Revista de Folklore

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Releyendo a Rafael Navarro y sus alfarerías de Palencia y León: 1935

ECHEVARRIA ALONSO-CORTES, Enrique

Publicado en el año 2017 en la Revista de Folklore número 425.

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Introducción

Hace ya unos años, empezamos a interesarnos por la alfarería de la provincia de Palencia, comprobando la carencia de bibliografía (solo se podían encontrar unos pocos trabajos), de colecciones visitables (igualmente solo unos pocos museos y colecciones) y aún de interés por el tema. Con el tiempo fuimos cayendo en la cuenta de que tal asunto era suficientemente complicado como para liarse en vericuetos varios, pero siempre volvíamos a un artículo publicado por Rafael Navarro en 1935, en los Anales del Museo del Pueblo Español (Madrid), titulado Cerámica Popular de Palencia y León, que pasaría por ser el primer texto sobre la alfarería popular de ambas provincias. Lo que podría parecer una bendición, ya que trataba sobre unas alfarerías casi extintas antes de 1936, se ha demostrado con el tiempo que debe ser tomado también como un impedimento y que solo tras una lectura híper-crítica podría empezar a valorarse como un texto verídico. A lo largo de este artículo, intentaremos desgranar tanto el contexto intelectual en el que se insertaba Navarro, como el antiguo estado del conocimiento etnográfico, tipológico y terminológico, así como sus implicaciones en nuestro saber actual. Creemos que sin ello, y por varios motivos que también se irán citando, sería imposible avanzar en determinados aspectos de la alfarería popular del norte castellano y leonés y especialmente palentina. Aunque el artículo de Navarro consta de solo cinco páginas de texto y una de lámina con ocho fotografías, en dichas páginas se tocan bastantes asuntos que colean en la actualidad, nunca han sido resueltos del todo e incluso se complican a medida que pasa el tiempo. Entre los aspectos que han dificultado el entendimiento de la alfarería de las comarcas palentinas, estarían las citas acríticas de autores como Natacha Seseña y otros, que asumieron las afirmaciones de Navarro sin ningún tipo de filtro, suponemos por lo que tenían de venerables y porque les venían bien para completar y publicar datos -no comprobados- con un marchamo de cientifismo literario. Los textos tipo Wikipedia y turismo de consumo rápido que se expanden en la actualidad, aunque permiten una aproximación gratuita, sencilla y rápida, lejos de aclarar los términos, aumentan en general la confusión. Quede claro asimismo que nuestra actitud respecto a Navarro es de respeto y admiración por su trabajo y en absoluto pretendemos denostar o mancillar su legado (por cierto, prácticamente olvidado en Palencia), lo que no significa desechar sus aportaciones sino más bien intentar delimitarlas y completarlas en lo posible.

El contexto y la figura de Rafael Navarro

¿Quién era Rafael Navarro? Solo existen referencias a él en los libros de José Luis Sánchez García (Medicina y colegiación en Palencia durante los siglos xix y xx, 1998) y de Albano de Juan Castrillo (Los médicos de la otra orilla: la represión franquista sobre los médicos palentinos, 1936-1945, 2005). Con los datos que ellos aportan, y después de un paseo por varias hemerotecas, hemos concluido –salvo posibles errores– lo siguiente: Rafael Navarro García, era doctor en Medicina (con especialidad como ginecólogo por la Universidad de Valladolid –1890–, doctorado en 1929), nacido en Madrid en 1870 y fallecido en la misma ciudad en 1952 (una breve necrológica suya firmada por Ramón Revilla Vielva –entonces Director del Museo Arqueológico Provincial de Palencia–, aparece en el Boletín Oficial de la Prov. de Palencia del 27 de enero de 1954). Estuvo casado con Felisa Martín Cabrera, quien falleció en Palencia el 31de octubre de 1925, con la que tuvo varios hijos. Rafael Navarro fue medico titular de Torrecilla de la Orden (Valladolid), y de Coca (Segovia) al menos entre 1899 y 1905 en que renuncia a dicha plaza para ser nombrado por oposición Medico Director de los Establecimientos Provinciales de Palencia (o sea la Beneficencia). En 1904, aparece acompañando en varias excursiones por la villa de Portillo, al historiador Antonio de Nicolás, quien publicaría un trabajo sobre ello en 1907 en el Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones. Desde esa fecha de 1905, lo vemos formando parte activa de la sociedad palentina y desempeñando diversos cargos: director de la Sociedad Económica de Amigos del País (1913-14); director de la Cruz Roja de Palencia (1925); miembro y director del Colegio de Médicos; vocal-secretario de la Junta Provincial de Turismo (1929); académico correspondiente de las RR.AA. de Bellas Artes e Historia de San Fernando, de Toledo y de Valladolid (1930); medico director de la Beneficencia Provincial y Delegado Regio de Bellas Artes y Primera Enseñanza (El Diario Palentino: 26/04/1932; 5/05/1933); miembro de la Agrupación de Estudios e Iniciativas de Palencia y director de su Sección de Estudios Históricos y Artísticos (en 1932-33); así como vocal, secretario (1921) y presidente de la Comisión Provincial de Monumentos en distintas fechas.

Tanto como médico o como historiador del arte, periódicamente publicaba trabajos, como p. ej. en el IX Congreso Internacional de Higiene y Demografía (Topografía Médica …, La Democracia, nº 81, 3/05/1899), o dictaba conferencias como el homenaje a Victorio Macho (1921), sobre Zurbarán y Morales en el Ateneo de Cáceres (1927), o sobre Higiene Mental en 1934, etc.

Los trabajos más importantes relacionados con la Historia del Arte y la Arqueología, son la redacción de los Catálogos Monumentales de la Provincia de Palencia, cuyos tomos II (1930, Astudillo y Baltanás), III (1939, Cervera del río Pisuerga y Saldaña) y IV (1946, Palencia) parecen deberse a su intervención directa. También publicó en el Diario Palentino (1931, Nº. extra «El Diario Palentino 1882-1931», pp. 33-34) un artículo titulado De cómo vieron a Palencia los geógrafos y los viajeros: nuestra ciudad ha sido señalada, descrita y definida por escritores de todos los tiempos y en el Boletín de la Academia de Bellas Artes de Valladolid, el artículo en dos partes Noticia de unos pleitos eclesiásticos en Aguilar de Campos (Bol. Nº 9 y 11, 1933, Valladolid).

El nombramiento, sin embargo, que más nos interesa es el de patrón por la Provincia de Palencia[1], del Museo del Pueblo Español de Madrid, dirigido por el conocido etnógrafo Luis de Hoyos Sainz, en cuyos Anales de 1935 publicó su artículo mencionado. Parece ser que al mismo tiempo, Navarro se encargó de la adquisición y obtención de piezas, de las cuales conocemos varias de alfarería y cerámica popular (la mayor parte pueden consultarse en la base de datos CERES museos, incluyendo como criterio de búsqueda la palabra Astudillo), supuestamente adquiridas antes de 1940, tanto en la provincia de Palencia como en otras (Salamanca, Santander, etc.). En casi todas las referencias a su persona, siempre se destaca, aparte de una gran capacidad de trabajo, su gran cultura respecto a la historia del arte, inusual aunque no única para un médico. Después de la guerra civil y casi ciego, Navarro se fue a Madrid en donde muere en 1952. Con su partida había quedado inconcluso el expediente de depuración político-social iniciado contra él por las fuerzas franquistas de Palencia.

El artículo de Navarro sobre la cerámica popular

El artículo al que nos referimos, debe contemplarse en el contexto del marco de la creación del Museo del Pueblo Español y de una conciencia nacional en el seno de la Republica Española, orientada sin embargo a la consolidación de una identidad de pueblo y nación que se daba en todos los países de Europa por aquel momento. Así, Navarro iniciaba su escrito con la siguiente frase: «Lo popular es, siempre, lo más importante y, desde luego, lo más bello, porque está más cerca de la sinceridad de las formas y porque crea tipos cerámicos menos variables y más característicos». También en el marco de una valoración de la cerámica arqueológica, Navarro seguía comparando las formas obtenidas de yacimientos de la edad del hierro, con la cerámica común romana y con la alfarería popular.

Carmen Ortiz (1987, nota, pp. 110-113), describe la representación española en el I Congreso Internacional de Artes Populares de Praga de 1928, presidida por Hoyos Sainz. En dicho Congreso, Rafael Navarro presentó al menos cuatro resúmenes de los que desconocemos si luego llegaron a publicarse completos: Los carros de Brañosera (Palencia), La cerámica popular de Palencia, El vestido popular en Castilla: el traje de Grijota y Los trajes populares de la provincia de Zamora: vestidos de Carvajales y Aliste. Todo ello nos indica que Navarro era conocedor de más amplios aspectos de la etnografía general, y no solo de alfarería y cerámica.

Además, para quien no conozca bibliografía sobre historiografía y alfarería popular, debe comentarse que salvo algunos trabajos sobre las cerámicas de Sevilla (Gestoso, 1903), Talavera (Vaca, 1911, 1943) y Levante (Escrivá de Romaní escribía en 1919 sobre la cerámica de Alcora; Guillermo de Osma en 1902 y 1923 sobre azulejos sevillanos o cerámica de Manises, Paterna y Valencia), puede decirse que el artículo de Navarro era para su época novedoso y vanguardista. Los trabajos del siglo XIX sobre historia de la cerámica española (Riaño 1879, Giner de los Ríos 1892, Valls 1894,…) no solían detenerse prácticamente en la alfarería, centrándose más en las lozas tanto de lujo como populares. Un trabajo como el de Francisco Miquel y Badía, publicado en 1882, sobre Cerámica, Joyas y Armas, estaba redactado en forma de cartas que un erudito enviaba a una «señorita» para su formación general sobre temas que rayaban con la decoración de una casa tipo de la alta burguesía. Por ello, no podía tratar en absoluto la alfarería popular –en este caso catalana- sino solo de pasada la griega de la antigüedad y desde la óptica del coleccionismo o la mitología.

Por esa misma época, y salvo los estudios sobre cerámicas históricas como los lustres de tradición hispano musulmana, las talaveras o el trabajo general de González Martí (1933) sobre la cerámica española, solo en Cataluña se emprendían trabajos lexicográficos sobre la alfarería (Casas, 1921; Roig, 1925; Grivé, 1935). Además de lo anterior, podrían citarse los trabajos del Archiduque Luis Salvador sobre la etnografía de las Baleares –con referencias a cestería y alfarería-, así como el trabajo de Wilhelm Bierhenke sobre las alfarerías murcianas de Algezares, que aunque realizado en 1932, no fue publicado hasta 1973 por Rüdiger Vossen.

Únicamente comparable al artículo de Navarro en alcance y cronología, sería el trabajo del alfarero y ceramista catalán Mariano Burguès (publicado en 1925 con dibujos y tipologías de la alfarería catalana, en una editorial de Sabadell), que se puede considerar como la primera publicación española o catalana sobre alfarería popular. Habría que esperar a los trabajos de Cortés Vázquez (el primero de 1953) sobre Salamanca, Zamora y el Reino leonés, para ver publicaciones serias sobre alfarería antes del boom de los 70. El listado de piezas de alfarería popular castellana que el artículo de Navarro completa, es posiblemente el primero documentado en el siglo XX, fuera de inventarios notariales o similares y después de las tasas de los siglos XVI al XVIII[2]. Respecto a publicaciones generales o específicas sobre la alfarería palentina, habría que esperar a las de González Pena (1979), Abad Zapatero et al (1982), Gómez Nuño y Pelaz (1983), Sanz (1983), García Colmenares y Guardo (1993), García Montes et al (1995, 2006), Porro Fernández (2001), Husillos García (2012) y Echevarría et al (2013), todas ellas reseñadas por Bellido Blanco (2013).

Palencia junto a León en el título. ¿Una ocurrencia?

Navarro no explica la unión de estas dos provincias, pero sin embargo nuestra experiencia nos ha demostrado que no era casual. Lo primero que nos sugiere el título del artículo, es la curiosidad por la mezcla de ambas provincias y comarcas –Palencia y León- en un mismo ámbito. Navarro había vivido en Coca (ciudad alfarera de antiguo) y visitado posiblemente algún alfar en Arrabal de Portillo (Valladolid), en sus excursiones con Antonio de Nicolás. El texto de su artículo y los sucesivos Catálogos Monumentales de Palencia, nos confirman que conocía relativamente bien la provincia de Palencia así como localidades alfareras como Baltanás, Astudillo, Carrión y Cervera (estas dos últimas sin comprobación de alfares populares todavía en la actualidad). A lo largo del texto menciona otras localidades alfareras que comentaremos.

Entre 2005 y 2013 emprendimos un trabajo de campo en la zona de Baltanás (con publicación final –Echevarría et al, 2013–), parte del cual consistió en una búsqueda en el Archivo Municipal y otras fuentes escritas, sobre la procedencia de los alfareros que habían residido en el municipio. Otra de las fuentes de información fueron las piezas de los museos etnográficos de Autilla del Pino (Catalogo, p. 126, orza tipo Jiménez-León), Frómista (Museo Etnográfico de Rodolfo Puebla), Cervera de Pisuerga (Museo Etnográfico Piedad Isla) y Ampudia (Colección Fontaneda del Castillo de Ampudia). Tanto unas como otras fuentes de información, nos confirmaron la emigración durante el siglo xix de alfareros de Jiménez de Jamuz (La Bañeza, León; varias familias, incluida la de los Fernández) y de Tajueco (Soria, familia de los Almazán), a la provincia de Palencia. Igualmente en los museos y colecciones mencionados, así como en anticuarios, almonedas y coleccionistas, veíamos una enorme cantidad de cacharros de tipo leonés (compitiendo eso sí con las alfarerías vallisoletanas de Arrabal de Portillo) que suponíamos fruto del comercio a media distancia, pero que luego se ha demostrado en parte que procedían de la emigración directa de alfareros y su establecimiento definitivo en diversas comarcas palentinas. También se ha mencionado la residencia de alfareros jiminiegos en Paredes de Nava, en plena Tierra de Campos palentina. Pues bien, aunque Navarro no lo mencione explícitamente, ¿es posible que él supiera de la procedencia leonesa de muchos de los alfareros de cuya obra hablaba? En su división comarcal por zonas económicas alfareras, divide o clasifica el territorio palentino en tres zonas: el Cerrato, la Tierra de Campos y la Montaña, a la que identifica con lo leonés y la decoración cromática. Además, menciona como centros alfareros leoneses, los de tierras de Riaño, Valencia de Don Juan y Astorga (centros éstos todavía poco o nada documentados).

Como comentario final en este apartado podemos decir que nos produce una cierta perplejidad que Navarro no mencionase los préstamos formales en Palencia, de las alfarerías de Burgos y La Rioja por una parte, y por otra de Valladolid (solo existe una mención a arcillas blancas de Peñafiel) y Zamora (menciona la cazuela zamorana, suponemos de Pereruela o Muelas) o incluso de Cantabria.

Tipología y terminologías

A partir de la página 99, Navarro inicia una enumeración de los tipos cerámicos producidos en las comarcas palentino-leonesas. Iremos viendo cada una de las piezas, ya que el propio autor transcribe en cursiva aquellas que considera más interesantes, con una reseña en ocasiones y una referencia a la pieza concreta, algunas compradas o conseguidas por él mismo y donadas al Museo del Pueblo Español por las mismas fechas.

Las primeras menciones serían las «botijas del valle de Cerrato», de un solo pitorro, un asa y un color vidriado, verde o blanco marfil. Ya hemos mencionado en otra publicación (Echevarría et al, 2013, p. x), que posiblemente esas botijas en verde o blanco (marfil o quizás amarillento) serían producidas en los alfares de Palencia capital o de Astudillo, ya que no conocemos vidriados verdes en Baltanás (aunque esto no significa que no existieran). El autor menciona que se usaban «para llevar agua a las eras» y se olvida de comentar el extendido nombre de boto o barril para muchas de ellas, así como que las de menor tamaño, posiblemente se usaban para vino, vinagre o aguardiente, aunque en el listado posterior sí que refleja el «botijo de aguardiente».

Seguidamente escribe que el «cántaro más típico es el de Astudillo, esmaltado y vidriado como una pieza de loza». Antes de seguir con este tema, hay que mencionar que Navarro solo vuelve a mencionar las palabras «cántaros y cantarillas, algunos al estilo Cantalapiedra» en su listado, demostrando además que conocía tipologías alfareras de otros centros productores como Cantalapiedra en Salamanca.

Después describe el ejemplar con la fecha grabada de 1842 (actualmente solo conservado 184?), de color verde claro –hoy amarillento- que aparece en la Lámina X (fig. 1) y en el que aparecen tallos de carrizo, piñas florecidas, «un corazón convencional martirizado con clavos, un escudo que puede ser de cofradía y otros varios dibujos arbitrarios». En este caso, Navarro acertaba solo a medias. El comentado cántaro, no era tal en realidad, como puede observarse en el catálogo de Museo del Traje, nº CE008936, sino un jarro de cofradía, con la tipología tradicional de los jarros cosecheros (que sí menciona en su listado como jarro de cosechar), grandes como cántaros pero con menor panza, un cuello alargado, fuerte asa y vidriados totalmente por el interior y exterior (en este caso concreto). Este tipo de jarros, usados en general solo para vino, eran encargados a los alfares por los nuevos mayordomos de cada cofradía y ofrecidos a sus confrades llenos de vino en cada colación comunal durante las fiestas. De ellos se conservan varios ejemplares, se supone que fueron fabricados en Astudillo posiblemente para una cofradía relacionada con el Cristo de Torre Marte y la descripción de su iconografía sería prolija y en absoluto arbitraria, sino fruto de una larga evolución de los símbolos populares y religiosos durante varios siglos. Antes de continuar con los recipientes para vino, observamos aquí que el autor nos privó de alguna descripción mayor del recipiente alfarero por excelencia, el cántaro. Así es difícil precisar todavía hoy en día, cuál era el cántaro típico tanto de Palencia capital como de otras comarcas, ya que solo tenemos exactamente documentado el cántaro de Baltanás – con un pequeño resalte curvo en el cuello-, parecido a los de Valladolid, Portillo y Peñafiel y distinto del cántaro de Jiménez de Jamuz y León, como hubiera sido de esperar en Baltanás obrado por alfareros de ascendencia leonesa, pero a los que la tradición local obligó a seguir realizando una forma autóctona. Respecto a los cántaros de Astudillo, los ejemplares conocidos parecen relacionarlos más con los vidriados con un mandil amarillo de tipo burgalés –en los de boca ancha- o directamente con los de boca estrecha tipo Castrojeriz, desechando como cántaros, todo otro tipo de piezas que deben ser consideradas como jarras diversas y medias cantaras de vino.

Dado que más adelante Navarro habla de las jarras de vino o más bien del «jarro de vino de Palencia», lo comentamos aquí mismo puesto que la relación con el anterior es directa y esencial para explicar alguna de las manifestaciones alfareras palentinas (y burgalesas) más valoradas y de mayor calidad e interés. Navarro describe dicho jarro como «…de muy ancha base, cuello bastante estrecho y boca muy abierta … vidriados por dentro y a medio vidriar por fuera, …» y comenta que se dejaron de fabricar sobre 1932. La incluye en la ilustración (Lámina X, fig. 8), y apunta «No hay ningún jarro en España que se le parezca en la prístina elegancia que ha conservado. Hay un ejemplar de jarro palentino, muy bien imitado, en tierra de Dueñas, que tiene grabados admirablemente perdices y plantas. Es un ejemplar del siglo xvii».

El Museo del Traje (heredero del del Pueblo Español; Nºs: CE 002418, CE 010034, CE 15380), el Nacional de Artes Decorativas (Madrid; Nº: CE24007) y algunas colecciones privadas, conservan jarras de varios tamaños con características similares a las mencionadas. Durante décadas, y en parte debido a la belleza de los ejemplares y al alto precio que alcanzaban en el mercado anticuario (de hecho, cualquier pieza a la que se considera de Astudillo aumenta inmediata y artificialmente su precio), se han considerado como de Astudillo todas las jarras con vidriado amarillo y motivos esgrafiados (es decir con el dibujo rascado sobre el juagüete amarillo con un punzón, sacando y aportando a la línea el color del barro rojizo del fondo) con pájaros o perdices, árboles y ramas, corazones con flechas, custodias y cruces de calvario, etc. A pesar de ello, el texto de Navarro nos está sugiriendo que al menos en Dueñas (Palencia, donde sí se han documentado alfareros) se realizaban esas mismas jarras o similares, con dicho tipo de juagüete y decoración. En los últimos años, van apareciendo en exposiciones y colecciones particulares (p.ej. exposición comisariada por J. Arias Canga en León en 2009), otras jarras y piezas de otros posibles alfares con similares características de vidriado. Entre ellas estarían las jarras amarillo-verdes obtenidas con vidriado sobre juagüete blanco-amarillo, teñido de verde con limaduras de cobre mezcladas con la frita o espolvoreadas sobre el objeto una vez aplicado el baño, pero antes de la cocción. Jarras con dichas características se han producido al menos en Peñafiel (García Benito, 2010) y Tudela de Duero (Valladolid), en el Barrio de Olivares (Zamora, Arias Canga, 2009, p. 74 y colecciones privadas) y posiblemente en Palencia ciudad, Aranda de Duero y Lerma (Burgos). Jarros de cofradía, cosecheros o sencillamente de vino muy parecidos, también en alfares de Castrojeriz y Pampliega (Burgos), aunque con formas más abombadas y relacionadas con las medidas de vino de toda la zona que Navarro solo menciona como media cántara de pote (media cántara) y cuartilla.

Sobre el jarro de vino de Palencia, normal y sin decoración de tipo festivo-conmemorativo, podemos decir que aparte de su relación formal con los jarros de Peñafiel, Tudela de Duero y Aranda de Duero, solo conocemos un ejemplar con el escudo cuartelado de Palencia quizás de los años 20 (1920), realizado con una especie de esgrafiado. En la publicación de García Benito, aparece entre las jarras de Peñafiel una que quizás podría ser palentina, por el modelado de la base (p. 273, fig. 14). Algún autor como C. Porro (Estudios de Etnología…, 2001), considera las jarras con pájaras y esgrafiados varios como jarras de boda, debido a la proliferación de decoración y símbolos, aunque igualmente podrían ser consideradas como jarras de cristianar, ya que existe constancia de dichos regalos que los padrinos de bautizo aportaban a la ceremonia. González-Hontoria (1991, 44) documenta en su libro, jarras de cristianar de barro y de latón en la provincia de Palencia, alguna sumada como pieza al Museo de Tradiciones Populares de la Universidad Complutense de La Corrala del Rastro en Madrid.

El botijo (de todo tipo, pero diferenciado de la botija de un solo pitorro) es una de las señas de identidad de la alfarería de Astudillo. En principio debe comentarse que el botijo, o más bien botijo levantino-catalán de boca y pitorro, es una producción relativamente reciente en la España interior, donde solo aparece a partir del siglo xviii. La pieza mencionada tanto por Navarro y Carmen Nonell como por González Pena o Seseña, es el botijo de Pasión. Navarro menciona que se realizaba para las ferias con relieves de escenas de la Pasión, el Calvario, etc., y habla de los moldes del S. xvi (Lám. IX, fig. 22). Habría que mencionar que los moldes conservados de Astudillo y en colecciones particulares, posiblemente daten del siglo xviii en adelante, con figuras que también se aplicaban a cantaros y otras piezas. El listado de piezas que refleja Sanz (1983) y luego Javier Guardo en la publicación sobre la exposición de Cultura material y tradición en el Cerrato palentino (García Colmenares et al, 1993) que pertenecía en origen al alfar de los Moreno, incluye al menos 6 tipos de botijo. De cualquier forma, el que parece ser el motivo principal de las figuras en relieve de todas las formas y tamaños de los botijos de pasión, junto a vírgenes y santos, es un Sagrado Corazón de Jesús, iconografía también relativamente moderna en el cristianismo español (siglo xviii). Posteriormente dice: «Hacen también botijos penantes, como los búcaros cervantinos, en el mismo estilo que los corrientes». Esta frase no puede tener una sencilla interpretación. Aunque en la ilustración aparece un botijo de los conocidos como de rosca, con relieves de pasión, desconocemos si este es el botijo a modo «búcaro» o se refería a otro tipo de pieza que se sufriera de alguna manera.

Quizás la frase más reproducida (Seseña, Wikipedia, Exposición en el Museo de Palencia de cacharros funerarios de Tabanera) de todo el texto de Navarro, sea la siguiente: «Las escudillas de pastor, de tierra de Baltanás, son toscas, vidriadas en rojo, con churretadas amarillas, sin simetría ni concierto (Lámina IX, figs. 4 y 5). Otras escudillas, del valle de Esgueva, están esmaltadas en blanco sucio y el fondo está pintado con una gruesa línea espiral, como en las más antiguas cerámicas helénicas (Lámina IX, fig.3)».

En nuestra publicación sobre la alfarería de Baltanás (Echevarría et al, 2013, 15-16) ya comentábamos la confusión de tipos cerámicos que Navarro introducía. Dos de las escudillas que refleja en las ilustraciones, parecen ser fuentes o platos de los fabricados en Peñafiel (Valladolid) con motivos en juagüete amarillo sobre fondo rojo o en rojo sobre fondo amarillo (se hicieron las dos modalidades con los mismos motivos decorativos y formas, ver García Benito, 2004). Los motivos decorativos consisten en emes, eses, discos solares o triskeles múltiples, puntos, ramos de cuatro trazos, etc., que también se usaron en Jiménez de Jamúz y posiblemente en otros alfares no documentados. Sobre las otras escudillas, las llamadas tarolas, babosas, cazuelas o escudillas de beber vino, menciona que serían trasunto de las tazas de vino renacentistas, que ya en aquellos años se hacían en madera y que se conservaba una serie en el Museo del Pueblo Español (Nº Inv. CE002909). Hasta la aparición del conjunto de piezas cerámicas de enterramiento (para la sal) de la Iglesia de Tabanera de Cerrato, expuesto en el Museo de Palencia (dos platos con churretadas en la foto), no se conservaban en colecciones públicas piezas que pudieran corresponderse con las «churretadas amarillas», salvo un botijo levantino particular con churretadas, que parece haberse obrado en el alfar de Astudillo y que como característica principal tiene el pitorro oculto lateralmente por un anillo de barro, al modo de otros centros alfareros –como Salvatierra de los Barros–, para impedir que se chupase directamente. Si este tipo de botijo, era una creación de los alfares de Astudillo o de Baltanás, está aún por dilucidar. Puede comentarse que las mezclas de amarillo y rojo en algunas piezas de alfarería española, han sido realizadas con una explícita o velada intención de aludir a los colores de la bandera, y mejorar así los resultados comerciales en distintas épocas e ideologías políticas. Los mencionados cuencos o fuentes con churretones que aparecen en la foto de la Junta de Castilla y León, sí podrían ser las escudillas de pastor mencionadas en el texto, que habría que confirmar con hallazgos casuales o con la excavación sistemática de los testares de los alfares de Baltanás, de alguno de los cuales se conoce la ubicación.

El texto de Navarro sigue mencionando piezas alfareras o cerámicas varias: tarros de botica de la zona de Sahagún (no especifica si del de Palencia y del de León) con blanco y brochazos en azul, vajilla de novia (de Guardo y Besande, única mención a la cerámica o alfarería de Guardo[3]) en forma de sopera y jarra con los nombres de las propietarias Sras. de la Torre; especieros de tres senos lisos y parece que en alfarería de basto, aceiteras de Prádanos de Ojeda de loza blanca con flores (que serían parientes de la loza de los alfares cántabros de Galizano), y alcancía, huebras o huchas. Sobre los platos, fuentes y medias fuentes, reseña la importación de vajillas andaluzas, de levante y de Toledo, Talavera, Manises o incluso vascas. De León cita platos y fuentes gruesas, con dibujos azules, flores, pájaros y gallináceas, motivos heráldicos, y menciona como «notables los platos que se usaban en León».

Para finalizar este apartado sobre las tipologías de la «cerámica popular» palentina en 1935, hemos reordenado por utilidades el párrafo de Navarro (p. 101) en el que menciona de corrido casi todos los tipos alfareros restantes, que se fabricaron hasta los años en que escribía:

Orza majadera (majadero/a: la mano de almirez o de mortero…;¿puede relacionarse con la orza maja de Cuerva (Toledo)?)

Olla de miel (desconocemos si se refiere a una tinaja u orza grande para miel –también conocidas como mieleras-, con su reborde para recoger agua y evitar el ataque de las hormigas)

Olla de panadero (hoy conocidos como cántaros de panadero, piezas en Museo del Cerrato, Baltanás)

Olla zamorana (¿por el barro?)

Olla pastoriega o de ordeñar (herradón o cañadón)

Herradón de ordeñar

Pucheros y ollas estilo Nava del Rey (Valladolid)

Botijas y botijos de vino

Botijo de Alar del Rey (Palencia) (desconocido hoy día, salvo confusión con producciones cántabras o del norte de León-Palencia-Burgos)

Botijo de aguardiente (posiblemente la pequeña botija o boto)

Jarra de monja (posiblemente del tipo de los jarros clásicos de doble asa de Talavera y Puente, que aparecen en los cuadros de Zurbarán, o una jarra con base pequeña, para agua)

Jarro de cosechar (gran jarro para el traslado del vino)

Jarro de barba y de despachar (el jarro de barba, aparece documentado –fotografía y descripción- por primera vez en P. González, entre la alfarería tradicional de la ciudad y provincia de Valladolid, aunque hemos visto ejemplares en Palencia -también en loza blanca estannífera- y Burgos; su particularidad consistía en una barba o resalte bajo en pico vertedor para recoger las gotas de vino y evitar el escurrido; a veces se modelaba el resalte para simular una barba o bigote real)

Pitón o Jarro de León (suponemos que tendría un pico vertedor especial, quizás de los cerrados por arriba que sí existen en Jiménez, aunque no podemos asegurarlo; todavía en el Diccionario de la RAE de 1927, se llama pitón al pitorro –este último aparece como sinónimo- de los botijos, por lo que otra posibilidad sería un cántaro o jarro con pitorro a media altura, tipo zamorano. Brando y González (1990, 63), mencionan el pitón como el jarro para el agua y más tarde lo ilustran como de la leche de Jiménez, similar a los modernos jarros para la sangría-limonada o «matajudíos» leonesa. Alonso (2014) llama a esta misma jarra, «jarra de tapa», por tener cubierta parte de la boca sobre el pitorro)

Tarro de vino (¿tarola?, ¿bote?)

Cuartilla

Media cántara de pote

Cantaros, cantarillas, algunos al estilo Cantalapiedra

Barreños y lebrillos

Jofainas o aljofainas, decoradas con flores y pájaros (¿fuentes de Astudillo?)

Cazuela palentina y la zamorana

Sangraderas (la sangradera suele ser una fuente o gran cuenco, tipo lebrillo, para recoger la sangre del cerdo en la matanza, el nombre es más habitual en Salamanca)

Tinajas

Fuentes, platos y tazas de segador

Vemos que Navarro conocía al menos, los centros o alguna pieza de Nava del Rey (Va), Alar del Rey (Pa), León y Cantalapiedra (Sa), Guardo y Besande, Prádanos de Ojeda, así como los tipos generales de Toledo, Talavera y Manises. Nos quedan interrogantes sobre el Pitón o Jarro de León, sobre el botijo de Alar del Rey, que podría ser para las barcazas del Canal de Castilla o los barcos de Santander, al igual que sobre la orza majadera, aunque la orza maja de Cuerva (Toledo) podría darnos pistas.

Técnicas alfareras

El asunto de las técnicas alfareras y ceramistas, suele ser una probadura definitiva sobre los conocimientos técnicos –externos en principio al oficio– que un autor puede tener sobre una zona o comarca alfarera. Navarro conocía aparentemente más de lo que cuenta en su breve artículo, ya que solo la mención de la mezcla de los tres estratos del frente del barrero de arcilla –cabeza, jabonero y pie–, indican su nivel de precisión respecto al tema. A los atifles que luego nombrarían palomas en Astudillo, los llama caballejos o pirigallos, y también menciona como materias primas, margas arcillosas de Palencia (algunas extraídas en cuevas), «figulinas del Prado de Valderrobledo (Cabezas de Arriba, Cabezas de Abajo y Jabonero[4]), las arcillas rojas de Salamanca y las blancas de Peñafiel, de Valdevacas[5] y de Peones de Amaya para engobes», y «cascarilla de hierro de las fraguas para colorantes». Esta cascarilla es posiblemente con la que se obtenían el punteado o espolvoreado que presentan muchas jarras de vino de color melado y base ancha tipo vinatera, que se obraron en los alfares de Palencia ciudad (y muy similares en Aranda de Duero), pero que también hemos oído mencionar como «del Pirineo» o pirenaicas.

No podemos extendernos demasiado sobre las técnicas alfareras en la provincia de Palencia, ya que la extinción de los alfares originarios fue casi general como ya se ha mencionado antes de 1936, y son precisamente los propios alfareros los que en ocasiones han ido desvelando los secretos del oficio, hasta la actual introducción de las técnicas analíticas en alfarería arqueológica. Algunas aproximaciones terminológicas y textuales pueden sin embargo servir de introducción a nuevos interrogantes. Uno de ellos sería la pervivencia hasta el siglo xx del término tabanque[6] aplicado al torno de alfarero en Palencia (Gordaliza, 1988). Que nosotros sepamos, dicho término solo se utiliza en Castilla La Mancha y Andalucía, referido en general al rodal o parte superior del torno, por lo que su utilización en este entorno es un enigma de difícil explicación. Otro interrogante es la profusión de diferentes engobes, juagüetes y colores de vidriado (amarillo, verde, melado punteado) en las superficies de la alfarería considerada como de Astudillo, así como las diferentes técnicas de esgrafiado, con rascado general del interior de superficies planas y aplicación de otros colores, o el uso de enchinarrados por parte de algunos alfareros de la familia Moreno[7]. Dejando abierta la posibilidad de emigraciones de alfareros en viajes de necesidad y aprendizaje, solo podemos aducir como explicación a los distintos colores y técnicas, la cita y comentario que Larruga incluye en sus Memorias (1791-94, Tomo XXXIII, 278-281 [292-295]), sobre el alfarero de la ciudad de Palencia, Domingo González. Este, creemos que intentando exportar a las aún colonias americanas, solicitaba para todo el colectivo de alfareros palentinos las exenciones fiscales vigentes entonces para la exportación de lozas e importación de materias primas para vidriados cerámicos (1791) y Larruga añadía:

De pocos años a esta parte se han aplicado los maestros a adelantar y proporcionar con más aseo las baxillas, dándoles, ya un baño verde, ya morado y pagizo. Se han dedicado también a buscar tierra más fina para aumentar el uso y estimación de sus operaciones.

Conclusiones y preguntas

Ninguna de las piezas de alfarería popular palentina que conocemos (dejando aparte aquellas de ámbito estrictamente arqueológico), parece anterior al siglo XVIII. La mayor parte de formas tipológicas e iconografías, tanto de las decoraciones plásticas de Astudillo como formas de otros alfares, son generales a la etnografía castellano leonesa. Los listados de nombres y formas alfareras, nos confirman tanto el parentesco evidente con la alfarería leonesa y zamorana como aquel casi oculto con la alfarería vallisoletana (jarros de barba, arcillas de Peñafiel, pucheros y ollas de Nava del Rey) o burgalesa (engobes de Peones de Amaya). Apoyándose en el texto de Navarro se podría aventurar que más o menos cada veinte años cambiaban los mercados, las formas alfareras y las costumbres que se las asocian en las sociedades tradicionales. Un dato de ejemplo sería la palabra pitón, que era genérica en 1927[8] y que pocos años más tarde sería sustituida por su sinónimo pitorro, suponemos que por algún tipo de corrección política (posiblemente no ajena a la dictadura). Dichos cambios (otras formas cerámicas parecen no cambiar nunca), impiden en muchas ocasiones apreciar realmente de qué forma alfarera estamos hablando.

En todo caso, parece cada vez más urgente un trabajo colectivo sobre las tipologías y decoraciones de la alfarería considerada como de tipo Astudillo, ya que implica comarcas y producciones muy alejadas entre sí (Zamora-Olivares, Peñafiel y Tudela de Duero (Va), Salamanca (¿), Aranda de Duero, Castrojeriz y Pampliega (Bu) y por supuesto Astudillo, Dueñas, Baltanás y otros centros alfareros palentinos no estudiados. Solo en un futuro, con el hipotético estudio de dichos centros, podremos valorar realmente la validez y certeza de las apreciaciones de Rafael Navarro, quien por su condición de médico, tuvo posiblemente una cercanía con el pueblo y la gente común mucho mayor que la de bastantes intelectuales de su época. Confirmamos que su artículo se adelantó muchos años al interés general sobre las alfarerías y cerámicas populares y nos ha parecido pertinente revisarlo porque nos permite constatar el desconocimiento que aún hoy tenemos 70 años después, sobre la alfarería palentina y bastantes aspectos de la leonesa, o el desinterés general por la conservación de los restos de la cultura popular –salvo honrosas excepciones–. Como sugeríamos en la introducción, utilizar el texto de Navarro sin filtrarlo por la criba de los conocimientos actuales sobre alfarería popular, no tiene más sentido que el de releer fósiles de bonitas palabras. Si estas no se acompañan de investigación y trabajo de campo, poco podremos avanzar tanto en el conocimiento etnográfico como en la conservación de sus vestigios y mucho menos en el desarrollo de industrias culturales sostenibles basadas en todo lo anterior.

Agradezco a Jose Luis Sánchez y a REGIÓN EDITORIAL (Palencia), los datos y fotografías de Rafael Navarro incluidos en este artículo.





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NOTAS

[1] El 9/julio/1921, se redacta un ACTA de Inauguración de la Biblioteca Provincial y del Museo Arqueológico Provincial de Palencia. Este sería dirigido por Ramón Revilla Vielva a partir de 1938 en que pasa a depender del Ministerio de Educación Nacional. Según M. del Amo (2006, Anexo), Rafael Navarro constaba en el Acta mencionada, como Secretario de la Comisión Provincial de Monumentos y Delegado Regio de la 1ª Enseñanza.

[2] Larruga en sus Memorias… (1794, T. XXXIII, 278) y refiriéndose a las alfarerías de Palencia, enumeraba las siguientes piezas: «…escudillas, jarros, platos, cántaros, horzas, barreños, vasos comunes, ollones para noria, aceyteras, medidas y cañones para las fuentes;…»

[3] Esta sí está documentada, pero pendiente de una publicación extensa. Por desgracia una comunicación de J. Remis en uno de los Congresos Nacionales de Ceramología, no llegó nunca a publicarse. El trabajo de Gómez Nuño y Pelaz Roldán (1983) sí que toca algo esta alfarería.

[4] Desconocemos si esta cita se refiere una vez más a los estratos o vetas del barrero, o existen en el lugar unos topónimos con estos nombres.

[5] Podría ser Valdevacas de Montejo, en la provincia de Segovia pero cerca de la provincia de Burgos y Aranda de Duero. Peones de Amaya: norte de Burgos, entre Amaya y Congosto, relativamente cerca de Prádanos de Ojeda. Figulina: arcilla calcárea muy plástica.

[6] Navarro no menciona la palabra.

[7] Véase García Colmenares y Guardo (1993) y Husillos (2012).

[8] Diccionario R.A.E., 1927. «Pitón: tubo recto o curvo, que arranca de la parte inferior del cuello en los botijos, pisteros y porrones, y sirve para moderar la salida del líquido que en ellos se contiene»; en ese mismo diccionario, aparece Pitorro como sinónimo de pitón. El Diccionario de la RAE en su versión de 1992, pero en su definición de Pitorro, incluye una copia de la anterior, añadiendo «pero siempre cónico», y el que ha pasado a ser un sinónimo es el pitón, perdido ya su carácter genérico.


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Releyendo a Rafael Navarro y sus alfarerías de Palencia y León: 1935

ECHEVARRIA ALONSO-CORTES, Enrique

Publicado en el año 2017 en la Revista de Folklore número 425.

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