A eso de la medianoche, cuando los gallos cantar,
Don Carlos de mal de amores, no podía sosegar.
Aprisa pide el caballo, aprisa pide el calzar.
Si muy deprisa lo pide, más deprisa se lo dan.
Se ha cogido su caballo y hacia el palacio se va,
por la calle de Doña Clara fue el caballo a relinchar.
Esto que oyó Doña Clara se ha asomado al ventanal.
- Qué furor lleva Don Carlos pa con moros pelear.
- Más furor llevo, señora, pa con damas platicar.
Se liaron en palabras, se fueron bajo el rosal
y el escudero parlero, él escuchándolo está.
- Por Dios pido al escudero, por Dios y por caridad
desto que usted haya visto, no quiera decir verdad.
El escudero parlero no lo ha querido callar
y a la entrada del palacio, con el rey se fue a encontrar.
- Que su hija Doña Clara, debajo el rosal está.
- Si lo dijeras callando, bien te lo habría de pagar,
pero me lo has dicho a voces; te voy a mandar quemar.
En busca de Doña Clara el rey al palacio va.
- Dímelo tú, Clara niña, no me niegues la verdad,
eso que tu cuerpo tiene, ¿a que padre lo has de dar?
- Yo a Don Carlos, a Don Carlos, Don Carlos de Montealbar.
- Dímelo tú, Clara niña; dime, dime la verdad,
mira que si no la dices te voy a mandar quemar.
- Si yo tuviera un sobrino, -a cuántos he dado el pan-
que me llevara esta carta a Don Carlos de Montealbar...
- Démela usté a mí, mi tia, que yo se la iré a llevar.
Por donde le ve la gente, muy despacito se va;
por donde no le ve nadie, no es correr que eso es volar.
A la entrada del palacio, al Conde se fué a encontrar.
- Buenos días, mi buen Conde, y los que con él están,
lea señor esta carta, la carta se lo dirá.
Cogió la carta y leyó; desmayado cayó atrás,
y luego que volvió en sí al punto manda ensillar.
- Aprisita, mis criados, aprisa y no de vagar.
Ha salido del palacio, para el convento se va,
dejó el hábito de Conde y el de fraile fué a tomar.
A la entrada del palacio con el rey se fue a encontrar.
- Buenos días, mi buen rey, y los que con él están,
esa hija que usted tiene, la querría confesar.
- De curas, también de frailes, bien confesadita va.
- Si eso ya lo hizo, buen rey, se querrá reconciliar.
Le agarró de las muñecas, la llevó al pie del altar.
- Dímelo tú, Clara niña, no me niegues la verdad,
lo que tienes en tu cuerpo, ¿a que padre lo has de dar?
- Yo a Don Carlos, a Don Carlos; Don Carlos de Montealbar,
pero, ¿cómo ha de ser eso, si a cien leguas de aquí está?
- Alegría Doña Clara; alegría, no pesar,
que te tiene las muñecas Don Carlos de Montealbar.
La ha subido a su caballo, por la hoguera fué a pasar.
- Que quemen perros en ella, que a ésta no la queman ya,
case usted las demás hijas que ésta bien casada va
que se la lleva Don Carlos; Don Carlos de Montealbar.