La costumbre de pintar panderos y panderetas parece muy antigua y obedece, sobre todo, a la tendencia, innata en el ser humano, de decorar y embellecer los objetos que fabrica y usa. La piel tensada sobre el bastidor servía de este modo de lienzo para que un artista, normalmente distinto del constructor de la pieza, estampara un motivo decorativo según su gusto e intención. La tradición se conoce en España desde hace siglos y habitualmente se acompañaba, en el caso de los panderos cuadrados, de un encintado del bastidor para adornarlo. El dibujante François Deserps reproduce en su obra Recueil de la diversité des habits… una joven tocando la pandereta pintada que titula La tondue d`Espaigne. Don Ramón de la Cruz escribió un sainete llamado “Los panderos” donde se reproduce una escena en el barrio del Avapiés en la que unos vecinos están pintando y poniendo cintas a unos panderos, lo cual parece indicar la popularidad que había adquirido el oficio. Durante todo el siglo XIX la pintura de panderetas reviste una importancia singular ya que con la subasta de las mismas se obtenían recursos para atender a las necesidades de los soldados que se hallaban luchando en Africa o en Cuba. Precisamente en 1892 y durante las fiestas de Carnaval surgió una iniciativa del Círculo de Bellas Artes de Madrid para adquirir mil panderetas y entregarlas a diferentes artistas plásticos de Madrid para que las pintasen. El resultado fue tan espectacular que se vendieron casi todas y con el montante de lo obtenido y la organización de un baile se contribuyó a sufragar los gastos del propio Círculo (salones, cátedras, modelos, etc.) de modo que la iniciativa duró unos años y llenó de panderetas toda España.
Este instrumento se exhibe en la Fundación Joaquín Díaz de Urueña.