Sobre una caja larga y estrecha, de poca altura, van extendidas -entre dos puentes situados a los extremos de dicha caja- cinco o seis cuerdas que se golpean con una baqueta. Esas cuerdas, afinadas en quintas y octavas, dan un acorde produciendo un sonido suave. El músico suele colocar el instrumento longitudinal a su cuerpo (reposando en parte sobre el pecho) y lo sujeta con el antebrazo izquierdo en cuya mano lleva una flauta. Con la mano derecha, en la que lleva una baqueta, va golpeando las cuerdas rítmicamente mientras hace la melodía con la flauta de tres agujeros.
Referencias literarias como la conocida del Arcipreste de Hita, que después citaremos, nos hacen pensar en que el instrumento tuvo una amplia difusión durante la Edad Media y el Renacimiento (siglos XIV a XVI), sobre todo en la zona norte de la Península Ibérica. Cuando Juan Ruiz habla de un salterio "más alto que la mota" que sale con la guitarra y el rabel a recibir a Don Carnal, parece estar definiendo, en efecto, a este instrumento alargado cuyo origen pudo ser cortesano pero que después tuvo una difusión popular. A favor de ese pasado cortesano, habla el hecho de que aparezca en pinturas de los siglos XV y XVI en España, Francia e Italia, sabiendo lo normal que era en esa época el intercambio de músicos e instrumentistas en muchas cortes europeas.
Hoy día la tradición sólo lo ha conservado en determinadas zonas de Aragón, País Vasco francés, País Vasco español y el Bearn. Normalmente se le denominaba salterio, chorus o tambor de cuerdas. En vocablos localistas chun-chun (chicotén es un término literario muy cuestionado y tal vez derivado del italiano cicuterna), tun tun, tambor de Bearn, tambourin de Gascogne y tambourin de Provence.
Este instrumento se exhibe en la Fundación Joaquín Díaz de Urueña.