Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
El término mozo según el Diccionario de uso del español de María Moliner «se aplica en los pueblos a los hombres y mujeres jóvenes y solteros». El concepto de soltero es esencial, pero no así el de joven ya que entre la mocedad, especialmente la masculina, había toda una escala desde los mozos jóvenes, en torno a los dieciocho años, hasta los mozos viejos entrados en años. Constituían un segundo Ayuntamiento, regido por el alcalde de los mozos o por el mozo más viejo. Las decisiones que se tomaban en la agrupación, no tan en serio como en el Ayuntamiento, eran respaldadas por todos.
Como en la mayoría de los pueblos, los mozos de Buenavista de Valdavia tenían unos derechos que el municipio respetaba. Era una ley, no escrita, pero ley.
El Vocabulario palentino de F. Roberto Gordaliza incluye la acepción de derecho para referirse al «pago que se hacía a los mozos del pueblo cuando un forastero se hacía novio de alguna chica de ese pueblo». En otros lugares la palabra derechos es sinónimo de costumbre, patente, piso, cantarada, cuartillada.
En Buenavista de Valdavia el término derechos era mucho más amplio como veremos:
-El día 31 de enero, víspera de Santa Brígida, protectora de las cosechas de cereales, el Ayuntamiento daba los derechos a los mozos que consistía en un cántaro de vino. El teniente alcalde, el alcalde o el secretario daba un vale a los miembros de la agrupación y con él iban a cualquiera de los comercios o cantinas del pueblo y allí les daban el garrafón de vino. Los mozos llevaban el garrafón a la torre. Hacia las diez de la noche comenzaba el primer toque de campanas, y cada media hora se repetía. En el tiempo que transcurría de un toque a otro, bajaban del campanario y en torno a una hoguera, que otros mozos atendían, contaban chistes, anécdotas y daban buenos tragos al garrafón. Tal vez el toque de campanas de esta fiesta de mozos sirviera para ahuyentar la tormenta.
-Los más renombrados eran los derechos de las bodas. Cuando un forastero venía tres veces seguidas a ver a una moza del pueblo, le cobraban los derechos, que solía ser medio cántaro o un cántaro de vino, dependía de las posibilidades del chico. Con el cobro de los derechos, los mozos se resarcían de una chica que perdían. Cuando pedía a la moza para casarse, tenía que pagar otros derechos a los mozos, normalmente vino. En algunos pueblos, si el forastero se negaba a pagar la cantarada, le tiraban al pilón; era una táctica para que nadie se negase.
Por poner la enramada a la puerta de la casa de la novia, la víspera de la boda, daban una botella de orujo; luego fueron cambiando las costumbres y con la botella de orujo acompañaban unas pastas o chocolate. E incluso algunas veces la botella de orujo se transformaba en vino blanco, que a la gente le gustaba más, o en el equivalente en dinero. En las últimas bodas celebradas recientemente, los chicos y las chicas han cortado los ramos para engalanar la puerta de la novia y les han dado los derechos, aunque lógicamente las costumbres han variado y nos les han dado una botella de orujo.
El padrino de la boda tenía que pagar unos derechos a los mozos. Normalmente no se negaba nadie. No había cuota fija, cada cual dentro de sus posibilidades cumplía.
Después de la misa de boda, a los mozos les daban un pan, el pan que ofrecían en la misa. Un mozo llevaba una vara muy larga con un pincho en la punta, y a la salida de la misa, delante de los novios, pinchaba el pan en la vara e iba delante de toda la boda hasta llegar a la puerta de la casa de la novia. Allí despedían a los novios, bajaba la vara, cogía el pan y con los dineritos que les habían dado iban a la cantina a comprar vino blanco y se comían el pan.
Si alguna familia se negaba a pagar los derechos, ya se podía encomendar a la Virgen porque los mozos les aburrían con la cencerrada. Un año ocurrió que una familia bien situada se negó a pagar los derechos a los mozos. Nada más salir los invitados de la boda, se pusieron delante los mozos, dirigiendo la comitiva, llevando cencerros y toda clase de cacharros sonoros. Armaron un ruido infernal. Además, llevaban pucheros llenos de hierba prendida, y soplaban para que echaran más humo. Iban cantando a coro:
-¿Quién se ha casado?
-Fulanita.
-¿Con quién?
-Con Menganito.
-¿Qué nos han dado?
-Nada.
-Pues que siga la cencerrada.
Y venga a armar follón, les aburrieron. Al final, después de aguantar toda la cencerrada, pagaron los derechos.
-En muchos pueblos, al llegar el mes de mayo, los mozos cortaban un árbol -haya, chopo y lo pinaban en medio del pueblo.
En Buenavista era un derecho que daba el Ayuntamiento a los mozos. Todos los años, las vísperas de mayo, hablaban con el alcalde o con el teniente alcalde y les decía a qué plantío podían ir y un chopo concreto que podían cortar. Lo cortaban, lo podaban bien podado, cortando las ramas y quitando la corteza -sólo dejaban la cocollita, el último tramo de hoja-, lo traían en un carro al pueblo y lo pinaban en medio de la plaza.
Además del mayo, los mozos por pinar el mayo recibían del Ayuntamiento un derecho, que era medio cántaro o un cántaro de vino.
Una vez que finalizaba el mes, echaban el chopo al suelo y lo vendían. El dinero se ingresaba en la caja de los mozos o se gastaba.
Un año el Ayuntamiento no quiso dar el derecho del mayo a los mozos, y éstos en represalia cortaron un olmo de la Cascajera, un olmo que estaba cubierto con una enredadera de hiedra. Cogieron el olmo, de unos cuatro metros de altura, y lo colocaron donde debería estar el mayo. Casualmente en el olmo había un nido de colorín (jilguero) y el colorín crió en el olmo, entre la hiedra.
-La víspera de Corpus Christi, fiesta grande, los mozos cortaban ramas de chopos y ponían la enramada en la iglesia. El Ayuntamiento les pagaba los derechos, que solían consistir en una cierta cantidad de vino.
Tanto el pago de los derechos, como el trato y la generosidad con los mozos era algo que todos entendían y practicaban porque si ocurría alguna desgracia, como una quema, que a veces ocurría, si a los mozos les trataban mal, decían: «el que ha prendido el fuego que lo apague», y no colaboraba ninguno.
(*) Informante: Santiago de la Escalera García