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Revista de Folklore número

170



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EL SABOR DE LA PAPAYA GUINEANA

RABANAL CELADA, Simón

Publicado en el año 1995 en la Revista de Folklore número 170 - sumario >



Cuando decidí viajar a un poblado de Guinea Ecuatorial no advertí las múltiples caras que presenta el egoísmo humano; aunque lo más saludable es que tal variedad se puede convertir en una forma adaptativa en situaciones de riesgo imprevisto.

En las fechas del verano de 1989 los gobiernos de Madrid y Malabo mantenían excelentes relaciones de ayuda y cooperación al desarrollo. La presencia de los Hermanos de la Salle y las Hermanas Agustinas por toda la geografía guineana databa de hacía quince años, período en el cual habían llevado a efecto programas de educación, de salud y de acercamiento a los poblados más alejados de los núcleos urbanos. Así pues, nuestra presencia entre los Fang se inscribía en esa general disposición de apertura hacia los "misioneros" y "cooperantes" blancos llegados de España.

Sin embargo, el riesgo a que me refiero no provenía del orgulloso y exquisito celo con que se distribuyó la cooperación de veinte jóvenes en el programa que se venía desarrollando, sino del que entrañan palabras como "inculturación", "salvajismo", "pensamiento mágico"..., que habían sido objeto de debates acalorados y serios compromisos por evitar una forma de colonización del más grotesco sabor occidental. El poso de esas conversaciones fermentaba en actitudes ingenuas, inseguras, pero tan atrevidas y aventureras que el gusto por el exotismo de Africa adormecía el miedo a aprender "desde abajo" la realidad práctica que daba vida a tan escurridizos conceptos.

Esa realidad iba tomando forma teórica a medida que nos acercábamos a la cultura Fang. La visión general, coloreada de experiencias recientes y salpicada de imágenes fílmicas, se vino abajo desde el momento en que el avión tomó tierra en el aeropuerto de Malabo, capital de Guinea Ecuatorial.

I.LA GRAN MARCHA

Tres horas habíamos de esperar hasta la llegada del avión gabonés que nos transportaría desde la costa al continente, a la ciudad de Bata. A partir de aquí, el tiempo comenzó apercibirse de distinta manera; las largas colas en los aeropuertos españoles para revisar los visados se convirtieron en una ciénaga de personas, que trataban de chantajear al funcionario guineano de turno con la esperanza de facilitarse su entrada en el país. Sin embargo, no había razón para el desenfreno, las voces, o los apretones. Un peculiar olor invadía los sentidos, algo así como una vaharada almizcleña, húmeda, sofocante, aromática y áspera que paraliza, se apodera del visitante y lo convierte en víctima de un paisaje seductor.

Era de noche cuando paseaba por la ciudad de Bata. El olor a pescado y el lento caminar de los habitantes despertó mis ansias por descubrir nuevos encantos en una zona en que parecía que el mundo se detenía. Pasamos nuestra primera noche en el colegio de los Hermanos de la Salle; allí nos topamos con religiosos guineanos, españoles, holandeses, médicos, ingenieros agrónomos,... Todo el día siguiente lo ocupamos en reuniones para preparar el material didáctico, las cartulinas informativas y los muñecos de guiñol. Nos poníamos al tanto de la geograña y orografía de los poblados, de su localización, de sus medios de subsistencia, su sistema social y religioso.

A medida que desaparecía la novedad, el miedo se apoderaba de nosotros. Comenzaron a surgir los primeros temas tabú: la procreación y el sistema de parentesco. Los Fang cuentan con una estructura social jerarquizada que va desde el jefe del poblado al anciano-padre del jefe, pasando por la abuela mayor, hasta el resto de las familias. Figura importante es el catequista, cuyo cometido es oficiar los actos religiosos y a la vez servir de contacto con los misioneros. Cada hombre -a excepción del catequista- suele tener dos esposas, posesión que, en el caso del jefe, es signo de distinción e influencia social.

Según nuestros organizadores se daba el caso de que había hijos proscritos, que vivían con sus madres y que nunca eran reconocidos por su padre. Los problemas de integración social de estos niños habían sido motivo por el que los religiosos eran víctima de conspiraciones y afrentas por parte de las autoridades. Aunque en los poblados pertenecientes a la zona de Bata no eran frecuentes estos "atropellos", a menudo llegaban noticias de "trata de niñas" en la isla de Bioko, en Niefang o en Evinayon. Pese a todo, por la mañana comenzó la gran marcha.

Hacinados entre enseres de cocina, comida enlatada, colchones, almohadas, barriles de petróleo, los veinte jóvenes íbamos siendo repartidos por los distintos poblados dispersos a lo largo de veinticinco kilómetros al sur de Bata. Los más cercanos a la ciudad poseían un camino de tierra accesible a cualquier vehículo, pero a medida que nos adentrábamos en la selva, los caminos no existían, a lo sumo había un estrecho sendero. Las condiciones del terreno unidas a las largas ceremonias de bienvenida, retrasaron tres horas la llegada a nuestros poblados, los últimos de la zona. Sólo quedábamos en el camión la Hermana María, religiosa Agustina barcelonesa, Casilda, joven novicia guineana, y yo. A pesar de la tardanza, los habitantes de Nkohó y Asám nos recibieron en un ambiente de fiesta. Se dieron cita el jefe del poblado y el catequista, que fue el encargado de hacer las presentaciones de rigor en la capilla; Ramón nos auguró una feliz estancia y pasó a enumerar someramente la misión a la que habíamos sido destinados, siempre remarcando que veníamos a instancias de los Hermanos de Bata.

Por su localización los poblados de Nkohó y Asám contaban con madera de ébano suficiente como para atraer a los camiones de los madereros, los cuales trazaban nuevos caminos. Sin embargo, por extrañas razones, aún se mantenían los enhiestos "akuowa" y las tupidas "ceibas". Gracias a esta falta de contacto los habitantes vivían ajenos al trasiego de las idas y venidas de los comerciantes cameruneses. Los contactos con la capital, donde semanalmente se celebraba el mercado, se realizaban por taxi, un viejo land-róver que, a la vez, traía el correo, siempre que nuestros vecinos de Ngüela no tuviesen sobradas razones para apropiarse del chófer y del taxi durante tres o cuatro días.

Por ser los últimos poblados de la región tenían el carácter de prioritarios, es decir, además de las clases de higiene y de continuar con la escolarización de los niños, dos ocupaciones nos iban a mantener los cincuenta días que iba a durar nuestra estancia: la construcción de letrinas y la pavimentación del suelo de la capilla. El resto de los poblados tenían cubiertas estas necesidades, por lo que la tarea primordial encomendada a los cooperantes blancos era la traída del agua hasta una presa en el centro del "pueblo".

Nuestra presencia arrancó, no obstante, miradas inquisitivas y bailes desmedidos. El sueño, acariciado largos años, se estaba realizando; ahí estaba yo, seminarista a medio camino de ordenarme sacerdote, contemplando el fermento que endulzaba el sabor del evangelio, unas personas tan distintas, pero atentas, hospitalarias y, sobre todo, felices de contar con unos "blancos" que, supuestamente iban a dar renombre y fama a unos poblados abandonados.

Como tantas veces a lo largo de mi estancia entre los Fang, necesitaba relatar estas vivencias para fortalecer mi espíritu vulnerado y, a la par, asegurar la fama de occidental que tan valiosa protección me había dado hasta entonces.

A partir de la primera noche empecé a tener problemas con el sueño y con el vientre. Estos últimos los solucioné con procedimientos variopintos, pero los primeros me proporcionaron el encanto de la vida nocturna de Africa y el enfrentamiento con la Hermana María. Al contar Nkohó con una casa vacía, únicamente habilitada para el sacerdote que venía a oficiar la misa del día de la fiesta, nos establecimos en este poblado. Dada su reciente construcción, no debería convocar a inesperados inquilinos; no fue así, pues además de los mosquitos, animadores fervientes de la noche, nos visitaron hermosas ratas, que provocaron las "delicias" de la monja y la novicia. Para evitar esas visitas yo debía quedarme todos los días en casa y procurar sanearla, a lo cual me opuse.

Por la mañana, muy temprano, comenzábamos las clases con los padres y las madres; una vez que éstos iban a sus quehaceres, acudían los niños, con quienes nos ocupábamos el resto de la mañana. Durante la tarde me solía tumbar en el "Abbá", casa de la palabra donde los hombres "historiaban", resolvían pleitos o simplemente se tumbaban a descansar. Por las noches me dedicaba a aprehender, a observar y hasta succionar los hábitos y maneras de ser de los habitantes de Nkohó y Asám; primero iba a este poblado a fin de que la noche no me sorprendiese en el camino de vuelta; después de cenar me pasaba las horas muertas de cara a una lámpara de petróleo que lucía en el "Abbá".

Al principio Casilda me mostraba el embrujo de su país haciendo de intérprete, pero desde que aprendí cómo se bebe el "Topé", especie de cerveza extraída de la corteza de un árbol, ya no me acompañó más. Me ponía muy pesado, y terriblemente nostálgico.

II."ONE YOLAYA". ¿COMO TE LLAMAS?

Al haber sido colonia española, las dificultades del idioma no existieron. Sin embargo, conservaban su dialecto fang, que utilizaban en nuestra presencia para ocasiones que había que resolver algún litigio, o para narrar historias acerca de los poderes maléficos del "Evhú". El dios bueno y protector estaba personificado en sus antepasados.

Según sus tradiciones orales, los Fang, también llamados Pangwe o Paouhin, vinieron del nordeste en diversas oleadas distanciadas en el tiempo y su asiento definitivo se operó a fines del siglo XIX. El hábitat Fang se extendió desde el sur de Camerún hasta áreas más septentrionales del río Ogowe. Los Fang nunca formaron grandes unidades políticas y vivían en clanes autónomos, lo que puede explicar, en parte, las pequeñas modalidades existentes dentro de un estilo artístico general, que se advierte en cualquier manifestación (1).

Esta unidad general está propiciada por una reglamentación social común y un mismo credo religioso, que se encargan de mantener dos instituciones supratribales: el Sö y el Ngil. El gran culto y reverencia extrema para los antepasados ha hecho a los Fang hábiles artistas en la fabricación de estatuas que cumplen diversos fines.

No tuve oportunidad de presenciar el culto a los muertos, que se enterraban fuera del poblado. El cementerio está rodeado con una cerca de palos y ramajes entrelazados. Cuando pasas cerca de él hay un conjunto de normas a seguir: no hablar, inclinar la cabeza y no fijar la vista en las calaveras. Aprecié, no obstante, la estatua de un miembro Sö, que dirigió, mientras estuvo vivo, los ritos de iniciación en el bosque y además controlaba las duras pruebas físicas que deben superar los neófitos hasta que, al cabo de seis meses, ingresan como iniciados en la sociedad y se les permite comer carne de antílope.

Como luego supe, los miembros de la institución Sö intervienen en los contratos matrimoniales y en las diferencias y problemas que pueden surgir entre los poblados. Los miembros iniciados en la sociedad Ngil se encargan de perseguir a los brujos, procurar la paz para los poblados o descubrir a los asesinos.

Los primeros resultados de mis paseos nocturnos comenzaron a elevar mi nivel de aceptación entre los Fang; trabé amistad con Lucas, joven esposo y gran amante de los baños al abrigo de la noche. A dos kilómetros del poblado un pequeño riachuelo daba vida a sus habitantes; cuando Lucas iba solo venía a invitarme con todo lujo de solemnidad y cortesía. Lentamente caminábamos cogidos de la mano. Al principio temía que se desmoronase mi púdica costumbre occidental, sin embargo, ir de la mano significa "hacer el camino juntos", al sereno roce de la amistad.

A pesar de esos acercamientos, la intimidad era una de esas carencias que intentaba paliar en la soledad de mi habitación, por medio del relato de las impresiones que había recibido. Quien contribuyó a sanear mi espíritu y a darle ese precioso regusto por la vida fue el anciano Martín, el "papá mayor" y padre del jefe.

A las seis de la mañana, hora en que se reanuda la vida del poblado, me encontraba con Martín en el "Abbá" para historiar y maldecir otra intempestiva noche. La soledad se fue escurriendo de mi lado. Desde esos instantes ya no recurrí al recetario de subsistencia que nos habían diseñado en Madrid. Las clases para los mayores comenzaban a ser más participativas; desde luego no aprendieron a sumar o restar, pero sí afirmar, que era una de las razones, según ellos, por las que los "Mtangs", o sea, los blancos, nos encontrábamos allí. Sus vecinos de Ngüele ya sabían, y ellos no podían ser menos.

El hecho de que una persona pueda estampar su firma en cualquier sitio era signo de distinción y elegancia, virtudes que veneran como verdaderas divinidades. Este es uno de los restos de su pasado colonial. Además, se apreciaba el influjo del catolicismo y la organización social que conlleva dicho sistema. Ocurría que la expansión de éste solapaba el simbolismo autóctono; revelan los habitantes de Nkohó y Asám un especial cuidado en ocultar cualquier ritual que se oponga como "mágico" a la regulación católica; tienen conciencia de la frontera que hay entre el mensaje de Cristo y la práctica de los procesos simbólicos autóctonos.

En una mirada retrospectiva puedo ver cómo en las dos primeras semanas de convivencia las relaciones se teñían de forzadas composturas e intranscendentes conversaciones. Pero, a medida que historiábamos, que compartíamos distintos puntos de vista sobre determinados rituales, se respiraba una atmósfera menos viciada. Al fortalecimiento de estos nuevos vínculos contribuyó el paludismo.

Entre los Fang esta enfermedad equivale a una gripe, pero en los blancos puede ocasionar la muerte. Al principio fue un simple mareo, pero luego caí redondo. Al cabo de cuatro días recibí la visita de la Hermana Julita, que me trasladó urgentemente en su Toyota a la ciudad de Bata para recibir los cuidados necesarios; me instalaron en una de las habitaciones del colegio y allí fue donde pude ver por primera vez desde que llegué mi pomposa barba y lo flacucho que estaba. En el tiempo que pasé recuperándome hice acopio de un socorrido vocabulario Fang, palabras sueltas que se utilizaban con frecuencia; esta tarea era el mejor remedio contra las fantasías febriles y los accesos de dolor lumbar.

Contraer la enfermedad en uno de los poblados "nuevos" deja a sus habitantes a merced del "Evhú" y su reinado de desgracias, y lo que se espera del neófito enfermo es que regrese pronto para la mejora de la salud pública.

A menudo dentro de la didáctica incluíamos prácticas con plantas para curar enfermedades: de la semilla de banana se extraía jugo para curar las dolencias de las articulaciones, y del aceite de huevo el mejor remedio contra cualquier tipo de dolor o herida. Otra cosa era conseguir los huevos necesarios o que alguien del poblado te entregase los restos de la semilla de banana.

La tierra es gratuita entre los Fang. Cada cual puede coger la que quiera y construirse una casa donde y cuando quiera; de igual forma ocurría con la siembra. No obstante, esa política no produce excedentes agrícolas; todos cultivan lo mínimo para subsistir. Limpiar la tierra, cavar, cosechar, son tareas encomendadas a las mujeres que, además, preparan los alimentos. El hombre les proporciona las semillas, las herramientas... Para conseguir huevos u otro producto había que llegar a un acuerdo con los hombres y, no por trueque, sino por mediación de la ingesta de abundante "Topé" llegabas a obtener tan preciada materia.

En señal de agradecimiento me encargué de revisar las heridas y las llagas infectadas. Cuando me preparé para Auxiliar de clínica no pensé en la posibilidad de ejercer tal misión sin el material imprescindible. Delante de una llaga en considerable estado de infección, lo único que puedes hacer es colocar un poco de aceite de huevo y un apósito, aún a sabiendas que cualquier remedio era inútil, pues los Fang mantienen las heridas al aire y quitan el vendaje en cuanto se les pierde de vista. Sin embargo, todos los días y bajo la mirada atenta de los padres, nuestra casa estaba plagada de heridas llenas de pus, vómitos y algún que otro perro que decidía intervenir en la asepsia.. Los casos de malaria eran muy comunes; cuando alguien no venía a clase, o se había ido al mercado, o estaba en la cama con paludismo.

El agua es muy peligrosa. Hay varias enfermedades parasitarias endémicas causantes de graves hemorragias intestinales, náuseas, debilidad, temblores y finalmente la muerte. En la temporada seca son frecuentes las contaminaciones, quizás por esto los Fang me impidieron bañarme en el río "Nvia", y tuve que conformarme con verlos juguetear alegremente en el agua, mientras yo me arrastraba envuelto en sudor. Mi papel se redujo a vigilante de la otra orilla, por si acaso los caimanes hacían algún tipo de movimiento brusco. Aquella tentación de zambullirme me recordó los últimos días transcurridos en el colegio de Bata reponiéndome de la enfermedad, así que la decisión fue clara.

III."OYUCHE O CAHÁ". ¿QUE TAL LA CAZA?

A principios de Agosto decidimos suspender las actividades escolares y dedicarnos a tres tareas: la construcción de las letrinas, el pavimentado del suelo de la capilla y la recolección de alimentos y bebida para el día de la fiesta.

Durante el mes de Julio habíamos intentado explicar la conveniencia de la utilización de letrinas, y el efecto que conseguimos fue sorprendente. Por medio de dibujos, el poblado entero entendió la manera en que los parásitos edifican en el interior de los estómagos de los niños toda clase de infecciones. El mecanismo de funcionamiento de tales carteles consistía en mostrar el proceso a través del cual el gusano atravesaba la piel del cuerpo -principalmente a través de los pies- hasta alojarse en el interior del organismo, razón por la cual los vientres manifestaban tal hinchazón. Era frecuente especialmente en los niños, ya que tienen menos escrúpulos para hacer sus necesidades en cualquier sitio y su movilidad es sorprendente. La solución era calzarse y acudir a la letrina. De las ocho familias de Nkohó y las cinco de Asám se beneficiaron cinco en el primer poblado y tres en el segundo. La campaña informativa había conseguido el remedio oportuno, porque la noticia de estos nuevos "habitáculos" se difundió rápidamente entre los poblados vecinos.

Tanto para las clases teóricas como para las de higiene, la labor era muy lenta. Por ejemplo, con una cartulina tardábamos tres días y sobre todo con la lámina en que aparecía dibujado el gusano introduciéndose a través de la piel. Los procesos de abstracción apenas existen al modo como estábamos acostumbrados. Era frecuente que al ejemplificar una operación aritmética los "papás" no entendiesen el ejemplo: si tu cuñado tiene dos cocos y tú cinco, ¿cuántos suman en total? La respuesta era que ni él tenía dos cocos, ni su cuñado otros dos, porque aunque éste los tuviese no se los iba a dar pues no se hablaba con él. Otro caso que a menudo se daba era que las "mamás" hervían el agua, pero se la daban a sus maridos literalmente hirviendo, sin esperar a que enfriase.

Sea como fuere no eran estas anécdotas las que trascendían a otros poblados vecinos, sino las labores que propiciaban un beneficio común.

Tanto para el reparto de la caza como para los trabajos en común, todos los habitantes se unían. Sólo así fue posible que se pavimentara el suelo de la capilla de tal forma que estuviese preparado para el día de la fiesta. Una vez que el taxi nos trajo el cemento, nos dividimos en dos grupos de trabajo, las mujeres y los niños acarreaban el agua y arena -arañada del fondo del riachuelo- y los hombres amasaban y extendían el cemento.

Al final y tras un duro trabajo, todos -a excepción de las mujeres y los niños- bebíamos "Topé" en el" Abbá". En el transcurso de esta celebración supe que de madrugada acompañaría a Lucas, al catequista y al jefe a una cacería de jabalíes.

Durante la noche el ambiente refrescaba hasta alcanzar una temperatura idónea para pasear; las constelaciones de estrellas eran nuevas y espléndidas; a menudo la luna salía más tarde e iluminaba la escena como si fuera de día. Ni que decir tiene que la víspera del día de caza no dormí, la ocupé actualizando mis conocimientos sobre ese deporte. Como otras tantas actualizaciones, de nada me sirvieron; en este caso porque cazar significa comer..., significa salud espiritual para el poblado. Debía sentirme agradecido por semejante invitación y no sé por qué extraña mezcla de novedad y misterio el miedo fue mi mejor aliado hasta el regreso.

En aquella zona no había grandes depredadores verdaderamente peligrosos; el riesgo principal era el encuentro con algún reptil. Salimos en dirección a Asám, pero luego nos desviamos por un sendero relativamente nuevo, cegado por la tupida vegetación; Lucas llevaba un fusil, el catequista un machete, yo otro y cerraba la fila el jefe con otro fusil. El sendero serpenteaba a un lado y a otro; iba tan asustado que me parecía ir pisando toda clase de serpientes y animales diminutos. Sin tiempo para la sorpresa, oí voces, me quedé petrificado; Isidro me apartó y al momento se escucharon cuatro disparos. Dos jabalíes yacían en el suelo. Cargué con uno de ellos a la espalda. De regreso pisé una boa. Tuve suerte de no descansar mi pie en su cola, porque me hubiese estrangulado. A los pocos días contemplaba a mi virtual asesina tendida a lo largo del camino, muerta y con un antílope dentro. Este no nos lo comimos, porque según el jefe del poblado trae mala suerte, pero la serpiente propició un singular festín, que acompañamos de yuca "Nbong" y, cómo no, de papaya.

Los Fang, pese a sus préstamos culturales, rebosan sabiduría indígena y conocen al detalle las plantas y los animales. Su cultura es la costumbre: son adiestrados en el rastreo y hábiles en la fabricación de todo tipo de trampas, como la empleada para apresar puercoespines, ratones o boas de nueve metros. Casi todos estos artilugios están fabricados a base de madera de bambú, muy fina y resistente.

A menudo Casilda me ponía al tanto de mi etapa de inculturación y vinculación social en el poblado, pues era la única que entendía a los Fang cuando "cotilleaban" acerca de los Ntangs. Para el trece de Agosto había sido acogido por los más expertos cazadores y consumados fumadores. Sin embargo, donde más a gusto me sentía era con Martín y con el anciano mayor de Asám, D. Carlos.

Para entablar relaciones con éste llevé mi última cajetilla de cigarrillos españoles. Fumar es, desde luego una actividad que perjudica la salud, pero puede convertirse en un fuerte motivo de acoplamiento en el "Abbá" y un sano ejercicio de mantenimiento de la individualidad.

Las relaciones entre los dos poblados eran amigables y fraternas. Los ancianos mayores mantenían fuertes lazos; cuando se daba algún problema entre familias de distintos poblados, o incluso entre poblados vecinos, eran los ancianos quienes, a modo de jueces, dirimían los litigios. Tuve ocasión de participar en uno de ellos: acompañé a Martín a Asám. Todo el poblado preparaba la visita; inmediatamente se entabló el diálogo, que fue en Fang. Carlos nos invitó a "Topé", señal inequívoca de que el problema se había solucionado.

IV. LA FIESTA

Los Fang son muy prudentes en estado sobrio, pero se vuelven quisquillosos en las fiestas, en las que el "Topé" los hace enfrentarse, a menos que una singular comunidad de propósitos los una. Durante la semana anterior a la fiesta en honor de la Virgen de Fátima las despensas se llenaron con todo tipo de alimentos: yuca, papaya, cacao, piña, cacahuete, carne de antílope, de caimán..., y, sobre todo, "Topé". Evidentemente nos sumamos a la tarea, aunque nuestro cometido el día de la fiesta era entretener a los invitados con juegos, cantos, para que el buen nombre de Nkohó y Asám no se olvidase. Era el día en que los vecinos de otros poblados iban a tomar el pulso de la "nueva vida" que se respiraba gracias a la presencia de los Ntangs. Numerosos familiares llegados incluso de la zona de Evinayon se dieron cita durante tres días. Algunos de nuestros compañeros de España saborearon el delicioso "Topé", que en esta ocasión era de la mejor calidad (2).

Para poder reunir tal cantidad de alimentos y bebidas, los hombres y las mujeres hicieron "horas extra", los unos de cacería, las otras en el campo. Las casas construidas de madera de bambú constaban de una sola habitación, o a lo sumo, dos, de manera que el almacenaje de la comida ocupaba más de la mitad del espacio. A ritmo de xilófonos y de música camerunesa -¡cómo se logró una batería para el radiocassete fue un misterio! todos comenzamos a bailar. Inmediatamente se contagia el peculiar modo que tienen las mujeres de danzar a golpe de caderas, meneando violentamente la cabeza.

La vida de los hombres y las mujeres permanece, en gran medida, separada. Además de ser polígamos, los hombres cuentan con otros privilegios, como pasarse una semana entera fuera del poblado, mientras que las mujeres permanecen con las otras esposas o las vecinas. Sin embargo, en vísperas de la fiesta, permanecen juntos. A los ojos de un occidental la familiaridad o el afecto que demuestran los maridos por sus mujeres es escaso: ella atiende a los hijos y se considera responsable de su salud física, quedando para el hombre la honrosa tarea de educarlo en las tradiciones de sus antepasados. Por su posición social el jefe es quien más mujeres posee y, aunque para un Ntang es impúdica tal relación, hombre y mujer se encuentran con propósitos sexuales en la casa de él según una rotación que ya han acordado de antemano con las demás esposas. Los días de la fiesta aumenta la rivalidad al estancarse la rotación.

Además de ser constantes, eficientes y tenaces trabajadoras, las mujeres Fang son hábiles en el arte de la seducción y la coquetería. El día anterior a la fiesta se quedan en sus casas y la mayor .parte del tiempo lo dedican a embellecerse y descansar; su piel adquiere el brillo y resplandor de la noche, sus vestidos -"Popós" en forma de túnicas de una pieza con diversos colores, dejan al descubierto sus fornidos hombros, su pelo semeja la forma de un panal de abejas. Durante la fiesta las mujeres no cesan de bailar; los hombres se dedican a provocar miedo a los huéspedes con una especie de danza -"Baile de Mamarracho"- mitad ritual, mitad ejercicio de masculinidad, en el que caminan sobre cristales rotos y ascuas encendidas. Tales destrezas son impensables sin la ingesta de "Topé". Cuando los hombres -los que dudan con quién pasar la noche- acaban sus danzas, las mujeres han complicado sutilmente a su amante en los laberintos del amor. Ellas son las que formulan y justifican las reglas del juego; sin embargo, las rencillas surgen cuando una de las esposas es rechazada reiteradas veces por el hombre; vuelven de nuevo a su peculiar ritual hasta lograr recuperar al marido "extraviado".

Aunque la fiesta causó monumentales resacas, a mí, además, me proporcionó un terrible daño en los pies. Alrededor de las uñas de los pulgares me habían salido unas manchas de sangre acompañadas de intensos picores. Tenía nigüas, unos desagradables parásitos que penetran bajo la piel para depositar allí sus huevos, pudiendo causar la putrefacción de todo el pie. Como no disponía de imperdibles me saqué las nigüas con una navaja, llevándome generosas láminas de carne al objeto de no romper los saquitos de huevos.

Tal incidente redujo mi movilidad y aumentó mis visitas a la casa de la palabra, lo que permitió desvincularme de la tarea de sanear nuestra casa de hormigas gigantes, que la noche de la fiesta hicieron acto de presencia. En una de las innumerables conversaciones con Martín saboreé la nobleza y el aplomo de la vida entre los Fang: sus relatos conmovían, sus maneras de entender el espacio y el tiempo te dejaban perplejo, su conciencia de la vecindad y la amistad te daban vigor, su respeto a la vida te empequeñecía...(3). Antes de abandonar los poblados, tuve tiempo de recorrer la distancia entre Nkohó y Asám salpicada a ambos lados por el fuego que se veía dentro de las casas, escuché de nuevo el ensordecedor ruido de los "kikis", monos diminutos colgados de la ceiba, y me deleité en el armónico canto del "cucu", un pájaro que todas las noches, cada media hora, baja del árbol a cazar algún gusano, y en tal descenso emite un ruido similar a nuestros relojes-cucu.

Delante del río Nvia no cesaba de pensar el modo tan peculiar y distinto de entender la vida un africano de Guinea y un europeo de España. Evitando llegar a algún punto concreto en esta estomagante relación, ascendía a través del sendero contemplando el crepúsculo que iba muriéndose tras las hermosas ceibas. Las noches de la selva fueron pasando una a una, anunciándonos el discurrir del tiempo y el momento de dejar a los Fang y volver a Bata para coger el avión que nos trasladaría a Malabo y de allí a Madrid.

V."YWA KE ELONG EVÉ" ¿CUANDO TE MARCHAS?

Toda separación te deja una sensación de vacío, un ligero regusto de soledad cósmica. Sobre tu memoria desciende una neblina dorada, los Fang se vuelven, si cabe, más nobles, el pasado se reestructura para conducir inexorablemente a algún gran propósito del presente. Gracias a las cartas y al diario, que nunca dejé de escribir, sé que el sentimiento que me sobrecogía y me impulsaba a buscar los espacios nocturnos de mi intimidad era una mezcla de egoísmo y esperanzada alegría.

Mientras el viajero ha estado cuestionando sus creencias más fundamentales, la vida ha seguido su curso sin alteraciones. Cuando retorné a mi tierra una extraña sensación de distanciamiento se apoderó de mí, no porque las cosas hayan cambiado, sino porque uno ya no las ve "naturales" o "normales". Un nuevo mundo se empecina por socavar las trivialidades del vivir occidental. Esa falta de integración es una sensación creciente de inseguridad; ajustarse de nuevo a las normas de relación plantea problemas, pero algunas cosas tan nimias como el agua corriente o la luz, producen inmensa satisfacción.

En esta etapa de mi vida en que el relato de la experiencia en Guinea Ecuatorial esparce las últimas cenizas del fuego nocturno africano, recuerdo el sonido del "Tan-Tan", el latigazo musical del "cucu" o la serena mirada de los ojos de Martín y me envalentona la nostalgia. A menudo tórnase ésta un renovado proyecto de volver a contemplar las oscuras aguas del río Nvia, saludar a un ahijado -hoy tendrá cinco años-, pasear a la estela de las señales luminosas que las estrellas centelleantes dibujaban encima de las plantas y al amparo de la luna sobre el limpio cielo.

La facilidad con que retornan las ideas depende de la mayor claridad de las impresiones; éstas van oscureciéndose en la misma tensión en que aquéllas sirven de refugio al fondo peculiar de vivencias entre los Fang.

____________

NOTAS

(1) Un estudio más completo, no sólo sobre la identidad artística de las manifestaciones plásticas de los Fang, sino del continente negro, puede verse en: Arte Negroafricano. José Luis Cortés López. Madrid, 1992. Ed. Mundo Negro.

(2) En este ambiente festivo algunos llegamos a aprender danzas que estaban coloreadas por cantos populares. He aquí uno de ellos:

Erase un topo topero
que topó un día
a una botella de topé,
pues para él era café.
El topo topó al topé.
Al toparlo le dejó borracho.
Al dejarle borracho y beodo s
e estancó el buen topacho.
Al estancarse
no vio ni oyó.
Al no ver ni oir
dormido quedó.
Al quedarse dormido
inició grandes ronquidos.
De estos ronquidos
se le giraba la cabeza.
Al girarle la cabeza,
sintió los movimientos
de rotación y traslación
de la tierra con riesgo.
La tierra se le saltaba,
brincaba, bailaba. ..
El cielo entero parecía
caer sin calma.
¿Sabes qué hacía entonces
el topo que topó al topé?
Pues que se embarraba
convulsivamente sin tracción doble
Así suele suceder,
querido amigo, a los borrachos
que se entregan sin descanso,
a las bebidas alcohólicas.

Antología de la literatura Guineana. Edición preparada por Donato Ndongo-Bidyogo. Editora Nacional. Madrid, 1984, pp. 56-57.

(3) Dentro de la tradición típicamente Fang la novela Ekomo de María Nsue Angüe (ed. U.N.E.D., Madrid, 1985) nos introduce en esa moral de respeto a las leyes de la naturaleza, rotas por la llegada del "Ntang".



EL SABOR DE LA PAPAYA GUINEANA

RABANAL CELADA, Simón

Publicado en el año 1995 en la Revista de Folklore número 170.

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