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«No poseeréis cosa alguna.
Viviréis como peregrinos
y extraños en este
mundo y con alegría»
Francisco de Asís
1.-LAS PEREGRINACIONES MEDIEVALES, OTRA CRUZADA SINGULAR
Como en los lejanos tiempos medievales, este año de 1993, millones de peregrinos procedentes de todos los lugares del mundo, también emprenderán las mismas rutas, el mismo camino hasta Galicia para rendir homenaje al Apóstol Santiago Jacobo) hermano de Juan el Evangelista, ambos hijos de Zebedeo.
Aunque no se nos oculta la tremenda dificultad de analizar cualquier hecho histórico, sobre todo porque cuanto más lejano en el tiempo, mucho más huidizo puede ser para nosotros, intentar el acercamiento a la comprensión de estos hechos en los que participa una multitud de gentes, es acaso el mejor modo de aproximarnos al verdadero sentido y transcurrir de la Historia.
No nos interesa ahora la mera descripción o narración del acontecimiento, ya de por sí lo suficientemente historiado por eminentes especialistas, sino reflexionar acerca de cuáles hayan sido los motivos más íntimos que movieron los hechos.
En este sentido y sin pretender en absoluto avivar una polémica ya de por sí bastante enconada, no debemos olvidar las palabras del gran filólogo y humanista Américo Castro:
«Una historia no puede consistir simplemente en un relato de hechos sucesivos (por sí solos anécdotas sin sentido)... si la descripción o narración de los acontecimientos no se integra en la vida total de que son expresión aquéllos, la obra del historiador carecerá de dimensión historiográfica» (1).
En realidad no podemos, nunca, considerar los hechos puramente en sí mismos como fruto espontáneo de la Naturaleza. Hasta el más elemental de los sucesos humanos obedece a un proyecto de vida, consciente o inconscientemente y está condicionado a las circunstancias y al medio en el que se desenvuelve. Es decir, que no hay Historia sin valoración, sin pensamiento.
Ya nadie duda que las peregrinaciones a Santiago de Compostela constituyeron uno de los fenómenos más singulares de toda la Edad Media, pero entendemos que detrás del acontecimiento hay algo más que una mera devoción, la búsqueda del perdón de los pecados o la promesa de un paraíso.
Si es innegable que un espíritu religioso anima a los peregrinos a visitar los lugares santificados por la presencia más o menos cierta de reliquias, Vírgenes o apóstoles milagrosos, sin embargo también es preciso subrayar la presencia de otros diversos factores que influyen en las peregrinaciones masivas, como son el cambio de lugares donde imperan el hambre, las enfermedades, las guerras y el exceso de población, por otras nuevas tierras, al menos mucho más esperanzadoras en principio.
Tampoco hemos de aminorar en importancia el eterno afán de aventuras y la sed inagotable por todo lo desconocido que han inspirado siempre al Hombre toda clase de empresas. No menos desdeñable es la simple picaresca, que atrae a toda clase de marginados hacia las aglomeraciones, porque éstas, lógicamente, ofrecen más posibilidades de éxito para sus habilidades.
Hay muchos documentos que demuestran la existencia de estos factores señalados, tantos que no merece la pena detallar, porque sería una relación prolija e interminable. Sólo como simple testimonio, debemos destacar alguno de ellos. Sabemos que debido al avance de la Reconquista en nuestra península y por ello la expulsión de los musulmanes, resulta necesario repoblar las tierras conquistadas, y nada mejor que ofrecer atractivos como estas mismas tierras con fueros, derechos y privilegios a todos los que acudan a repoblarlas, surgiendo así grandes municipios, burgos, ciudades, ferias y mercados, todo al amparo de las Ordenes Militares y los Monasterios, en tantas ocasiones dirigidos por clérigos franceses. Así nos lo confirma el profesor José Luis Martín: «La existencia de numerosos campesinos en las tierras repobladas en los siglos XI al XIII se halla comprobada, admitiéndose que la necesidad de atraer repobladores obligó a cederles tierras en condiciones muy ventajosas» (2).
En el resto de Europa, y justamente durantes estos mismos siglos se busca una salida a los problemas de exceso de población y a las guerras continuas entre los señores feudales y al enfrentamiento entre el Pontificado y el Imperio, encontrándose en España los suficientes atractivos en las extensas tierras despobladas, estimulados además por Roma que también predica la peregrinación a Santiago animando a instalarse en ella a monjes cluniacenses.
El camino de Santiago es además un centro neurálgico para intercambio de productos y mercancías, atrayendo no sólo a simples artesanos, sino también desde los más modestos cambistas a los más grandes mercaderes, esto es lo que da lugar a que durante un sólo año, en 1130... «Los ingleses lleguen a Santiago con mercancías por valor de más de 22.000 marcos y plata y acompañados de mercaderes de paños procedentes de Flandes» (3).
En la quinta y última sección del «LIBER SANCTI IACOBI», el ya clásico y tan conocido libro V, denominado «LIBER PEREGRINATIONIS», del presbítero de Poitou, A ymeric Picaud, traducido y anotado por el profesor Millán Bravo Lozano, también se nos da cuenta de cómo entre los emblemas de Santiago, las famosas conchas para los peregrinos, se venden más botas de vino, zapatos, mochilas de piel de ciervo, bolsas, correas, cinturones, hierbas medicinales y proliferan por doquier cambistas, mesoneros y otros mercaderes (4).
Las explotaciones de los peregrinos junto con los más alevosos y malvados actos picarescos, son puestos de relieve con bastante frecuencia también en el «CODEX CALIXTINUS» al detallar los escandalosos y hasta criminales abusos de los barqueros que «suben tal masa de peregrinos tras cobrarles excesivamente, que la nave vuelca y los peregrinos se ahogan, apoderándose de sus despojos» (5).
Sin embargo, por encima de todos estos motivos, hay sin duda otro que resulta ser la clave esencial de las peregrinaciones medievales. Nos lo explica muy intensa y documentadamente Américo Castro en los capítulos IX y X de su obra magna «LA REALIDAD HISTORICA DE ESPANA» (6), y lo hace de un modo tan esclarecedor, que gracias a ello podemos responder ya a algunos de los múltiples interrogantes que aún seguimos planteándonos sobre el cómo fue posible que un lugar apenas conocido en toda Europa, y un milagro -fuese o no una invención- de tintes tan locales, se convirtiera en un gran foco de atracción, adquiriendo dimensión universal y dando lugar a un hecho de tal magnitud como las peregrinaciones masivas a Santiago de Compostela, e inspirando magníficas obras de arte arquitectónico, canciones, leyendas, romances y asimismo originando un emporio de riquezas.
Amérito Castro nos cita, entre varios testimonios de cronistas árabes de la época, el del historiador cordobés Ibn Hayyan (987-1076), de sumo interés para nosotros, por los datos que nos transmite:
«Santiago es una ciudad en la región más apartada de Galicia y uno de los santuarios más visitados, no sólo por los cristianos de España, sino también de Europa; para ellos es Santiago tan venerable como para los musulmanes lo es la Kaaba en la Meca, pues en el centro de su Kaaba se encuentra también el objeto de su suprema adoración.
Juran en su nombre y van allá en peregrinación desde los lugares más distantes de la cristiandad. Pretenden que el sepulcro colocado en aquella iglesia es el de Santiago, uno de los doce apóstoles y el más amado por Jesús. Los cristianos le llaman hermano de Jesús, porque no se separaba de él» (7).
Claudio Sánchez Albornoz, que rechaza estos documentos, y alega además que no consta en la España romana y visigoda la creencia en esta fraternidad, confiesa, sin embargo, que «nada sabemos seguro acerca del origen del culto jacobeo» (8), aunque se muestra totalmente de acuerdo en que «fue en aumento la confianza en el auxilio del apóstol, contagiando esa fe incluso a los cristianos de más allá del Pirineo» , siendo el culto a Santiago «una fuerza poderosa galvanizadora de la resistencia frente al Islán y arrastrando catervas de hombres hacia su sepulcro» (9).
Sea como sea, los cristianos del Noroeste necesitaban imperiosa y urgentemente oponer otro impulso semejante al inspirado por Mahoma, y la Iglesia, no menos interesada que los reyes, encontró en la remota y fuerte devoción popular por Santiago, el remedio más adecuado.
De que la figura de Santiago ya era muy estimada por el pueblo nos da testimonio el himno conocido por sus primeras palabras latinas, «OC DEI VERBUM», fechado el 26 de Noviembre del año 785, casi cincuenta años antes del descubrimiento del sepulcro, durante el breve reinado de Mauregato (783-788) en la corte de Pravia. En el himno se menciona por vez primera al apóstol como patrono de España y se le suplica que evite la peste y otros males: «Oh verdaderamente digno santísimo Apóstol, cabeza refulgente y áurea de España, nuestro protector y patrono nacional, sé nuestra salvación celestial, muéstrate piadoso favorecedor de la grey confiada y dulce pastor para el rey, el clero y el pueblo,...» (10), pero en ninguna de las doce estrofas del himno se le pide que extermine a los sarracenos como se implora medio siglo después.
Por consiguiente el Santiago «Matamoros», «se hizo penetrar» en la sensibilidad del pueblo, sólo cuando se reconoció como imprescindible su apoyo en la guerra de «La Reconquista».
Un gesto tan espectacular como el de la aparición del sepulcro del apóstol Santiago era muy conveniente para la causa de la guerra contra los musulmanes, pero, sin duda, también para atraer innumerables peregrinos que multiplicasen los beneficios de los reinos y de los monasterios. Podríamos entonces pensar que las peregrinaciones también son una forma muy peculiar de emigración, algo así como una especie de éxodo hacia otras tierras de promesa y, a la vez, una popular cruzada en competencia (pero con muchas más posibilidades de éxito) con las Cruzadas emprendidas para el rescate de Jerusalén.
Tenemos ya los motivos, pero nos falta aún estudiar el cómo se logró convencer a la multitud de peregrinos medievales, y para ello hemos de contar imprescindiblemente con la Psicología, esa ciencia que hoy puede ayudarnos, en parte, a comprender un poco más el comportamiento de los individuos y de las masas.
La Historia no debe prescindir de ninguna de las ciencias auxiliares que vayan apareciendo en el transcurso de los tiempos.
La sugestibilidad, tema estudiado por la Psicología, es producto de un instinto gregario que actúa muy eficazmente en cada individuo, y más aún cuando éste se encuentre integrado dentro de una colectividad.
Los humanos somos seres muy limitados, llenos de miedos y carencias, siempre insatisfechos y con el imperativo natural de cubrir múltiples necesidades de muy diversa índole, tanto material como sentimental y espiritual. En el fondo somos, pues, bastante semejantes los unos a los otros y de ahí que, por contagio mental, nos sintamos impulsados a realizar actos muy similares.
Y sólo bajo esta sugestión somos capaces de llevar a cabo hechos que de otro modo serían casi imposibles de concebir. Pero esta sugestibilidad precisa de algo o de alguien que ejerza un poder de voluntad sobre nosotros, bien porque nos atemorice con su fuerza o nos fascine con su prestigio, sea del tipo que sea.
En aquellos tiempos ya tan lejanos, sólo existía un poder verdaderamente indiscutible y absoluto, es decir, la Iglesia.
A su amparo los hombres, nacían, morían y encontraban refugio terrenal o espiritual. Este poder y por tanto fascinación, era facilitado, en su mayor parte, por el miedo, el hambre, las pestes, las guerras y desde luego por la amenaza del terrible castigo divino.
Con su poder el clero, no podemos tampoco negarlo, preservó y acrecentó la cultura, dignificó las aventuras, y, a veces, las guerras, e idealizó las relaciones humanas en muchas ocasiones, pero también mezcló la piedad con intereses puramente materiales, cuando le convino, y como único medio de fomentar y propagar unos y otros ideales, encontró en las pinturas murales, en los capiteles historiados y sobre todo en la predicación el medio más idóneo y eficaz.
La predicación, para un público ignorante, ingenuo y sumamente crédulo, y, por consiguiente muy predispuesto a ser fascinado, actúa como una auténtica televisión capaz de sugestionar a cualquier multitud susceptible de convencer, debido a las circunstancias y a las necesidades favorables.
En un espléndido y satírico relieve tallado en la sillería del coro de la catedral de Zamora, encontramos la mejor descripción, sin palabras, que avala, demuestra y resume perfectamente todo lo expuesto anteriormente; aunque, por supuesto, siempre caben otras interpretaciones:
«Subido en un púlpito, un predicador exhorta a los fieles, pero el predicador tiene cabeza de zorro y los feligreses, que escuchan absortos, son verdaderas gallinas». (Véase la ilustración adjunta). Es comprensible pues, que una predicación elocuente estimulara eficazmente las peregrinaciones, dando lugar, de paso, a toda una extensa literatura.
Este dicho tan conocido: «La unión hace la fuerza» , también puede enunciarse a la inversa para ciertos casos históricos: «La fuerza hace la unión».
La observación de Freud a este respecto, resulta muy oportuna:
«Si los individuos que forman parte de una multitud se hallan fundidos en una unidad, tiene que existir "algo" que los enlace unos a otros y este podría bien ser aquello que caracteriza a las masas» (11).
2.-APROXIMACION AL PEREGRINO Y SU PRESENCIA EN LA LITERATURA
Trazada la primera vía de acercamiento al fenómeno histórico medieval de las peregrinaciones masivas, hemos de aproximarnos ya al individuo, al peregrino, tomado aisladamente, y analizar la constancia de su presencia en la Literatura.
El peregrino medieval, en su mayor parte, un hombre sencillo, sin otros medios de viaje que sus propias piernas, y su bordón, su calabaza de agua o vino y su zurrón, por únicos enseres, pero pletórico de entusiasmo por romper con una vida encorsetada y sin alicientes, emprenderá la marcha hacia el misterio, hacia lo desconocido, alentado y estimulado por los poderes reales y eclesiásticos, pero sobre todo porque su propia naturaleza humana se lo exige y necesita.
Conocer otros mundos, otras gentes, sentir en lo más profundo ese abandono deliberado a la incertidumbre, a lo que vaya surgiendo al azar, fundiéndose en la Naturaleza con toda su grandeza, supone experimentar unas vivencias y tal sensación de libertad, que compensarán sobradamente cualquier tipo de peligro que pueda salirle al paso. Así lo confirma una de las primeras peregrinas de la Historia, la virgen Egeria, al dejarnos testimonio en su «Itinerario», acaso del inconveniente que con mayor frecuencia tendría que afrontar cualquier peregrino al atravesar las inhóspitas tierras de entonces, es decir, el paso de las más altas montañas:
«Fue tremendo el esfuerzo y el peligro que sufrí al subir al monte Sinaí, porque era subir como si fuera por una pared» (12), aunque al llegar a la cumbre todo su cansancio desaparecería, como si hubiera encontrado al fin la liberación total dentro de sí misma.
La imagen del ser humano como un ser en crisis existencial permanente, como «Romo Viator» en perpetuo peregrinaje en busca de su Grial interior, la encontramos ya en fuentes orientales, a lo largo de toda la Biblia, y en San Agustín, pero el que acertó a plasmar lo que debería ser la vida del Hombre en la tierra, fue sin duda San Francisco de Asís en sus «Fioretti», para quien solo hay una salida posible: el total desprendimiento de todo lo terrenal, extraños al mundo, peregrinando bajo el sol y las estrellas, en medio del silencio y la soledad de los caminos, pero con alegría.
Vivir así, es vivir de continuo una auténtica aventura espiritual. Lo esencial no es un destino concreto, sino el propio caminar, como decía el poeta; y es ese peregrinaje en sí mismo el que produce LA LIBERACION, porque renueva las fuerzas del vivir, enriquece y acrecienta nuestro interior.
En cambio, cuando actualmente el camino responde a un trazado sin azarosos obstáculos y a una programación casi perfecta, ofreciendo una rica gama de placeres, desde la degustación de manjares gastronómicos a los mejores y más variados espectáculos deportivos e incluso nos animan con los más renombrados juglares del universo musical a participar en el magno evento, el peregrino se transforma en un simple y vulgar viajero y se trivializan los más puros ideales. Así desde luego, no se podrá disfrutar en la búsqueda del último sentido a la vida, ni mucho menos encontrar la liberación interior, porque todo lo más profundo y valioso es solamente fruto del silencio y de la reflexión, pero nunca del estruendo de las fiestas ni del ruido, a veces tan cacofónico, que emiten los «Walkman».
El Padre Feijóo ya nos advertía antaño, no sólo de las innumerables relajaciones que pueden suscitar este tipo de peregrinaciones, sino también de la presencia de numerosos tunantes bajo la capa de devotos peregrinos: «que hay alguno que otro que únicamente con el fin de hacer a Dios ese agradable sacrificio, quieran dedicar su vida a las peregrinaciones sagradas, muy bien lo creo -nos dice el famoso benedictino- pero que sean tantos se me hace sumamente difícil, y mucho más el que Dios excite tan frecuentemente con su gracia a esa obra de piedad (13).
El antiguo peregrino medieval, el más genuino y auténtico, sumergido en una atmósfera de exaltación religiosa, también vería acrecentadas sus ansias de emprender la marcha al escuchar a los más elocuentes predicadores, lo mismo que sucedía ya en los primeros tiempos del cristianismo, como nos lo describe tan gráficamente la monja Egeria cuando nos comenta cómo el obispo Cirilo, en Jerusalén, exponía de tal manera la doctrina, que nadie puede menos de conmoverse al oirle: «siendo tales los gritos de entusiasmo de los que le aclaman, que sus voces se oían desde fuera de la iglesia» (14).
En los siglos XI y XII, los predicadores difunden, enardecidos, aquellos milagros que se suceden en los lugares donde se han instalado estratégicamente las más diversas reliquias, potenciando así las peregrinaciones por rutas determinadas y facilitando con ello la repoblación de las tierras conquistadas a los musulmanes e intensificando la actividad mercantil.
Los milagros, al fin hermosos sueños, una vez instalados en la fantasía y memoria de los peregrinos, salvan enormes distancias geográficas, se convierten en tradición y se deslizan a través de generaciones, transmitiéndose no sólo de padres a hijos, sino también de región a región y de país a país.
Sus formas, e incluso sus contenidos experimentarán, como es lógico, algunas mudanzas, adaptándose a las circunstancias del momento y a las necesidades de cada lugar, pero seguirán conservando lo esencial, es decir, el «exemplo» edificante y moral.
Para el predicador práctico, gracias a la retórica, el ejemplo superará con creces la mera exposición de la doctrina, porque con su plasticidad conseguirá captar la atención, emocionar y persuadir, sugestionando por completo la ingenua mentalidad de los oyentes. El ejemplo, al condensar el deber que se desprende del relato, equivale a un verdadero sermón, y así lo entiende perfectamente el rey Alfonso X:
«Oid ahora, sobre esto, un gran milagro de la Virgen Santa, del que hice un cantar. Yo lo he sabido por un buen hombre y, entre otros milagros, quise poner, porque sé que, si lo oyéreis, bien os valdrá un sermón».
El conjunto de los relatos más asombrosos y por tanto más atractivos, serán tratados literariamente y recopilados en infinidad de colecciones, y a su vez conservados en códices que se repartirán por los monasterios de toda Europa, para servir luego como instrumento auxiliar en la catequesis de los predicadores. Estas colecciones se iniciaron durante el siglo XI, colección de Thott, y colección de Gualterius de Cluny, y se acrecentaron en el siglo XII, coincidiendo justamente con el comienzo y auge de las peregrinaciones.
Su aprovechamiento para los sermones está bien comprobado, nos dice el profesor Filgueira Valverde, quien nos proporciona asimismo una relación casi exhaustiva de dichas colecciones: «Al estudiar los materiales de que se valieron los copiladores de mariologios debe tenerse muy en cuenta el papel de los santuarios de peregrinación. Como para toda la poesía narrativa, es decisivo el papel de la literatura de propaganda y del propio Camino. Los favores y milagros registrados cuidadosamente, forman Legenda locales y se contratan "juglares de empresa" y predicadores "asalariados", como los "recomptadors" de que habla Ramón Llull en su Blanquerna» (15).
Aunque no sabemos cuál pudo ser exactamente la fórmula que se empleaba para la construcción literaria de los milagros, presumimos que, como ocurre en toda la transmisión oral, el proceso es doble: En ocasiones el predicador y el escritor recogerían de boca de los peregrinos la narración escueta de los milagros que habían tenido noticia a lo largo de su peregrinaje y la enriquecerían y embellecerían con su oratoria y su estilo literario personales, acomodándolos a los personajes y lugares concretos, como nos lo afirman tantos escritores medievales:
«Eu oí contar
a unhos romeros»
(Cantiga 159)
Pero en otras muchas ocasiones serán los propios escritores o predicadores los que o bien se surtirán de las colecciones que ya circulaban manuscritas o se «inventarán» el milagro.
Existen muchos textos literarios en los que aparece la figura del peregrino (16), algunos ya muy extensamente tratados, como el tan conocido del ladrón «colgado y descolgado» (17) en el que con las típicas variantes observables en toda la tradición oral, siempre estará presente la calumnia del robo por la persona contrariada en sus pretensiones -ya sea una moza lasciva o un mesonero avaro- la que introduce un objeto valioso (vaso o cáliz) en el zurrón de un joven peregrino o se le acusa de robar algo destinado a la construcción de una iglesia. El peregrino es ahorcado y luego salvado por la intervención milagrosa de la Virgen (Santa Mª la Blanca de Villalcázar de Sirga) o por la de Santo Domingo de la Calzada, de tan renombrada y venerada tradición que motivó la instalación permanente de un gallo vivo dentro de la misma iglesia.
Este ejemplo tiene derivaciones literarias incluso hasta en el propio Cervantes, pues le sirve de inspiración para un momento clave de una de sus novelas ejemplares («La gitanilla»).
Aunque no resulta del todo claro el deber que nos quiere inculcar, sin duda laten en el relato dos propósitos: Uno inspirar un profundo respeto por cualquier objeto valioso perteneciente al patrimonio de la iglesia, dando a conocer y divulgar que el robo de cualquier objeto de carácter sagrado podía ser castigado incluso con la horca, dado que todo robo era uno de los delitos más perseguidos y penalizados, al menos con el suplicio del rollo o la picota (18).
Por supuesto que el peregrino sincero y devoto resultará siempre a la postre, totalmente inocente y nunca morirá.
Pero sin menospreciar éste y otros muchos textos donde aparecen hasta mujeres peregrinas (cantigas 179,372 y 391) (19), vamos a fijar nuestra máxima atención, especialmente, en la serie que nos habla del peregrino que, insatisfecho con su propia vida, vagará errante por los caminos en busca del Paraíso, para calmar su sed de eterna felicidad, y que viene a ser, sin duda, el «arquetipo» del peregrino.
El fondo, como siempre, es común en todas las versiones que encontramos divulgadas por doquier, ya se trate de un abad o un monje que salen de su monasterio o del noble que peregrina desprendiéndose antes de todas sus riquezas en favor de los más humildes y crea hospitales y monasterios. Lánzanse unos y otros en aventurera y larga expedición en pos del lugar donde se encuentre el Edén. Tras largas y fatigosas jornadas llegarán al fin a un lugar deleitoso: un huerto, un jardín, unas islas «afortunadas», que se hallarán detrás de un majestuoso castillo de mármol, unas murallas de plata, allá en lo más alto de un empinado monte o en medio del mar desconocido.
El venerable y anciano guardián de estos preciosos y mágicos lugares, tras la insistencia de los peregrinos, les consiente echar una breve ojeada para gozar solamente unos instantes de la visión de los árboles más deslumbrantes, las fuentes más cristalinas y las flores y aves de los más vistosos colores y los más deliciosos cantos.
Al regreso, nadie conoce a los peregrinos, porque han pasado cerca de trescientos años.
Como podemos fácilmente deducir hay claras resonancias de los mitos y tópicos más antiguos de la historia: desde el mismo número trescientos que se repite en todas las versiones, hasta el «Locus Amoenus» clásico, el huerto con su rica alegoría, del que también nos habla Berceo o el del Edén situado ahora en la mayor de las islas Canarias.
Este milagro, ya legendario, reúne por completo lo que a nuestro juicio constituye el motivo esencial del peregrinaje individual, y, a la vez más universal por la honda trascendencia de su mensaje. Y es además el que mejor refleja el profundo anhelo permanente del Hombre, siempre en viaje interior hacia el misterio y al encuentro de su último destino. Pero nuestro trágico peregrinaje por la vida tras la absoluta Verdad, sólo parece encontrar, a veces, un fugaz remedio, cuando nos sentimos realmente hermanados con la espléndida y hermosa Naturaleza.
A nuestro parecer es Alfonso X, quien recrea este milagro de la forma más bella y personal, con una prodigiosa capacidad de síntesis y con una fina y sutil ironía gallega:
El monje penetró en el jardín y...
«Oyu hua passarinna cantar long'eu tan bon son, que sse escaeceu seendo e cantando sempre alá,
Quena Virgen ben servirá
a Paraíso irá
A tan gran sabor avía daquel cant'e daquel lais que grandes trezentos anos estevo assí, ou mays, cuidando que non estevera senon pouco, com'está».
(Cantiga 103)
Finalmente es curioso constatar cómo la leyenda se localiza con mucha mayor frecuencia en las regiones dotadas del paisaje más dulce y apropiado al tema central, es decir Portugal, Galicia y las islas Canarias, donde el peregrino tiene incluso el mismo nombre de «AMARO», «ao parecer galego de nacemento» (20), o portugués según el monje cisterciense Frei Hilario de Lourinha (21), y natural de Francia, para otros (22).
Lo más significativo es que este peregrino, cuyo nombre no aparece en el calendario litúrgico oficial, no emprende su camino por expiación de sus culpas pasadas, pues su alma «era blanca como una paloma», sino por llevar a cabo el pensamiento que más le acuciaba y que era el ideal de su vida. El único motivo de su viaje era alcanzar el lugar donde se encontrara el Paraíso.
Tal vez, como Amaro, somos todos peregrinos tras los sueños de liberación absoluta, porque en todos anida, en lo más profundo, el mismo anhelo de conquista.
Algunos dirán que esta es una idea irracional, fruto de un delirio abstracto, pero en todo caso demuestra que las necesidades humanas, afortunadamente, no son sólo económicas y técnicas, sino también afectivas, mitológicas y espirituales, y que, el individuo, el ser humano, en particular cuando es puro e indomable, es quien, en definitiva, salva siempre la Historia por encima de cualquier tipo de manipulación.
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BIBLIOGRAFIA
(1) AMERICO CASTRO: La Realidad Histórica de España, Editorial Porrua, S.A., 5ª. Ed., México 1973, p. 124.
(2) JOSE LUIS MARTIN: La Edad Media a su alcance, Universidad de Salamanca, 1978, p. 116.
(3) JOSE LUIS MARTIN: Op. cit., p. 49.
(4) MILLAN BRAVO LOZANO: "Guía del peregrino medieval", Codex Calixtinus, Centro de Estudios del Camino de Santiago, Sahagún 1989, p. 72.
(5) MILLAN BRAVO LOZANO: Op. cit., p. 33.
(6) AMERICO CASTRO: Op. cit., pp. 326-406.
(7) AMERICO CASTRO: Op. cit., p. 340.
(8) CLAUDIO SANCHEZ ALBORNOZ: España, un enigma histórico, Edit. Edhasa, 1991. Tomo I, p. 268.
(9) CLAUDIO SANCHEZ ALBORNOZ: Op. cit., p. 286.
(10) TOMAS RECIO GARCIA: "Un himno asturiano, precursor del culto a Santiago", diario La Nueva España, 6 de Marzo 1993.
(11) SIGMUND FREUD: Psicología de las masas, Alianza Editorial, 1969, p. 12.
(12) EGERIA: "Itinerario" (Itinerario de la virgen Egeria, 381-384), Ed. traducción del latín y anotaciones de Agustín Arce, B.A.C., Madrid 1980, p. 187.
(13) FEIJOO: "Peregrinaciones y sagradas romerías" en Obra selecta, Prólogo y selección de textos por Eduardo Blanco Amor. Edit. Sálvora, S.A., Santiago de Compostela,2ª. Ed. 1984, pp. 178 y ss.
(14) EGERIA: Op. cit., p. 317.
(15) ALFONSO X: Cantigas de Santa Mª, Introducción, versión castellana y comentario de José Filgueira Valverde. Edit. Castalia. Colecc. Odres Nuevos, Madrid 1985. (LI A LVI).
(16)VAZQUEZ DE PARGA; LACARRA,J. Mª. y URIA RIU, J.: Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, Tomo I, pp. 517 y ss. y Tomo III, pp. 155 y ss. Gobierno de Navarra, I. Príncipe de Viana. 2ª. reimp. 1993.
(17) "Dos peregrinos de Compostela"., romance esloveno en Cancionero de los peregrinos de Santiago, de Pedro Echevarría Bravo, Centro de Estudios Jacobeos, Madrid 1967, p. 78 y la "Farce du pendu/dependu" en Ludus Sancti Jacobi, teatro provenzal de la Edad Media.
(18) LUIS MIRAVALLES: Los rollos jurisdiccionales: columnas milenarias de Castilla, Centro Etnográfico "Joaquín Díaz". Diputación de Valladolid, 1989, pp. 8 y ss.
(19) ALFONSO X EL SABIO: ALFONSO X: Cantigas de Santa Mª, Introducción y notas de Walter Mettman. Edit. Castalia, 1986-88. Tomo II. p. 191 y Tomo III, pp. 259 y 291 y JOAQUIN DIAZ: "El Conde Preso" en Romances, TECNOSAGA, Madrid 1988.
(20) E. CARRE ALDAO: "Leyenda de San Amaro el peregrino" en Nos, nº. 19, Ourense, julio de 1925, pp. 7 y ss.
(21) FREI HILARIO DE LOURIHNA: "El Conto de Amaro" en Códice Alcobaçence.
(22) FLOREZ, P. M.: "Vida del peregrino San Amaro" en España Sagrada, Tomo XXVII, Madrid, 1972, 2ª. Ed. y en MELENDO, D. E.: Novena del peregrino San Amaro, Imprenta Lozano, Burgos 1966, pp. 21 y ss.