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Rafael Andolz (1) es quien más ha estudiado este tema en la provincia de Huesca. Para él hay tres causas que explicarían “la persistencia de la curandería”. La primera, injustificada actualmente, sería la escasez de médicos. El cifra el número de graduados en la Universidad de Huesca entre 1566 y 1823 en 277 médicos.
En segundo lugar habla de la creencia en la superioridad árabe y judía transmitida de generación en generación y, finalmente, cita “la fe en los remedios aparentemente sobrehumanos que rodean de misterio la actitud del curandero”. Yo apuntaría una cuarta aplicable a la actualidad: la gente acude a los curanderos o a los remedios caseros cuando no encuentra otra solución. “Por probar, nada se pierde”.
Vamos a partir, para hablar del tema, de un gracioso poema que publicaron Simoné Andreu y Pilar Villa de Sariñena en el boletín nº 14 del boletín comarcal Quió titulado “Remedios caseros”:
Aunque no tenían estudios,
eran gentes muy agudas,
pues todos ellos en casa
se hacían las medicinas.
Si salía sarpullido
y en las manos querebazas,
como no había pomada,
una buena mearrada.
Cuando tenían algún grano,
para que se reventara,
se ponían cataplasmas
hechas de cebolla asada,
y, a los pocos días,
el grano se reventaba.
(...)
Si te cortabas
con la hoz o con la dalla,
al no haber esparadrapro,
te ponían telaraña.
P'al sabañón sol de mayo,
p'a las lombrices
lavativas de agua fría,
y en cualquiera de estos casos
los picores te encendían.
Si tenías pulmonía,
p'a chupar las sangres malas
un remedio muy veloz:
unas cuantas sanguijuelas
de cualquier abrevador.
(...)
Para los retorcijones,
empachos o digestiones,
agua de tremoncillo
puesta en el lavativero;
una goma con un grifo
te clavaban en el agujero.
Y cuando te hacía efecto,
a cagar allá al pesquero.
(...)
Y si te dolía el oído
¿sabes con qué los curaban?
con un chorro de leche
de una mujer que criara.
Para quitarse los celos,
se tenía que ir al río
a tirar piedras al agua
y así se curaba el crío.
Si te daban un peñazo,
te ponían una perragorda
con un pañuelo bien preto atau,
y no te lo quitaban
hasta que el rebullón
ya había rebajau.
P'al remedio de la fiebre
entonces no había nada,
sólo hacías que soñar
que Uñetas se te llevaba.
Para quitar los orzuelos,
un remedio que da risa:
tirar tres piedras al patio
de la tía de Marisa,
al mismo tiempo decir
“Señá María, ahí le dejo ese regalo”,
y echar a correr bien pronto,
lo mismo que canta un gallo.
Si tenían infección
o enfriamiento en la orina,
un vaso de pelo de panocha hervida
y este era un remedio
que meabas enseguida.
Cuando tenías una puncha
y no te la podían quitar,
un poco de sebo de culebra,
si la podían cazar,
y, si no, el pobre se quedaba
con el sufrimiento y el mal.
Las ensundias de gallina,
con azúcar las maceraban,
y cuando tenían chordos,
detrás de las orejas te untaban.
La seguridad social de entonces
pocos problemas tenía,
de cólico miserere
las mitades se morían.
querebazas: especie de herpes
tremoncillo: tomillo
pesquero: zona a las afueras del pueblo a la que se accedía cruzando una acequia.
rebullón: chichón
panocha: mazorca de maíz
puncha: pincha
ensundias: enjundias
chordos: paperas
Como vemos se trata de todo un tratado “farmacológico” de nuestro pueblo. Respecto al mal de oído mi madre me comentó que había que poner la leche dentro de un dedal y en cuanto a los celos también se podía utilizar pelos de choto. En el programa de Fiestas de Pallaruelo de Monegros de 1977 se reproduce un poema de “El tío Juaner” en el que se recogen remedios similares: (...)
Cuando las amas de casa
que tenían buen gobierno
jamás nunca les faltaba
ni la salvia ni el espliego,
cancellos y mermasangre
el tomillo y el romero,
hierba de cúralo todo
y raíces de escorzonera.
Y si había una infición
de cualquier cosa que fuera
en vez de dar indiciones
les ponían sangrijuelas;
y si se hace algún rasguño
u se corta con la dalla
se ponían tararañas.
Y si pica tarántula
u le fiza un escorpión
ta curalo de camino
buscaban un tañedor
y allí venga a bailar jotas
la gente por t'ol redol.
(...).
(Lo transcribo tal como él lo publicó. El tío Juaner era el encargado de las motadas o dichos del dance del pueblo.)
Pero hay más remedios caseros que he podido recoger:
Verrugas: En Sariñena hay que coger tres caracoles en la noche de San Juan y frotarlas con la baba. Después hay que enterrar los caracoles. Yo se lo conté a una amiga que tenía las manos llenas de verrugas. Hizo lo expuesto y se le fueron casi todas. En Capdesaso, según me contó Laura Borbón, se utiliza el caldo de una berenjena. Andolz cita otros remedios típicos de la zona:
En Lanaja hay que frotarlas una sola vez con sangre menstrual. También se puede recurrir al remedio del caracol pero de una forma un tanto curiosa “se cogía un caracol hembra y se metía en un agujero de una tapia y se tapaba con barro. La verruga se iba pero era preciso alejarse de espaldas y no volver a verlo” (2).
En Robres se curan con “carne de vaca podrida en tierra de macetas, tierra que tiene fiemo, siendo refrotada por la parte de las verrugas” (3) o bien “se untan con ajo picado” (4).
En Poleñino “Joaquín Barrio me decía que se iba uno a un pozo y se echaban dentro tantos granos de trigo o piedretas como verrugas se tenían y se echaba uno a correr para no oír el ruido al caer” (5).
Finalmente Andolz afirma que “la opinión corriente es que la curación de las verrugas depende sobre todo de factores psicológicos... Cuando le pregunté (a un médico) qué método empleaba, me dijo que varía mucho, pero que es preferible alguna cosa extraña que impacte al paciente” (6).
Sarrampión: Curiosa forma de sanarlo en Sariñena. Había que poner un trapo rojo en la bombilla y abrigar bien al niño para que no se enfriara y le saliera antes el “sarrampión”. Quizá se creía que el color rojo atraería a esta enfermedad y así se curaría antes.
Quemaduras: Una señora de Sariñena, me rogó que no dijera su nombre, se quemó de pequeña la cara. Entonces vivía en un pueblo de Cataluña y una señora le dijo a su madre que para que no le quedara ninguna marca debía machacar un cristal blanco (no verde porque es muerte puntualizó) en un mortero de hierro hasta que se conviertiera en un polvillo como harina. Después aplicarlo a la zona quemada cada vez que supurara. La señora se tocó la cara y me dijo ¿ves como no me quedó nada? y era cierto.
Andolz cita otro remedio utilizado en Alcubierre: “Hiel de tocino con manteca y nieve derretida. Se hace en la época de la matacía y se guarda para todo el año” (7).
Si se duerme una parte del cuerpo: Hay que hacerse una cruz en la zona dormida con saliva.
Picaduras: Si te pica una “abejeta” hay que ponerse barro en la zona afectada y si te pica una pulga lo que no hay que hacer es maldecirla porque si no, te sale un “mal” en donde te ha picado. Aunque en Sariñena, respecto a las picaduras, lo más llamativo tiene que ver con la tarántula.
La tarántula: Antes era habitual que la gente pasara gran parte del verano viviendo en el monte debido a la siega. La tarántula también era y es habitual en Los Monegros, su picadura es mortal y en Sariñena el remedio se basaba en la música y el baile. Hay que señalar que la palabra “tarántula” es de origen italiano, derivada de Tarento, ciudad en la que abundaban las tarántulas y se relaciona también con “tarantela”, baile característico del sur de Italia. El remedio consistía en bailar y cantar en casa del enfermo “hasta que se reventara la tarántula”. Existe la creencia de que la tarántula tiene una especie de guitarra en la espalda y cuanto más se bailara y se cantara más se agotaba la tarántula. Otra explicación más científica sería que, en realidad, lo que había que conseguir era que el enfermo no se durmiera y estuviera agitado para que, al sudar, expulsara el veneno.
Manuel Queralto, el Tonelero, recoge varios testimonios en el boletín nº 20 del Quió e indica que “como era costumbre en este pueblo, cuando a una persona le picaba el susodicho bicho y le inoculaba su ponzoña, debían bailar, ininterrumpidamente, durante 24 horas si el animal era hembra y si por casualidad era macho, el baile debía durar 48 horas”. Los testimonios que recoge son los siguientes:
En el verano de 1934 a un señor que le decían por sobrenombre “Moroto” le había picado una tarántula. El Tonelero señala que a su madre le tocó seguir el rito y “durante su vida fue una de las vivencias que más impacto le causó en su estancia en Sariñena”. (Era oriunda de Cataluña).
Otro testimonio que él recoge se lo contó María Peralta Romerales, “antes del suceso señalado ocurrió otro igual y era el siguiente: aquí, en nuestro pueblo, residía un notario, el cual tenía un hijo que, al ir a coger moras de zarza, le picó una tarántula; al no encontrarse bien el muchacho, sus padres llamaron al médico el cual puso todo su saber para salvar al niño, pero como en aquel entonces la medicina no estaban tan adelantada como ahora en sus antídotos, el pobre niño se les moría. Quiso la casualidad que, en aquellos días, eran las fiestas patronales de nuestro pueblo, y se dieron cuenta que al pasar las rondallas por las calles las dolencias del muchacho se le aliviaban, y por fin se sanó el niño, aplicándole la terapia preceptiva para esos casos, que era bailar una y otra hora hasta que se sanaba el paciente, a pesar de la oposición de su padre, el cual no creía en métodos empíricos y tradicionales”.
También mi madre recuerda haber visto el ritual de pequeña en casa Marianeta.
No podemos terminar este capítulo sin hablar de los curanderos que ha habido en Sariñena. Rafael Andolz indica que los curanderos bien nacen con ese don o bien lo heredan, caso de la familia Castro de Huerto de la que hace un exhaustivo estudio: “Los Castro han sido, sobre todo, lo que aquí se llama “pilmadores” o “componedores”, es decir, curanderos de huesos y articulaciones. Ha recogido la existencia de, al menos, catorce curanderos en la familia y casi todos llevan el nombre de Antonio y es que el origen del don de esta familia parece ser un milagro de San Antonio: “Una tradición ancestral en la familia cuenta que un día apareció por Laluenga un peregrino. Nadie en el pueblo quiso acogerlo hasta que llegó a casa Castro en donde le dieron alojamiento y comida. El peregrino, en agradecimiento se dio a conocer como Antonio de Padua, curó aun niño de la casa que estaba enfermo y dio a la familia el poder de curar a los demás. Aún se conserva en la casa, como reliquia venerada, la cadiera en la que se sentó al santo taumaturgo. La familia, desde entonces, ha transmitido, junto con el apellido, el don de la curación. También las mujeres curan pero no dan a sus hijos la cualidad de curar porque ya pierden el apellido” (8). Andolz fecha el milagro en 1650 aproximadamente.
Para nacer con ese “don” hay varias posibilidades: ser gemelo, nacer en Nochebuena, nacer para Santa Cruz (3 de mayo) y tener una cruz en el paladar, ser el quinto de los varones y más si se era el séptimo. (Recordar que en los cuentos siempre se le atribuye al pequeño de siete hermanos determinados poderes, virtudes, etc. Por ejemplo “Pulgarcito”, “Los siete cuervos”, etc. El número 7 es un número mágico por excelencia que nos remite a la creación del mundo (en siete días), a los días de la semana...
En Sariñena, en concreto, la tía Torrera le curó a mi padre de pequeño una rodilla y, además, también quitaba las anginas frotando la muñeca derecha para curar la angina inzquierda y viceversa. También Dolores “La Matavina” curaba así las anginas.
Manuel Novellón Calatayud, “Tres perricas de café”, murió en 1993 con 94 años y era experto en curar la florecilla de la boca a los más pequeños. Mi madre llevó a mi hermana porque ya no sabía con qué curarla y la sanó sólo con verla. La nieta de Manuel, Nati Garzo Novellón, me contó el procedimiento que utilizaba su abuelo: sólo había que decirle el nombre del enfermo (incluso había gente que lo llamaba por teléfono), después enterraba unas hojas y decía una oración. Cuandos las hojas se secaban se curaba el mal. No le contó a nadie la oración ni pudo curar a un propio bisnieto”.
Andolz cita también a los Bareches “fueron curanderos de animales muy afamados en toda la zona. Se establecieron en Sariñena y los llamaban “los hijos de los brujones de Fornillos” (9).
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NOTAS
(1) ANDOLZ, Rafael: De pilmadores, curanderos y sanadores en el Alto Aragón. Ed. Mira Editores. Zaragoza, 1987.
(2) ANDOLZ, Rafael: Op. cit., p. 49.
(3) ANDOLZ, Rafael: Op. cit., p. 48.
(4) ANDOLZ, Rafael: Op. cit., p. 50.
(5) ANDOLZ, Rafael: Op. cit., p. 50.
(6) ANDOLZ, Rafael: Op. cit., p. 47.
(7) ANDOLZ, Rafael: Op. cit., p. 64.
(8) ANDOLZ, Rafael. Op. cit., p. 11.
(9) ANDOLZ, Rafael: Op. cit., p. 108.