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El día último del año, día de San Silvestre, en muchas casas particulares tenía lugar una costumbre que se conocía con el nombre de «los estrechos», «los años» o los casamientos. Consistía en hacer papeletas con el nombre de todos los que estaban en casa en ese momento, introducirlas en un recipiente e irlas sacando después, de dos en dos, haciendo parejas; por lo general, sin embargo, -y ahí radicaba la gracia- se incluían algunas papeletas más con nombres de animales o cosas (el gato, la campana de la iglesia, la fuente del pueblo, etc.) que no eran precisamente buenos compañeros para pasar la noche. Porque lo que se perseguía era pasar la velada acompañado por algo o alguien y, si era posible, alguien agradable, naturalmente; los niños y jóvenes, por su parte, salían en grupos a cantar villancicos para pedir el aguinaldo: el caso era no estar solo. ¿Y por qué? Pues porque según la leyenda, la noche de San Silvestre había reunión de brujas; ese era el momento elegido para tener su espantosa convención anual y por ello la gente hacía uso de todos los medios a su alcance para alejarlas, desde hacer ruido con cacerolas hasta poner las tijeras abiertas en forma de cruz en la chimenea para que no se colaran dentro de la casa. El ruido, el bullicio organizado la noche de San Silvestre tiene, pues, un origen legendario, aunque ahora se quiera confundir con manifestaciones de alegría por el nuevo año que llega. Año que, por cierto, será meteorológicamente, según algunos, tal y como sea el último día del anterior: «Si por San Silvestre llueve, todo el año llueve».