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Es posible que perdido ya hace siglos su sentido original sea cada vez más difícil definir los contornos del término artesanía. La relación con el arte que parecía sugerir su étimo se ha ido desdibujando progresivamente al superponerse con el uso un sentido mercantil, consecuencia de la frecuente necesidad de comercializar lo que el ser humano era capaz de crear con sus propias manos. Hoy día -y aún pueden cambiar mucho las definiciones en lo que nos queda de milenio- cabrían dentro de ese término hasta cuatro conceptos distintos y no necesariamente sinónimos: El arte primitivo, el arte tradicional, el arte popular y un apartado especial de las bellas artes. Demasiada extensión para un ámbito que requeriría, sobre todo ahora, mucha más concreción para sostenerse sobre sus quebrantados pilares. ¿Podemos llamar todavía a la artesanía "maestría "? ¿Es un oficio, un menester o un quehacer que cumple una cierta función social? ¿Acaso es ya solamente un negocio? Todas estas preguntas, y otros interrogantes cuya solución parece no ser única, se plantean al abordar, sin complejos ni "debilidades", temas como el de la alfarería, evitando que gire exclusivamente en la órbita del mercado o de la economía y desplazando el centro hacia una posición más cercana a la antropología cultural.