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Una curiosa coincidencia determina que, en el momento de atender la solicitud de la dirección de la "Revista de Folklore", su deseo de que escriba un trabajo sobre el sainete lírico en el teatro español, llegan las noticias del estreno en Viena de la versión traducida al alemán de la obra, sin duda, más representativa: "La verbena de la Paloma". Y no puedo iniciar mi artículo sin el "adagio lamentoso" -expresión lenta, mantenida al cabo del tiempo y de signo triste- que supone el reconocimiento de que el género vive tan en precario en nuestros días, que más bien hemos de considerarlo como reliquia histórica, fruto de un ayer fecundo y venturoso. Porque no puedo tener la menor duda al afirmar que no hay en el teatro cantado español nada con tanta representatividad, fuerza, belleza y en muchos casos original inspiración que los sainetes musicales otrora base de las carteleras.
Creo recordar que en pasada ocasión hablé del nacionalismo y, sin imitar el entusiasmo sobre un capítulo trascendente y peculiar de un país como el nuestro de folklore tan rico y variado, señalé que su vigencia presente era muy relativa, reemplazado por el imperio de modos y modas que, muchas veces, no dejan huella duradera.
El sainete lleva al escenario cuadros que se arrancan de la vida misma, que reflejan costumbres, hábitos, frases, tipos, situaciones, paisajes y lo hacen con simpatía, gracia, levedad, proporciones breves y lenguaje directo capaz de llegar a toda clase de públicos., con especial atención al popular y animado todo ello por el garbo de partituras fragantes, de fluidez melódica tan real como el afán de huir de todo constructivismo petulante.
Cuando se publique este artículo habrá pasado ya por Madrid, por su temporada de opera, la Compañía de Leipzig, con la sensacional Orquesta del Gewandhaus y todos sus contingentes de actores cantantes, de coros, de técnicos y maestros. y esas centurias de artistas nos habrán regalado con lo que, no sin razón, se ha dado por calificar como "La verbena de la Paloma de Nuremberg", para advertir hasta qué punto los wagnerianos "Maestros Cantores" constituyen el máximo exponente de lo que un sainete puede llegar a ser por los caminos del arte. Que sainete monumental es la obra, en la que nos embelesamos con la trama que se desarrolla en el pueblo de artesanos artistas, con sus cofradías, la más venerada y representativa la de los "maestros", sus concursos poéticos, sus fiestas en la pradera. .y todo un cuadro de personajes perfecto exponente del reparto ideal de un sainete: "Eva" y "Walter, soprano y tenor, los líricos enamorados; "Hans Sachs", el barítono, el poeta soñador, maduro y bueno; "Beckmesser", el caricato ridiculizado; "Pogner", bajo, noble señor; "Magdalena" y "David", "mezzo" y tenor, en funciones de la tiple y el tenor cómicos. .y el pueblo, el pueblo todo, que bulle" vibra, participa...
Con techo, claro es, mucho menor pero de ninguna forma desdeñable, el sainete madrileño, con punto de. partida en el teatro .por horas y el género chico, sólo puede ser menospreciado, con desconocimiento absoluto de sus calidades y bellezas, por los pedantes que nunca faltan, para los que. podría ser buena lección y hasta palmetazo el conocido entusiasmo de don Manuel de. Falla por "La Gran Vía", cuyo número de los "ratas" ceceaba con gracejo.
Ayer, hoy...Aquí, sí: "todo tiempo pasado...". Bastaría un repaso a la nómina de teatros que un tiempo se dedicaron al género lírico en un Madrid en el que no faltaba tampoco el Real, como sede fija de la actividad operística. Sin propósito exhaustivo, he aquí algunos nombres de locales: Variedades, Alhambra, Martín, Comedia, Felipe, Recoletos, Príncipe Alfonso, Eldorado, Maravillas, de la Cruz, Príncipe, Circo, Español, Eslava, Zarzuela, Novedades, Centro, Calderón, Reina Victoria, Cómico, Ideal, Apolo...En este último, que no en balde se conocía como la "catedral del género chico", se registran acontecimientos capitales. Puede afirmarse, y el dato es harto significativo, que diez años de. su etapa de plenitud, en los finales del XIX, acogen bastantes más estrenos que los cincuenta últimos en toda España.
En el sainete, visto como entonces se. entendía, el valor de las situaciones y los tipos, los comentarios de actualidad, las frases de doble sentido, los apuntes de sátira, los reflejos costumbristas reclamaban, como base, la escritura de libretos con "gancho" hechos, más que por estilistas literarios, por expertos en la carpintería teatral y dueños de recursos cómicos. Después, el empleo de. actores dignos de esta calificación aun con menoscabo del aspecto canoro, al que hoy se le da primacía posiblemente abusiva e injustificada en algunos casos.
Nombres como los de Leocadia Alba, la Pino, la Brú, la Leonís, Ruesga, Vallés, Lastra, Luján, Riquelme, Romea, los Mesejo, se ven unidos a los fastos más sobresalientes del género chico y el sainete. Hablo de los puntales remotos, con algunos seguidores de campanillas que están más en la memoria de los aficionados. Eran ellos, muchas veces, los decisivos impulsores de asistencias y de éxitos. Cantaban... de una forma "sui generis". Quizás, mejor, podría decirse que tarareaban, pero, ¡con qué sentido y gracia, con qué intención, expresividad y carácter!.
Una de las obras decisivas, en el arranque" "La canción de la Lola", que ligaba dos nombres tan capitales como el libretista Ricardo de la Vega y el músico Federico Chueca, viene a confirmar lo antedicho. Por 1878 Marra Tubau actuaba con su compañía de comedias en el Teatro Alhambra, cuando fue visitada por los autores con la pretensión de que estrenase el sainete. Opuso ella su desconocimiento de las más elementales bases que la permitiesen cantar. Chueca se comprometió a enseñarla. El estreno fue un éxito.
Pocos años antes, con la Revolución de 1868, nacía el género chico, en un deseo de completar el teatro grande, en locales pequeños y "ad hoc" como el del Recreo en la Flor Baja. Vino la etapa del teatro por sesiones, con los "bufos" madrileños, de Arderius, que presentaban obritas sin trascendencia, pero simpáticas y directas.
El afianzamiento vendrá, sobre todo en el Apolo, erigido en 1873 por un banquero, víctima en 1929 de un Banco.
Serán los años gloriosos de Chapí, de Caballero, de Chueca, Jiménez, Bretón, más tarde Serrano, Luna, Alonso, Guerrero...Antes, Francisco Asenjo Barbieri había logrado auténticas maravillas con las partituras de "Pan y Toros", de "El barberillo de Lavapiés", en donde juegan pueblo, aristócratas, conjuras y todo ello animado por la inspiración, la maestría, el empaque y el madrileñismo del músico, tan buen conocedor de las fuentes populares a través de los cancioneros, con el suyo propio decisivo.
Sería pretensión inútil la de seguir el acontecer del género saineteril, ni aun a través de sus puntos más importantes. Hemos de limitar las referencias: que si en música la medida es decisiva y muchas partituras se malogran por el exceso, también los trabajos musicológicos y de crítica corren el mismo peligro.
Hay una fecha clave. En 1886 se estrena "La Gran Vía". La compañía por horas del Teatro Variedades, trasladada en el verano al Felipe, descubre la revista madrileña cómico-Iírico-fantástico-callejera de Felipe Pérez y González con música de Federico Chueca, unido, como tantas veces, a Joaquín Valverde, aunque siempre el recuerdo del primero resalte. Es la típica obra de ocasión: calles y rincones se ven protagonizados por figuras vivas. Personajes como la Menegilda y los Ratas se glorifican por la música pimpante, y el éxito es redondo.
Han de ser muchos los de Chueca. Grandísimos, en 1889 "El año pasado por agua" y en el siguiente "El chaleco blanco". La culminación, quizás, se producirá en 1897, año clave en la historia del lirismo, con "Agua, azucarillos y aguardiente", pasillo veraniego de Ramos Carrión, que glosa las noches de Recoletos y cuyo segundo cuadro, con el pasacalle y los arranques madrileñísimos de "Manuela", "Pepa" y sus hombres, brindan la imagen más arrolladora de la gracia comunicativa, el casticismo, la vena personal y espontánea, al margen de tecnicismos, de Federico Chueca. De su "Alegría de la huerta", de esa partitura maravillosa que. ilumina "El bateo" tendríamos que hablar especialmente, pero no es posible. Sí decir que bien cabe suponer que nadie nunca, tuvo una vena saineteril más directa que este compositor.
Ruperto Chapí, el "chiquet de Villena", cultivó el género grande y el chico. Operas, zarzuelas, sainetes en un acto llevan su firma. Y si ya con las carceleras de "Las hijas de Zebedeo" armó el alboroto en 1889, hasta el punto de elevar la cotización de la obra con libro de.José Estremera, si en 1891, equidistante entre lo grande y lo chico, lo trascendente y lo caricaturesco, nos impresiona con " El Rey que rabió", texto de Ramos Carrión y Vital Aza; si en el 96, aquí con la fuerza del tipo ideado por Carlos Fernández Shaw nos arrebata con "Las bravías" y en 1902 logra las mayores calidades en el dúo de. "El puñao de rosas", con texto de Arniches y Asencio Más; si, en fin, tantas otras joyas llevan su firma y se benefician no sólo por su fácil vena creadora, sino por su pulso constructivo y de instrumentador, el acontecimiento, la obra primerísima es "La revoltosa", de López Silva y Fernández-Shaw, reflejo del patio madrileño de barrio, de figuras encandiladas con "Mari Pepa", el gran "tipo" vital, apasionado, limpio, alegre y arrollador, que trae loco perdido al "Felipe" y canta con él un dúo de antología, como lo son todos los números de la pequeña partitura, presididos por el preludio, todavía gala de representaciones y conciertos y que llevó hasta el clima de apoteosis al público del Apolo ese año de 1897 ya señalado como capital.
Tres antes, se había estrenado en el mismo teatro y con éxito incluso más espectacular por inesperado al menos para el autor de la música idealista de más ambiciosas empresas que logra en ésta la diana del éxito, "La verbena de la Paloma". y bien puede asegurarse que si hubiésemos de elegir una sola obra como representativa de lo que puede ser un sainete.. una pieza de género chico, tendríamos que recaer en "La verbena", que supone el perfecto maridaje de un gran libretista, Ricardo de la Vega y un músico de altura, don Tomás Bretón. Pienso que destacar uno u otro número, cuando todos son tan admirables y conocidos, referirse a tal o cual personaje, si todos ellos -la Señá Rita, Susana, Casta, Julián, Don Hilarión, Don Sebastián, el tabernero el sereno...-son arquetipos.
Mientras, ejemplo de la calidad sensible, de la fluidez melódica amable, sin que falten arranques de bravura, Manuel Fernández Caballero, el compositor murciano, que consigue, números le calidad en "Chateau Margaux", libro de Jackson Veyán, supera su propia marca en la feliz parodia que es "El dúo de la Africana", de Miguel Echegaray, en los delicados perfiles de "La viejecita", con el citado libretista, lo mismo que en "Gigantes y cabezudos", la de más fuerza y dolorido en el reflejo de amores, engaños, fidelidades, riñas populares, luchas contra los tributos municipales, regreso de repatriados y fervores religiosos en el paisaje de Zaragoza. O el acierto de una "Alborada" que asegura la pervivencia de "El señor Joaquín", con aromas galaicos sugeridos por Julián Romea.
Y el "músico del garbo", que así fue designado Jerónimo Jiménez, que en 1893 afirma el título de una obrita, "Los voluntarios", de Irauzoz, con el hallazgo de un pasacalle militar que sigue, hoy como ayer, predilecto en marchas y desfiles. Vendrán después, con libros de Javier de Burgos, "El baile", "La boda de Luis Alonso" que, por encima de otras cualidades que no faltan, quedarán por el rango de sus intermedios, piezas predilectas en conciertos y representaciones de "ballet". Y, con el nuevo siglo, nuestro siglo XX, "La tempranica", una de las más importantes, redondas y encendidas partituras.
En ese año iniciará su andadura brillantísima de autor José Serrano, de la mano de los Avarez Quintero con "El motete". y desde entonces, impondrá su lirismo levantino, su fácil condición melódica y su instinto de hombre de teatro, que ya en 1903, con los mismos libretistas, corona el sainete andaluz "La reina mora" , después obras tan diversas y triunfales como Moros y cristianos", "La mala sombra", "Los cIaveles", en 1929, y antes, en 1916, uno de los títulos más populares, que abre el camino de los libretistas que serán muchos años pareja popularísima, Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw. Sin olvidar "Los de Aragón o, ya en modos más italianizantes, "La dolorosa" ...
Otro gran músico, Amadeo Vives que, como Ruperto Chapí, cultiva los distintos campos, ópera, zarzuela, sainete, género chico y como aquél muestra su dominio técnico al servicio de un mensaje personal. Puestos a destacar su obra más costumbrista, más popular -más admirable- y ligada al reflejo de un Madrid al que a tanto quiso, resaltaríamos "Doña Francisquita", de Romero y Fernández-Shaw, memorable estreno de 1923. Como género chico de calidad, más en el mundo de la opereta, "Bohemios", con libro de Perrín y Palacios, fruto de 1904.
¿Y no es más que sainete opereta, siempre dentro de las proporciones del género chico, "Molinos de viento", de 1911, sin duda el fruto más popular de Pablo Luna, sobre texto de Pascual Frutos? La verdad es que a los efectos del directo españolismo el punto más alto en la creación del compositor aragonés se da en "El niño judío", de Paso y García Alvarez, cuya canción, "De España vengo", es un modelo.
Y llegados a este punto, habrá advertido el lector que se omiten multitud de referencias. Queden mencionados, más por los libros representativos, que por las músicas, respectivamente, de Arniches y Torregrosa, "El santo de la Isidra" y "La fiesta de San Antón", muy de finales del XIX. O "El pobre Balbuena", también de Arniches, con García Alvarez y un músico pimpante, Quinito Valverde.
En 1921, con una obrita deliciosa en un acto, se da a conocer Jacinto Guerrero, de la mano de Ramos Martín. Será uno de los compositores más directos y populares de nuestro siglo, más ligado al mundo de la zarzuela y la revista que al del sainete. En este campo, hay, no obstante una obra suya muy lograda, libro de Carlos Arniches, "Don Quintín el Amargao", de 1921.
Nos acercamos a etapas mucho más próximas a nuestro penoso momento creador. Tres compositores alimentan con sus obras la llama que impide la desaparición de algo con pasado tan glorioso: Alonso, Sorozábal y Moreno Torroba.
Del primero, cuyo título más popular en la zarzuela es "La calesera", puede ser que a los efectos de lo saineteril resalte, ya en 1935, "Me llaman la presumida", libro de Ramos de Castro y Carreño. Algunas de sus revistas, como algunas de Guerrero, equidistan de esta condición y el género sainete.
Pablo Sorozábal, sí tiene representatividad como autor de típicos sainetes líricos. De todo carácter: desde los de signo popular, simpatía directa y lograda, como "La del manojo de rosas", uno de los más impresionantes triunfos de los años treinta, libro de Ramos de Castro y Carreño y "Don Manolito", de 1942, de Fernández de Sevilla y Carreño, en ambos casos con Madrid de fondo, hasta la excelente ópera chica en un acto "Adiós a la bohemia", con texto de Pío Baroja, descripción de ambientes y tipos con nostalgia y fuerza de comunicación por caminos de rigor estético indudable.
Federico Moreno Torroba, por su parte., logrará los mayores triunfos con zarzuelas como "Luisa Fernanda", "La chulapona", "Monte Carmelo" y desembocará, nonagenario, en una Ópera como "El poeta", pero sin desdeñar ambientes más populares, reflejados con acierto en obras como "Azabache", de sabor gitano, "Maravilla" muy cerca de Madrid. Lo mismo que el más típico fruto, "La boda del Señor Bringas", con Ramos de Castro y Carreño, fechado en 1936.
No deja de ser penoso que quizás la última de estas citas de sainetes corresponda a unas etapas ya lejanas, de cuarenta años atrás. Y que desde mucho antes se advirtiese bien la crisis.
¿Cuáles son las razones? Temo que, en parte, los conceptos estéticos actuales impidan la continuidad brillante. Para muchos músicos, ya no es la inspiración, la comunicatividad, el melodismo directo lo básico. Puede ser que sus construcciones sean más técnicas y exigentes, pero un poco secas, faltas de fluidez, de esa gracia que establece contacto, el necesario contacto con el público.
Y sin embargo, en los tiempos últimos se advierte como un retorno ilusionado hacia la zarzuela y el género lírico español. La mejor demostración se da en el éxito de las temporadas que se acometen, sólo faltas de, medios materiales para una continuidad .imposible sin apoyo por los altos presupuestos.
En todo caso, el sainete musical tuvo un pasado glorioso, que ya es capítulo en la historia de la música española. Estos comentarios han intentado recordarlo, humildemente. y servir como punto de partida para otras evocaciones que puedan intentarse por especialistas, con más detalle y autoridad.