Cásanse las dos hermanas; juntas se casan un día.
Cásanse con dos indianos que de las Indias venían.
El uno era jugador, el otro bienes traía;
vino tiempo y llegó tiempo que el jugador se moría.
Dejó la mujer encienta con cinco hijos de familia
y el más pequeñito de ellos pide pan y no lo había.
- Vete hijo en cá mi hermana; vete hijo en cá tu tía
que te diera medio pan por Dios y Santa María,
que te diera medio pan que Dios se lo pagaría.
- ¿Cómo he de ir yo, madre, si no va usté en compañía?
Le ha agarrado de la mano y a casa la hermana iba.
- Dame hermana medio pan, por Dios y Santa María.
- Mantente, hermana a la rueca, como otras se mantenían
que nuestro padre, hace tiempo, partió tu hacienda y la mía.
- ¿No está bien de mantener cinco bocas y la mía
y otra que tengo en el vientre que comer también quería?
Se volvió para su casa más desconsolada que iba;
se encerraron en un cuarto, el más oscuro que había.
Vino el cuñado de arar, como otras veces venía
ya estaba la mesa puesta, la sevilleta tendida;
ya se puso a partir pan, gotas de sangre caían.
- ¿Qué es esto, la mi mujer? ¿Qué es esto la mujer mía?
¿Ha venido acá algún pobre que limosna te pedía?
- No ha venido ningún pobre, sino que una hermana mía
que le diera medio pan que Dios me lo pagaría
y no se lo quise dar, como a una desconocida.
- Si no le das a tu hermana, se lo darás a la mía.
Cogió cinco panecillos, en la capa los metía;
cogió la calle Noncera, donde la cuñada iba.
Todo lo encontró cerrado, ventanas y celosías
y en la ventana más alta, había una lucecita.
Ha subido la escalera, y llegó hasta la cocina;
todos los encontró muertos y a su madre en compañía,
menos el más chiquitín que todavía vivía.
Le dijo, -Si quieres pan... dijo que no lo quería
- Qué estoy rogando en los cielos por la mala de mi tía.
Se volvió para su casa más desconsolado que iba
y vió a su mujer colgada de una soga que allí había
más negra que aquellos sarros que aquel palacio tenía.
Y aquí se acaba el papel, y aquí temina la vida.