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Para José Luís Gómez en su Abadía.
Encuentro buena cestería en el Barranco de Guayadeque; canastos de caña que adornan con mimbre. Entre las formas útiles está el llamado sahumario, cubo amplio que colocan invertido sobre el calor del brasero para secar o calentar ropa encima.
Corre la primavera de 1981. Vengo hasta aquí a ver qué queda en las memorias del ritual llamado Pámpano Roto, asunto del que me habla en Santa Lucía Vicente Sánchez Araña poniendo énfasis en que escriba que «es cosa del pasado». En síntesis se trata de una danza-juego en la que las mujeres se cuelgan de la cintura hojas de ñame de modo que vengan a taparle el vientre, hojas que el hombre debe romper con su pene erecto. Hay quien dice que «no es el vientre, sino el culo, se la ponían por detrás». Pregunto si la danza la hacían desnudos. La respuesta se escabulle: «esto es cosa de sabe Dios; el papel del hombre era demostrar su capacidad rompedora». Hago un recorrido por el Barranco, preguntando, y los vecinos coinciden en que «ya no se hace, pero en su día tuvo que tener su gracia». Aunque la información me llega muy fragmentada, nadie niega que existió. Las mujeres se ríen cuando nombro lo del Pámpano Roto y algunas se esconden en sus casas sin querer hablar. Les digo que ya en 1611, un sabio llamado Sebastián de Covarrubias habla en su libro Thesoro de la Lengua Castellana de la Pámpana Rota como un «juego antiguo que jugaban los moços y las moças». Uno se interesa: «¿Cómo dice que se llama el libro?», y señala que «la danza en cuestión se llama hoy La Descamisá, con sabor a Aires de Lima, bastante extendida por todo el archipiélago "aunque ya no tiene que ver con aquella"». Las hojas de ñame se crían silvestres y caseras, en las riberas o en las macetas que adornan patios. Unas sesenta familias pueblan en 1981 el Barranco de Guayadeque, unos con su trabajo fuera, otros en la agricultura. «Un tal Gregorito Martel, que ya murió, llegó a conocer lo del Pámpano Roto, y por él sabemos cómo era el baile. Por lo visto se juntaba un grupo de vecinos en plan de parranda. Era de parejas. Digamos que el hombre intentaba demostrar su virilidad, o su potencia. Las mujeres se ponían en el vientre unas hojas de ñamera: algunas, hasta siete, como si fuera un qué sé yo, un libro apretado. Y es natural, el hombre que rompía las siete hojas era el famoso del pueblo, el mejor. Romper dos o tres o cuatro se consideraba normal. Según dicen quienes lo llegaron a ver era una diversión bonita. Hoy día no queda ya nadie de entonces; es cosa antigua, de abuelos o de más allá. El hombre rompía las hojas con lo que se debe romper lo que sea. Ya se dejó de hacer porque ahora la gente estudia más, aunque cada uno en su casa puede seguir haciendo lo que quiera». Otra voz cree que «ese baile hoy ya no hace falta. Pasó a la historia. Según mi abuelo era que una mujer cogía una hoja de ñamera, se quitaba la falda y se la ponía en el culo. Entonces iba el hombre con las manos atrás y con la pieza tiesa, que estamos hablando aquí entre hombres ¿no?, y si rompía la hoja o las hojas con... (hace un gesto blandiendo el puño cerrado) que llevaba la mujer lo retiraban porque no servía para aquel juego; iba con malas intenciones. Si no rompía nada seguía jugando». Otra versión insiste en que “la mujer se ponía siete hojas encima y el hombre tenía que traspasar las siete sin tocar a la mujer con otra cosa que no fuera... ya usted me entiende”. Otra más: “las siete hojas se las ponía alrededor de su talle como una falda y el hombre, danzando, jugando o como fuera, se las tenía que romper todas, una a una”. Un hombre detalla que “la mujer se las ponía detrás y se agachaba un poco, vamos, se colocaba en postura”. Este informante, que ha dejado una partida para ilustrarme me confiesa que «antes, el que más y el que menos, se atrevía con una cosa de estas; ahora no porque a todos se les va p'abajo». Uno que está al lado dice que «todos lo hemos sentido decir. Era un juego en plan de cachondeo. Se intentaba demostrar la hombría. No servía aquel que no tenía capacidad de retenerse para seguir jugando». Andrés asegura que «uno consiguió traspasar las siete hojas de golpe y quiso ir a más con la mujer, pero los demás le tiraron de los pies porque se comía a la muchacha». El tema ha revuelto los «dentros» y por un momento me hablan diez, cada uno aportando lo que le llega del pasado, previa aclaración: «porque sepa usted que esto hoy no se hace; hoy se calcula cómo se hacía. El juego tenía que ser entre muchos. Se quitaban la ropa y asomaban con la hoja ñamera puesta y empezaba el juego. Ya ve, entonces, el que no servía era el rompedor, y hoy el que no sirve es el que no es capaz de romper ni una hoja. Las cosas van cambiando». Uno que se iba no acababa de irse y a cada paso se vuelve: «Las últimas veces pudieron ser para el 1918 por ahí. Me gustaría haber jugado en el tiempo de antes. Hoy en ese terreno soy un indefenso». Un señor al que llaman Bartolito entra en el tema: «se podía cantar una Isa, una Malagueña, cualquier cosa. Podía haber música, pero no la recuerdo». Francisco dice que él no sabe nada de eso y que «además, no lo recuerdo». Juan: «eso no lo sé yo pero lo hacían bailando. La mujer se ponía una hoja de ñame en las partes, y que conste que yo digo lo que otros me han contado, que nunca jugué a eso; se empezaba a bailar y el hombre iba a ella y se hacía el amo si se la rompía con... eso; mire usted con qué podía ser si llevaba las manos atrás. Tocaban música, un chiflido, alguna cosa de algo, pero era lo de menos; tampoco se iba a estar en lo de la música, ahora, que yo no sé nada. Cantaban, pero no se le echaba cuenta. Dicen que se hacía en la fiesta de la Paría, por lo que podía bailarse Aires de Lima, quién lo sabe ya. Yo he bailado, pero ese no, o no me acuerdo. Es anterior a la gente que ahora vive en el Barranco. Si era así pues así era». Maximiano cree que Guayadeque es un santuario de la cultura primitiva guanche, donde se conservaron más costumbres. Hoy se vive, se siembra, se trilla como podían hacerlo los guanches. Lo del Pámpano Roto se daba en la soltería de mi padre. Era, por lo que me decía él, que una mujer se tendía con siete ñameras encima y un fulano se las tenía que romper. Así se veía si el fulano estaba preparado para casarse o qué. En principio era una prueba de virilidad, un juego, después se hizo danza». Las mujeres abundan en que se trataba también de demostrar la virginidad de la mujer, y si no era virgen, el hombre la rechazaba. «En la soltería de mi padre la llegó a ver y una viejecita que murió hace poco; ella la bailó. Tenía cerca del siglo». Añade Manuel: «no es muy dura la hoja de ñame, pero yo ya no parto siete; a lo mejor, ni una. El baile del Guirre era parecido. Iban probando uno a uno y los demás miraban como testigos. Así se portaba el tal, así era luego de respetado en el valle. Uno rompió cinco, pero a la mujer no había que llegar. Eso era muy sagrado». Dolores dice saber de sus padres que «un hombre agarraba a una mujer por las caderas, una mujer a un hombre hasta completar un círculo, y ellas llevaban el pámpano puesto en el culo y despúes de ese baile iban a ver cual era el que más hojas de ñame rompía y ese era el más valiente. Unos cinco, otros seis, otros siete. Las hojas se ponían en las partes de la mujer. Ella no iba desnuda; se dejaba algo debajo y se ponía emburricá, a cuatro patas y las hojas atrás. El hombre arremetía vestido, sólo descubría sus partes y hacía el deber. Eran voluntarios. Pero eso era cosa de los abuelos. Ocurrió que el último que recordaba mi padre fue en el Peñón, cuando hubo una paria e hicieron un baile a los ocho días, que como Cristo se bautizó en ese tiempo, ellos también. Así que estaban bailando y vinieron los del baile a preguntar: Comadre ¿y la niña? Y ella dijo: La niña bien, está comía. Sigan bailando. Y lo que pasaba es que la niña estaba muerta y ella no lo quería traslucir. Y cuando se cansaron de bailar dijo: Ahora que la niña se bautizó llévenla a enterrar”. Francisco sigue: “esa fue la última vez que se hizo el baile. El premio era quizás un simple cigarro, pero era un galardón, un prestigio. Se lo escuché a muchos que ya no viven, están todos a la otra banda. Yo ya no podría hacerlo, estoy cojo, aunque la cojera no impide lo otro”. Una mujer no quiere hablar porque no está su marido y cosa que se diga en su casa ha de decirla él; además ella no sabe “de eso porque nunca he acostumbrado a bailarlo, aunque no soy tan vieja para trotes”. Se anima: “lo he oído contar, claro que sí, y era cosa bonita. Yo lo que no sé no lo digo, pero era cosa de hombres y mujeres, cuando el baile de las parias y las parrandas. Yo no me acuerdo de nada; era cosa de un baile, de otra gente. Yo nunca lo vi pero mi padre sí llegó a verlo y hasta lo bailó”. Una vecina se acerca: «eso era muy antiguo, de cincuenta y tantos años, se lo he escuchado decir a los viejitos. La mujer se ponía siete hojas de ñamera y el hombre que las rompía se ganaba el premio. Era más potente que los demás. El hombre tenía que romper las hojas de ñame con...(se ríe)...me quedo un poco corta, porque había algunos capaces de romper catorce. Se entiende, vaya. El hombre que las rompía era admirado por los hombres y más por las mujeres. Recuerdo haber oído decir que hubo una pelea, pero no sé. A la paría se le hacían las velas durante ocho días y al último, este baile dentro de la casa. Yo era pequeñina, no lo recuerdo muy bien. Si un hombre no rompía más que una hoja él mismo se quitaba del baile y dejaba sitio a otro. Como debe ser siempre. Pero, mire usted, a raíz de que uno rompió las siete hojas prohibieron el juego, ya no sé quien. Si la envidia hablara...”.