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A Ana Alonso-Bartol
En el otoño de 1994 fui invitado a un herradero en el campo de Salamanca. Voy a tratar de reflejar en estas líneas que siguen, el acaecer de los hechos, tal como los contemplé en la finca Torre Velayos, muy cerca de Tamames de la Sierra; no conviene pasar por alto la belleza de la finca, de 500 hectáreas de extensión, atravesada por las aguas del río Huebra, toda ella poblada de encinas centenarias, algunas incluso con nombre propio, como la Encina Grande, un ejemplar magnífico con un tronco que precisaría del concurso de tres personas mayores para abrazarla y cuyas ramas soberbias podrían albergar bajo su sombra a todas las gentes de un pueblo. Pienso en Castilla, donde los pueblos, por lo general, no superan los 500 habitantes. Muy graciosa es la estampa de la Encina Grande situada a unos metros del cauce del agua. En esta finca, propiedad de don Mariano Alonso-Bartol, pastan dos centenares largos de reses bravas. La ganadería está inscrita en la Asociación Nacional de Ganaderos de Lidia.
El herradero, además de una fiesta campestre, es un rito de iniciación que se hace con los animales, como a mozas que hubiera que vestir de largo. Un aire festivo preside la casa desde la víspera en que se inician los preparativos, sobre todo los culinarios. A un herradero asisten no sólo los empleados de la finca, sino sus mujeres que ayudan ese día en la cocina, así como los viejos empleados ya jubilados, siempre que la salud se lo permita. Como se requieren muchos brazos, asisten también los vaqueros de las fincas de alrededor de manera gentil. A cambio, naturalmente, de que el día que se haga herradero en su finca acudan entonces en su ayuda. Un espíritu semejante al que primaba en las viejas sociedades rurales de socorro mutuo.
Según el D.R.A.E., "herradero es la acción de marcar con un hierro candente los ganados. El sitio destinado para hacer esta operación y la estación y temporada en que se efectúa".
El herradero se hace dos veces al año, coincidiendo con el otoño y la primavera. En cualquier caso se procura huir del tiempo caluroso ya que la presencia de moscas puede acarrear problemas de salud en las hipotéticas heridas que se produzcan en la piel de los animales.
Los becerros que se van a herrar suelen tener una media de seis meses, precisamente los nacidos desde el último herradero, aunque si son muy pequeños se les dejará para el siguiente.
Al herradero asiste un veterinario de la Asociación de Ganaderos de Lidia que vela por el control de la raza, así como una pareja de la guardia civil en representación de la autoridad gubernativa. La presencia tanto de la guardia civil como del veterinario resultan preceptivas.
Durante los días anteriores al herradero, se agrupa a los becerros en una cerca en cuyo interior se encuentran los encerraderos; allí se les mete la mañana del herradero separándolos por sexo ayudándose para ello de ijadas y picas. En paralelo con esta operación se enciende el fuego en la fragua que está situada aliado del potro; durante toda la mañana van a estar ardiendo grandes gruesas ramas de encina y sobre éstas se ponen a calentar las marcas de hierro.
Hacia las once de la mañana, una vez resueltos los preparativos, comienza el herradero. Se comienza por los machos. Uno a uno van saliendo los becerros por una estrecha empalizada que desemboca en el potro. Allí el becerro es atenazado por dos cadenas que le recorren los costados de abajo a arriba y por una barra vertical de hierro que le inmoviliza la cabeza. En ese momento, se procede a imponerle los hierros en el costado derecho, cuatro en total:
-Una "A" de la Asociación Nacional de Ganaderos de Lidia. Esta Asociación destina sus reses a plazas consideradas de segunda. Las corridas llamadas de primera las suministran los ganaderos integrados en la Unión de Ganaderos de Toros de Lidia, que se identifican con una "U".
-Seguidamente -se avanza de rabo a cabeza- se less marca con el hierro de la ganadería.
-El siguiente hierro es un número de identificación de la ganadería.
-Y, por último, se les marca con otro número que corresponde al último guarismo del año de nacimiento. En este caso el cuatro. Ahora bien, conviene reseñar que el año ganadero comienza el día 1 de julio y termina el 30 de junio.
Aprovechando la inmovilidad del becerro, se le hace una marca de identificación en las orejas, dándole un corte con las tijeras, característico de cada ganadería.
El veterinario de la ganadería que también está presente aprovecha asimismo para inyectarle una dosis de vacuna contra los parásitos. Y a las hembras, otra además contra la brucelosis. Sobre las marcas que deja en la piel del hierro candente, se derrama un chorro de desinfectante. Antiguamente se ponía aceite quemado para que las moscas no se cebaran sobre la herida de la piel.
El veterinario de la Asociación toma nota de las características de cada becerro al que con este motivo se le asigna nombre propio. Además del número de identificación de la ganadería debe figurar el nombre del padre y de la madre que aseguran su estirpe así como la capa. Identificar la capa del toro es un alarde de sutileza verbal por lo que prefiero transcribir las acepciones que aparecen en el libro de la Asociación Nacional de Ganaderos de Lidia donde se pone de manifiesto la finura de registros en el lenguaje taurino: albahío, albardado, aldinegro, alunarado, anteado, aparejado, arromerado, avinagrado, azabache, barroso, berrendo, bociblanco, bocinero o bocinegro, botinero, bragado, burraco, calcetero, canoso, capirote, capuchino, carbonero, cárdeno, careto, caribello, carifosco, carinegro, castaño, coliblanco, colitero o colillo, colorado, chorreado, ensabanado, entrepelado, estornino, estrellado, franciscano, gargantillo, girón, hosco, jabonero, jijón, jocinero, lavado, listón, lombardo, lucero, meano, melocotón, mohino, morcillo, mosqueado, mulato, negro, nevado, ojalado, ojinegro, ojo de perdiz, paticalzado, peceño, perlino, rabicano, rebarbo, remendado, retinto, salinero, salpicado, sardo, verdugo y zaíno.
EL TACO
Cuando se termina de marcar a la ronda de becerros, se hace un descanso para probar el taco. Llega entonces el turno de actuación de las mujeres que se desplazan desde la casa campera hasta el pie del herradero depositando sobre una mesa una variedad de viandas derivadas del cochino negro que también cuenta con un espacio dentro de la finca: costillares, torreznos, chorizo, caldo de pollo y vino. Todo se consume aderezado con historias y evocaciones. Sigue luego el herradero con las becerras; el mismo proceso hasta que en el apartadero sólo quedan tres. Se hace entonces un nuevo alto. Hace tiempo que el sol coronó el medio día. Las becerras que quedan sin marcar se conducen al tentadero, una plaza redonda con empalizada de madera. Se las suelta de una en una. Alguno de los mozos que han participado en el herradero se tiran a la arena con el auxilio de un capote. También se animan los mayores. Ya hasta los niños. Son vaquillas que algún día del próximo verano saltarán a una plaza asediada de gritos. El tentadero es una prolongación del campo. En estos tentaderos han comenzado su carrera muchos toreros ya que es una oportunidad extraordinaria para experimentar sus aptitudes frente al ganado bravo.
Cuando acaba el tentadero y se pone el hierro a la última becerra, el herradero propiamente comienza a declinar. Aunque todavía queda la comida que coronará esta presentación en sociedad de los animales a la que generalmente asisten muchos invitados, además de la gente de la casa y de los empleados, sus hijos y mujeres.
En la comida de herradero se suele poner cocido, judías o patatas. Seis o siete mesas se reparten por la amplia estancia de la casa y los mayores evocan de nuevo los viejos tiempos. Hasta hace unos años los empleados cobraban en dinero y "La excusa", que consistía en unas cabezas de ganado dentro de la manada de las que podían disponer a su antojo. Tanto en ganado lanar como en porcino o en reses bravas. Con el exceso de control fiscal eso ya no interesa; el Ministerio de Hacienda cambia las costumbres. Ahora todo lo que se paga debe figurar porque al final le desgrava al ganadero. Antiguamente, cuando se contrataba a los criados. además de la paga se establecía la "companga" que en el campo de Salamanca consistía en un pago en especie (un kilo de garbanzos, un kilo de tocino y diez kilos de pan al mes).
Todo eso, por supuesto, pertenece al pasado. Las relaciones entre los dueños y los empleados se han humanizado mucho.
La provincia de Salamanca concentra el mayor número de fincas destinadas a la cría de reses bravas. En la relación oficial de la Asociación de Ganaderos de Lidia de 1990, figura con 112 ganaderías frente a 25 del resto de las provincias de Castilla y León que cuenta con ganaderías en Zamora (5), Valladolid (11), Avila (86), y Segovia (4). Fuera del ámbito regional le sigue muy de lejos Toledo con 52 ganaderías.
La cría de reses bravas ha contribuído al mantenimiento de estas fincas que permanecen inalterables apuntalando el equilibrio ecológico de buena parte del campo charro, en el que la presencia dominante de las encinas es una de sus principales características.