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Ha sido habitual en muchos países desde el siglo diecinueve, conservar o coleccionar objetos del pasado que hayan representado la propia cultura fiara exponerlos a la pública curiosidad o estudio en museos especializados. En España se podría hablar de una especie de maldición que pesa sobre los sucesivos intentos (González Velasco, Caro Baraja, etc.) por crear un museo representativo de las diversas culturas de la Península; la misma circunstancia de la variedad -los celos, las envidias o a veces el antagonismo entre las diferentes representaciones sociales apolíticas de las distintas formas culturales podrían aducirse como razones para la permanente dificultad de crear un centro definitivamente consolidado.
Otro obstáculo (y en este caso, sin embargo, sí podría hablarse de una particularidad común del carácter ibérico) sería la aversión casi visceral que tenemos a soportar una reflexión sobre nuestras formas culturales del pasado: la resistencia a que nos consideren "salvajes'' por haber mantenido hasta hoy costumbres bien antiguas; la dificultad, en suma, para saber distinguir entre primitivo y primario, entre ausencia de cultura y sedimento cultural.