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El mundo de los niños siempre fue propicio a la creación y recreación de temas tradicionales. No en vano era la niñez la mejor época de la vida para aprender canciones, leyendas o cuentos que después se conservarían a lo largo de la existencia y se transmitirían por último en la madurez o en la postrera edad. Sin embargo, en nuestros días, este mundo mágico y sorprendente ha sufrido una evolución, acerca de cuyo alcance no podemos aún hacernos eco, pero que varía sensiblemente el panorama con respecto al de hace varios años: por una parte han desaparecido juegos y canciones de índole comunitaria; entre ellos, todos los que contribuían a una formación cívica o colectiva del niño. Por otra parte se han inventado nuevas diversiones, de carácter individual preferentemente, pero sin canciones o textos que puedan ser coreados. Los juguetes, muy sofisticados, no favorecen -como copias perfectas de la "realidad" de los mayores- el espíritu innovador de los pequeños ya que, si bien permiten hacer volar la imaginación de éstos, no les ofrecen posibilidades de sentirse creadores, inventando, a partir de un objeto cualquiera de los de su entorno, un juguete distinto y personal.