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De alguna manera parece que la Antropología, o muchas de sus visiones y métodos, ha ido introduciéndose en la forma de hacer historia de los últimos tiempos. Así, hemos asistido a una revitalización de todo ese fenómeno que ha sido la Historia Social o la Historia de las Mentalidades (2), cuyo último sentido es adentrarse en la reconstrucción de algo más que los hechos constatados en documentos para alcanzar una suerte de intrahistoria unamuniana que alumbrara sobre las vidas de las gentes de entonces, sobre los condicionamientos de todo tipo que impelían a comportamientos de un signo u otro.
Desde una concepción cultural, en un amplio sentido, todo eso es antropología. Es cierto que cuando hablamos de Antropología Social o Cultural las referencias lógicas inmediatas nos llevan a considerar su campo de dedicación la inmediatez temporal humana, de manera que a lo sumo parece justificado adentrarse en períodos muy cercanos al momento presente para explicar las peculiaridades del hoy. Sin embargo, la Antropología, por su propia definición holística y totalizadora, goza de una suerte de permuta de constreñimientos temporales, pues el interés por el hombre, su producción, por su cultura, no es un campo vallable a la parcela de "rigurosa contemporaneidad".
Los condicionamientos a estudios históricos desde nuestra disciplina vienen impuestos, las más de las veces, por el tipo de materiales persistentes de tales épocas factibles de ser utilizados, de manera que de los períodos ausentes de escritura o de una cierta documentación, es imposible alcanzar resultados fiables.
Lo que se viene considerando Antropología Histórica, en ocasiones también etnohistoria, que no siempre (3), tiene esta total dedicación a la interpretación antropológica de la historia. ¿Es justificable esta "intrusión" de la Antropología en los terrenos de la Historia? A efectos de evitar suspicacias ha de reconocerse que la Antropología antes que aportar un campo específico (si exceptuamos el decir que su campo es la cultura humana), lo que la caracteriza es una metodología y una serie de análisis que permitan la interpretación de las sociedades hacia su interior (4), desde sus propias actuaciones, contextualizándolas, intentando descubrir las motivaciones, determinaciones y opciones desarrolladas, su forma y manera de articular la sociedad y la superestructura creada para salvaguardar y perpetuar un modo socioeconómico, etc. ¿Intrusionismo, por tanto? Más bien hablamos de una necesaria complementación, una positiva interdisciplinariedad para alcanzar un conocimiento veraz de los pueblos y períodos históricos estudiados.
En el caso de la Antropología histórica, su principal interés se encamina al conocimiento e interpretación de grupos, pueblos o colectivos del pasado, reflejados en la documentación existente, ya sea producida por ellos o por terceros. En nuestro caso, el ámbito de estudio delimitado se refiere a los conocidos como "Pueblos del Norte", del área montaraz cantábrica y aledaños, en los primeros siglos de nuestra era. Son los conocidos cántabros, astures, galaicos, vascones, vacceos, autrigones, turmogos, várdulos y caristios, pueblos que aparecen en la documentación producida por el invasor romano, siendo ésta nuestra base fundamental de estudio. La justificación de tal interés está en la consideración del mal estudiado e inexplicado proceso de evolución y cambio que tales comunidades norteñas fueron sufriendo durante el periodo romano hasta la conformación de los primeros reinos altomedievales en el norte (5).
La base del presente artículo es el comentario de algunos de los datos presentes en el libro III de la famosa Geografía de Estrabón, especialmente aquellos alusivos a las comunidades norteñas mencionadas.
Estrabón nos transmite en su obra el estado de la Península en el siglo I a. C., pero todo esto, reconocida la magnitud de su aportación como uno de los primeros textos etnográficos conocidos, ha de ser enmarcado en las peculiaridades tanto del momento que vivió el ilustre geógrafo como de la calidad de sus fuentes. Sabido que Estrabón escribió su obra sin haber pisado la Península Ibérica, sus fuentes fueron en su mayor parte de griegos anteriores, en especial Posidonio, quien visitó Hispania hacia el año 90 a. C., y también Artemidoro y Polibio, principalmente; más los relatos de viajeros contemporáneos que recopilaría. Por tanto, en la obra estraboniana encontramos momentos y noticias que no son siempre coetáneas, y elaboradas a partir de informes de personas diferentes, lo que puede crear confusión a la hora de interpretar sus noticias.
Por otro lado, Estrabón es un griego imbuído de una suerte de orgullo nacionalista herido: la consideración de superioridad cultural que los griegos tenían de sí, mezclada con la humillante situación de haber perdido su independencia pasando a formar parte del Imperio. Esta anexión al mundo romano le obliga a un doble juego: por un lado se ve casi impelido a alabar la política romana, que desde su proyección etnocéntrica significaba una mayor civilización que la encontrada en el resto de los pueblos sometidos, y por otra tacha de burdos y carentes de finura analítica a los romanos. Es un intento identitario sobre la abusiva fuerza arrolladora de Roma. Es sintomático en este sentido el texto referente a los nombres de la Península Ibérica:
"(...) los griegos son los más prolijos de todos. Pero sobre todas las regiones bárbaras, apartadas, pequeñas y subdivididas, las noticias que hay no son ni seguras ni abundantes, porque en todo lo que queda alejado de los griegos aumenta el desconocimiento. Los historiadores romanos imitan a los griegos, pero no llevan muy lejos su imitación, pues lo que dicen lo traducen de los griegos sin aportar de sí una gran avidez de conocimientos, de forma que, cada vez que hay un vacío de información por parte de aquellos, no es mucho lo que completan los otros, y ocurre esto especialmente en la cuestión de los nombres más conocidos, que son griegos en su mayoría". Estrabón, III, 4, 19.
EL PROBLEMA DEL CARACTER DE UN PUEBLO
Sabido es que las generalizaciones sobre las formas de ser de otros pueblos son abusivas y llenas de tópicos falseantes de la realidad. Sin embargo, nada tan común a todas las épocas históricas como ese saber popular de si nuestros vecinos son de esta manera, o de aquella otra. Pareciera que haya una "biología nacional" que explicara los comportamientos de los individuos por el simple hecho de conocer su adscripción étnica o nacional. Caro Baroja se refirió puntualmente a esta cuestión en un librito que llevaba como explícito título: "El mito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo". Madrid, 1970, donde con prolijidad de datos históricos -no en vano titula la primera parte "cuaderno de un historiador perplejo"-, descubre lo absurdo de tales tópicos que, sin embargo, se vienen tejiendo durante siglos en una suerte de trama intergeneracional.
Estrabón, de alguna manera, también trata de presentarnos ese "carácter" de algunos de los pueblos que describe. Para ello acudirá a cuestiones no siempre inocentes en cuanto a la información puntual que un dato puede ofrecer, pues ésta inducirá a la imagen que con tal acción podemos conformar sobre tales pueblos y etnias. Es el problema goebbelsiano de la importancia de la imagen que perdura, sea ésta o no veraz. La imagen de algo o alguien procedemos a elaborarla o representarla en función de los estímulos que recibimos del exterior, es decir, las imágenes tienen sentido como reflejo de su realidad, o de una realidad tenida por tal, esto es, ofrecida por terceros que nos merecen confianza en su descripción. Este reflejo mental, por su automatismo o por su espontaneidad en su formación, esto es, una ausencia de crítica o interpretación de los datos ofrecidos, resultará, a lo más posible, independiente de que la imagen se ajuste a la realidad de su ser
Así, la imagen llega a presentarse llena de vaguedades, ambigüedades, tópicos y hasta contradicciones originadas por la incosciente respuesta a unos perfiles borrosos de hechos o materias con las que no se tiene una relación directa. Imagen: Imago, como deformación, sombra y eco.
La importancia de las imágenes y, por tanto, su mayor o menor ajuste a su realidad, radica en el hecho de ser a través de ellas como nos enfrentamos al mundo, a la realidad conformada a través de nuestro pensamiento. Por tanto, cuanto más alejada y falsa resulte una imagen de aquello que define, especialmente cuando se trata de hechos históricos alejados en el tiempo, de imposible constatación personal en el presente, más imprecisa y absurda será nuestra reacción, más abundante en tópicos y justificaciones extrañas de situaciones posteriores, mal comprendidas y, así, extremadamente manipulables (6).
Tradicionalmente se ha presentado a las comunidades montañesas, cántabros y astures principalmente, como gentes rudas, semisalvajes, volcadas al bandidaje y empecinadamente hostiles con el invasor romano. Estas actitudes que aparecen en la obra de Estrabón no han pasado mucho más allá de ser citadas aquí y allá para comprender la historia romana en la península, o incluso de ser esgrimidas, en momentos de interés, como ridículos factores nacionalistas que, desde su indomabilidad, pretendían justificar rijosos caracteres del presente. Sin embargo, es cierto que tales categorías no son sino una herencia de lo que la propia obra del griego muestra: el problema de la categorización del otro suele ser desde la absoluta convicción de estar en el lugar correcto, de una autocomplacencia cultural que conlleva la catalogación del otro como bárbaro, rudo o primitivo. Es un problema clásico, o casi diríamos originario del status antropológico. El otro, el diferente, lo es por la significación de la diferencia, aún más, por la ostentación de la misma, es todo aquello que nosotros no somos. Así, desde la óptica de un griego del siglo I la simbolización de tales rasgos viene dada por la contraposición económica y cultural: las sociedades ganaderas, de rudimentarios complementos agrícolas, con cierta movilidad transhumante, situadas en contornos montaraces en vez de en fértiles vegas y llanuras, son la contraimagen de las sociedades mediterráneas grecolatinas que operan en la época como los modelos de civilización.
Estrabón no puede reflejar en su obra ese conjunto de sensaciones percibidas en la contemplación de lo descrito; su subjetividad, en este sentido, es total. El gran valor recopilatorio de su obra, su determinante curiosidad general por otros pueblos y naciones no deben ofuscarnos en el análisis de sus párrafos que, necesariamente, no pueden tener un carácter aséptico. Estrabón no estuvo allí. Las descripciones y sus juicios son recreaciones de lo que sus ojos nunca pudieron ver. Sus cálculos y juicios son ejercicios intelectuales ante una documentación escrita, y escrita con unos fines por unos autores con una determinada ecuación personal, "especificopersonal", que enmarca el sentido, la orientación y el por qué de su obra (7).
La identificación de montañés con primitivo es abundante: en su descripción de los ártabros -pueblo del noroeste galaico- señala que, a pesar de vivir en una región rica en minerales y pastos, la guerra continua que practicaban, su dedicación sempiterna al bandidaje y pillaje, les condujo a la miseria, y añade textualmente: "fueron los montañeses los que originaron esta anarquía, COMO ES NATURAL; pues al habitar una tierra mísera, y tener además poca, estaban ansiosos de lo ajeno". (Estrabón, III, 3). Pero hay mucho más si lo relacionamos con otros pasajes. Así, según autores, dar noticias como hace en el caso de los cántabros de su uso de manteca de cerdo en vez de aceite, es un claro ejemplo de primitivismo (Estrabón, III, 3), pues el aceite, fruto del cultivo del olivo, es sustancia sintomática de un estadio de civilización para el griego, y si pudiese objetarle que en ciertas latitudes y altitudes no es posible el cultivo productivo de olivos, Estrabón contestaría que lo equivocado es escoger vivir en tales lugares.
Igualmente, en esta línea calificatoria vienen determinados juicios como el señalar siempre que la incomunicabilidad lleva al asilvestramiento:
"su ferocidad y salvajismo no se deben sólo al andar guerreando, sino también a lo apartado de su situación, pues tanto la travesía por mar como por los caminos para llegar hasta ellos son largos, y debido a la dificultad en las comunicaciones han perdido la sociabilidad y los sentimientos humanitarios". (Estrabón, III, 3).
o véase en el párrafo posterior algo anteriormente ya apuntado:
"En cuanto al olivo, vid, higuera y plantas de este tipo, la costa ibérica del Mar Nuestro las procura todas en abundancia, y con profusión también la costa exterior. Sin embargo el litoral oceánico del norte se ve privado de esto a causa del frío, y el resto más que nada por la negligencia de sus gentes y por vivir no según un ritmo ordenado sino más bien según una necesidad y un impulso salvajes, con costumbres envilecidas; a no ser que se piense que viven ordenadamente los que se lavan y se limpian los dientos, tanto ellos como sus mujeres, con orines envejecidos en cisternas, como dicen de los cántabros y sus vecinos. Esto y el dormir en el suelo es común a íberos y celtas". (Estrabón, III, 4).
Sin embargo, mal que le pese a nuestro geógrafo, el modo de vida de los montañeses descrito en su obra no es el de unos salvajes, sino el de una organización social plenamente adaptada a un eco sistema ciertamente condicionante como es el altocantábrico. Del éxito de tal adaptación viene la pervivencia durante siglos de tales sistemas, llegando muchas de sus pervivencias más allá de lo que se cree. Nos encontraríamos ante un tipo de adaptación conocida como homeostática o de retroalimentación, consistente "en la existencia de mecanismos económicos, sociales o fisiológicos por medio de los cuales el posible desequilibrio creado por perturbaciones dentro del entorno se compensa, de tal manera que el sistema se mantenga en condiciones normales". En ese mantenimiento del equilibrio hemos de entender soluciones, aún no comprendidas del todo, como la que se ha dado en llamar "bandidaje" de estos pueblos sobre sus vecinos (9), (especialmente los vacceos), en las que deberíamos entender fórmulas de liberalización de la presión demográfica en un medio precario en bienes, algo que culturalmente puede estar reglado por medio de "sociedades masculinas" que ritualmente realicen sus incursiones dotadas de un sentido simbólico encubridor de las necesidades materiales. Estimamos inadecuadas supuestas agresividades o violencias de carácter natural.
Es evidente que sobre tales cuestiones se puede decir mucho más que el simple apunte de líneas superiores, pero no es éste el lugar. Lo que pretendemos evidenciar tras el análisis de lo transmitido, tras el desbroce de ese otro material superpuesto que es la mediatización personal del autor ante tales hechos, es que esa realidad descrita, ese "otro" social, es un sistema ordenado y exitoso en sus fines: la adaptación y supervivencia de tales comunidades en esos medios naturales.
Hay algunas pistas que permiten pensar en lo acertado de sus decisiones, y que han permanecido en la cultura de tales áreas mucho tiempo después de la desaparición de tales comunidades. La sospecha de que los mencionados ritos religiosos, las hecatombes y sacrificios a los que Estrabón se refiere, al igual que el culto a un dios innominado en las noches de plenilunio, nos conectan con prácticas que en la banda norteña continuarán apareciendo durante épocas posteriores y que llegarán a ser asimiladas a la demoniolatría, como será la veneración por los machos cabríos; reuniones y ritos las noches de luna llena, restos de supersticiones y advocaciones mitológicas, etc., son muestra de ello.
La propia adaptación económica, con presumibles rutas de transterminancia insertas en la cordillera ha llevado a autores como Solana Sáinz a sugerir que pueblos del área, como pasiegos, vaqueiros de alzada o vascones del pirineo navarro, no son sino continuadores de aquellos modos económicos de los pueblos norteños primigenios, sus poblaciones residuales (10).
Mucho habría que decir sobre el valor simbólico de los chivos -akerre-, de la importancia económica de los pequeños caballos asturcones o del tipo Losa, de ritos de paso o sociedades masculinas que pueden estar tras las apuntadas competiciones gimnásticas, hóplitas, hípicas, con pugilato, etc.; de las opciones económicas y los posibles sistemas acumulativos o redistributivos que pueden estar tras la explicación de esos banquetes a los que se refieren; el papel transicional en cuanto a la división de roles sexuales en sociedad, etc. Baste lo apuntado como muestra de la riqueza que se encierra tras un análisis cultural, de interpretaciones antropológicas que permitan, con todo el utillaje que la disciplina ofrece, ir más allá, y así, como dijo en su momento el maestro Lisón ("Los Loci de la Antropología Social"), si "la conversación es, con frecuencia, proyección de deseos, intenciones y valores ajenos a lo narrado (...). No son las voces lo que hay que interpretar sino los ecos". Esos ecos que se ocultan entre las palabras del insigne griego son la motivación de nuestro rastreo, la esperanza de alcanzar a ún el rumor de aquellas sociedades sigue resultando fascinante veinte siglos después.
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NOTAS
(1) Las presentes notas son parte de un estudio mayor del área norteña que nos encontramos realizando gracias a los auspicios económicos de la Fundación Ana Mata Manzanedo, institución que financia la investigación y a la que queremos expresar nuestro agradecimiento.
(2) JULIA, S.: (1989) Historia social/sociología histórica. Madrid, Siglo XXI.
(3) Véase como muestra de este tipo de estudios de Antropología Histórica Viaje a la China, manuscrito del P. Adriano de la Cortes (S. I), procedente de la biblioteca del British Museum, edición de Beatriz Moncó, editado por Alianza Universidad, 1991.
(4) LISON TOLOSANA, C.: (1983) Antropología Social y Hermenéutica. Madrid, Fondo de Cultura Económica.
(5) Véase en este sentido los importantes y novedosos aportes al estado de la cuestión hechos por Juan José García González sobre el proceso evolutivo de tales pueblos, plasmado en publicaciones como el I Tomo de Historia 16 de Burgos, y en Cuadernos Burgaleses de Historia Medieval, nº 2.
(6) En relación con la importancia de las imágenes en las actitudes sociales: FERNANDEZ DE MATA, I.: (1993) "La imagen de América", en Revista Española de Antropología Americana. Edita Universidad Complutense, pp. 243-248.
(7) Véase en este sentido la obra El antropólogo como autor de Clifford Geertz, Barcelona, 1989.
(8) MARTINEZ VEIGA, U.: (1985) Cultura y adaptación. Barcelona, Editorial Anthropos.
(9) En este sentido: Conflictos y estructuras sociales en la Hispania Antigua. VV. AA (1986). Madrid, Akal; o "Reflexiones acerca de la sociedad hispana reflejada en la "Geografía" de Estrabón", de Domínguez Monedero, A. J. (1984) en Lucentum III. Anales de la Universidad de Alicante.
(10) SOLANA SAIZ, J. M.: (1993) "Autrigones y Cántabros" en Historia 16 de Burgos. Tomo I. Edita Diario 16 Burgos.