Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Cogeces del Monte es una localidad vallisoletana situada a medio camino entre las comarcas del Campo de Peñafiel y de la Tierra de Pinares cuellarana. Posee un extenso término municipal y en él llaman la atención algunas importantes extensiones de terrazgo, situadas a más de diez kilómetros del casco urbano y que se extienden en dirección norte y noroeste. En su conjunto, puede decirse que todos los pagos de la parte septentrional del término, desde su límite con Langayo hasta llegar a la Carretera de Quintanilla, en las proximidades de las ruinas del Monasterio de la Armedilla, constituyen una extensa área en la que puede constatarse históricamente un importante y continuado aprovechamiento ganadero. De este importante aprovechamiento de carácter pastoril desarrollado en el pasado, todavía podemos encontrar algunos testimonios en forma de construcciones pecuarias tradicionales, como los chozos y las corralizas. Estos restos se encuentran dispersos y en un variado estado de conservación, y de ellos nos vamos a ocupar en estas páginas. Pero antes, nos parece necesario realizar una breve presentación geográfica e histórica del área de estudio, que enmarque adecuadamente la descripción y el estudio de estas pervivencias de arquitectura tradicional. Creemos que esto resulta imprescindible para valorar adecuadamente cómo y por qué surgieron y se extendieron este tipo de construcciones, fiel reflejo de la importancia económica, social y cultural que tuvo en el pasado la ganadería ovina en una extensa zona, que se correspondía con el conflictivo límite que separaba dos importantes Comunidades de Villa y Tierra: la de Cuéllar (al sur) y la de Peñafiel (al norte).
1.-CARACTERISTICAS DE UN ESPACIO DE APROVECHAMIENTO GANADERO
Desde el punto de vista geográfico, la parte del actual término de Cogeces del Monte objeto de nuestro estudio, está caracterizada por un medio físico y espacial que sin duda ha favorecido su tradicional dedicación ganadera. Algunos de los aspectos concretos que, en nuestra opinión, mejor definen este medio son los siguientes:
En primer lugar, la zona se encuentra muy alejada de los núcleos poblados más próximos, lo que seguramente ha limitado su aprovechamiento agrícola hasta tiempos muy recientes. El acceso a este área requería en el pasado desplazamientos excesivamente largos, que transcurrían a menudo por caminos en mal estado y que se realizaban con unos medios de transporte muy precarios. Todo esto ha debido imponer una fuerte restricción a las posibilidades que podía tener su aprovechamiento agrícola (1).
En segundo lugar, otro aspecto importante a la hora de condicionar el aprovechamiento económico de este ámbito espacial tiene que ver con las características edafológicas de la zona. Y en especial, está en relación con la existencia de suelos relativamente pobres, poco profundos y pedregosos, en los que la presencia de canto suelto es muy abundante. Los afloramientos de piedra caliza constituyen una de las principales características del suelo y siempre ha constituido una enorme dificultad para su roturación; sobre todo cuando ésta se intentaba realizar con el arado romano, que ha sido el útil agrícola más representativo y extendido de todo el período pre-industrial castellano.
Por último, hay que señalar también la particular configuración geomorfológica de la zona, que ha jugado un buen papel a la hora de determinar su aprovechamiento económico. Este espacio, que se corresponde aproximadamente con el delimitado por los ríos Duero, Duratón y Cega, se presenta como el borde entrecortado de una meseta calcárea que ha sido erosionada por innumerables arroyos y arroyuelos (2). La planicie está coronada fundamentalmente por roca calcárea, tal y como puede observarse en los parajes de la cueva de la Perra y de Picorroque, y se rompe bruscamente en sus extremos, donde la erosión hidráulica ha producido hendiduras que se corresponden con innumerables valles y vallejos que acogen las fuentes que dan nombre a numerosos e irregulares cursos de agua. Las fuentes del Granizo, del Pozo, de Valdespino, de Fuentelarco, de Juan Herrero, de las Conejeras, de la Peña, del Carrizal, etc., han constituido siempre unos importantes referentes del paisaje. De ellas brotan los pequeños arroyos que tanto caracterizan a esta zona, como los del Granizo, Vadillana y Valdecascón, que confluyen en el de Valimón para luego desembocar directamente en el Duero en las proximidades de Sardón; o como, un poco más hacia el este y delimitando el ámbito que ahora nos interesa, los arroyos de Cogeces y Valdecelada, que desembocan en el Valcorba, y que a su vez vierte las aguas al Duero cerca de Traspinedo (3). Estos pequeños cursos fluviales, cuyo caudal debía limitarse drásticamente en el estío y que hoy son prácticamente inexistentes incluso durante el invierno, han configurado el espacio con numerosos valles de escasa profundidad (nunca más de 100 metros), pero de extensas paredes que ofrecen pendientes y desniveles importantes. En resumen, en esta zona la llanura se rompe y pierde terreno en beneficio de los vallejos y «barcos», que son lugares de difícil acceso para el arado, pero donde los rebaños de ovejas y cabras han encontrado abundante pasto. El desnivel del terreno nunca ha constituido un problema para el ganado, mientras la proximidad de los cursos de agua siempre ha ofrecido todas las ventajas propias de las vegas húmedas y con abundante forraje.
2.-LA IMPORTANCIA GANADERA DESDE FINALES DE LA EDAD MEDIA.
Pero a pesar del peso del substrato geográfico, la influencia de éste en el aprovechamiento de un determinado espacio no es por completo determinante; más bien, puede decirse que lo realmente determinante se encuentra siempre en el campo de lo social. En nuestro caso, la constancia del aprovechamiento ganadero de este espacio se remonta a la presencia de los primeros pueblos de pastores prehistóricos. El yacimiento de la «Pared del Castro», situado en el límite del término de Cogeces con los de las localidades de Santibáñez de Valcorba y Aldealbar, cuyos enormes paredones fueron eliminados casi totalmente por la concentración parcelaria, y que confirma la presencia de un poblado celtibérico, que se dedicaba a la ganadería durante el período del Bronce Final, y que estaba enclavado en las proximidades de nuestra zona de estudio. Sin embargo, y como suele ser habitual, buena parte de la configuración del aprovechamiento tradicional que ha llegado hasta nuestro siglo se delimita y conforma en el período medieval, principalmente durante sus últimas centurias. Así, las referencias documentales que podemos encontrar de los siglos XIV, XV y XVI muestran la importancia de la ganadería ovina y caprina en esta zona.
Las constancias escritas que se refieren a este área son relativamente numerosas y detalladas; abundan especialmente durante toda la centuria del cuatrocientos y en los primeros años del siglo XVI, y entre ellas son frecuentes los deslindes y amojonamientos, motivados por problemas fronterizos entre Cuéllar y Peñafiel. Ambas Comunidades de Villa y Tierra compartían una extensa franja de terreno que aprovechaban conjuntamente, pero su delimitación y condiciones de aprovechamiento se ponían continuamente en entredicho. Cada vez que surgía una diferencia, varios representantes de cada parte se reunían en la zona conflictiva y procedían a amojonarla, dando cuenta por escrito de la situación de los mojones, de la distancia que los separaba y de su situación relativa respecto a términos, pagos, caminos, cañadas, corrales, arroyos y fuentes. Por sus propias características, este tipo de documentación contiene una interesante información sobre la disposición del terrazgo medieval, y en ella llaman la atención dos cuestiones significativas: en primer lugar, puede verse cómo en su mayoría han pervivido hasta nuestros días los topónimos y las denominaciones de términos utilizadas en el medievo. En segundo lugar, se constata que las referencias espaciales no son aleatorias, sino que incluyen una percepción y valoración del espacio muy precisa, que lo delimita a través de cañadas, caminos, arroyos y fuentes. Esto avala la gran importancia que debía tener la ganadería de la zona, hasta el punto que el aprovechamiento pecuario debía ser la principal actividad económica, constituyendo también de paso el principal motivo de las disputas mantenidas entre las dos Comunidades vecinas. En algunas ocasiones el detonante del conflicto no se debe directamente a la delimitación del área de aprovechamiento común, sino a las condiciones de utilización de la misma, lo que sucede en especial cuando se roturaba alguna cañada o zona de pasto, cuando una de las partes vedaba los derechos de paso de la otra, o cuando se discrepaba sobre las condiciones del aprovechamiento de los recursos forestales de la zona. En algunos de estos casos el conflicto requirió la mediación de un juez o árbitro, ajeno a los litigantes, tal y como ocurrió por ejemplo en 1401-1402, cuando Fernando de Antequera, que entonces era señor de las dos Villas, ordenó a Sancho Ferrández, vecino de Medina del Campo, que juzgara la contienda (4); puesto que ambas partes habían desobedecido con anterioridad sus instrucciones para que aprovecharan pacíficamente los términos (5). Pero la cuestión no quedó zanjada fácilmente. Después de la intervención del juez nombrado por el señor, continuaron las protestas y las apelaciones de una y otra parte (6). Con todo, el enfrentamiento más serio es el que se produce en 1495. Se origina tras la detención de varios oficiales del concejo de Cuéllar, realizada por los vecinos de Langayo y Manzanillo cuando aquéllos se disponían a amojonar una parte conflictiva de los comunes. Los de Cuéllar responden airadamente y se dirigen armados a liberar a los detenidos, lo que a punto está de convertir la disputa en un enfrentamiento de mayores proporciones (7). Otros conflictos, aunque no tan enconados, parecen ser también el motivo que está detrás de los apeos y acuerdos sobre términos realizados en 1458 (8), 1500 (9) y 1513 (10). De lo contenido en ellos, para lo que ahora nos interesa, pueden sintetizarse algunas cuestiones destacadas:
En primer lugar hay que señalar que esta zona, que en una buena proporción era de aprovechamiento conjunto por ambas Comunidades, mantenía a finales de la Edad Media un importante número de cabezas de ganado ovino y caprino. En concreto, y por lo que respecta al ganado cuellarano, puede afirmarse que en su mayoría era propiedad del clero, de la pequeña nobleza y de la oligarquía de la Villa (11). También parece claro que estos rebaños no participaban en los movimientos migratorios de la trashumancia (12), sino que se alimentaban sin sobrepasar los límites de la Comunidad, desplazándose dentro de ésta desde las zonas de pinar y matorral a los valles húmedos con forraje y lugares apropiados para abrevar. En este contexto, la zona a que nos referimos se presenta como un punto estratégico en el periplo que los ganados de Cuéllar realizaban por su Tierra, puesto que está muy próxima a una importante y conocida extensión forestal de la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar: el monte, un extenso pinar albar donde el ganado debía pasar el período invernal (13).
En segundo lugar, este área, en la que abundaban los pequeños valles con arroyuelos y regatos, debía ofrecer unas excelentes condiciones de pasto en la primavera; lo que hacía que fuera especialmente apetecida, y lo que explica por qué en muchas de las disputas lo que realmente parece decidirse es el acceso a tal o cual valle o vallejo (14).
Y en tercer lugar, y esto es clave a la hora de entender uno de los principales motivos de enfrentamiento con los de Peñafiel, en el período estival los pequeños cursos de agua de esta zona seguramente disminuían drásticamente su caudal, e incluso, sobre todo en años especialmente áridos, podrían llegar a secarse por completo. Esto obligaba a desplazar los numerosos rebaños durante el verano hasta el único curso fluvial que garantizaba, incluso en los años más secos, un caudal permanente: el río Duero. Pero el desplazamiento hacia el norte para abrevar suponía articular una serie de cañadas y pasos cada vez más alejados de la zona común de ambas comunidades, adentrándose en la zona de la jurisdicción exclusiva de Peñafiel (15). La ruta tradicional que une Cogeces con el Duero se ha mantenido hasta nuestros días; transcurre por la cañada de Valdelasno, una importante vereda, en la que confluyen muchas otras cañadas procedentes de todo el término (16), y finaliza en el río en las proximidades de Valbuena. Parece que en nuestro siglo esta vía pecuaria apenas ha tenido uso, pero todo indica que en el pasado, quizá por un mayor número de cabezas establecidas en la zona, o por la existencia de períodos especialmente secos su utilización debía ser habitual. Así pues, el empeño por mantener esta vía libre y expedita para los ganados de Cuéllar, debió ser, durante toda la Baja Edad Media, uno de los motivos principales del constante enfrentamiento con Peñafiel.
Como hemos visto hasta aquí, la documentación de época medieval parece mostrar inequívocamente la importancia de la ganadería de esta zona. Entre los documentos, además, encontramos algunas interesantes referencias sobre corrales, majadas y cabañas. Las informaciones son numerosas y se encuentran dispersas, por lo general aportan poco más que el nombre y la localización aproximada de algunos corrales (17). Pero en ocasiones, como ocurre en las Ordenanzas de la Villa y Tierra de Cuéllar de 1546 (18), aparecen alusiones a cuestiones generales de mayor interés. Veamos el contenido de alguna de las leyes más interesantes de este extenso texto normativo:
«Ley 114. De la renta de los corrales.
En estas nuestras ordenanças se haze mención de la renta de los corrales, que es de los hidalgos de nuestra Villa, y mandamos que por cada corral que hiziesse (sic) en el pinar se diesse (sic) seis maravedís por el despedir del dicho corral al arrendador de los hijosdalgos. Y cerca de la dicha ordenança ha avido algunas dudas entre los hidalgos y pecheros de esta Villa y su Tierra; porque los pecheros dezían que con un alvalá que despidienssense (sic) podrían hazer muchos corrales si quisiessen (sic) mudar las ovejas de una parte a otra, y por parte de los hidalgos se dezía que de cada corral que se mudasse (sic) avía de llevar seis maravedís, y otrosí de los corrales de piedra se avían de llevar la dicha summa (sic) de los dichos seis maravedís. Y ansimismo hallamos por verdad que algunos arrendadores que en los tiempos passados (sic) tovieron la dicha renta demás de los seis maravedís llevavan de cada un corral un queso. Y por atajar todas estas differencias (sic) fue acordado que el licenciado de Alva determinasse (sic), avida su información por amas las dichas partes, el qual pronunció vista la dicha información por amas las dichas partes que quando quiera que de aquí adelante alguno despidiere corral para paridero de sus ovejas en los pinares, que pague por cada alvalá al arrendador de los hidalgos seis maravedís y no más. Y que el dicho arrendador no pueda llevar queso ni otra cosa. Y si lo llevare, que por cada vez que fuere sabido que lo llevó pague 200 maravedís de pena, la mitad para el causador y la otra mitad para la justicia. Y que con alvalá que ansí sacare que pueda hazer un corral en el dicho pinar con su cavaña y chivitera y entremedie. Y que, si después de hecho lo susodicho, quisiere mudar el dicho ganado y hazer otro corral, que por cada corral que hiziere (sic) pague al dicho arrendador otros 6 maravedís. Y que ninguno pueda hazer los dichos corrales sin los despedir, so la pena contenida en estas nuestras ordenanças. Otrosí, aclaró que si alguno quisiere hazer corral de piedra que, por la primera vez que le hiziere, pagase los dichos 6 maravedís al dicho arrendador, y que después de pagados una vez nunca más se les llevasse (sic) derecho alguno por el dicho corral, aún que durasse (sic) muchos años. Pero si en el dicho corral algún tiempo el arrendador que por tiempo fuere hallasse (sic) puesto en el dicho corral de piedra, ramera o carrascos o escobas o aulagas para cerrar algún portillo o crecer las paredes, que hallándolo ansí, pueda llevar los dichos seis maravedís y no en otra manera. Otrosí delaró (sic) que los dichos seis maravedís se pagassen (sic) al dicho arrendador por los corrales que se hiziessen ansí en los pinares comunes de vezinos y tierra como en los pinares que son de concejos apartadamente, salvando los pinares de Hontalvilla y Navalmaçano (sic) y Pinarejos, porque esto paresció por la dicha información que la no pagavan. La qual dicha declaración y sentencias posimos en estas nuestras ordenanças. Y ordenamos que se guarde en todo y por todo con esta dicha ley y ordenança y aclaración y sentencia hecha por el dicho licenciado de Alva. Ordenamos que de aquí adelante los caballeros y escuderos y hombres hijosdalgo de esta Villa y su Tierra arrienden la dicha su renta sin poner en ello otra condición alguna y, si la pusieren, que no valga salvo esto contenido en la dicha sentencia y declaración. Y por quitar y apartar los escándalos y atajar los pleitos y debates que sobre esta razón se an seguido y de cada día se siguían entre los cavalleros y escuderos y buenos hombres pecheros de esta Villa y su Tierra assentamos (sic) entre estas nuestras ordenanças esta dicha declaración» (19).
Esta es la ley más extensa y completa de todas las que se refieren a los corrales del ganado. Atendiendo a su contenido puede afirmarse que las corralizas se localizaban fundamentalmente en los pinares, y que estaban construidas con piedra, aunque en ocasiones podían estar reforzadas o completadas (sobre todo en lo que se refiere a sus puertas y portillos) con rameras, carrascos, escobas y otros matorrales. Igualmente, se explica con claridad que en cada corral podían diferenciarse varias partes bien definidas: la «cavaña» o chozo destinado al pastor por un lado, por otro el entremedie o el elemento separador que dividía el corral en varias zonas, y la chivitera, que era una pequeña y oscura cabaña, por lo general situada en un rincón de la corraliza, donde el pastor mantenía apartados a los cabritos, impidiendo que éstos molestaran a sus madres después de mamar, y donde permanecían quietos y engordaban (lo que de otra manera, y dado su carácter revoltoso, era imposible). También puede apreciarse cómo se alude a la «muda» del ganado, o traslado del ganado desde unos corrales a otros, lo que prueba su desplazamiento periódico (quizás estacional) en busca de pastos frescos. Por último, hay que hacer notar que existía un control efectivo, ejercido en este caso por el poder concejil de la Villa, sobre la construcción y el disfrute de los corrales, al menos sobre los que se encontraban en los pinares o términos comunales. Este control era fundamentalmente fiscal y suponía la imposición de una tasa sobre la construcción de nuevos corrales (que además debía ser expresamente autorizada por el concejo). El pago de dicha tasa comprendía una parte en metálico y otra en especie, y parece que había dado lugar a algunos litigios y diferencias. Además, esta renta no beneficia por igual a todos los vecinos de la Comunidad, sino que la percibían sólo una parte de ellos: los hidalgos, es decir, el grupo social que gozaba de los mayores privilegios.
Por otro lado, resulta evidente que no se construían corrales cada vez que era necesario su uso. Es lógico pensar que debía existir un número importante de corrales construidos que se iban ocupando periódicamente en unas épocas concretas del año. En ese caso, el concejo también fijaba las condiciones de su disfrute, tratando de evitar los enfrentamientos y estableciendo una serie de prioridades en la ocupación de los corrales que se encontraban en los terrenos comunales. De esto se encarga la ordenanza 112, que lleva por título «Cómo han de poner las majadas», y cuyo texto es el siguiente:
«Otrosí, ordenamos que qualquiera persona que majada quisiere tomar, que la tome durante la mañana del día de año nuevo en saliendo el sol. Y el que la tomare que la tome con cabra o cabras paridas o ovejas paridas o con perra parida, que sea de ovejas. Y qualquiera que con estas cosas o con qualquiera de ellas la tomare que sea suya por esse (sic) año, de el que primero la tomare como dicho es. Y si por otra señal qualquiera la tomare, que no vala» (20).
Junto a éstas, encontramos otras medidas que intentan frenar el avance de la agricultura, una amenaza constantemente para los intereses ganaderos, puesto que a menudo su expansión supone roturar y poner en cultivo cañadas, descansaderos y corrales. Para ello, el concejo toma medidas contundentes y llega a limitar, bajo la amenaza de muy severas penas, el avance del arado. Algunas de estas medidas proteccionistas deben ponerse en relación con los intereses inmediatos de quienes ejercían y ostentaban el poder político en el concejo de Cuéllar; pues era frecuente que los principales cargos concejiles estuvieran ocupados por los principales propietarios de ganado. A este respecto, es significativa la siguiente disposición:
«Ley 113. Que no aren corrales ni majadas de ganados.
Otrosí, ordenamos que ninguna persona de Cuéllar ni de su Tierra no sean ossados (sic) de arar corrales ni majadas de los ganados, agora ni en ningún tiempo. So pena que el que lo arare pague mil maravedís de pena, y el pan que en ello sembrare se lo pueda comer qualquiera sin pena. La mitad de la pena para el concejo de esta Villa y la otra mitad para el juez y accusador (sic)» (21).
Sin duda, llama la atención la severidad de la pena impuesta (hay que explicar que las sanciones más comunes para las infracciones graves que establecen las Ordenanzas de 1546 raramente superan los 100 ó 150 maravedís de cuantía). Y, sin embargo, el conflicto mantenido entre ganadería y agricultura, aunque serio, nunca es del todo irreconciliable; como lo demuestra el interés con que el legislador alude al estiércol producido en los corrales, que ya era utilizado como abono para la agricultura durante la Edad Media. De ello da cuenta la ordenanza 116, que lleva por título “Que ninguno quite ni lleve el estiércol de los corrales"
«Otrosí, ordenamos y mandamos que ninguna persona sea ossado (sic) de tomar ni quitar el estiércol de los corrales de los ganados que se hizieren en los pinares de esta Villa y su Tierra o en el campo con alvalá. Desde que se hiziere el tal corral hasta en fin del mes de mayo del dicho año. So pena de seiscientos maravedís, la tercia parte para el dueño del tal corral y la otra tercia parte para el juez que lo executare, y más el valor del tal estiércol para el dicho dueño. Y passado (sic) el dicho tiempo, si el dueño no lo oviere llevado y quitado de allí, que qualquier vezino de esta Villa y su Tierra lo puedan llevar para sí sin pena alguna» (22).
3.-LOS RESTOS DE CONSTRUCCIONES PECUARIAS CONSERVADOS EN LA ACTUALIDAD
Junto a estas noticias sobre la vida pastoril en el pasado, y como otros interesantes elementos que pueden completar nuestro conocimiento de ella, queremos hacer referencia a algunos restos de construcciones rústicas de carácter pecuario que todavía se mantienen en pie, que están dispersos por el término de Cogeces, y a los que hemos aludido al comenzar nuestro trabajo. Aunque hoy sólo se conservan unos pocos chozos y corralizas, la gente de la localidad recuerda haber conocido más de cuarenta corralizas, y casi otros tantos chozos, más o menos agrupados, y repartidos por las zonas de Hierracaballos, Casares del Rey, las Navarrosas, las Coronillas, los Borreguiles, los Silos, el pinar de Valdelasno, Cabeza Gitano, la Avispa, el Gaibar, la Cabreriza, la Mesilla, el barco de la Perdíz, la Chorrera, peña Quemada, Vaistardero, Picorroque y Majadas Viejas (23). La mayor parte de ellos han desaparecido tras la concentración parcelaria, con la supresión de majanos y paredes para unificar las tierras. Aunque todavía en algunos lugares próximos al término de Cogeces, y que no se han concentrado, como ocurre en las proximidades de la fuente del Granizo, el panorama que puede verse es el de una sucesión interminable de majanos, con la piedra agrupada en hiladas de modo que dejan adivinar los restos de las construcciones.
Los pocos testigos que quedan de aquellos tiempos ganaderos poseen una localización que se corresponde con las zonas de mayor importancia y tradición en lo que se refiere a las majadas. En su disposición sobre el terreno puede verse cómo cumplen las premisas que enunciábamos antes sobre el aprovechamiento pastoril realizado en esta zona desde fines del medievo: todos los chozos están situados en el borde de importantes cañadas (en especial en la de Valdelasno o en alguno de sus ramales), muy cerca de los pinares o en lugares bien comunicados con ellos, además suelen poseer una situación privilegiada tanto para aprovechar los valles próximos, como para acceder a las vías que llevan al pueblo y al Duero.
Las características constructivas comunes a todas estas construcciones son las propias de la arquitectura popular castellana, aunque dotadas de la austeridad extrema que corresponde a las construcciones auxiliares, secundarias o complementarias, es decir, a las situadas muy alejadas de los núcleos poblados y que tenían una importancia de segundo orden (24). Así, la sobriedad, resultado tanto de la escasez de medios como de un perfecto enraizamiento con la naturaleza, se une a un profundo sentido utilitario. La función predomina sobre la forma, y la simplicidad constructiva hace destacar el volumen y la solidez en la construcción, hasta conferirla un carácter eminentemente rústico.
Los materiales son los propios de épocas pre-industriales y el empleo de una mano de obra no especializada en su construcción hace del resultado un fiel reflejo de la vida en el campo, con un mimetismo que parece prolongar el propio paisaje (25). En nuestro caso, y como corresponde a una zona próxima a Peñafiel, el material de construcción por excelencia es la piedra, que además es muy abundante en toda la zona, como ya hemos explicado antes (26). Por último, es necesario apuntar que en estas construcciones priman más los criterios de adaptación al medio que los estrictamente productivos; por ello hoy algunas pueden parecernos desmesuradas en sus proporciones, y de una magnitud de obra que sobrepasa con creces lo que en nuestra opinión requeriría una función tan modesta (27).
3.1.-Los chozos
La totalidad de los chozos conservados en Cogeces del Monte están construidos en piedra, utilizando piezas de mediano y pequeño tamaño. Por lo general se ha edificado «a hueso», o con escasa argamasa, aunque en ocasiones han sido consolidados posteriormente con una capa de cemento por su parte externa. Poseen una planta circular o rectangular, con gruesos muros que se asimilan al cilindro y que rematan en cono. La cubrición consiste habitualmente en una falsa cúpula, realizada por la técnica de aproximación de hiladas (28). Por el interior la forma cónica se proyecta en altura, con el fin de facilitar la labor de tiro de humos, y el vértice se remata con varias lajas de piedra que impiden la entrada del agua de lluvia. El espacio interior es de muy reducidas dimensiones; la puerta de acceso es el único vano de la construcción, siempre adintelada y con unas dimensiones tan reducidas que es necesario agacharse o gatear para acceder al interior, siempre se encuentra orientada hacia el este (29).
La función básica del chozo era la de proporcionar refugio a los pastores, tanto por la noche como en los momentos de tiempo desapacible. En ellos solían encenderse fogatas, con espliegos y escobas que se guardaban en el interior para mantenerlos siempre secos, su rescoldo, convenientemente arrimado a la pared, caldeaba la estancia durante toda la velada.
En Cogeces se conserva la planta de dos chozos rectangulares totalmente hundidos. Uno de ellos es la «choza de la tía Petronila» (que aparece señalada en el mapa con el nº. 1), está situado cerca del camino de Casares del Rey, en el término de Hierracaballo. El otro es el «chozo de los Oliveros» (nº. 3 en el mapa), junto al que encontramos un corral bastante bien conservado. El chozo posee unas dimensiones de 4 por 5 metros y tenía cubrición con techo abovedado (como se observa en la foto 1), se encuentra situado a un lado de la cañada de Valdelasno, un poco antes de llegar al pago de Hoyada Grande.
En las proximidades de estas dos construcciones derruidas, encontramos varios chozos de planta circular en un casi perfecto estado de conservación, son los siguientes: el «chozo del tío Monago» (foto 2, en el mapa también con el nº. 2), situado a la orilla derecha del camino que va de Bahabón a Quintanilla de Onésimo, en el lugar de Hierracaballos. Se conserva sin ningún resto de edificación a su alrededor, dentro de una tierra de cultivo. Posee una altura máxima de unos 3,5 metros, un diámetro de otros 3,5 metros por el exterior y de 2,5 en el interior. En parte se encuentra desmochado, aunque su interior está en buen estado de conservación (como se ve en la foto 3). Otro de los chozos de planta circular es el «chozo de los Pedritos» (nº. 4 en el mapa). Tiene una altura de casi 6,5 metros, un diámetro exterior que se aproxima a los 6 metros, mientras que por el interior alcanza los 4,5 (foto 4). Está situado a medio camino entre la yesera de Quintanilla y las ruinas de la Armedilla, en lo más alto del páramo y en dirección a Picorroque. Conserva algunos retazos de las paredes de sus corrales, en los que puede observarse el suelo enlosado (es decir, libre de tierra y donde aflora directamente la roca caliza tan frecuente en la zona). Sin duda es el que se encuentra en mejor estado de conservación. La última de estas construcciones es el «chozo de los Silos» (mapa y foto nº. 5). Está situado en las proximidades de la cañada de la Puentecilla, cerca de un pinar y próximo al valle de Valdecascón, en el pago conocido como los Silos o Hilos, de donde toma el nombre. A pesar de estar considerablemente redondeado alcanza casi los 5 metros de alto, tiene otros cinco de diámetro exterior y 3 aproximadamente de interior. Todavía conserva buena parte de los dos corrales que tenía anexos.
3.2.-Las corralizas
Adosadas a los chozos, o en sus proximidades, es frecuente encontrar cercas de piedra de forma más o menos rectangular, aunque en ocasiones también con paredes circulares. Lo frecuente era que el chozo contara con dos o tres corrales anexos, cada uno con su propia puerta y perfectamente delimitados o separados. Su función, como lugares donde se recogía y guardaba el ganado, hace pensar que constituían la variante fija de las conocidas redes móviles, tan utilizadas durante el verano para aprovechar la rastrojera. Aunque construidas de piedra, el hecho de estar levantadas sin argamasa da a sus paredes una cierta sensación de fragilidad (lo cierto es que si el rebaño se asustaba y empujaba contra ellas era muy probable que se fueran abajo). Las corralizas no poseen puertas, sino que se cerraba con rameras, hiladas de piedras y teleras. El tamaño de los corrales que todavía pueden verse varía entre los 10 ó 12 metros de ancho y los 12 ó 15 de largo, lo que hace que su superficie media ronde los 110-140 metros cuadrados (véase, en la foto 6, el corral del «chozo de los Oliveros»), que les daba una capacidad suficiente para contener unas 120 ó 150 ovejas. Las paredes solían tener una altura de unos dos metros por el interior y metro y medio, o algo más, por la parte exterior. Si el lugar donde se construía el corral poseía un suelo pedregoso, se descubría todo lo posible la piedra, con lo que se «enlosaba» el suelo, para que la piedra preservara al ganado de la humedad de la tierra. Con esta misma finalidad, en ocasiones se utilizaba «burrajo» (en vez de paja) para las camas del ganado.
Por último y en otro orden de cosas, es necesario comentar el temor atávico, intemporal y que difícilmente puede explicarse con palabras, que siempre ha despertado en el pastor la presencia del lobo. Pues bien, el lugar adecuado para sentir ese miedo, para hacer de él una vivencia cotidiana y un tema de canciones y romances, es la majada. Un lugar enclavado como ningún otro en los dominios del lobo, un lugar apartado, muy alejado de las poblaciones y próximo, cuando no plenamente integrado, en los montes y pinares dominio del lobo. Para evitar la presencia de este temido depredador, era costumbre disponer junto a la puerta y en cada uno de los laterales del aprisco unas grandes piedras, con oquedades y agujeros que permitían atar a ella los perros (los «mastines del ganado», como se les conoce desde la Edad Media). Todavía hoy, cuando con gran sorpresa comprobamos que alguna de las corralizas se sigue utilizando durante el verano (foto 7), nos llaman la atención este tipo de piedras, dispuestas alrededor del corral y con muestras de su uso (30).
4.-CONCLUSIONES
Con nuestro trabajo hemos intentado presentar unos restos determinados de arquitectura popular, situándolos en el contexto histórico en el que surgieron, y poniéndolos en conexión con las premisas espaciales y geográficas que han posibilitado y favorecido su desarrollo. De todo esto, creemos que pueden derivarse algunas cuestiones, que a modo de conclusiones finales, pueden expresarse de la forma siguiente:
En primer lugar, los restos del pasado que podemos encontrar hoy (ya sean documentales o arquitectónicos), nos aproximan y ponen en conexión con el mundo tradicional que nos ha precedido. Para que esta relación sea fructífera, en nuestra opinión, debe servirnos ante todo para comprender mejor nuestro pasado; no para intentar revivirlo, sino para conocerlo e integrarlo como un rico sustrato en el que tiene origen nuestro presente.
En segundo lugar, creemos que es necesario considerar este tipo de restos de la arquitectura popular, que son verdaderamente humildes, como una parte más de nuestro patrimonio histórico; como una parte más de nuestra cultura y de nuestras raíces, que tiene cuando menos tanta importancia como otras construcciones que son más ostentosas y deslumbrantes, pero que seguramente no han estado tan próximas a la vida del pueblo como éstas. Esto debe llevarnos a plantear la necesidad de corregir algunas de las actuaciones que, sobre todo a partir de la concentración parcelaria, se han realizado y se realizan en nuestros campos, considerando la necesidad de excluir de ella aquellas zonas en que se asientan estos conjuntos de restos, con la intención de preservarlos para las generaciones venideras.
Finalmente, quizá estas pervivencias, y otras similares, nos sirvan para comprender el enorme cambio que se ha producido en la organización del espacio, en la economía y en la sociedad durante los últimos siglos (y a otro nivel, también en las últimas décadas). Esto debe servirnos para comprender que, por mucho que nos empeñemos en lo contrario, la principal característica de la sociedad humana es el cambio y la transformación.
NOTAS
(1) A este respecto, resulta significativo que los momentos en que este área ha contado con una mayor importancia como zona de cultivo coinciden precisamente con las etapas en las que se han desarrollado nuevos núcleos poblados en ella. Algo frecuente sobre todo en el paraje denominado “el llano”, que es el punto más alejado del término en el noroeste. Así, por ejemplo, en la Edad Media encontramos referencias a poblamientos localizados en Casares del Rey (al noroeste) y en La Perra (al noreste); tal y como puede verse en: Gonzalo Martinez Diez. Las comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura Castellana. Editora Nacional. Madrid, 1983, p. 409. De forma análoga, y en épocas mucho más próximas a nosotros, como durante el periodo de la posguerra y hasta mediados de nuestro siglo, había varias familias instaladas permanentemente en los caserios próximos a la Fuente del Granizo.
(2) Un interesante estudio geográfico, que puede servir como modelo representativo de esta zona, es el de Guillermo Calonge Cano titulado "La morfogénesis del Valle arenoso de un afluente del Duero en el sur de la Provincia de Valladolid: El rio Valcorba". X Congreso Nacional de Geografía. Comunicaciones. Volumen I. AGE. Zaragoza, 1987, pp. 5-14.
(3) Detalles que pueden apreciarse claramente en la hoja nº. 373 del Mapa 1/50.000 del Instituto Geográfico y Catastral.
Para observar con mayor claridad la repercusión de la base geográfica en el aprovechamiento económico y social que se ha venido realizando sobre este espacio, puede recurrirse a la fotografia aérea; en especial, es importante la serie realizada por el ejército de U.S.A. sobre esta zona en octubre de 1956. Servicio Geográfico del Ejército, series nº. 52-008 y 51-051.
(4) Puede verse en: Antonio Ubieto. Colección Diplomática de Cuéllar. Ed. Diputación Provincial de Segovia. Pamplona, 1961, pp. 315-317.
(5) El Infante Fernando había mandado, varios años antes, que Cuéllar y Peñafiel aprovecharan pacíficamente sus términos comunales. Ibidem, 308 y ss.
(6) Como puede verse en la apelación presentada por Cuéllar a comienzos de 1402 (Ibidem, 374 y ss.), y en el posterior nombramiento de Pedro Ferrández, por parte de Peñafiel, y de Gonzalo Sánchez, por parte de Cuéllar, para solucionar algunas diferencias de las que no se había encargado Sancho Ferrández. Ibidem, 384-385.
(7) Puede verse en: Archivo General de Simancas. Sección Cámara de Castilla, Pueblos, legajo 1. Los problemas, motivados por el aprovechamiento de los comunes, alcanzan una gran tensión cuando los de Cuéllar se desplazan armados a Manzanillo y Langayo para liberar al regidor y oficiales detenidos por los de la Tierra de Peñafiel, aunque finalmente todo se soluciona -sin que persona alguna fuese muerta ni malferida-, aún cuando, según los de Cuéllar, ellos eran superiores en número y su actuación estaba respaldada por el Condestable de .Castilla.
(8) A. H. Municipal de Cuéllar. Sección I, carpeta nº. 149.
(9) A. H. M. de Cuéllar. Sección I, carpeta nº. 175.
(10) A. H. M. de Cuéllar. Sección I, carpeta nº. 140.
(l1) Algo que ya fue apuntado por A. Ubieto Arteta. O. C., p. XXVII.
(12) Como puede deducirse de los beneficios fiscales que Fernando IV concede a los ganados de Cuéllar, puesto que “… andan en sus términos, e non van a los estremos...” Ibidem, 123.
(13) En el apeo de 1402 los representantes de Cuéllar no dudan en expresar la importancia que tenía el agua de estos arroyos para sus rebaños y lo importante que era comunicar estos valles con el monte donde se guardaba el ganado, al indicar “… que aquel agua era muy neçesaria para los ganados de amas las dichas Villas, ca non avía otra agua en aquella comarca, que era menester que diesen canadas algunas para entrar a ello, e para salir fazia el monte”, Ibidem, 368.
(14) Como ocurre en: Ibidem, 345
(15) En el citado apeo de 1402 se aprecia el interés de Cuéllar por prolongar los comunes hacia el norte: “…peresçía que la dicha canada salía del dicho monte de común de amas las dichas Villas e yva fasta el dicho río Duero, e fallava que la dicha canada era comunal para los ganados de amas las dichas Villas e sus Tierras, e para cada una dellas, para usar della para yr a bever por ella al dicho río e venir a los dichos comunes..." Ibidem, 351.
(16) En cierta medida, y tal como explica el Diccionario Geográfico de España, la localidad de Cogeces del Monte se encuentra enclavada en la confluencia de las importantes cañadas de Valdelasno, Valdecascón, Puentecilla, Solana, Orillada y Cañadilla. Ediciones del Movimiento. Madrid, 1956-61.
(17) En el apeo de 1402, al que ya nos hemos referido, yen el que se citan con claridad las “corralizas e majadas” que estaban situadas en los comunes de las dos Villas. A. Ubieto. O. C., P. 365. Un poco más adelante, y en el mismo documento, se alude a los corrales de la Loba y del Briz.
(18) El documento completo puede consultarse en: Emilio Olmos Herguedas. La Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar a partir de las Ordenanzas de 1546. Ed. Diputación Provincial de Segovia, Caja Segovia y Ayuntamiento de Lastras de Cuéllar. Valladolid, 1994, pp. 195-341.
(19) En: Ibidem, pp. 242-243.
(20) Ibidem, 242.
(21) Ibidem
(22) Ibidem, pp. 243-244
(23) Términos que pueden localizarse fácilmente con la ayuda de la hoja nº. 373 del Mapa 1/50.000 del Instituto Geográfico y Catastral.
(24) Carlos Carricajo Carbajo en su trabajo titulado “La arquitectura popular humilde vallisoletana”, alude a la diferencia entre arquitectura urbana y arquitectura externa (p. 57); dentro de ésta última indica que “Los chozos de pastor con sus corrales, son las construcciones mas primitivas y elementales que nos encontramos en medio de los páramos y zonas altas de pastos…” (p. 65), y apunta además que “este primitivismo se diría continuador de lo prehistórico” (p. 66). En VV.AA. Arquitectura popular I. Comunicaciones de la 1ª. Semana de Arquitectura Popular. Ed. Mariano Olcese Segarra. Valladolid, 1988, pp. 57-72.
(25) Marciano Sánchez y Antonio Sánchez del Barrio han sintetizado con gran acierto todas las características de la arquitectura popular a que nos estamos refiriendo, como puede verse en sus respectivos trabajos: “La Arquitectura popular: cuestiones teóricas y criterios prácticos”. Etnología y Folklore en Castilla y León. Coor. por Luis Díaz Viana. Ed. Junta de Castilla y León. Salamanca, 1986, pp. 443-467, y "Arquitectura popular", Revista de Folklore, nº. 35, pp. 160-164.
(26) Las diferencias existentes en los materiales constructivos empleados en las comarcas de Pefiafiel y Cuéllar pueden verse en: Antonio Sánchez del Barrio. Arquitectura popular. Temas didácticos de cultura popular nº. 9. Ed. Centro Etnográfico de Documentación. Diputación Provincial de Valladolid. Valladolid, 1987 (páginas 32 y ss. y 35 y ss., respectivamente).
(27) Puede verse al respecto: Antonio Fernández Alba en “Los documentos arquitectónicos populares como monumentos históricos, o el intento de recuperación de la memoria de los márgenes”, en VV. AA. Arquitectura popular en España, ed. CSIC, Madrid, 1990, pp. 21-32, p. 27.
(28) Algo que es muy común, como explica Antonio Sánchez del Barrio, "Las construcciones populares", Cuadernos Vallisoletanos, nº. 36, Ed. Caja de Ahorros Popular, Valladolid, 1987, p. 28.
(29) Lo que coincide casi plenamente con las características constructivas de otros chozos de la provincia, como puede verse en la descripción de Carlos Carricajo: “planta asimilable al círculo, de gruesas paredes levantadas con mampuestos de monte o páramo, sin desbaste de ningún tipo, asentados en seco o a lo más con barro sin paja, puerta baja y estrecha, de forma que en algunos sólo se puede entrar a gatas”. O. C., p. 66.
(30) Queremos agradecer toda la ayuda que nos han prestado Esteban Villar García (agrícultor de 69 años), e Isaías de Miguel Esteban (pastor de 53 años), ambos vecinos de Cogeces del Monte. Su cordial colaboración ha sido fundamental a la hora de realizar este trabajo.