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La Comunidad de Castilla y León está integrada actualmente por nueve provincias (León, Zamora, Salamanca, Valladolid, Falencia, Burgos, Soria, Segovia y Avila) cuyo proceso histórico se ha mantenido dentro de una unidad lingüística, si exceptuamos algunas comarcas limítrofes con otras comunidades que han preservado formas dialécticas no evolucionadas. A pesar de tener un vehículo de expresión idéntico, la parte occidental (la correspondiente al antiguo reino de León: León, Zamora y Salamanca) tiene una serie de peculiaridades musicales que la distinguen del resto de las provincias mencionadas a las que se podría denominar genéricamente como Castilla. Hay pues dos grandes zonas que, a pesar de tener características comunes por razón de proximidad, relación humana e intercambio cultural, mantuvieron sustratos diferentes.
La música tradicional está integrada por aquellas tonadas que acompañan el canto individual y colectivo, así como por las melodías que, interpretadas vocal o instrumentalmente, sirven de apoyo a bailes y danzas; no hay que olvidar tampoco todas las expresiones orales, de larga o corta duración (cuentos, trabalenguas, brindis, etc) que utilizan un sonsonete o fórmula melódica recitativa para apoyar la expresividad del texto. Al estudio de estas manifestaciones dedica su atención la Etnomusicología, y bien pudiera afirmarse que ambas actividades -la puramente musical y la analítica- decaen o aumentan alternativamente, produciéndose un mayor fervor hacia el estudio de esos materiales cuando comienzan a escasear, a deteriorarse o a perder la funcionalidad, espontánea y eficaz, que cumplieron en otras épocas.
Esta Comunidad puede hacer gala en la actualidad de un Cancionero bien nutrido, habiéndose recopilado y editado más de cinco mil canciones, creadas, recogidas o interpretadas dentro de su territorio; se ha conjurado así el peligro sobre el que advertía Eduardo Martínez Torner en su contribución a la obra Folklore y costumbres de España cuando lamentaba no poseer documentos de varias provincias para llevar a cabo un estudio de la música castellana: "Que nosotros sepamos no existen colecciones folklóricas musicales de Palencia, Valladolid, Zamora, Avila, Segovia y Soria y no creemos que baste conocer media docena de documentos tradicionales de cada una de esas regiones para una afirmación categórica y general".
Tal vez más importante que el acopio de material sea la dedicación por parte de algunos musicólogos a la tarea de desentrañar y analizar las características de ese repertorio músico-tradicional; en ese sentido las obras de Miguel Manzano (Cancionero) y Miguel Angel Palacios (Introducción) han desbrozado el camino para futuros investigadores.
No se puede decir que la zona que actualmente conocemos como Castilla y León haya recibido mejor o peor tratamiento, mayor o menor castigo que otras de España; sí se puede lamentar que en el período nacionalista que se produjo a fines del pasado siglo no brotara con igual empeño que en otros lugares el interés por la cultura nativa, mostrando más bien hacia ésta un "espíritu inerte", según acertada expresión de Aranzadi. En cualquier caso, siempre pudo beneficiarse el investigador o el estudioso de estas tierras de contar, entre las joyas precursoras de los estudios musicales en su zona, con la obra del burgalés Francisco de Salinas titulada De musica libri septem y editada en Salamanca en 1577; algunas melodías que el insigne músico transcribió como populares para verificar sus asertos han sido consideradas muy a menudo como el primer documento folklórico conocido. Ya Pedrell intuyó la pervivencia de alguno de estos temas dentro del repertorio tradicional, y Manuel García Matos y Bonifacio Gil se encargaron posteriormente en sendos artículos de ratificarlo. Otras fuentes de las que aún no se han extraido suficientes frutos por no haberse prodigado los estudios comparativos, son los cancioneros de autor y libros para tañer distintos instrumentos en los que se ofrecen como ejemplos textos líricos que aún se pueden recopilar hoy día como "lazos" en las danzas de paloteo castellanas o leonesas.
Tras el tratado de Salinas habremos de esperar al siglo XIX -período en el que comienzan a publicarse las primeras recopilaciones con anotaciones musicales-, para encontrarnos, en concreto en 1862, con la obra de Tomás Segarra titulada Poesías populares, publicada en Leipzig; en ella se incluyen algunos temas castellanos tomados directamente de la tradición y se incorporan ejemplos musicales. El músico abulense Juan Arribas preparó unos años más tarde (1871) un Cancionero de Avila que no llegó a salir al entregar el recopilador su contenido a José Inzenga, por entonces ocupado ya en preparar sus Cantos y bailes de España (1888).
La década de los ochenta contempla la creación de la Sociedad de Folklore Español, al estilo e imitación de la inglesa, cuyos primeros pasos, de la mano de Antonio Machado y Alvarez, hicieron alentar esperanzas sobre el avance y dedicación de los estudios tradicionales en nuestro país. Pese a que en la redacción de sus bases sólo se hacía mención de pasada a la recopilación de "cantares", el hecho de haber incluído a Castilla (ambas Castillas, según la división administrativa de aquella época), dió alientos a los pocos eruditos que tendían a acercarse a un venero tan rico y "exótico" como el popular; es evidente que, con independencia de todos estos intentos (descubrimientos ilustrados y urbanos de una tradición secular) el medio rural conservaba y hacía evolucionar su rico tesoro, mantenido de forma espontánea y natural por los propios intérpretes tradicionales.
A los intentos de Ricardo Becerro de Bengoa de rocoger en 1882 el folklore de la Tierra de Campos, precede la creación en Madrid de la Academia Nacional de Letras Populares (Folklore español), obra efímera del presbítero Jose María Sbarbi quien, comisionado por Machado para que se hiciera cargo de la sección castellana de la Sociedad de Folklore español, utilizó en su propio beneficio los contactos que le había proporcionado aquél para intentar el proyecto por su parte. En la ceremonia de constitución de la Academia, Sbarbi mencionó su intención de instar a personas y entidades a la recopilación de muchos saberes populares castellanos y entre ellos "su música particular". Fracasado prematuramente este intento se crea en Madrid, también bajo la iniciativa de Machado, el Folklore Castellano (Vieja y Nueva Castilla) y se ofrece la presidencia al vallisoletano Gaspar Núñez de Arce; bajo su tutela se prepararon cuestionarios que posteriormente se enviaron como circulares a sacerdotes, maestros y médicos de la Región. Aunque nada se sabe del resultado ni se conserva un solo papel entre los que dejara Arce, sí se conocen los términos en que, en el apartado cuarto, se hacía mención a la música y bailes: "Descripción y explicación de las danzas y bailes populares que ahí se conocen... canciones o aires populares que los acompañen y su anotación o escritura musical, así como la de las demás producciones de esta índole, a saber: Tonadas, seguidillas, malagueñas, jotas, villancicos, nanas o coplas de cuna, fandangos, etc, etc".
El francés Lacome publica en 1886 en París sus Canciones y danzas populares recogidas y transcritas, donde ofrece una introducción musical. El Folklore de Castilla o Cancionero de Burgos, recopilado por el presbítero soriano Federico Olmeda y presentado a los juegos florales celebrados en Burgos por las fiestas de San Pedro y San Pablo en 1902, abre, a los tres años de comenzado el siglo XX, el extenso número de cancioneros que irán poco a poco descubriendo las joyas musicales conservadas por la tradición y sus intérpretes; Olmeda recoge 301 canciones e inaugura también la lista de sacerdotes músicos que se dedicarán con preferencia a la recopilación de este material a lo largo de nuestro siglo. Un año después de publicado en Sevilla el cancionero de Olmeda, el leonés Rogelio Villar comienza en Madrid la edición de varios cuadernos titulados Canciones leonesas, para voz y piano. El también leonés Julio Pujol Alonso saca a la luz en New York en 1905 la obrita Cantos populares leoneses. Justamente por esas fechas era premiado en Madrid, en un concurso convocado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, un trabajo firmado por Dámaso Ledesma, presbítero nacido en Ciudad Rodrigo (Salamanca); Ledesma acudió a participar aun consciente de que las bases de la convocatoria pedían un ensayo sobre las siete provincias que en aquel momento componían Castilla la Vieja. Obtenido el galardón, el propio Ledesma acompañó al piano un año después, en el Ateneo de Madrid, algunas de las canciones de su colección que fue, por fin, editada en 1907 por la Diputación de Salamanca e impresa en la Imprenta alemana de Madrid. En 1909 ve la luz en Astorga la ambiciosa obra del maestro de capilla astorgano Venancio Blanco, titulada Las mil y una canciones populares de la región leonesa; en la primera entrega, impresa por A. Julián, aparecen cuarenta tonadas, no publicándose la segunda hasta 1932, pese a haber sido premiada el 30 de junio de 1911 por el Ateneo leonés; finalmente, desde el número 75 hasta el 118 se editaron póstumamente en 1934. De 1909 es también la primera obra musical del bañezano Manuel Fernández Núñez (Cantos populares leoneses. 1ª serie. Canciones bañezanas, Madrid, Fernando Fe), aunque su trabajo más representativo no vea la luz hasta 1931, año en que se publica en Madrid, bajo el título Folklore leonés, su colección de 160 temas, alguno de los cuales transcribe también para piano. En 1910 Inocencio Haedo funda, con un grupo de amigos amantes del arte y de las tradiciones, el Centro excursionista zamorano, sociedad con revista propia que le impulsa y anima a recopilar en distintos viajes por la provincia un considerable caudal de canciones, romances y leyendas, corpus que permanecería inédito por distintos avatares hasta el año 1988 en que, anotado y comentada por el zamorano Salvador Calabuig, ve la luz auspiciado por la Diputación de la provincia.
En 1914 aparece en la Revue Hispanique, dirigida por el eximio erudito francés Foulché-Delbosc, una serie de 4.876 coplas transcritas por Narciso Alonso Cortés, a las que se acompaña de tan solo ocho melodías "castellanas" (Santander era Castilla entonces) dato explicable teniendo en cuenta el interés preferentemente lingüístico del recopilador. Tres años más tarde comienza el musicólogo catalán Felipe Pedrell la publicación de su Cancionero musical popular español, en 4 volúmenes, impreso por Boileau Bernasconi en Barcelona; Pedrell ejemplifica con algunos temas castellanos y leoneses recopilados por otros músicos o literatos entre los que se encuentran Ramón Menéndez Pidal (que le proporciona ocho canciones de Burgos), Julio Pujol (que le envía un buen número de León), Jacinto Ruiz Manzanares (sólo una de León) y Luis Villalba (una de Zamora).
Finaliza la década con la edición en Palencia (1918) del folleto El canto popular castellano, debido a la pluma del presbítero Gonzalo Castrillo, quien daría posteriormente a la luz algún tratado más ejemplificado con canciones (Estudio sobre el canto popular castellano, 1922) sobre las características del folklore de Castilla, incluyendo además algunos temas recopilados por él mismo. Algo más de diez años después, también en Palencia, el director de banda Antonio Guzmán Ricis comienza a utilizar temas populares armonizados para la Coral Filarmónica Palentina, ampliando su obra de recopilación a partir de 1939, aunque su publicación no llegase hasta el año 1981 patrocinada por la Caja de Ahorros de Palencia bajo el título Obra musical palentina del Maestro Guzmán Ricis y conteniendo 75 temas populares.
Hacia 1928 llega a España el berlinés afincado en los Estados Unidos Kurt Schindler; aunque su intención primera fuera la de huir del exceso de trabajo, poco a poco fue tomando el pulso a la vida rural de nuestro país y en particular a la castellana, permaneciendo aquí durante tres años y posteriormente (1932-33) otro más. Aunque ya se habían grabado anteriormente por distintos métodos canciones y melodías populares -sobre todo con fines comerciales-, es Schindler quien primero fija un considerable número de documentos sonoros (cerca de quinientos) con fines académicos, gracias a un gramófono transportable de la Fairchild Aerial Company; el original de estos discos está actualmente en poder de una familia española y una copia es propiedad de la Columbia University. Schindler recogió canciones en Avila (número 22 a 192 de su cancionero), Burgos (200-210), León (399-435), Salamanca (486-509), Segovia (533-541), Soria (542-903), Valladolid (908) y Zamora (909-924). Fedrico de Onís, amigo del músico berlinés, prologó todo este trabajo cuando fue publicado póstumamente por el Hispanic Institute de New York (1941) bajo el título Folk Music and Poetry of Spain and Portugal.
Todo el período anterior a la guerra civil de 1936-1939 se ve sazonado por la aparición de una pléyade de coros, artistas, músicos y teóricos que descubren la belleza de la cultura popular. El Centro de Estudios Históricos, el Instituto Escuela, la Residencia de Estudiantes, gran cantidad de Ateneos y Círculos, asociaciones musicales, etc, utilizan y disfrutan de las tonadas tradicionales. Los coros de las Misiones pedagógicas, incluso -con mejor voluntad que acierto-, pretenden llevar a apartados rincones de la geografía rural española, junto a obras de teatro o películas, melodías populares armonizadas en versiones cultas, distintas por supuesto de las que ya poseía el propio pueblo visitado. El director de banda Rafael Benedito, gracias a una serie de programas radiofónicos, a su actividad coral y a sus publicaciones (serie Pueblo y otras), consigue difundir a nivel nacional bastantes canciones tradicionales, algunas recogidas por él mismo, y otras tomadas de distintos cancioneros y armonizadas por él. En estos años también, publica Eduardo González Pastrana (1929 y 1935) dos tomitos titulados La montaña de León. Cien canciones leonesas. M. Goyenechea edita en Madrid su Ramillete de cantos charros; en Barcelona aparece la obra colectiva Folklore y Costumbres de España en la editorial Alberto Martín y coordinada por F. Carreras y Candi (1931). Federico de Onís y Emilio de la Torre sacan a la luz en New York, patrocinados por el Hispanic Institute, la obrita Canciones españolas (1931). Antonio José recoge y transcribe en Burgos los materiales que compondrían después su Colección de cantos populares burgaleses, aparecida en 1980 en la Unión Musical Española. Gaspar de Arabaolaza publica en San Sebastián (Erviti, 1933) su trabajo Aromas del campo. El canto natural castellano: Cómo canta Castilla, con 25 ejemplos.
Tras la contienda civil que acabó con las ilusiones y, lo que es irreparable, con la vida de algunos importantes folkloristas y musicólogos como el recientemente mencionado Antonio José, se organizó una reconstrucción de la vida nacional que incluyó, naturalmente, algunos aspectos de la vida tradicional. La Sección Femenina de FET y de las JONS se encargó (siguiendo una idea falsa pero al mismo tiempo muy española de que todo lo "artístico" era cosa de mujeres), como rama femenil de la organización política vencedora, de ordenar y controlar cualquier actividad musical o coreográfica que tuviese que ver con el folklore; así, comenzó a preparar festivales (donde participaban músicos, cantores y danzantes tradicionales) que, si bien es cierto que tuvieron una intencionalidad política inicial, sirvieron para mantener vivo un gusto por lo propio en una época crítica. Asesores de prestigio evitaron grandes errores técnicos pero no pudieron eludir el fin propagandístico que se perseguía (esa unión de todas las tierras de España, con la inevitable pérdida de personalidad de cada una), ni tampoco la equivocación de primar lo estético o bello sobre lo auténtico y natural. A semejanza de las misiones pedagógicas de la república, se crearon "cátedras" que recorrían el medio rural contribuyendo a mejorar las condiciones sociales de sus habitantes, pero también enseñando bailes y canciones de otras zonas; este detalle aparentemente poco importante repercutió enormemente sobre el repertorio autóctono, confundiendo estilos, melodías, danzas y tradiciones de tal forma que aún hoy, concluido ya el período político y social que lo dio origen, todavía tiene el fenómeno derivaciones y consecuencias en los nuevos grupos que han surgido (aparentemente libres de ese lastre anterior), atraídos por lo tradicional.
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BIBLIOGRAFIA
Folklore y costumbres de España. Barcelona, A Martín, 1931. 3 vol.
MIGUEL MANZANO: Cancionero leonés. León, Diputación, 1988-91.4 vol. (Cancionero).
MIGUEL A. PALACIOS: Introducción a la música popular castellana y leonesa. Burgos, Junta de Castilla y León, 1984. (Introducción).