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No quisiéramos dejar pasar más tiempo sin dedicar estas líneas a la figura de don Julio Caro Baroja; no sólo por un deber de gratitud -todos aquellos que han centrado su atención en la Antropología o en la Etnografía han sacado provecho de su trabajo-, sino por honrar la memoria de un sabio; pocas personas habrán logrado, como él lo hizo, transmitir de forma tan ordenada y sistemática sus conocimientos. Pese a su escepticismo inquebrantable, don Julio comunicaba indefectiblemente una curiosidad enciclopédica por todo lo que le rodeaba: un verdadero amor a la sabiduría. Esa filosofía suavizó o maquilló en ocasiones los contratiempos y decepciones que la vida académica o administrativa le causaron. Su hablar aparentemente cansino y la monotonía de su voz escondían sin embargo una de las mentes más lúcidas y vigorosas de nuestro siglo, cuyas reflexiones quedaron plasmadas en una bibliografía ingente por la que bien puede calificársele de polígrafo. El respeto hacia su persona, unido a una timidez voluntariamente fomentada, hizo que, en general, se desconociera su lado humano, íntimo, que tan emotivamente ha descrito en algún texto reciente su hermano Pío, cariñoso celador del último tramo de su existencia.
Descanse en paz don Julio, para quien no habrá mejor homenaje que releer sus escritos y meditar sobre ellos.