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En Castilla y León las brujas no poseen las mismas características que las de otras regiones. Las brujas castellanas no parecen tan malas como las de la tradición vasca, catalana o gallega. Hay, por supuesto, también brujas malas, pero no en el sentido estricto de la palabra.
En Grulleros, por ejemplo, se cuenta la historia de la tía Pardela, que aunque tenía poderes no quería utilizarlos con fines malignos y descargaba su furia comiendo entrañas de cerdo y mordiendo una palera. Hubo otra bruja que robaba la carne de un puchero, pasando por el agujero de la puerta, transformada en un bulto negro, pero al final fue atrapada en un saco por ser confundida con una alimaña, golpeada contra el suelo y descubierta por su grito: «¡No me golpees, que no lo volveré a hacer nunca!» Generalmente, las brujas hacen algo más que robar la carne de un puchero y raramente sus historias acaban de una manera ridícula. Al contrario, en Castilla y León casi todos los cuentos de brujas tienen un buen fin, y, además, existe una creencia que no permite a las brujas proseguir con sus malas intenciones porque, aunque puedan ser ineficaces los remedios clásicos contra ellas -amuletos, nóminas, conjuros, etc -, nos queda uno, infalible, como demuestra también la historia contada ahora, que consiste en ir a buscar a la bruja y en darle una paliza o golpearla. La bruja afrontada ,directamente ya no puede hacer daño a su enemigo.
El cuento maravilloso castellano, caracterizado por un gran realismo en los detalles y un bajo nivel de violencia -rasgos que explican el porqué son tan raros personajes fantásticos como orsos, hadas, dragones y, por supuesto, las mismas brujas-, describe de una manera cómica al diablo y sin la inteligencia que le caracteriza siendo él un ángel, aunque expulsado del cielo, enemigo de Dios y tentador del mal. Hay cuentos donde las hijas y la mujer del diablo le toman el pelo, ayudando al héroe que necesita unas respuestas y tres de sus pelos para acabar su misión: «... fue a casa del diablo y llamó. Y salió la señora y le dijo que iba a buscar los tres pelos del diablo. Le dijo que fuera a la noche, que estaba el diablo al campo y que por la noche se convirtiera en pulga y se metiera en la camisa de ella y cuando le picara, le arrancaría un pelo.
Vino la noche y se fueron a la cama, y la señora le tiró un pelo, cuando le picó la pulga. Y el diablo se enfadó con ella. Le dijo que estaba soñando. El diablo preguntó que qué soñaba. Le contestó que había unos hombres en una fuente y que qué tendrían que hacer para que diera oro aquella fuente. Y le dijo que tendría un ratón en el caño, que se lo tenía que sacar...»
De esta manera, el diablo contesta a las preguntas del héroe, formuladas a través de su mujer, sin darse cuenta que lo están engañando.
Las brujas no disfrutan de una suerte mejor, pintadas como pícaras o goliardas, ocupadas sólo en hacer tonterías y en ir a beber, robándolo, vino de las bodegas. A veces, estas pobrecitas tienen la mala suerte de encontrarse con alguien del pueblo que observándolas, descubre sus ritos, ponzoñas y fórmulas, logrando seguirlas al akelarre. En estos momentos pueden experimentar malas aventuras como le pasó a aquella bruja, extrañamente guapa, que iba a bailar al campo de Cansoles y seguida por el hombre que ella misma había ligado a un banco en su casa, se encontró con la nariz tapada por bailar con él en el akelarre.
El héroe que se encuentra siempre es un hombre muy listo, mientras, como ya hemos dicho, las brujas son estúpidas. Hay, por ejemplo, algunos casos de zapateros que, habiéndose topado con un akelarre o habiendo seguido a las brujas hasta allá y no queriendo, como de costumbre, besar el trasero de la capitana, sacan un estaquillador y le pican. Nunca las brujas se dan cuenta que alguien extraño asiste al akelarre, sino siempre opinan: «Ese cofrade nuevo que pase y no bese, que tiene el bigote muy recio», o «Oye, tú, pasa y no beses, que tienes la barba áspera.»
Si las brujas de los cuentos castellanos cometen alguna fechoría, nunca es grave, como matar niños, comer sus cuerpos o aojar a alguien. Lo que hacen es pegar a los pobrecitos que topen con ellas y, por ejemplo, no quieran venderles algo que ellas quieran.
Por lo que se lee en los cuentos, parecería que no existiese, o por lo menos no tuviese razón de existir, el miedo a las brujas, que no sea justificado por ser ellas tan ridículas en sus daños. Pero haciendo trabajo de campo, al preguntar a la gente sobre la brujería, nos encontramos con un endurecimiento causado por este miedo que todavía existe en el campo al hablar de estas cosas. La gente contesta: «¡Hombre, yo soy católico. No sé nada de esto!» Lo que nos extraña mucho más es la existencia de cuentistas; es decir, de personas que con capacidades narrativas particulares y que por sus narraciones son conocidos por todo el pueblo sin que se tenga miedo a escucharlos o que ellos mismos tengan miedo de contar estas historias.
¿Por qué, entonces, se tiene miedo a hablar de brujas y por qué existe alguien a quien está permitido hacerlo?
Si nos preguntamos qué es la brujería, cuál es su esencia, ¿no podemos responder que se trata de una forma de defensa, por la cual se atribuyen a alguien de fuera -la bruja no forma parte de la comunidad y vive al margen de ésta- todos los movimientos desestabilizadores del orden social y moral, creando un enemigo contra quien luchar y creando al mismo tiempo la necesidad de reforzar este orden para no sucumbir frente a él? La misma caza de brujas nació como reacción –defensa- al paso de una sociedad feudal a una sociedad moderna. Las numerosas calamidades del siglo XIV y, en particular, la peste pueden haber llevado a los intelectuales al convencimiento de una mayor presencia del demonio en el mundo, mientras la crisis económica del comienzo de la edad moderna, el traumatismo de la reforma y las frecuentes guerras y pestes pueden haber reforzado el convencimiento.
También las primeras descripciones de akelarres se tuvieron alrededor de finales del siglo XIV, cuando Europa vivía una extensa rebeldía social. La bruja, adoradora del diablo, era una conspiradora que quería derribar el mundo, el orden social establecido por Dios. Es entonces lo diferente, por ser desconocido, lo que asusta al hombre inseguro, fosilizado en su cultura cristalizada y a llevarlo a creer en las brujas y a perseguirlas. A pesar de que a veces la Inquisición haya sido utilizada para conquistar, la realidad no cambia porque la colonización cultural es una manera de aniquilar lo diferente, las minorías, pues es también ésta una defensa de la cultura dominante.
En la lucha de la Inquisición española -creada para averiguar la sinceridad de los conversos y que sólo de una manera marginal se ocupó de las brujas, pues, como dice Caro Baroja, «no tenía tiempo para las brujas; demasiado era el trabajo que daban los conversos» -notamos de un modo claro la lucha contra lo diferente: la Inquisición y a veces «la acusación de brujería al servicio de la reconquista cultural y de la formación de una cultura única en un país donde se habían mezclado hasta tal punto culturas diferentes, que se tuvo que crear de nuevo una cultura hegemónica para poder gobernar y legitimar al Estado». El reforzamiento del orden se consigue pintando al enemigo con rasgos repugnantes: matar a los niños, besar el trasero del diablo, etc. Todo esto espanta al hombre y le lleva a buscar el amparo de lo conocido, del orden en que está acostumbrado a vivir, de la religión. Así, la brujería se ha forjado a imagen y semejanza de lo que la cultura que las crea no permite: matar, odiar, envidiar, hacer el amor para otro fin que no sea engendrar, etc.
La Literatura popular castellana parece haber perdido la función de defensa; en realidad, el cuento puede ser un ejemplo mítico donde un particular riesgo -por ejemplo, el encuentro con las brujas- ya ha ocurrido a alguien y por no haber tenido consecuencias importantes, es decir, peligrosas, demuestra que el mal no es tan terrible. Se ha cumplido así una subversión de valores que nos defiende muy bien porque ya no tenemos que alejar asustados lo malo; podemos convivir con él.
Estas dos posturas que hemos observado en Castilla y León frente al diablo tiene dos orígenes distintos: los cuentos han sido creados por el pueblo y expresan sus deseos, sus necesidades, mientras las brujas peligrosas han sido creadas por los intelectuales, por la clase dominante de toda una época histórica. Como dice García Atienza, las noticias de la caza de brujas en el País Vasco han influido de una manera decisiva en la tradición, que, en sí misma, tenía características distintas. La brujería castellana es una brujería de importación que por sus características, se ha aliado con la religión para regular el comportamiento del hombre pecaminoso reprimiendo sentimientos como la envidia y comportamientos como los de la vida sexual.
Todo esto, tal y como nos enseña el psicoanálisis, ha creado conflictos entre lo reprimido por la sociedad y los deseos. Este conflicto está atestiguado en la doble consideración que el pueblo tiene de las brujas. Pero lo que se reprime sigue buscando siempre una manera de expresarse, y su materialización llega en Castilla y León con los cuentos. En un plano metafórico, la bruja cómica quiere significar que tampoco lo que ella representa es peligroso, llegando a legalizar la envidia y el amor sexual.
Pero la Iglesia sigue condenando todo esto y la realización tiene que ser necesariamente metafórica y controlada para no caer en la posibilidad de la punición, por no ser tachadas de brujas, esta vez de las malas. Es por esto por lo que sólo les permite a los cuentistas, que por sus capacidades narrativas alejan la duda de un hablar morboso; es decir, de un hablar que admita la existencia de «pasiones irracionales»,
BLBLIOGRAFIA CONSULTADA
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Revista de Folklore. Obra cultural. Caja de Ahorros de Valladolid. Valladolid, 1980.