Alma que ociosa te sientas
Malogrando la ocasión:
¿Es posible que no sientas
mis dolores, mis afrentas,
mi muerte, pena y dolor?
Levántate presurosa,
pues te llama amante fino;
busca la piedra preciosa,
que la hallarás, amorosa,
si andas el sacro camino.
Lágrimas de corazón,
de puro dolor lloremos,
para que todos logremos
los frutos de la Pasión.
En la primera estación
atenta quiero que notes
con cuánta resignación
llevé por tu redención
más de cinco mil azotes.
Hombre, mira y considera
movido de compasión
que en esta estación primera
me sentencian a que muera
entre uno y otro ladrón.
A la segunda camina:
verás que en tumulto vario
todo el pueblo determina
que al son de ronca bocina
me conduzcan al Calvario.
Guiando va un pregonero
a la descollada cumbre,
y al inocente cordero
va abrumado de un madero
la molestia y pesadumbre.
Caí en la estación tercera
y todos allí gritaron:
¡Muera el embustero, muera!,
y con indignación fiera
del suelo me levantaron.
Una soga a la garganta
me echaron para tirar,
pero con violencia tanta,
que para asentar la planta
apenas me dan lugar.
Camino en todo obediente
Al precepto de mi Padre,
cuando se me pone enfrente
rompiendo por tanta gente
mi desconsolada madre.
En este paso colige
que cuando la vi venir,
“Vuélvete, madre –le dije-,
que la pena más me aflige
que el saber voy a morir”
En esta jornada larga
tan fatigado me veo,
que en mi aflicción tan amarga
me ayuda a llevar la carga
alquilado el Cirineo.
No lo hacen por caridad
al peso con que me inclino,
sino llenos de impiedad
porque teme su crueldad
quede muerto en el camino.
Con la fatiga y calor
me veía desfallecer,
cuando, movida al dolor,
limpió a mi rostro el sudor
una piadosa mujer.
A tal estado he venido
que, con ser cielo sereno,
me hallo tan oscurecido
que sólo soy conocido
por llamarme “Nazareno”.
Caí, oh qué desconsuelo,
al salir de la ciudad
y me levantan del suelo
tirando de barba y pelo
con fiera inhumanidad.
A violencia de empellones
a caminar me precisan
y entre injurias y baldones,
metido entre dos ladrones,
todos me arrastran y pisan.
De unas mujeres oí
unos ayes lastimados,
pero les correspondí
diciéndoles que por sí
llorasen, y su pecados.
Si por las culpas ajenas
esto se ejecuta en mí,
más crueles serán las penas,
de horror y de espanto llenas,
que padecerás por ti.
La gravedad del pecado
en la cruz tanto pesó,
que rendido y fatigado,
del todo ya desmayado,
en el suelo me postró.
Al quererme levantar,
como la fuerza era poca,
caí, para más penar,
tan recio, que vine a dar
en la tierra con la boca.
Llegué al monte sin aliento
sin poderme ya tener;
desnúdanme desatentos
y doblando mis tormentos,
vinagre me hacen beber.
¡Qué vergüenza, qué pudor,
contempla, padecería,
puesto del frío al rigor
en el concurso mayor,
desnudo al medio del día!
Los más impíos y tiranos,
impelidos del furor,
más que tigres, inhumanos,
me clavan de pies y manos
cual si fuera un malhechor.
Después de fatiga tanta,
un palo mi cama fue
de sólo el ancho de un pie
y de largo más de tres,
donde el cuerpo se quebranta.
Ya que en la cruz me clavaron,
inhumanos y crueles
en alto me levantaron,
ya con lanzas el soldado,
ya verdugos con cordeles.
Mírame entre tierra y cielo
de tres escarpias pendiente:
tiembla de dolor el suelo,
rásgase del templo el velo
y el hombre no se arrepiente.
Por tres horas bien cumplidas
el aliento me duró
hasta que por las heridas
mortales y repetidas
el alma se despidió.
Ya era sombra todo el mundo
muerta ya su bella luz,
cuando con llanto profundo
aquel cuerpo sin segundo
fue bajado de la cruz.
Ya a la última viniste:
contempla aquí con piedad
a mi madre la más triste
que jamás verás ni viste
llorando su soledad.
No te asustes, alma mía:
ponte en silencio a escuchar
los lamentos de María,
que sobre la losa fría
del sepulcro va a llorar.
Alma, pues que en mi pasión
me has acompañado fiel,
de tus culpas el perdón
espera, y en salvación
por siempre jamás. Amén.