La Virgen se está peinando debajo de una alameda;
sus cabellos eran de oro, sus cintas de primavera.
Pasó por allí José, la dijo de esta manera:
- ¿Cómo no canta mi Virgen; cómo no canta la bella?
- ¿Cómo quieres que yo cante si estoy en tierras ajenas?
Un hijo que yo tenía más blanco que una azucena
me lo están crucificando en una cruz de madera.
- Vamos aguda Señora para llegar al calvario,
que por pronto que lleguemos ya le habrán crucificado.
Ya le clavan las espinas, ya le remachan los clavos
ya le pegan la lanzada en su divino costado.
La sangre que derramara, caerá en un cáliz sagrado
y el hombre que lo bebiera será un bienaventurado;
en este mundo será rey, y en el otro perdonado.