El uso de los instrumentos musicales en la época de la Semana Santa tuvo siempre un sentido particular, marcado por la significación del período litúrgico; durante ese tiempo, por ejemplo, las campanas, habituales testigos del paso del tiempo y eficaces comunicadoras, quedaban mudas, mostrando así su silencioso respeto por la muerte del Salvador y haciendo buenos algunos relatos legendarios que aseguraban que en caso de ser volteadas saldrían volando.
La utilización de los instrumentos se reducía a dos funciones: dar aviso y crear música de acompañamiento para los actos litúrgicos. Para los avisos se solían utilizar carracas, mazos, matracas y tablillas, esos mismos que en las Tinieblas servían para “matar judíos” o para recordar dentro de los templos con estruendo (sólo en lo que duraba un Pater noster) el momento de la muerte de Cristo. Todos esos crepitacula lignea o instrumentos restallantes de madera, procedían de la primitiva Iglesia –después quedaron definitivamente instalados en la Iglesia Oriental- donde, en manos de canonarcas –directores de coro- o de los monjes sirvieron para dar las horas o para advertir en los monasterios del cambio de actividad. El simandrón o semanterio, también llamado jeirosimandrón si se sostenía en la parte central con la mano, se usaba para recordar y venerar a través del sonido seco y duro de su madera, el sacrum lignum o leño sagrado donde murió Jesús, por eso se denominaba a veces hagiosimandrón.
Este instrumento pertenece a la colección de la Fundación Joaquín Díaz de Urueña.