alcalino (sodio) y el plúmbico (plomo). Luego se aprendió a obtener vedríos de plomo empleando la galena (sulfato de plomo), mineral muy difundido en el Cáucaso.
Más tarde los chinos se ubicaron a la cabeza del progreso en este campo, pues perfeccionaron tanto las técnicas de construir hornos y elaborar pastas y esmaltes, que alcanzaron temperaturas de 1.450°, con lo que lograron maravillas casi imposibles de imitar. Poco a poco la experimentación y el trabajo llevaron a nuevas invenciones y conocimientos: como obtener diferentes colores empleando distintos óxidos y porcentajes; cobre para verdes y turquesas (óxidos o carbonatados); cobalto para azules; hierro para dorados o marrones con plomo; manganeso para morados, rosados o violáceos; cromo para verdes con álcalis y rojos con plomo; antimonios para amarillos (antimoniato de plomo).
Con el andar del tiempo se comprobó que, si se mezclaban los ingredientes secos molidos y se los fundía con un crisol, se obtenía así un esmalte más puro, con mejor transparencia, brillo y realce de los colores, pues con ello se eliminaban las impurezas de las materias primas y se evitaban afloraciones o enturbiamientos en el esmalte ya horneado. La pasta fundida, en estado incandescente, se vertía a otro recipiente con agua fría, y así se estrellaba y reducía a gránulos fáciles de moler en un mortero. Este proceso se denomina fritado, y beneficia a los esmaltes alcalinos, pues evita dificultades causadas por el hecho de que sus componentes son solubles (borax, soda). El fritado los vuelve insolubles, a la vez que mejora el resultado. El esmalte preparado así y molido, podía guardarse mucho tiempo y tal vez venderse o importarse. La prolijidad y dedicación que requiere la invención de la frita nos hace pensar en su origen en el lejano Oriente.
La tradición de los esmaltes de plomo crudo (no fritado) es posterior a la de los alcalinos en el próximo Oriente, no así en China, donde los esmaltes plúmbicos son los más antiguos. Después de introducida en Mesopotamia y Oriente próximo, dicha tradición no se interrumpirá jamás hasta el Renacimiento y tiempos posteriores. En gran parte aún perdura, especialmente para la cerámica artística, pues el plomo permite obtener texturas y colores, en bajas temperaturas, imposibles de conseguir con los alcalinos, más apreciados por la industria, ya que son más baratos. Con todo la técnica del esmalte alcalino se conservó férreamente en Egipto mientras que los esmaltes de plomo, predominan en el Oriente próximo.
Posteriormente y poco a poco, se fueron descubriendo todos los componentes que intervenían en la formación de los esmaltes: fundentes (sodio, plomo); refractarios (cuarzo, arena, feldespato); colorantes (óxidos o carbonatos metálicos); u opacicantes (estaño, antimonio, cinc, titanio, carbonato de calcio...).
Las mezclas entre diversos productos y los hallazgos ocasionales condujeron al nacimiento de una enorme cantidad de esmaltes diferentes, cuyas fórmulas por lo general se mantienen en riguroso secreto, al punto de que la muerte del artesano esmaltador o del taller comunal muchas veces causaba la desaparición definitiva de todo tipo de cerámica esmaltada.
Pese a la invención del esmalte cerámico, el uso de la vajilla vidriada no se difunde y generaliza hasta mucho tiempo después, en la época islámica, y aún ello entre las capas acomodadas de la población. Los objetos esmaltados eran demasiado caros y escasos como para que llegaran al pueblo. Este usaba simples cacharros de pasta roja burda, con un engobe de color rojizo o crema a lo sumo. Todavía en la Edad Media las jarras, tazones, platos, escudillas y palanganas eran de terracota basta. El mundo grecorromano no utilizó el esmalte propiamente dicho, salvo casos aislados, ya que su terra sigillata no se recubre sino con un engobe vitrificado.
VALOR SOCIOLOGICO Y CULTURAL
Según el diccionario de la Real Academia Española (2), cultura es "un conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grados de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social".
No hay cultura sin sociedad ni sociedad sin cultura. Estos conceptos están indisolublemente ligados, siendo muy difícil separarlos, ya que uno no existe sin el otro. Como los alimentos y sus recipientes forman parte de la cultura, explican los hábitos y carácter de una sociedad, además de ser insustituibles y necesarios. A pesar de las diferencias entre culturas existen unas características comunes a todas ellas. Foster (3) identifica las siguientes:
I. La cultura es una experiencia aprendida, adquirida por el hombre. No está biológicamente determinada y por tanto puede ser modificada y olvidada. La cultura es un fenómeno colectivo y no individual, que se transmite de una generación a la siguiente. La cultura alfarera es de tradición heredada, factible de evolucionar pero sustrato de nuestro patrimonio cultural y social, y como tal tiene derecho a ser protegida y conservada. Es el caso del esmalte plúmbico de gran solera en nuestros territorios.
2. La cultura conlleva cambio, que nunca es igual a su predecesor. Los hábitos de consumo son parte de un proceso dinámico; la cultura no es estática y se construye en mecanismos dispuestos para el cambio. Evidentemente la tradición se va amoldando a las necesidades de su tiempo pero no implica necesariamente su desaparición, simplemente su transformación. En gran parte de nuestra geografía se acostumbra a cocinar en cazuelas de barro esmaltadas desde tiempo inmemorial, y aunque defendemos a ultranza que un guiso en lumbre de leña y olla de barro es insuperable, somos conscientes de las necesidades y sobre todo de los equipamientos modernos (cocinas eléctricas, vitrocerámicas, microondas...) que requieren otro tipo de recipientes, pero aún en ellos hay cabida para fórmulas cerámicas con sus consiguientes esmaltes.
3. Toda cultura resiste al cambio. Los aspectos culturales son cambiables a pesar de que los hábitos de consumo en alimentación son difíciles de cambiar. El consumidor muestra resistencia al fenómeno de culturación, por el cual los grupos e individuos adoptan las normas y valores de otra cultura extraña o extranjera. Evidentemente y más en nuestros días el hombre vive con una gran serie de presiones: estrés, comidas rápidas, alejamiento del domicilio, soledad en muchos casos... esto nos lleva a una variación en nuestros hábitos en los que no deja de influir notablemente la influencia de la publicidad. Pero está claro que unas sopas de ajo hechas o servidas en una cazuela de barro, aunque sea de vez en cuando, saben diferentes ¿no?
4. Somos inconscientes de nuestra cultura; está internacionalizada y de este modo muchos de nuestros hábitos y comportamientos se hacen sin un conocimiento consciente de su por qué. Podemos incluso no darnos cuenta de que hay reglas que gobiernan muchos aspectos de nuestro comportamiento. Lamentablemente muchas de las terminologías o de las medidas ancestrales se han perdido, el alfarero hace un cántaro o un puchero, un botijo o una cazuela y no se plantea en absoluto para qué sirve el asa, o dónde hay que colocarla para que se agarre mejor, por qué debe tener picoteado para que no se resbale, o la forma del pitorro... Se mantienen las formas, muchas veces, en favor de la demanda, pero ni sirven para lo que estaban ideadas, ni se conoce su función, o se adoptan otras por la moda o el mimetismo.
5. La cultura tiene un sistema de valores. De las materias que se aceptan normalmente en una cultura, algunas son catalogadas como “buenas” y otras como “malas”, siendo éstas últimas a veces muy deseadas. Una cultura tiene símbolos que son entendidos por el grupo que compone dicha cultura, enfatizando actividades específicas y proporcionando entre los individuos unas formas sociales aceptables. Cada centro alfarero tiene su propio estilo, sus formas y técnicas típicas, su decoración o acabado peculiar y por supuesto su propio lenguaje que los diferencia de otros alfares. Estos rasgos tradicionales han sido heredados de generación en generación, muchas veces sin cuestionarse las razones o simplemente adoptados por la costumbre. Además de esto existen las marcas de identidad, estos signos que personifican, que diferencian a los padres de los hijos y los nietos, a los obreros a destajo, a cualquier persona. Este sentimiento universal de dejar la huella, de perpetuar la memoria consciente o inconsciente, crea sistemáticamente unas señales individuales, a veces verdaderos controles de origen, que identifican personalidades y obras.
A todos estos aspectos tenemos que añadir otros como la investigación, regionalismo, historia y cultura para entender lo más posible el cariz cultural en el consumo de alfarería.
Hay que tener en cuenta valores ideológicos como el derecho y el deber del hombre de controlar los recursos educacionales; los conocimientos, creencias y actitudes hacia el consumo, que son transmitidos generacionalmente; políticos como el efecto de las regulaciones gubernamentales en la producción, distribución, seguridad y calidad del producto; familiares como la influencia de cada miembro de la familia en los hábitos de consumo; presión exterior publicitaria...
VALOR SIMBOLICO – ESOTERICO
La cerámica desde su aparición ha estado relacionada, en todo momento, con la existencia del hombre, es decir acompañando a éste en sus manifestaciones vitales: la casa que le cobija, las vajillas, utensilios varios, objetos de culto, adornos...
En la antigüedad son innumerables las figurillas modeladas de arcilla con la diosa -madre neolítica, estatuas que simbolizan la fecundidad doméstica, la fertilidad agraria, la resurrección y la eternidad, pues se hallan relacionadas con los antiguos cultos agrarios y lunares, trasladados y personificados luego en divinidades determinadas que perduran, en ocasiones hasta la actualidad. Cultos de la madre -virgen cuyo hijo es un dios que nace y después muere y resucita, como el trigo, respectivamente en invierno y primavera, festividades y conmemoraciones que pasaron más tarde al año litúrgico cristiano, o que influyeron en él.
Es de destacar el carácter popular de estos mitos primitivos, así como de la cerámica contemporánea, ya que los primeros nacen mucho antes que su posterior expresión literaria, la que se halla en manos de la clase dominante. No así los mitos orales, de extracción popular como la primitiva cerámica, doméstica, a diferencia de la postrera de encargo o al servicio del templo o palacio.
También hoy hay que tener en cuenta los mitos relacionados con la materia prima fundamental: la arcilla. Mitos como los acadios de la creación de dioses a partir del barro, los que pasaron incluso a la Biblia con la leyenda de la creación del hombre, el que habría sido hecho y modelado por la divinidad en barro crudo, al que se insufló el espíritu y la vida. Este mito pone ya de manifiesto la existencia de una larga tradición escultórica, así como el prestigio de que gozaba el arte del barro, considerado como ocupación de dioses.
U otros más manidos actualmente como el del que la alfarería participa de los cuatro elementos ancestrales: agua, fuego, tierra y aire.
Y cambiando de tema ya desde el inicio del uso del esmalte cerámico se puede rastrear un intenso control real o sacerdotal sobre los artificios del mismo. Pudiera ser que las clases superiores temieran, por entonces, dada la escasez de esmaltadores, que desapareciera ese arte, y decidieran conservar las fórmulas. Parece ser que los antiguos vidrieros, tal vez extranjeros, trabajaban adscritos a los templos y los sacerdotes les obligaban a revelar sus secretos, no para el público, sino para su conservación al servicio de la clase sacerdotal.
Estos conocimientos no se transmitían a la gran masa sino que se reservaban y revelaban sólo a los iniciados (enseñanza esotérica): con ello conseguían perpetuar su dominación sobre las mentes de los hombres y afianzar sus prerrogativas de clase.
Jean Baudrillard (4) por otra parte, apunta la personalización y temporalidad que un objeto artesanal puede proporcionar, al contrario que un objeto industrial: "La funcionalidad de los objetos modernos se convierte en historialidad del objeto antiguo sin dejar por ello de ejercer una función sistemática de signo... ", así el objeto antiguo adquiere en la historialidad su valor de ambiente, "ya no hay incidencia práctica, está allí únicamente para significar", cumple una función muy específica: significa el tiempo, no el real, sino que son los signos, o indicios culturales del tiempo lo que se recupera en el objeto antiguo. El mismo autor distingue en la mitología del objeto la obsesión de la autenticidad: "La fascinación del objeto artesanal le viene de que pasó por la mano de alguien cuyo trabajo todavía está escrito en él: es la fascinación de lo que ha sido creado y por eso es único, puesto que en el momento de la creación es irreversible".
VALOR ESTETICO
Ya los románticos encontraron valores estéticos en los objetos sencillos y utilitarios, pero es la sensibilidad contemporánea la que reafirma esta valoración al apreciar sus cualidades como "objetos estéticos", apreciando sus características formales sobre todo al quedar liberados de su función primaria.
Según Marchán Fiz (5): "Los objetos primitivos o utilitarios se enriquecen estéticamente a medida que pierden su función". Una valoración desde este punto de vista sólo ha sido posible por el cambio conceptual que ha significado el arte contemporáneo respecto a los parámetros estéticos anteriores. Al aproximarse las cualidades formales y materiales de los objetos a aquellas próximas a los códigos estéticos y morales de las vanguardias artísticas.
La superación del concepto del "valor artístico" como algo exclusivo de los objetos únicos e irrepetibles, al adquirir la categoría de obra de arte el objeto "reproducido técnicamente", objetos no únicos sino múltiples, han abierto una nueva vía de estimación hacia ellos.
La rotundidad formal, la claridad y precisión, la coherencia en la relación con el uso, su esencialidad, hará apreciar cualidades estéticas a aquellas personas más sensibilizadas con los problemas del diseño y la forma. Se pueden registrar en ocasiones, la coincidencia formal entre la cerámica contemporánea y la antigua, llegándose a este punto a través de una depuración de formas artísticamente o simplemente por una encubierta imitación del arte popular por parte de artistas cultos. Lo que quiere decir que la forma primitiva es técnica, tipológicamente y de diseño perfecto.
Por otra parte es significativa la inclusión de la alfarería dentro del "arte popular", lo que implica una valoración cualificadora de estos objetos, con valor artístico en sí mismos, o como expresión de la sensibilidad de la sociedad que los produjo. Ahora más que en ninguna época, el espectador puede conferir a las cosas la categoría de artísticas, de la misma manera que el artista puede dar a los objetos cotidianos esta categoría.
VALOR ORNAMENTAL O DECORATIVO ¿DISEÑO?
La legitimación cultural que se traduce de la valoración artística, ha potenciado el coleccionismo y el empleo como elemento decorativo de los objetos populares en ambientes refinados donde antes serían considerados como algo ordinario, bajo, de mal gusto.
Actualmente, a un determinado nivel, lo rural connota sensibilidad y buen gusto, aunque su recuperación es un hecho más complejo.
Paralelamente al proceso de desfuncionalización de la alfarería y desarrollo de la sociedad industrial se produce por parte de las clases dominantes, y dentro de las sociedades más avanzadas, un interés por el estudio, conocimiento y posesión de los objetos utilizados y producidos por las clases populares, y por las comunidades menos evolucionadas. El interés puramente teórico por el estudio de los pueblos y de sus formas de vida, se proyecta en un afán por los objetos producidos y usados por cada comunidad y por los medios de comunicación de los que se sirvieron. La valoración a partir de los estudios etnográficos, y la investigación de campo, condujo a la creación de museos donde estudiar, clasificar, exponer y conservar los testimonios materiales de estas sociedades. ¿Almacén o vitrina? o ¿hasta aquí hemos llegado?
Los objetos que habían sido producidos con valor de uso, pasan a ser valorados por una sociedad ajena a la que los generó. Esta apropiación se extiende, después de un proceso de legitimación cultural, a otros fines utilitarios, de observación estética e incluso comercial.
Por otra parte tanto la alfarería como otros tipos del arte popular se han puesto "de moda" en la actualidad, se ha pasado de ser un tema de interés minoritario para cultos o ilustrados, a ser, en contra de su propia esencia, un objeto de consumo dentro de la sociedad industrial.
Este objeto se descontextualiza y así pierde su función primigenia, pero a la vez suple el vacío y deshumanización que producen los objetos industrializados. El hombre rellena su necesidad espiritual, generalmente incosciente, de alejarse de la masividad del diseño industrial con la posesión de algo único, cargado de historia, manual... connotaciones sobrepuestas al concepto de lo artesanal que adquiere así su carácter plenamente decorativo.
Genéricamente se puede utilizar el concepto de diseño bajo cuatro aspectos específicos (6):
a) Aspecto funcional, considerando las funciones así como el desarrollo de uso que el objeto debe posibilitar.
b) El concepto formal: respondiendo a las expectativas psicológicas de los usuarios, de relación y comunicación, fundamentalmente visual, con el entorno, con otros individuos y consigo mismo.
c) Viabilidad comercial: profundizando en procesos de comercialización, exhibición, embalaje y transporte.
d) Y el aspecto productivo.
Teniendo en cuenta estos factores se puede delimitar que existen tres tipos de diseño:
-El artístico, como aquel que se fundamenta exclusivamente en la recreación formal, como elemento estético u ornamental, concretándose en objetos únicos destinados a una élite cultural.
-El diseño de vanguardia, como campo de prueba y experimentación, con un ámbito de distribución más amplio.
-y el diseño industrial orientado hacia la consecución de productos de fabricación seriada y consumo masivo.
Consideramos que la alfarería y más la vidriada se encuentra en la actualidad entre los dos primeros, ya que ha perdido en gran parte, aunque mantiene su valor de uso, y por otro lado constituye la base para la potenciación del diseño de vanguardia.
VALOR FUNCIONAL
Ante un objeto común, como un jarrón, jarra, una taza o un cuenco, siempre esperamos que su forma esté en función del uso a que se destine. La constitución interna del objeto, la forma de su concavidad es de suma importancia y varía según su empleo: es diferente un recipiente que se use para conservar la comida que el empleado para prepararla, cocerla, hervirla, portarla o servirla en la mesa o, sencillamente para comer. Mientras que la forma exterior estará acondicionada para su manejo: asideros para agarrar, portar, sostener o mover, o simplemente para admirar. Tanto la forma como la cavidad constituyen algo sensible, y es necesario que interior y exterior estén perfectamente de acuerdo.
En la actualidad algunas piezas de la alfarería popular (escasas) han continuado en uso, manteniendo su función primaria o bien reutilizadas para nuevas funciones o por su exclusivo valor estético. En todo caso las funciones secundarias se han modificado y las connotaciones de una vasija popular en un contexto industrializado pueden no tener nada que ver con las que tenía en su origen.
Umberto Eco (7) ha estudiado las diferentes lecturas a las que puede someterse un objeto al pasar de un medio a otro y son aplicables a los objetos cerámicos:
a) Permanece la función primaria. Se pierden las secundarias. Por ejemplo el uso de un candil o lámpara rústica inserto en otro contexto como objeto de decoración sofisticada, pero conservando su funcionalidad inmediata, en decir iluminar.
b) Permanece la función primaria. Algunas funciones secundarias se conservan, otras se reemplazan con subcódigos de enriquecimiento. Verbigracia: una cazuela de barro empleada en un restaurante típico; la función primaria de preparar alimentos permanece, sin embargo se añaden otras connotaciones: referencia a cocina tradicional, al carácter natural y sano de la comida en el medio rural, la vuelta a los orígenes...
c) Se pierde la función primaria. Se reemplazan las funciones secundarias por subcódigos de enriquecimiento. Es el caso de cualquier pieza alfarera empleada exclusivamente con fin decorativo, las connotaciones secundarias varían según el que las contempla: poder adquisitivo (pieza rara o excepcional), extravagancia, miseria, penosas condiciones de vida...
d) Se pierde la función primaria que se sustituye por otra. Se deforman las funciones secundarias. Por ejemplo la reutilización del bacín o quesera como paragüero que denota originalidad, sofisticación y no las funciones fisiológicas o de almacenaje para las que eran usados.
GARANTIA ALIMENTARIA
Desde hace unos años y por circunstancias muy diversas: ampliación o modificación de talleres, nuevas tecnologías no suficientemente asesoradas, degeneración de los procesos tradicionales (tornos y hornos eléctricos...), pérdida o ensayo de nuevas fórmulas, abaratamiento y sustitución de componentes, falta de mano de obra cualificada y un largo etcétera, se vienen produciendo quejas y denuncias sobre la toxicidad de ciertos barnices y esmaltes que impregnan la cerámica para la preparación y consumo de alimentos.
La utilización del plomo y el cadmio ha sido una práctica común desde muy antiguo debido precisamente a las excelentes propiedades conseguidas con su uso (8) que permiten trabajar a temperaturas bajas (menos de 1.000° C); ampliar el intervalo de cocción; reducir los problemas de cambios de atmósfera en el horno; desarrollar amplias gamas de color y de acabados (brillantez y texturas)...u obtener el amarillo en el caso del cadmio.
Sin embargo esta industria cerámica acarrea otro tipo de problemas como pueden ser la contaminación del medio ambiente, manipulaciones internas o la cesión de estos metales duros a los recipientes destinados a contener alimentos, que podrían pasar a los organismos humanos llegando a ser tóxicos.
Está demostrado que todos estos inconvenientes están resueltos técnica y químicamente, siempre que se emplee adecuadamente la perfecta porción del esmalte, usando fórmulas atendiendo a la potencial solubilidad, de los componentes; utilizando el fritado previo de las materias primas; y haciendo que la cocción se haga en la temperatura y duración aconsejables.
Ya existe una normativa legal tanto europea como estatal sobre este tema y está clara y plenamente reglamentado por lo que no vamos a incidir más. Simplemente agregar que en la actualidad hay laboratorios químicos a disposición de los alfareros que analizan los vedríos y asesoran en cuestiones de posible toxicidad. De tal manera que los que estén adecuados a la legalidad reciben un control de garantía que se manifiesta en una marca similar a la de otros recipientes alimentarios de otros materiales (9).
La alfarería vidriada se ha usado en la alimentación desde tiempos ancestrales y su bonanza es indiscutible. Nos proponemos el seguir utilizándola siempre con las debidas garantías sobre el producto.
VALOR ECONOMICO - ALTERNATIVA DE VIDA
En primer lugar hay que tener en cuenta las consideraciones ecológicas. La tecnología de la producción es inherentemente violenta, ecológicamente dañina, autodestructiva en términos de recursos renovables y embrutecedora para la persona humana, desde el punto de vista de la mecanización. Son abundantes las citas reprobatorias de la tecnología industrial por su incidencia negativa en el medio físico. Contrariamente los enunciados ecologistas, que definen una tecnología no destructiva, no difieren grandemente de las características de la sociedad preindustrial y su modo de producción: reducido consumo energético, bajo o nulo nivel de polución, industria artesanal predominantemente rural, integración con la naturaleza y el medio físico, comercio local, innovación regulada por las necesidades...
Todas estas cosas hacen pensar en una vuelta a la naturaleza, donde tienen perfecta cabida las artesanías populares y por supuesto la alfarería como alternativa de vida.
En otro orden de cuestiones, el interés, hasta ahora minoritario por el arte popular, con la aparición de publicaciones especializadas, ferias, exposiciones, museos monográficos o rurales... se va haciendo cada vez más amplio y difuso. Esto ha dado lugar a la proliferación de las tiendas individualizadas, a potenciar el comercio anticuario de piezas antañonas o falsificaciones, y a un coleccionismo más o menos consciente. Este interés ha sido aprovechado por el sistema mercantilista para tener un nuevo objeto de consumo y comercio a pequeña escala, que siendo sutilmente manipulado se puede convertir en elemento de especulación e incluso de alienación cultural.
Sin embargo uno de los valores más importantes de la alfarería popular es su todavía escaso valor económico. Se puede considerar que es uno de los productos más estables, de mayor duración, de fácil sustitución y con un buen porcentaje en su relación calidad/precio.
Otro problema son las circunstancias de los artesanos que lo fabrican en la actualidad. La dispersión geográfica de los centros alfareros, el aislamiento, las condiciones de trabajo, el bajo nivel de renta y las características de un oficio que se aprende desde la infancia añade dificultades a la capacidad de organización y defensa de los intereses del propio colectivo.
En un mundo donde incluso los valores culturales están sometidos a las leyes del mercado, es cuanto menos complicado, hacer que la supervivencia de este bien cultural dependa de la capacidad de organizarse adecuadamente como empresa en su producción, canales de comercialización y venta. Todavía la mayor parte de los alfares son empresas familiares, compartidas las labores frecuentemente con ocupaciones secundarias, en muchas ocasiones inexistentes legalmente (sin alta fiscal o jubilados) y tratados como industrias por las administraciones. Y esto se agrava cuando la capacidad de dar respuestas satisfactorias para garantizar la continuidad del sector, disminuye con la confusión y la atribución de las competencias dentro de la Administración dependiendo de los departamentos de Industria, Cultura, Turismo, Economía y Hacienda.
Se podrían desmenuzar otros aspectos importantes como el valor lúdico y pedagógico del trabajo manual, con el consiguiente enriquecimiento de la personalidad que lo utiliza. De valor de la tradición que perdura en estas piezas alfareras y un largo etcétera que dejaremos para otra ocasión. De momento se han planteado cuestiones varias sobre las que se puede discutir.
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NOTAS
(1) Entre otras, se han consultado para la elaboración de este apartado, las siguientes publicaciones: BRUGUERA,J., FERRER,J. y VANCELLS, A.: "Influencia del bizcocho, interfase y barniz en la calidad de los vidriados de plomo". Jornadas científicas sobre cerámica y vidrio. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1980. COOPER, E.: Historia de la cerámica. Barcelona: Ed. CEAC, 1981; HARTUNG, R.: La arcilla. Francia: Ed. Bouret, 1972; LLORENS ARTIGAS,J.: Formularia y prácticas de cerámica. Barcelona: Ed. G. G., 1972 y PEREZ-DOLZ, F.: Historia y técnica de la cerámica. Barcelona: E. Meseguer Editor, 1943.
(2) En su acepción cuarta y conservada en su última reedición: VV. AA.: Diccionario de la Real Academia. Vigésimo primera edición. Madrid: UNIGRAF, 1994, p. 624.
(3) FOSTER, G.: Traditional Cultures and the impact of Technological Change. New York: Harper & Row, 1962.
(4) BAUDRILLAR, J.: El sistema de los objetos. México: Siglo XXI, 1969, pp. 52 ss.
(5) MARCHAN FIZ, S.: El Universo del Arte. Barcelona: Salvat, 1981, p. 17.
(6) SANTOS,J. C.: "El diseño en el contexto actual (Y)". Revista Oficio y Arte. Noviembre/Diciembre 1992, p. 19.
(7) ECO, U.: La estructura ausente. Barcelona: Lumen, 1972, p.347.
(8) AICE (Asociación de Investigación de las Industrias Cerámicas. Castellón): "Plomo y cadmio en recipientes cerámicos esmaltados". CICC; nº. 7, agosto 1991, pp. 25-31.
(9) En junio de los años 1992 y 93 se realizaron en Granada dos encuentros investigadores y especialistas de alfarería y en ellos se estudió el tema del control de calidad alimentaria proponiéndose la marca que se usa en la actualidad y cada día se difunde más.