Esta noche son los Reyes,
segunda fiesta del año.
¡Cuantas damas se engalanan
a pedir el aguinaldo!
Nosotros se lo pedimos
y ante esta puerta llegamos,
que nos lo tiene que dar
si los Reyes les cantamos.
Del Oriente Persia salen
tres Reyes con alegría.
Son guiados de una estrella,
que luce de noche y día.
Es el ángel que anunció
a los pastores la dicha
del nacimiento dichoso
de aquel divino Mesías.
La estrella se retró
porque así Dios lo quería,
y llegaron a un portal
donde desaparecía.
Vieron al recián nacido
en los brazos de María
y con grande reverencia
se postraron de rodillas.
Al Niño de Dios adoran
y a su Madre esclarecida.
El uno le ofrece oro,
el otro le ofrece mirra
y el otro le ofrece incienso,
que para el cielo subía.
Oro ofrecen como a Rey
de todas las jerarquías.
El incienso como a Dios,
potencia grande, infinita.
La mirra como a inmortal;
misterios que ellos creían.
Ese día se pusieron
los tres Reyes en la pila
donde fueron bautizados
que de veras lo sentían.
Un ángel derrama el agua
y sus nombres les ponía:
al uno puso Melchor,
al otro Gaspar ponía,
otro puso Baltasar.
¡Oh, qué feliz compañía!
Los años que ellos vivieron
en aquesta corta vida:
Melchor vivió ciento veinte.
¡Oh, qué edad tan peregrina!
Gaspar vivió ciento diez.
¡Oh, qué edad tan florecida!
Baltasar, ochenta y tres,
también edad bien cumplida.
Y en el año del 70,
según la Iglesia lo dicta,
recibieron el martirio,
pues así Dios lo quería.
¡Abran puertas y ventanas
los que en esta casa habitan!
¡Mándennos el aguinaldo
para que logren la dicha!