Estaba una señorita sentadita en su balcón
que que con el oritín, que que con el oritón
sentadita en su balcón.
Esperando que pasara el segundo batallón.
Pasó por allí un soldado de muy mala condición.
- Suba, suba, caballero, dormirá una noche o dos.
Mi marido está de caza en los montes de León
y para que no regrese, le echaré una maldición,
que se caiga del caballo y muera sin confesión.
Estando en estas palabras, el maridito llamó:
- Ábreme la puerta luna, ábreme la puerta sol,
que te traigo un conejito de los montes de León.
Bajaba por la escalera, cambiadita de color.
Al entrar en el portal, el marido preguntó:
¿De quién es aquella capa que en mi percha veo yo?
- Tuya, tuya, maridito, que te la he comprado yo.
- ¿De quién es aquel sombrero que en mi percha veo yo?
- Tuyo, tuyo, maridito, que te lo he comprado yo.
Se fueron para la cama, y una cabeza encontró.
- ¿De quién es esa cabeza que en mi cama veo yo?
- Del niño de la vecina que en mis brazos se durmió.
- Caramba con el chiquillo, tiene barba como yo.
Le cogió por la cabeza, le tiró por el balcón.