Son dos tablillas iguales (no más largas de una cuarta ni más anchas de dos pulgadas) que, colocadas entre los dedos y chocadas entre sí, producen un tableteo para acompañar cualquier tipo de ritmo. Tienen formas y figuras distintas según la tradición de cada lugar o el capricho del fabricante, aunque suelen predominar las antropomorfas. A veces se utilizaban hasta tres en cada mano para dar más fuerza al repiqueteo. Palillos se llama a los que están hechos de madera, y tarrañuelas, tarreñas, tejuelas o tejoletas a los que están construidos en barro cocido o en loza.
Muchos pueblos (egipcios, griegos, hebreos) utilizaron ya, según demuestra la iconografía, algún tipo de instrumento similar para producir sonidos rítmicos. En bastantes casos se trataba de grandes crótalos de madera o marfil que no se colocaban entre los dedos, sino que parecían sustituir a las manos para palmear con más ruido (de hecho, algunas piezas encontradas en excavaciones arqueológicas de Egipto o Israel tienen la forma de brazos con unas manos talladas en uno de los extremos) sobre todo en procesiones al aire libre.
En las Cantigas de Alfonso X se puede ver a un alboguero acompañado por un músico que toca los palillos (dos en cada una de las manos). El grabado del siglo XIX que mostramos representa a una pareja de músicos ambulantes tocando un violín rústico y unos palillos. El uso de palillos y tejoletas por parte de vagabundos y gente del hampa (tejuelas picareras, se les llamó a veces) ya está atestiguado por Cervantes en alguna de sus obras como Rinconete y Cortadillo y El coloquio de los perros.
Este instrumento se exhibe en la Fundación Joaquín Díaz de Urueña.