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MUSICA Y TARANTISMO EN EL S. XVIII ESPAÑOL (I Parte)

VARELA DE VEGA, Juan Bautista

Publicado en el año 1986 en la Revista de Folklore número 61.

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La historia de los siglos XVII y XVIII está repleta de casos de curación mediante el baile «tarantela», de tarantulados o picados por la araña conocida por «tarántula».

Sobre este popular remedio «musicoterapéutico», se escribió en España un singular tratado en el siglo XVIII, que es objeto de nuestro presente estudio; pero, antes, vamos a hablar brevemente del origen y naturaleza de la danza de la «tarantela».

Tradicionalmente, se señala dicha danza procedente de Tarento, en la Italia meridional, región de la Puglia, en la que abundan las «tarántulas»; de aquí el nombre del arácnido -«tarantella»- en cuestión y de la danza.

Formalmente, es una danza rápida, en compás de 6/8 ó 3/8 y movimiento muy vivo, que se acompaña con violín, o bien con panderetas y castañuelas.

Cotarelo y Mori recoge sobre la «tarantela», además de la acepción del Diccionario de la Lengua, la del de «Autoridades»: «Tañido violento que se baila sin escuela alguna y dicen ser el son que tocan a los que están mordidos de la tarántula». Cotarelo añade varias referencias a este baile en nuestra literatura clásica, y así «la baila la «franchota» del entremés de este título, de don Pedro Calderón, impreso en 1672; en el del «Ayo», de Moreto (1648), se dice: Baile usted como en Valencia, usted como en Cataluña, vuesamerced la 'tarantela'. Y así bailan»; en el de «Las fiestas de Palacio», de Moreto (1658), sale personificada Italia y baila la «tarantela», cantando esta letra: «Questo es l’amante mio que il cor alegra, / por quin mi mujigai / la «tarantela»; en el entremés de Francisco de Castro, «Los cuatro toreadores» , al final se baila la «tarantela» con el estribillo: «iTurumbé con la turumbela; vamos bailando la tarantela!»; y en el del mismo Castro «el inglés hablador», también a la conclusión bailan una «tarantela» con igual estribillo; en «los cuatro toreadores», hacia 1704 (pues la fiesta es en honor de Felipe V), se dice: «Allá va el baile, / que venga. / Turumbé con la turumbela, / vamos bailando la «tarantela». / Este sí que es canto gracioso, / y la tonada es muy bella. / Turumbé con la turumbela, / vamos bailando la «tarantela».

Se conoce que este baile -termina diciendo Cotarelo- le habrían tomado nuestros cómicos de los «Trufaldines».

El movimiento rápido de la danza tenía por objeto la curación del mordido, según la creencia general, si bien la realidad médica parece apuntar hacia la naturaleza histérica del enfermo.

Los tarantulados o atarantados -que también por este nombre se les conoce-, en el siglo XVII, eran atendidos por violinistas en vez de por médicos. Los violinistas recorrían los campos para curar atarantados mediante el son de la tarantela, obteniendo con su curiosa «medicina» sabrosas ganancias, como apunta el musicólogo inglés Percy A. Scholes.

La vivacidad de la tarantela, unida generalmente a la belleza de melodía de muchas de ellas, ha hecho que esta popularísima danza italiana fuera incorporada al acervo de la música culta. Así, grandes compositores escribieron «tarantelas», algunas de las cuales lograron justa celebridad, como la de Rossini, que el gran operista tomó de su propia canción para tenor, titulada «La danza», y de la que Liszt hizo una brillante transcripción para piano (1). El compositor francés Auber, en su ópera «La Muette de Portici», introduce otra conocida y bella tarantela. Los rusos Dargomijsky y César Cui, escribieron sendas «Tarantela eslava» y «Tarantela para orquesta»; Chopin una bellísima para piano; la llevaron también al pentagrama Weber (Sonata en Mi menor), Mendelssohn (Sinfonía Italiana), Thalberg, Rubinstein y Gottschalk, entre otros.

Pero además de utilizarse la tarantela en la música instrumental, en la sinfónica y en la ópera, se la ha introducido en el ballet.

El 24 de junio de 1839 se estrenaba en la Opera de París el ballet «Tarentule», con música de Casimir Gide y coreografía de Jean Coralli. Sus protagonistas: Joseph Mazillier y la vienesa Fanny Elssler. Esta era con la Taglioni primerísima bailarina de su época. Hija de un copista de música para Haydn, lograba una sobresaliente creación en la «Tarentule». De ella nos dice Adolfo Salazar que «fue quien, con María Malibrán, la cantante más famosa del Romanticismo, hizo de la música y de la danza españolas el furor de los salones de París. Tocaba bien las castañuelas, con las que se acompañaba su danza de «La cachucha», que había aprendido en Granada, para que el arte de la danza no careciese en pleno período romántico de ese españolismo pintoresco, cuyo exotismo tuvo, en Teófilo Gautier y en otros, la mezcla de lirismo y drama feroz que llegó hasta «Carmen».

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Los estudios terapéuticos sobre la tarántula y el tarantismo aparecen ya en el siglo XVII, como los realizados por el polaco Juan Jonstono en su «Historia Natural», y los del célebre polígrafo jesuita alemán -matemático, físico, lingüista, arqueólogo, musicólogo- Atanasio Kircher, quien publicó como musicólogo varias importantes obras: «Musurgia universalis sive ars magna consoni et disoni», publicada en dos volúmenes, en Roma (1650); «Oedipus aegyptiacus» (Roma, 1652-54), sobre la música de los jeroglíficos egipcios; «Phonurgia» (Kempten, 1673), tratado de acústica, y «Magnes, sive de arte magnetica» (Roma, 1641), en la que reproduce los aires de danza usados para la curación de los atarantados. Según Scholes, sólo su primer volumen de la «Musurgia» contiene, entre mucha fantasía, informaciones valiosas y algunos ejemplos musicales de interés, y el segundo volumen, dedicado a la música griega, no merece mayor crédito que su «Oedipus».

Los tratados de tarantismo proliferaron de especial manera en el XVIII. Uno de los más destacados fue llevado a cabo por el médico italiano, de origen armenio, Jorge Baglivi, discípulo del famoso anatómico Malpighi; fue nombrado profesor de medicina teórica en el Colegio de la Sapienza, por el papa Clemente XI y publicó en 1704 su «Opera omnia medica practica et anatomica», en la que se recogen sus estudios sobre el tarantismo.

En el siglo XVIII son también de citar Francisco Boissier de Sauvages, médico francés, con su obra «Nosologia methodica» (1763) y Francisco Serao, médico y naturalista italiano, médico del rey Fernando IV de Nápoles, autor de «Lezioni academichi sulla tarantola» (Nápoles, 1742), y las obras de los españoles Irañeta y Jáuregui («Tratado del Tarantismo o Enfermedad originada del veneno de la tarántula, según las observaciones que hizo en los Reales Hospitales del Cuartel General de San Roque, don Manuel Irañeta y Jáuregui, Académico de Número de la Real Academia Médica Matritense, Médico que ha sido de dichos Hospitales. Se trata de paso de los efectos de otros animales venenosos y su curación», Madrid, 1785), Piñera y Siles («Descripción histórica de una nueva especie de corea o baile de San Vito, originada de la picadura de un insecto, que por los fenómenos seguidos a ella se ha creído ser de la tarántula. Enfermedad de que ha adolecido y curado a beneficio de la música Ambrosio Silván: narración de los síntomas con que se ha presentado, y exposición fiel y circunstanciada del plan curativo que se ha practicado. Informe dado a la Real Junta de Hospitales, por el Doctor don Bartolomé Piñera y Siles, Académico de la Real Academia Médica de Madrid, Médico en esta Corte, y uno de los del número de los Reales Hospitales General y de la Pasión de ella», Madrid, 1787) y Cid («Tarantismo observado en España, con que se prueba el de la Pulla, dudado de algunos, y tratado de otros de fabuloso. Y Memorias para escribir la Historia del insecto llamado Tarántula, efectos de su veneno en el cuerpo humano, y curación por la música con el modo de obrar de ésta, y su aplicación como remedio a varias enfermedades», Madrid, 1787).

En el presente siglo, Angel González Palencia en un amplio artículo titulado «La tarántula y la música (creencias del siglo XVIII», que publicó en la «Revista de Tradiciones Populares», cita una interesante bibliografía referente al tema, entre otras: «De anatome, morsu et efectibus tarantulae», en su «Opera omnia medico - practica et anatomica» (edición de Lyón de 1704), de Baglivio; «Précis de la médicine pratique» (París, 1759) y «Sypnosis universal praxeos médical» (1770), de Lietand y «Discórides», de Sauvages, en versión de Andrés de Laguna, nuevamente ilustrado y añadido por Francisco Suárez de Ribera» (Madrid, 1773), obras todas ellas que pueden añadirse a la bibliografía del XVIII citada por nosotros.

En el mismo trabajo de González Palencia se constatan del siglo XVI la obra del médico valenciano Pedro Jacobo Steve, editada en Valencia en 1552, «Nicandri Colophonii, poetae et medici antiquissimique Theriaca»; la de Nicolás Monardes, «De todas las cosas que traen de las Indias Occidentales» (Sevilla, 1565), y para añadir al siglo XVII -de lo asimismo citado por nosotros-, «Curiosa filosofía y tesoro de maravillas de la naturaleza» (Madrid, 1630), de otro insigne jesuita, el padre Eusebio Nieremberg, y su segunda parte, «Oculta filosofía de la simpatía y antipatía de las cosas, artificio de naturaleza, etcétera» (Madrid, 1633).

Por supuesto que a toda la bibliografía citada hasta aquí habría que añadir la específica referente a la historia de la Medicina, pero resultaría prolijo, por lo que, a título de ejemplo, damos fin a este aspecto de nuestro trabajo mencionando una obra ya clásica en el género, como es la «Storia delle Medicina in Italia» (Roma, 1910), de Rienzi.

Mención aparte merecen los magistrales estudios del musicólogo alemán Marius Schneider, durante años colaborador insustituible de nuestro Instituto Español de Musicología (C.S.I.C.): «El origen musical de los animales-símbolos en la mitología y la escultura antiguas. Ensayo histórico-etnográfico sobre la subestructura totemística y megalítica de las altas culturas y su supervivencia en el folklore español» (Barcelona, 1946) y «La danza de espadas y la tarantela. Ensayo musicológico, etnográfico y arqueológico sobre los ritos medicinales» (Barcelona, 1948), cuyos manuscritos en castellano revisó el inolvidable maestro y amigo José Subirá.

Nuestro estudio sobre el tarantismo en el XVIII en España, va a centrarse en la obra de Francisco Xavier Cid y en su aspecto musicológico. No obstante, diremos ahora unas palabras acerca de las obras citadas de Irañeta y de Piñera. La del primero, segunda en extensión, después de la de Cid, es un librito en octavo, de 124 páginas más XXII iniciales, comprensivas de los seis capítulos siguientes: I. observaciones de los accidentes originados de la picada o mordedura de la Tarántula. II. Se determina ser la Tarántula el insecto, de cuya mordedura proceden síntomas mortales. III. De la Tarántula. IV. Estado y alteración a que induce las partes sólidas y humores del cuerpo humano la presencia del veneno de la Tarántula. V. Se manifiesta ser la coagulación de la sangre un efecto remoto del desorden de los nervios. VI. Su curación.

Esta obra, como muy bien hace notar González Palencia en su artículo dicho, es superior a la de Cid por constituir el resultado de las observaciones realizadas por su autor sobre casos a él llegados, contrariamente a la de aquél, quien se limita a narrar casos observados por otros. Sin embargo, a pesar de esta circunstancia, encontramos más interesante la obra de Cid por su extensión y, consiguientemente, por el mayor número de datos aportados a nuestros efectos.

En cuanto a la obra de Piñera diremos que, como la de Irañeta, se basa en la observación directa y es la menos extensa de las tres, con un total de 43 páginas.

Efectivamente, la extensión del «Tarantismo» de Cid es sensiblemente mayor: 324 páginas en cuarto y dos dobles páginas de música. El número de capítulos es de diez, distribuidos de la siguiente forma: «Del Tarantismo.-De la voz Tarantela- Historia del insecto llamado Tarántula o Tarantela.-Relaciones de los Autores que tratan del Tarantismo sobre los efectos que produce el veneno de la Tarántula en el cuerpo humano con la crítica correspondiente -Relaciones de los secundarios efectos del veneno tarantulino en el cuerpo humano seguidos a la música.-Efectos seguidos a las primeras impresiones del veneno de nuestra Tarántula comunicado por mordedura al cuerpo humano.-Efectos de la música en los tarantulados.-Treinta y cinco Historias de los Tarantismos ocurridos en la Mancha, observados y comunicados por los respectivos Médicos de los Pueblos donde sucedieron.-Filosofía de la música con respecto a sus efectos en el cuerpo humano.-Aplicación de la música como remedio a varias enfermedades»

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El autor, don Francisco Xavier Cid, era «socio de la Real Sociedad Bascongada, Académico de la Real Academia Médica Matritense, y Médico Titular del Ilustrísimo Deán y Cabildo de la Santa Iglesia de Toledo, Primada de las Españas, y del Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Don Francisco Lorenzana, Arzobispo de dicha Ciudad».

Resulta de interés para nuestro objeto, el contenido de esa especie de prólogo que el autor intitula «Motivos de la presente obra», en el que nos dice que en los comienzos de su profesión médica leyó el trabajo de Baglivio «De anatome morsu, et effectibus Tarantulae» y «admiró la eficacia y particularidad del veneno de este insecto, reflexionó sobre los raros y extraordinarios efectos que produce, y más que en todo en la música, y modo de obrar, que es su específico y con la que infaliblemente se cura».

Nos recuerda asimismo Cid sus lecturas de las obras de Nieremberg, Oliva Sabuco, Jonstono, Kircher, Pluche, etc., que le reafirmaron en la obra de Baglivio: «En la persuasión de que era cierta en todas sus partes la descripción que hacía el Baglivio de los raros fenómenos que causa el veneno tarantulino, y consiguientemente de los prodigiosos efectos de la música en su curación».

También que, años después, encontró el criterio contrario en la obra francesa «Diccionario portátil de la salud», pues para sus autores cuanto se ha escrito sobre la curación de la tarántula era fabuloso: «aunque lo hayan escrito muchos autores y principalmente Baglivio; muchos autores nos aseguraron que todos los mordidos de la tarántula perecían a pesar del baile, como se ven todos los días perecer de rabia los que se van a bañar al mar, después de haber sido mordidos de algún animal rabioso; lo que puede haber dado ocasión al uso de la música es la melancolía en que caen los que fueron mordidos».

Cid censura con fuerza semejante juicio no apoyado en observaciones directas, sin prueba alguna. y confiesa la impresión que le produjo la lectura de la obra de Sauvages, de igual criterio que los autores del Diccionario. Sauvages cree que el tarantismo es sólo observado por los «paisanos, raza crédula», pero sin negar el efecto que la música haya podido causar en los atarantados: «Baglivio -dice- es el único que atribuye esta enfermedad (el Tarantismo) al escorpión de la Pulla o Apulia. Todos los demás la atribuyen a la tarántula por una preocupación generalmente recibida, del mismo modo que los astrólogos las guerras y las enfermedades epidémicas a la influencia de los astros; es una enfermedad endémica en la Pulla, que se atribuye por una preocupación vulgar a la mordedura de la tarántula, y cuyo principal síntoma consiste en un deseo excesivo al baile y música; acaso esta opinión debe su origen al efecto que produjeron los instrumentos en disipar el adormecimiento que causa la mordedura de la tarántula, y de ahí viene la que se tiene en el día de que la música tiene virtud de disipar el veneno de este insecto por medio de los sudores en que los enfermos caen bailando; la mordedura de la tarántula, ni la picadura del escorpión, no tienen cosa común con esta enfermedad; el calor sólo basta para causarla, por poca disposición que tengan los hombres a este género de locura».

Establecido Cid en Toledo, a principios de 1782, oye referir un caso muy semejante a los de Baglivio, ocurrido en Valdepeñas, cuyo médico le comunicó varias historias y otras de pueblos comarcanos, formando con ellas las 35 historias que Cid recoge en su libro.

Explica también el autor las dos significaciones de la voz «tarantismo»: una es el efecto que produce en el cuerpo humano el veneno de la tarántula comunicado por la mordedura: «De modo que el conjunto de fenómenos morbosos, como son la postración, debilidad, ansiedad, palpitación de corazón, opresión de pecho, etc., todos efectos de un poderoso veneno coagulante, se llama «tarantismo» o efecto producido por el veneno de este animal...La otra significación que se da al nombre de «tarantismo» es el baile que causa la música en los tarantulados o mordidos de la tarántula, de cuya significación se usará frecuentemente en esta obra, para manifestar el movimiento compaseado excitado por ella en los tarantulados».

Además, Cid pone de relieve la extensión del vocablo «tarantismo», por analogía, «a toda enfermedad que se manifiesta con saltos, brincos o cualesquiera otros movimientos, sean o no convulsivos, que tengan o digan alguna semejanza con el baile y no sólo a cualquier baile o movimiento que se le parezca, sino a la pasión violenta de la música cuando altera la salud. Llámase esta enfermedad «Tarantismus Musomania», termina diciendo.

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Así define Francisco Xavier Cid la danza de la «tarantela»: «sonata con que se despierta del adormecimiento y languor en que caen los mordidos de la tarántula», y añade que la sonata de la tarantela es cierto sonido armónico «bastante vivo y acelerado entre fandango, folías y canario, o una mezcla de todas estas sonatas, muy propio y aun específico para excitar a los ya moribundos infectos del veneno del referido animal», constando por la experiencia -continúa Cid- «que en todo caso de tarantismo, aunque se ensayen cualesquiera otras sonatas, con ninguna se excita el enfermo a ejecutar el más mínimo movimiento; pero oída ésta al momento da muestras de sentir sus impresiones, sacudiendo los músculos en movimientos concertados y muy conformes a los puntos de ella; tóquese en vihuela, violín u otro instrumento. Solamente en Baglivio -termina diciendo Cid- se encuentra una historia, que es la VII de su tratado de Tarántula, que la sonata conocida por el nombre de la «cadena» produjo igual efecto»

Más adelante concreta Cid que Baglivio tomó dicha historia del Epifanio Ferdinando y que la tarántula que mordió al paciente, acaso sería «úvea», según los síntomas que aparecieron; pero, con todo, «se debe dudar que lo fuese, cuando todos los casos que han ocurrido posteriormente confirman que no produce efecto ninguna de las demás sonatas, sino la tarantela, particularmente si fuesen aquellas de las suaves y pausadas; requiérese en estos casos una música viva e impelente, que eficazmente mueva los nervios del enfermo; todas las de suave melodía y como que tienen cierta dulzura pausada, lejos de avivar los espíritus e irritar los nervios, adormecen, entorpeciendo aquéllos y aflojando éstos; consiguientemente son ineficaces, como lo prueba la observación»

Según Cid, en La Mancha, se utilizan tres tipos de tarantela en la curación del tarantismo. Los mismos «se diferencian en muy poco por lo respectivo a los puntos; pero la viveza con que se tañe el instrumento, sea el que quiera, y: algún otro redoble que se haga, conmueve poderosamente al paciente una más que otra»

Nosotros recogemos al final del presente estudio, en un cuadro sinóptico, los elementos de interés musicológico contenidos en las 35 historias que comprende la obra de Cid y, entre ellos -dato realmente curioso y amable-, los nombres de algunos de los instrumentistas intérpretes de las tarantelas «salvadoras», y de otras «sonatas» y «sones». El ciego de Almagro, José Recuero, es uno de los nombres llegados hasta nosotros, célebre tocador de la región, «instruido en las tres especies de tarantelas que se tocan en la provincia de La Mancha», como nos dice Cid. El orden en que José Recuero interpretaba aquellas tres especies de tarantelas y la forma de ejecutarlas, hacía más eficaz su terapéutico remedio: «Todas guardan el mismo compás, término final y puntos, el orden que éste les da, ayudado de la viveza con que los ejecuta, hace que la que éste tañe obre más eficaz y prontamente»

Después, Cid nos dice que «así lo afirma el dicho Ciego al folio 42 de la información que sobre el particular de orden del Supremo Consejo recibió el Sr. Soler, confesando que, aunque instruido en las de los demás pueblos de la Provincia, nunca las usaba, por tener experimentado que aunque con todas bailan y se curan los dolientes, tardan dos o tres días más, y con la suya se logra sin comparación más pronto alivio». Cid aclara a continuación que «las sonatas tarantelas puestas en solfa -se refiere a las recogidas en los ejemplos musicales que figuran al final de su libro- para violín son la primera del Ciego Recuero de Almagro, la segunda es propia de la Pulla, y las restantes las que usan en varias partes de Italia. En la vihuela se toca por el cinco al dos, tres y cuatro, prosiguiendo estos puntos con celeridad a modo de canario. La mayor energía con que obra esta particular tarantela consiste en la mano del guitarrista, que la ha de llevar muy aprisa y con concierto por los dichos puntos»

Además de José Recuero, la obra de Cid menciona a los siguientes tocadores, generalmente guitarristas o vihuelistas: Nicolás el Cantero, Fulgencio el Pintor, Fray José del Espíritu Santo (trinitario), Gabriel Ximénez, Francisco y Luis Ribera (discípulos de Ximénez), Manuel Meoro el Alguacil menor, Francisco Beltrán el Esquilador, Manuel de Tera, Juan Cerda, Antonio Muñiz, Bernardo Gómez Barbé y José López.

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Una de las cuestiones más interesantes que plantea Cid es la referente al origen de la danza de la tarantela en La Mancha. ¿Cuándo y cómo aparece? Se pregunta cómo los manchegos saben la tarantela y aplicarla a los atarantados. Para él se ignora el origen de la tarantela en las provincias manchegas, al igual que el tiempo desde que se tiene noticia de su aplicación terapéutica, afirmando que es de presumir que en esta región, lo mismo que en el resto de nuestras regiones meridionales, se tiene «ha mucho tiempo noticia y conocimiento de la tarántula, su veneno, y remedio por la tarantela».

También señala la posibilidad de que, por los años de 1750, un italiano iniciara dicho remedio en La Mancha, terminando el autor la cuestión con el siguiente párrafo que, por lo curioso, transcribimos íntegramente, y que dice así: «Sino nos constase de la inmemorial de la referida expresión generalmente recibida en la Península, deberíamos creer lo que el Dr. Roch en carta con fecha de 7 de Junio de 1784 asegura: «que se tiene por cierto que el que tocó primeramente en la Provincia de la Mancha la tarantela a los mordidos de este insecto, y de quien la aprendieron sus naturales, fue un Nicolás Mazarren o Mazarrón, natural de Milán, de oficio cantero. Dejose ver en este país hará 30 años, hasta cuyo tiempo, dicen, que todos los mordidos morían» (2).

Es de creer que la hubiera aprendido -comenta Cid- en la Pulla, y viendo que eran mordidos en La Mancha por una araña muy semejante a la Tarántula Apula, y de cuya mordedura todos morían, ensayase en su curación la tarantela: «En efecto, si es cierta esta relación, le salió bien la tentativa, habiendo dejado a los manchegos al infaltable remedio para la curación del tarantismo».

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Otro de los temas musicales de interés apuntado por Cid, si bien muy brevemente, es el organológico, que comienza diciendo: «La música o es de instrumento o de voz; de instrumentos acordes, o de voces arregladas, o de uno y otro. De cualquier modo que se haga la música, de voz o instrumentos, con tal que la sonata sea proporcionada al veneno, cura el tarantismo, aunque el enfermo aparezca en el último extremo. La guitarra y el violín son los más extraordinarios; pero es de creer que todos los instrumentos, aun los más groseros, cuales son la zampoña o flauta pastoril, zambomba, rabel, etc., hagan los mismos efectos si con ellos se tocase. el son de la tarantela u otro análogo al veneno. Las chirimías, dulzainas y otros de aire que forman un sonido agudo y penetrante, como el clarín, clarinete, etc., sin duda los causarían más prontos. Y sería acertado experimentarles; pues hay fundamento para sospechar que encontrada la sonata acomodada se conseguiría muy en breve la curación. Cada uno nota en sí al oír alguno de los dichos instrumentos particularmente ciertas sonatas, una conmoción interior, y cierto estímulo a moverse interiormente y dirigirse a obrar sin libertad con determinación al objeto de la música».

Plantea asimismo su preferencia por el violín, como instrumento «terapéutico», expresándolo del siguiente modo: «El violín es instrumento bastante común, del que se podía usar con mejor efecto que de la vihuela. Es su sonido más vivo y penetrante, y de consiguiente más eficaz. Efectivamente ya se ha usado con buen suceso en la Mancha; y es de esperar que en lo sucesivo se use de él con preferencia ala vihuela, si fácilmente se pudiese haber a las manos» (3).

Termina esta parte de su obra -y nosotros la primera parte de este estudio- con una descripción general de los efectos de la música en los tarantulados. He aquí lo escrito por Cid: «Sea el instrumento de cuerda o aire, si se toca la tarantela comúnmente mueve al enfermo; y cuando esta sonata no lo hiciese, se deben ensayar varias hasta que se encuentre con la proporcionada al veneno. Entonces el que se veía en la agonía con voz lánguida y desmayada, si acaso la tiene, cubierto de sudor, y falto de fuerzas, suspira con ayes tristes como que se desahoga, empieza a mover los pies, dedos y manos sintiendo al mismo tiempo alegría y alivio en los síntomas, y después los demás miembros. Continuada la música, crece el movimiento hasta ponerse en pies, y empieza a bailar con tal fuerza, velocidad y arreglo, que es la admiración de los concurrentes. Auméntase la admiración viendo bailar con tanta ligereza al que en el momento anterior estaba postrado en tierra, exánime y desmayado, y con tal arreglo al compás, como si fuera el más diestro maestro de danza. En este estado nota las disonancias, y percibe cualquiera golpe mal dado, y mucho más si lánguidamente la sigue o muda de intento de tocata. Suspende el baile, se queja lastimosamente, padece varias contorsiones en todo el cuerpo, cae a tierra desmayado si no le sostienen, y encarecidamente ruega que no toquenb aquel son, y vuelvan a la tarantela. Empezada esta, vuelve a bailar con igual velocidad y compaseo, suda, se pone en la cama, y toma caldo u otro alimento ligero. Sigue el sudor. Desvanecido éste vuelve al baile del mismo modo por la música, y se ejecuta lo mismo otra y otra vez, hasta que ya ésta no le mueve, creyéndose entonces curado. Si la música llegó a tiempo antes que el veneno se radicase o altamente se imprimiese en alguna entraña (que cuando sucede esto por lo común es estómago o corazón) y se acertó con la sonata, es curado brevemente el enfermo en el espacio de cuatro días regularmente, aunque no faltan historias de las nuestras en que se extendió el baile a más tiempo para conseguir la curación. Pero si se ocurrió tarde con la música, acaso no se curará, o si se curase, no será radicalmente. No se podrá exterminar enteramente el veneno por haberse violado alguna entraña; en cuyo caso tienen los envenenados todos los años su recidiva. Se hacen tristes, melancólicos, huyen las concurrencias, aman la soledad; y en esta situación será (si se ha verificado algún caso tal) cuando dice Baglivio «que muchos aman la soledad, se deleitan en los sepulcros, y se tienden como muertos en la caja de los difuntos. Arrojándose a los pozos como desesperados, etc»

«En este estado de tarantismo -continúa Cid- se observan los efectos de un veneno que obra con lentitud, disgregando los humores, y disponiendo los órganos a su corrupción. El trastorno de la razón, la ictericia, caquexia, hidropesía, tumores, cardialgias, y otras enfermedades innumerables que les ocupan, así lo persuaden. No bien disipado el veneno por alguna de las referidas causas, al año se refermenta y produce los mismos males que al principio. Caen en tierra afónicos, como tocados de apoplejía, exánimes, con color aplomado en cara y extremos, y todo el conjunto de síntomas que se observó en el primer acontecimiento. En oyendo la música vuelve poco a poco en sí el enfermo. Empieza a mover pies, manos, y después todo el cuerpo; se pone en pie y baila según se ha dicho. Por mucho que baile y sude no se extermina ya enteramente el veneno; y así además de causar los efectos del tarantismo crónico, ictericia, caquexia, hidropesía, varios apostemas, feas excreciones cutáneas, etc., al cumplir el año que fue mordido es acometido, de nuevo insulto. Para esta inteligencia es necesario saber que hay dos tarantismos, o lo que es lo mismo, considerar el atarantamento en dos estados. En el primero cuando obra con toda su eficacia el veneno y causa funestos síntomas, es agudo; en el segundo cuando obra lentamente, es crónico. y aun el primer atarantamento se puede subdividir en tarantismo simple y compuesto. El simple únicamente causado por el veneno; el compuesto por éste y la música. No siempre la música produce el baile. Alguna vez no hizo más que recrear al enfermo, disipar la tristeza, y calmar a manera de encanto todos los fenómenos morbosos. Otras veces apenas es sensible su efecto. Se notó caso en que no causó otro que el de mover copiosos vómitos, los que constantemente seguían a la música; y también alguno que fue tan poco perceptible que sólo hacía mover el estómago con un cierto género de dilatación y contracción, sin llegar a causar vómitos, ni otros movimientos que fueran sensibles. También en estos casos se curaron los atarantados con sola la música, y sin evacuación. Lo mismo que se ha dicho de la música de cuerda o aire se debe entender de la de voz. El canto de las golondrinas y el de ciertas mujeres lavanderas mitigaban y calmaban las fatigas de uno que se creyó tarantulado; y es bastante verosímil que suceda lo mismo con otros cantos» (4).

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(1) Existe una versión para dos pianos, debida a los pianistas españoles Miguel Frechilla y Pedro Zuloaga.

(2) F. X. CID: Tarantismo observado en España..., pág. 22.

(3) Ibid., pág. 98.

(4) Ibid. pág. 102.




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MUSICA Y TARANTISMO EN EL S. XVIII ESPAÑOL (I Parte)

VARELA DE VEGA, Juan Bautista

Publicado en el año 1986 en la Revista de Folklore número 61.

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