¡Quién tuviera la fortuna
que tuvo la samaritana,
que en el brocal de su pozo
detuvo a Cristo en palabras!
No pensaba que era Cristo
ni de Cristo se acordaba,
pensaba que era un mancebo
que de amores la trataba.
- Deja de pecar, mujer,
mira que has de ser juzgada,
con siete hombres has dormido
con ninguno estás casada.
- Sepa usted bien lo que dice,
sepa usted bien lo que habla,
le ha de costar el dinero,
porque soy mujer honrada.
- ¿Me lo negarás mujer,
Jueves Santo de mañana
que alojastes a un mencebo
por la tu baja ventana?
Y le pusistes al cuello
una reliquia preciada
y se lo encargaste mucho
que no la dejara en casa.
Al oír estas palabras
cayó pa atrás desmayada.
- Levántate de ahí mujer
que tú ya estás perdonada:
Tres sillas hay en el cielo,
siéntate en la más preciada.