Revista de Folklore

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EL RETRATO ERÓTICO FEMENINO EN EL CANCIONERO EXTREMEÑO: 2. “DEBAJO DE TU MANDIL”

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2007 en la Revista de Folklore número 319.

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Desde la más remota antigüedad la viera o concha venera estuvo vinculada a la fertilidad de la mujer, partiendo de la supuesta similitud con la parte externa del aparato reproductor. Esta simbología, que pervivió en el mundo clásico (1), se ha mantenido con mayor o menor fortuna hasta los tiempos actuales, como bien recoge, de una manera un tanto sarcástica, el escritor Alvaro Cunquiero (2)

: “Todo lo bivalvo, desde la vieira hasta el humilde mejillón, simboliza el sexo femenino, y aun en el argot erótico del hispánico, se le llama a éste la almeja, manera de decir que llevó a un sibarita que salía en una novela pornográfica española de los años veinte –simples novelas encandilantes que se tomarían como lectura de beatas si se compara con lo que se lleva ahora– a echarle, antes de probarlo, unas gotitas de limón, como si verdaderamente se tratase de una almeja de Carril en el mar de Arosa, comida viva, retorciéndose. Siempre habrá gente exquisita”.

Pero no deja de ser un tanto sorprendente que, a pesar de su lejanía al mar, la almeja se haya convertido en el argot extremeño, aunque el cancionero tradicional no lo recoja de una manera exhaustiva, en el sinónimo por excelencia del genital femenino. Una de las pocas referencias musicales a este bivalvo, dentro del contexto de la sinonimia a la que nos referimos, la encontramos en una cantata de Torrejoncillo:

La vieja se la tocaba,
se la tocaba la vieja,
y con pena se decía:
Se va secando la almeja.

En Holguera, cuando la ocasión se presta, no faltan cuadrillas que lancen a los cuatro vientos la salmodia de rigor:

Las mujeres de este pueblo,
desde la nueva a la vieja,
por cima de las rodillas
guardan vivita una almeja.

Sabido es que la cocción permite conocer si el citado molusco es apto para el consumo, es decir, si se encuentra vivo o muerto, desechándose aquellas almejas que, tras sufrir el hervor, permanecen cerradas. El que la almeja se abra es la evidencia de que acaba de pasar a mejor vida. Este hecho da juego a la letra final de una canción romanceada que escuchamos en Torrejón el Rubio y en la que la argumentación contrapuesta nos acerca una vez más al símil del bivalvo con el órgano sexual de la mujer:

En este mundo, señores,
no hay una cosa más cierta:
que las almejas más vivas
tienen las conchas abiertas.

A la vecina localidad de Serradilla corresponden estos versos en los que, remedando una conocida pieza folklórica de la región, se intentan ensalzar las “peculiaridades” del pueblo mediante la valoración de la potencia erógena a través de unos vocablos asimilados a los genitales masculino (hoz, hacha) y femenino (almeja):

Tres cosas hay en mi pueblo
que no las hay en Segovia:
la joci, la sigureja
y la almeja de mi novia.

Muy popularizado está por toda Extremadura, y también fuera de ella, el relato de la mujer que “con lo puesto” acude a la capital y en poco tiempo establece un próspero negocio mediante el ofrecimiento de sus favores. Por las Vegas del Alagón y Sierra de Gata, aprovechando la fácil rima, convierten en cuna de la emprendedora mujer a la industriosa capital del Árrago:

Una tía de Moraleja
montó una pescadería
con la venta de una almeja.

Fuera de las rimas más o menos precisas que atesora el cancionero popular, también proliferan en la comunidad extremeña algunos dichos sobre el particular que no dejan espacio a una posible ambivalencia. Sirva de ejemplo el recogido en Cerezo : “Tienes más suerte que el tonto de Mohedas, que encontró una perla en la almeja de la novia”.

La utilización de la parte por el todo, es decir, de la concha por la almeja, no hace que aquella deje de ser el símbolo del sexo de la mujer. Esta doble significación la encontramos en estas insulsas estrofas que los mozos de Ahigal suelen salmodíar cuando el morapio les nubla los ojos, les embota la mente y les encorcha la lengua:

El día que te bautizaron
había aceite, sal y agua,
pero el cura no tenía
una concha para echarla.
Y la madrina, l
e prestó al cura la concha,
la muy cochina.
De ello se infiere
lo importante que es la concha
de las mujeres.

Mucho más escasas son las alusiones en el cancionero de estas tierras al mejillón, el otro bivalvo enunciado por Alvaro Cunqueiro, como sustituto de la zona erógena de la mujer. Incluso una de las cantinelas más populares al respecto, como puede observarse, es de muy tardía implantación:

De que le dio a las mujeres
por vestir de pantalón
a los hombres se complica
el tocarle el mejillón.

Sin embargo, no parece que algunas de las coplillas se estén refiriendo concretamente al molusco marino, sino más bien al bivalvo adscrito a la familia Unionidae, que con bastantes dificultades mantiene su hábitat en algunos ríos extremeños. Tal es el caso del Alagón. En Coria, localidad a la que bañan sus aguas, se canta una elocuente copla:

Un pescaol de Portaje,
pescando en el Alagón
se puso un cebo en el nabo
pa pescal un mejillón.

De la población de Riolobos, sita igualmente en las vegas del Alagón, entresacamos esta tonada que participa del consiguiente equívoco:

Mocitas que vais al río,
no sos quitéis los calzones,
que los mozos por el agua
van buscando mejillones.

La mayor parte de los pescados o animales relacionados con las aguas se incluyen en la lista de los elementos fálicos o potenciadores de la virilidad. Sabido es que en la Edad Media suponía un filtro amoroso de primer orden el que una mujer diera de comer a un hombre un pez que hubiera muerto dentro de su vagina (3), y aún hoy en Extremadura se sigue confiando en que los guisos de determinados pescados transmiten un gran poder genésico. No deja de ser sintomático el que hasta no hace muchas décadas las mujeres extremeñas, en evitación de males mayores, no se metían desnudas en el agua si previamente no ahuyentaban los peces, puesto que estaban seguras de quedar embarazadas si alguno de ellos rozaba sus genitales. Por otro lado hemos constatado muy viva la creencia de que las anguilas merodean en torno a las mujeres que se bañan con el objeto de introducírseles en la vagina.

La asimilación de la anguila al falo no escapa al cancionero popular. A Tornavacas pertenece esta ilustrativa composición:

Además te traigo
una buena enguila,
mira cómo salta,
mírala que viva.
No he visto en la plaza
mejor ejemplar,
y como la pruebes,
buen te va a gustar (4).

Menores dudas ofrece la referencia a la anguila en otra canción tradicional muy extendida por toda la geografía, de la que se conservan diferentes variantes, como la recogida en Huélaga:

Estando
la Ti Juliana
pescando ranas (5)
en el corral.
Ha pescado
una anguileta
en la bragueta
del Ti Julián (6).

No es la anguila, como veremos en las letras de las recopilaciones musicales, el único pescado o animal acuático o semiacuático que se mueve por intereses lascivos. En esta canción recogida en Ahigal se enumeran algunos de ellos:

A una moza de mi pueblo,
lavando en el río el moño,
una zuta (7) que la vió
se le metió por el coño.
Y el pez como no era menos
y sin andar en porfía,
resbalando, resbalando,
traspasó el avemaría.
¿Cómo han podido hacerlo?,
dijo corriendo una rana,
y pegó un salto la tía
y se coló sin toparla.
Y de todos estos casos
al instante se confiere,
que en el río lo pasan bien
todas las mozas que quieren.

A la rana, como claro símil del órgano viril, se refieren estas coplillas harto conocidas por todo el septentrión cacereño y que adquieren cierta resonancia en la localidad citada anteriormente, en Santibáñez el Bajo, en Aceituna o en Santa Cruz de Paniagua:

A una moza que lavaba
la ropa con mucho arte
se le metió una rana
por entre el lunes y el martes.

Una mujer fue a lavar
al río unas medias azules
y se le metió una rana
entre el domingo y el lunes.

Sin embargo, no siempre el anfibio refiere la sinonimia aludida. Observamos, por el contrario, que el cancionero también recoge el vocablo “rana” como sustituto del genital femenino, aspecto que concuerda con determinados conceptos culturales (8). A Montehermoso corresponden los versos que siguen:

Te arrimaste al balcón,
yo miré y te vi la rana:
era negra y con melena,
y escupía la so marrana.

En el mismo sentido cabe orientar la interpretación de las rimas cantadas de Holguera y de Portaje, en las que el elemento “mandil”, prenda femenina en este caso, determina aún más su contenido:

Debajo de tu mandil
había una rana que ranaba;
nadie con la rana dio,
pero yo di con la rana.

Malpartida de Plasencia ofrece una cantinela en la que la rana, que aquí se manifiesta como sinónimo del genital femenino se complementa con el sapo, homólogo del miembro viril, logrando una “junta” que es perífrasis de la unión coital:

Debajo de tu mandil,
una rana en un buraco,
yo te busqué la rana
y la junté con el sapo.

Resulta curioso constatar, por aquello de las asociaciones, que más que de la carne, cuando se habla de pescado suele acudir a la mente el gato, al que siempre se supone dispuesto a llevarse la pieza al gaznate. Sin embargo, esta oposición entre el pescado, al que hemos observado como elemento fálico, y el gato no nos lleva a considerar al felino como el vocablo sustituto de la vagina, al menos en lo que atañe al cancionero popular. Por el contrario, esporádicamente sí aparece tal asimilación en diferentes dichos y relatos cacereños. Como muestra sirva el cuentecillo titulado “La maldición del pobre”, recogido en Tornavacas:

“Un día fue un pobreto a pedir a una casa. Llamó a la puerta y bajó una muchacha a ver quién era. Le preguntó que qué quería y él dijo que una limosna. Subió la muchacha a decírselo a su abuela y la abuela la encargó que le dijese que ella no daba limosna a pobretones.

Al pobre le sentó mu mal la contestación, se puso a refunfuñar y maldijo a la muchacha:

–¡Ojalá que de aquí en un año te salga un gato negro entre las patas!

Total que pasao un año, a la muchacha que ya iba zagalona, la empezó a negrear la entrepierna y mu preocupá la reprochó a la abuela lo mal que había tratao al pobre:

–Por no quererle usté dar al pobre una limosna, me echó una maldición y se ha cumplío: me dijo que me saldría un gato negro y mire, abuela, ya está empezando a asomar…

–Bah, tonta, eso lo tenemos toas las mujeres… Y la abuela se subió los guardapieses y se arremangó las enaguas. Va y le dice a la nieta:

–¿Ves, tonta, el mío?

–Sí, abuela, pero ese es pardo…

–Pos cuando el tuyo haya cogío tantos ratones como éste, verás cómo también te se pone pardo a ti…” (9).

Salvo estas alusiones esporádicas, es el gato un digno sustituto de la virilidad (10), máxime cuando en el cancionero lo vemos trasvasar al hombre la prerrogativa de cruzar la gatera o abertura de la puerta, elemento asimilado a la zona erógena de la mujer. Así lo atestigua esta canción de Torrejoncillo:

El novio le dio a la novia
la mano por la gatera;
pero no pudo saberse
lo que al novio le dio ella.

En Piedras Albas y en Alcántara la musa popular no se queda atrás en cuanto a atisbar el significado del paso por la gatera:

La mano por la gatera
yo la metí y te toqué
las medias, hasta las ligas
y el libera dominé.

Si tenemos en cuenta el sentido metafórico de “dar agua”, que en su momento analizamos como referente de la relación sexual (11), fácilmente podemos colegir la asimilación de la gatera a la vagina en esta canción de Garganta la Olla:

¿Te acuerdas cuándo me dabas
agua por una gatera
y tu madre que lo supo
de rabia mató la perra? (12).

Es evidente, como se muestra en el cuentecillo insertado más arriba, que la única relación del gato con el genital femenino viene dictada por la asimilación de su pelaje al vello púbico. Y es una asimilación que se da en mayor medida frente al conejo, animal que tanto en el habla popular como en el cancionero se encuadra dentro de esta erótica acepción, si bien la supuesta apariencia externa conlleva una generalización que identifica al conejo con el órgano sexual de la mujer en su conjunto. En este sentido es ilustrativa una tonadilla muy popular en la comarca pacense de La Serena:

Un ciego que vio un conejo,
y un cojo corrió tras él,
y un manco le echó la mano
al conejo de su mujer.

Por eso no sorprende que hasta en ocasiones la vellosidad íntima sirva de escondite al referido lagomorfo, perífrasis de la abertura vaginal, cual se indica en una tonada de Cañamero:

Tú, morena, eres el ama d
e un montito muy espeso,
que cuando a él voy de caza
siempre me encuentro un conejo.

Otras veces el cancionero, como en la copla que sigue, propia de los carnavales de Navalmoral de la Mata, incide en el pelaje como simple indicio del “conejo” que se esconde más adentro:

Si vas mañana a la feria
mércame un buen espejo,
que tengo ganas de verle
los bigotes al conejo.

Sin embargo, en una tonada de Badajoz no es el pelo el que determina la presencia del conejo, sino los pabellones auditivos, con lo que el símil que emana de la concordancia vellosa entre el animal y la zona vulvar queda en entredicho:

Una mujer a las bragas
le ha hecho dos agujeros
para que pueda sacar
las orejas el conejo.

Una marcha castrense que gozaba de gran predicamento en los últimos tiempos de la milicia obligatoria no era otra que la que respondía al título de “El conejo de la Loli”, marcha que trascendió de los cuarteles a la práctica totalidad de los grupos juveniles de la geografía hispana. El fondo argumental de la canción se resumía en cómo el susodicho conejo era alimentado a base de tronchos de coles que le proporcionaba el novio de la dueña. Partiendo del significado que hemos dado al conejo en los párrafos precedentes y teniendo en cuenta la simbología viril de los troncos, lógicamente tal comida se traduce como una simple metáfora de la coyunda.

Este planteamiento es el mismo que ofrece una canción de Portaje con la que se ironiza acerca del deficiente potencial genésico de los hombres de la capital de la comarca:

Ya no saben sembrar nabos
los hortelanos de Coria,
y así se mueren de hambre
los conejos de las novias.

Sucede que en el cancionero extremeño el símil de la unión sexual, en el caso que nos ocupa, no siempre viene determinado por el conejo que come, sino también por el conejo que se deja comer. Explícita es en este sentido la copla que se entona por las Tierras del Marquesado:

Mi novia me dijo anoche
que no sembrara patatas,
que tenía para mí
un conejo entre las patas.

La caza del conejo, con toda la carga de simbolismo sensual que encierra, es un aspecto que ha estado presente en determinadas prácticas nupciales de Extremadura y estrechamente relacionado con los ritos de fertilidad. Enrique Casas nos ilustra acerca de una costumbre de boda en un pueblo del norte cacereño:

“En Malpartida de Plasencia (Cáceres), en un asador llevan ensartados un pan, tres manzanas y un conejo, y gritan con todas sus tuerzas: «¡A coger el conejo!».

El gentío recuadra el campo de las carreras. El corredor que antes pisa la raya es declarado vencedor, pero tiene que disputarse el premio con todos sus competidores.

Al día siguiente se corre, el gallo del novio, con la diferencia de que sólo corren las mozas solteras” (13).

Es posible que el vencedor en esta curiosa carrera se hiciera acreedor de ciertos favores sexuales, aunque también sería factible el pensar que tales goces sólo se lograran simbólicamente, mediante la ingestión del conejo. Y es que “cazar un conejo” en el argot extremeño es un sinónimo de la unión coital, hecho éste que también recoge el cancionero:

El señor cura del Pino
y el sacristán de Pedrote
sin ser cazaores cazan
un conejo cada noche.

Esta cantinela de Casar de Palomero se complementa con otra entresacada del rico folklore de La Garganta. En ella se evidencia cómo el hecho de pegar un tiro al conejo conlleva el significado del apareamiento, máxime cuando aquí la presencia de la escopeta se manifiesta como un claro simbolismo fálico:

Debajo de tu mandil
tienes un conejo vivo;
tengo yo una escopetita,
deja que le peque un tiro (14).

Como en otras ocasiones hemos visto, también aquí el conejo presenta una ambivalencia. Puede dejar de ser la representación del genital femenino para convertirse en la personificación del miembro viril. Cuando esto ocurre, la vagina se transforma en madriguera en la que se introduce el conejo, en una clara referencia al acto sexual. El cancionero resulta igualmente explícito en este sentido:

Si la moza se agachara,
yo bien le viera
entre el medio de las patas
la conejera (15).

Todas las mujeres tienen
por encima del liguero
un buraco sin rozal
ande se mete el conejo (16).

Son numerosas las referencias que encontramos en el folklore extremeño en las que el lagarto se transforma en mero sustituto del príapo (17), y el cancionero, indudablemente, se hace eco de ello. No cabe otra interpretación con respecto a esta cantinela recogida en Torremocha:

La falda (el mandil) de la pastora
tiene un lagarto pintao,
cuando la pastora baila,
el lagarto mueve el rabo.

El saurio como símbolo del miembro viril lo encontramos también en otras coplillas de Santa Cruz de Paniagua y de Granja de Granadilla respectivamente. La segunda de ellas se utilizaba con motivo de las campanilladas contra alguna mujer a la que, con este tipo de pulla, se le censuraba sus relaciones sentimentales:

Mi marido me ensaña
cuando voy con él al huerto
un lagarto sin patitas
que nunca se queda quieto.

Que t’he visto, que t’he visto
un lagarto en un bolsillo,
que t’he visto, que t’he visto
agarrando un lagarto por el trigo.

Este animal de reconocido prestigio fálico, que busca para esconderse la correspondiente guarida, hace que se potencie al máximo el concepto de lo femenino del que participa toda oquedad. Por eso nada tiene de extraño que el cubil del lagarto sea uno de los sinónimos que el cancionero elige para el genital femenino, como expone, por citar un ejemplo, una balada de Moraleja:

Debajo del mandil
tiene toa la mujer un buraco;
y lo que tiene la mía
es el vival de un lagarto.

Por otro lado, como es fácil colegir, la entrada del sauro en la lagartera responde a la plástica expresión de la relación sexual. Los versos recogidos en Hernán Pérez son harto expresivos:

Mucho se mueve el lagarto
cuando va buscando el nío,
pero entrando en el vival
sale el pobre retorcío.

Idénticos conceptos se rastrean en otra canción de siega de La Garganta, si bien aquí la “venta del cubil” nos pone ante la evidencia del cobro por la entrega de los goces sexuales para hacer frente a las penurias económicas:

El marido fue a segar
y la dejó sin un cuarto
y ha tenido que vender
el vival de su lagarto (18).

La anterior canción halla su réplica en otra tonada de la vecina localidad de Baños de Montemayor, aunque en este caso la madriguera, sin alejarse del contexto aludido, se transforma en faltriquera, referente igualmente de la cavidad vaginal:

Mi marido fue a segar
y no me dejó dinero,
y he tenido que empeñar
la faltriquera del medio.
Ponme la mano aquí,
Catalina mía;
ponme la mano aquí,
dond’el otro día (19).

Como ya hemos apuntado, cualquier concavidad es factible de ser interpretada como una alusión al órgano sexual de la mujer, bien sea puesta en relación con alguno de los múltiples sinónimos del miembro viril, ya sea aludiendo a su localización de forma directa, aunque metafórica, mediante algún punto vinculado o próximo a su zona erógena.

El primero de los supuestos lo recogemos en esta copla de Cañaveral, conservada con ligeras variantes en Holguera, y que salía de la boca de los mozos a la vuelta de la Romería de la Virgen de Cabezón:

Las mujeres de este pueblo
se la limpian con un paño,
pa que esté seca la cueva
cuando venga el ermitaño.

La relación de la cueva con esta parte anatómica se ejemplifica en una cantinela de Guadalupe en la que, al igual que en los “Retratos”, el ombligo se convierte en el indicador que informa acerca de la proximidad de la “parte vedada”, aunque en este caso se reafirme la revelación del punto exacto mediante la presencia del “bosque” púbico:

Por bajo el ombligo tienes
el bosque de los robledos
y en medio de la arboleda
la cueva de aquí te espero.

Los muslos también se convierten en guía para hallar la cueva en otra coplilla de Torrecilla de los Angeles. La Cueva del Cardenal que se recoge en los versos es una pequeña oquedad del terreno, sita en el río de los Angeles, en la que, al decir de la tradición, se retiraron unos eremitas fundadores de un convento en la comarca de Las Hurdes por los oscuros siglos de la Edad Media:

Todas las hurdanas tienen
en los muslos un negral
y un poquito más arriba
la Cueva del Cardenal.

En otras ocasiones la situación de la cueva vaginal no se concretiza, sino que su localización se hace a partir de un dato genérico, aunque, dicho sea de paso, por su singularidad no tiene razón el equívoco. Así queda significado en esta cantinela de Malpartida de Plasencia, curiosa por lo desproporcionado de la argumentación y que se entronca con otras composiciones, como la del “embutido gigante”, que se recogen en el cancionero extremeño:

Por las patas de mi novia
hay una cueva
donde cabe un regimiento
con su bandera,
las murallas de Plasencia
con sus almenas,
y todos los alcornoques
que hay en la jesa,
y también pudiera entrar,
si se quisiera,
cuatro rebaños enteros
de mil ovejas,
si no se quedasen fuera
comiendo hierba.

Constatamos igualmente que, dejando a un lado elementos corporales, el indicador de la cueva puede estar marcado por alguna de las prendas que ornamentan la intimidad de la mujer. Así sucede con las ligas en esta composición de Coria:

Las mocitas de mi pueblo
cuando van de romería
se dicen unas a otras:
¡Quién me tocara las ligas!
¡Quién me tocara las ligas
y hasta un poquito más!,
¡quién me tocara las ligas
y la cueva del Babá!

La asimilación del genital femenino con el gato o con el conejo, a partir de la supuesta analogía de la piel de los animales y el vello que surge en la pelvis, nos la volvemos a encontrar, aunque marcada del ingrediente irónico, dada la isurtez de sus pelos, en relación con el erizo. Esta es la sintonía de unos versos recogidos en la norteña localidad de La Garganta:

Debajo de tu mandil
hay un erizo cachero;
ese tiene que ser mío
aunque me “arruñe” los dedos (20).

Partiendo de tal argumentación nada de extraño tiene que en Torrejoncillo se cante de esta guisa:

Las mujeres de Riolobos
y también de Portezuelo
están criando un erizo
con permanente en el pelo.

Poco difiere la anterior de otra coplilla popularizada por el valle del río Tiétar, en la que el erizo aparece revestido, como no podría ser de otra manera, con la pilosidad de las partes pudendas de la mujer:

Nadie tiene lo que tienen
las mujeres del Barrado,
un erizo entre las patas
con los pelitos rizados.

Por último apuntamos, dentro de este juego de asimilaciones, que la menstruación se interpreta como lágrimas de sangre del “erizo” no satisfecho en una cantata de Guijo de Galisteo, en la que la comida supone una clara referencia a una relación sexual que debe desembocar en un embarazo que, lógicamente, traerá consigo el cese de la menorragia:

Mi novia tiene un erizo
que si no le doy comía,
llora gotitas de sangre
¡Mira que hambre tendría!

La ambivalencia del erizo, puesto que dada su facultad para encogerse y estirarse hace que se asimile también al miembro viril, la encontramos igualmente en otro animal, el carnero. Si su carácter voluptuoso se pone en relación con el elemento masculino, su lana halla el oportuno equiparamiento con la mata púbica de la mujer. En este último sentido traemos a colación los versos de una canción de Fuenlabrada, que es puro remedo de una tonadilla de esquileo muy popular en la comarca de Los Montes (21):

Con la licencia del amo
se puso el manijero
a esquilarle al ama la lana
de su carnero.

A la localidad de Brozas corresponde una tonadilla en la que la alusión al recental equivale a una clara sustitución del genital femenino:

No hay mujer en este pueblo,
ni soltera ni casada,
que no le dé agua al carnero
que le come entre las patas.

Ahora bien, el carácter fálico del carnero en ocasiones lo encontramos en el cancionero en relación con el elemento femenino. Sirva como ejemplo esta canción de Trujillo en la que vemos cómo el vello de su parte íntima no representa al cornudo animal, sino a la pradera a la que éste acude a pacer:

Entre las patas mi abuela
cría un campo forrajero,
a donde va to los días
el carnero de mi abuelo.

Aunque la doble acepción del carnero se puede deducir a partir de algunos de los versos precedentes, no es algo que recoja el cancionero de una manera tan evidente a como lo hacen algunas narraciones populares. Tal es el caso de uno de los “cuentos breves” recopilados en Ahigal:

“Era un pastol qu’era mu bobinu, mu bobinu, y por esu el su padri lo puso de pastol. Pos un día ya va pa recogel el rebañu, y va y dice:

–¡Coñe!, que me falta el carneru negru.

Antonci se vieni pa casa, pa decilsilu al su padri que le faltaba el carneru. Y cuandu vinía p’acá pos vio a lo lejus a una mujel qu’estaba mu gorda, polqui estaba preñá del to. Y va el pastol bobinu y dici:

–Esta s’ha comíu el carneru negru y pol esu está tan gorda.

Y fue despacininu y s’escondió detrás d’un olivu pa vigilar lo que jacía la mujel. Y lo que jizu la mujel jue arremangalsi la saya pa jacel las sus necesidadis. De mo qu’el pastol le vio el pelucu. Pos se vinu pa casa p’andi estaba el su padri, y va y le dici:

–Padri: la tía (comu se llamara la mujel) mos ha quitáu el carneru negru y, pa que no lo veamu, se lo ha metíu por la coseta p’arriba, y solitu l’ha queáu sin entral un cachinu del rabu. Y esi cachinu de rabu se lo he vistu yo cuandu s’acurrucó pa meal.

¡Mira qu’era bobinu el pastol, qu’equivocaba el rabu d’un carneru con un pelucu!”.

El pájaro es otro de los animales que, en el apartado que nos ocupa, presenta una reconocida ambivalencia, ya que define indistintamente los genitales masculino y femenino. Aunque fuera del cancionero, también nos viene a propósito un cuentecillo, muy popular en Extremadura, en el que se conjugan ambos elementos. He aquí una versión de Valdecaballeros:

“Esto era una señorita que iba a misa, e iba por la calle, y estaba lloviendo y se encontró un pájaro en la calle, arrecío, y se lo metió así en el seno. Y, cuando está el pájaro que se está calentando, empieza a piar en misa y venga piar, venga pia… Y ya el cura, desde arriba…; estaba to callao, estando el cura diciendo el sermón, el pájaro venga piar, y dice:

–Señoritas, por favor, toda la que tenga el pájaro que salga a la calle.

Pues, claro, se fueron todas las mujeres. No se quedó más que una viejecita, bajo el coro. Y entonces va el sacristán, dice:

–¿Usted no tiene pájaro?

Dice:

–Sí, pero no pía” (22).

Por lo que respecta al cancionero, observamos que éste colecciona un menor número de referencias al sexo de la mujer. Entre éstas cabe citar la que recoge una canción del rico folklore de Garrovillas de Alconétar:

Un hojalatero decía,
arreglando un orinal:
¡Quién le echara el guante al pájaro
que aquí se viene a posar!

En una cantinela muy conocida en el ámbito de las rondas de mozos de la comarca de las Tierras de Granadilla, el jilguero concretiza la genérica voz del pájaro:

Debajo de tu vestido
tienes criando un jilguero:
los pájaros tienen plumas,
pero el tuyo tiene pelos.

Curiosamente en algunas canciones el pájaro, tal vez para aseverar el símil con la parte de la anatomía genital de la mujer, pasa a ser citado en su género femenino, es decir, convertido en hembra. De este modo se entona en Valdeobispo:

Mari-Carmen, Mari-Carmen,
cuídate al pasar el agua:
si te llega a la cintura
te se puede ahogar la pájara (23).

Tal referencia queda igualmente recogida en el florilegio de las adivinanzas extremeñas, cual es el caso de ésta de Valdecaballeros, en la que la resolución del enigma carece de dificultad:

Pájara cilinguirrango,
partida por la pechuga,
de doce a catorce años
echa su primera pluma (24).

No se nos escapa que en las colecciones musicales de la región en ocasiones se alude al pájaro de tal forma que esconde una intencionalidad que no siempre es fácil discernir. Así ocurre con una de las tonadas recogida en Arroyo de la Luz:

Quien fuera pajarito
de sementera
que se posara, guapo,
en tu mancera (25).

Si tenemos en cuenta el sentido fálico del arado o de cualquiera de sus partes, en este caso la mancera, que se potencia al máximo en el momento de la labranza, no carece de sentido el considerar el pájaro como símil del genital femenino, un elemento necesario en una metáfora de la unión sexual. Igualmente el hecho alusivo a la relación coital se nos presenta mediante el posado del pájaro en el campo que se ara en la letra de una cantata de Higuera de Vargas:

Quisiera ser pajarito
para volar y ir volando
a posarme en la besana
donde mi amor está arando (26).

Al ser canciones que suelen entonarse por tierras extremeñas con motivo de las bodas, las alusiones en las mismas al “pajarillo que ya voló” se ha venido interpretando como una referencia a la marcha de la novia de la casa paterna, que en este caso sería la analogía de la jaula. En Madrigal de la Vera se escucha esta tonada al respecto:

Si pasas por mi puerta
repara en mi balcón,
y encontrarás la jaula
y el pajarillo no.
Y el pajarillo, que ya voló (27).

En mi opinión el vuelo del pájaro constituye un eufemismo de la pérdida de la virginidad por parte de la mujer, hecho que en la creencia popular es adivinable cuando se aprecia qué pechos han dejado de mostrarse turgentes. Así lo manifiesta esta trova de Aldeanueva del Camino:

Los mozos que buscan novia
tienen la comendación
que si las tetas son fofas
es que el pájaro voló.

Por otro lado, no hemos de obviar que la jaula en otras composiciones, cual es la siguiente de Aldeacentenera, se expone como sustituto de la vagina:

La mocita que es pintora
por encima de los pies
tiene un bote colorao
que va abriendo cada mes.
Y en un suspiro
pinta la jaula,
porque al lado del bote
la brocha guarda.

Esta asimilación de la jaula con el genital femenino se observa en otra cantinela propia de las localidades de Marchagaz y de Palomero. La jaula con las puertas rotas se constituye en ésta como una reticencia del himen que ha perdido su integridad mediante la penetración:

Debajo de tu mandil
tienes colgada una jaula
donde entra y sale el pájaro
porque ya no está cerrada.

Pajarito, pajarito,
puedes entrar cuando quieras
porque a la jaula de Irene
se le rompieron las puertas.

Y, por supuesto, aquí el pájaro muestra su otra cara de la ambivalencia, para convertirse en la voz supletoria del falo. Ya en su momento nos referimos a una serie de canciones romanceadas, catalogadas como propias de niños, en las que el ave pica la flor de la doncella, dejándola deshonrada. Este aspecto viril del pájaro se refleja en otras muchas tonadas, cual es una de las recogidas en Mohedas de Granadilla:
Para aguardiente jurdana
la que sale del madroño;
para sombrajo del pájaro
la pelambrera del coño.

De idéntico modo incide otra cantata de Castañar de Ibor:

Un pajarito volando
se metió en un casamiento;
¡qué bonita está la novia
con el pajarito dentro! (28).

Una curiosa canción de ronda de la comarca de las Tierras de Granadilla alude igualmente al simbólico pájaro que pica el sexo de la mujer:

Cuando ves al pajarito
en la era comer granos,
siempre piensas en el pájaro q
ue a ti te pica el gusano.

No deja de sorprender tan singular sinónimo, el gusano, para referirse al genital femenino, y no supone menor extrañeza el que para lo mismo se cambie el género en otra cantilena propia de los quintos de Villar de Plasencia:

Ya sé que estás acostada
en la cama con tu hermana,
y una a otra os decís
: “Tengo mojá la gusana”.

De Torrejoncillo es una tonadilla del mismo tipo, en la que el humedecimiento de la zona pudenda, sustituida por el anélido, se consigue al paso del río, con todo lo que el agua supone de carga erótica:

Las muchachas de este pueblo,
de la más fea a la guapa,
cuando atraviesan el río
se mojan la gusarapa.

El cancionero popular al retratar el cuerpo de la mujer no duda en buscar los más dispares sinónimos acerca de su zona oculta, si bien la mayoría de ellos aparecen marcados por una supuesta relación de semejanzas. Así ocurre con el símil del nido. Su referencia está tanto en función a su “parecido” con el vello púbico como al hecho de ser el lugar al que el “pájaro” acude invariablemente a refugiarse o a poner sus “huevos”. De este modo lo recogen unos versos del “Retrato” de Calzadilla de Coria:

Tus piernitas son dos ramas,
las que sostienen el nido,
donde coloca los huevos
y se esconde el pajarito.

En Torrecilla de los Angeles y Villanueva de la Sierra se conserva la letra, hoy cantada como tonada de ronda, que debió formar parte de un antiguo “dibujo” que se expresa en idénticos términos:

Tus dos piernecitas
sostienen la cama d
onde el pajarito
duerme y descansa.

Y cuanto ocurre con los retratos, sucede igualmente en otro tipo de canciones, algunas de las cuales, como las recogidas en Santa Cruz de Paniagua, en Pozuelo de Zarzón y en Villanueva de la Sierra respectivamente,que presentan la enunciada sinonimia de una manera un tanto burda:

El pájaro de mi novio
está hecho un cuco,
que para poner los huevos
busca otro nido.

Debajo de tu mandil
tienes un nío de jelecho,
a ondi va el colorín
a ponelti los dos güevus.

Debajo del tu mandil
tie la golondrina el nío,
y yo como golondrino
dentro de él me metío.

Una mayor carga poética emana de la balada que en La Jarilla, en fechas cercanas a los desposorios, solía ponerse en boca del novio que soñaba el encuentro íntimo con la enamorada, a la que aquí, del mismo modo que en otras muchas composiciones del cancionero popular, se nombra como paloma Es cierto que estos versos que siguen podrían suponerse una referencia a la casa paterna de la novia, pero resulta muy otra la interpretación si, como ahora sucede, forman parte de la canción del “Dibujo” que trata de describir la “cosa innominada”:

Gracias a Dios que he llegado
donde tenía que llegar,
al nido de la paloma
que me hace suspirar.

Y éste, tal vez, también sea el significado que hayamos de darle a la “casa” en una de las rondeñas piornalegas, máxime cuando los interpretes nocturnos en sus comentarios dejan entrever tal intencionalidad:

Gracias a Dios que llegamos
donde no pensé llegar,
a casa de una paloma
con las alas plateás (29).

Esta doble interpretación no se presenta ajena a otra serie de composiciones de índole picaresca, como esta de Ceclavín, aunque la segunda de las estrofas no deja lugar a dudas de que el nido y cuanto en él se encuentra, en este caso el pichón, responde a una mera sustitución del genital femenino, al tiempo que la lombriz se constituye en su paredro:

Dame la mano, paloma,
para subir a tu nido
ahora qu’estás despierta,
que quiero dormir contigo.
Asómate a la ventana,
no me seas dormilona,
que te traigo pa’l pichón
una lombriz mu rabona.

En Guijo de Galisteo se canta:

Paloma, dame la mano,
para entrar por la ventana,
ahora que me has calentado
el bochito de tu cama.

Es indudable que a simple vista parece incuestionable que el “bochito” aluda, sin más, al hoyo que el cuerpo de la dama forma en el viejo colchón de lana. Sin embargo, no piensan de esa forma los lugareños cuando entonan la cantinela y menos aún cuando la interpretan transformando los dos últimos versos, en los que el nido vuelve a ser el referente de la vagina:

Paloma, dame la mano,
para entrar por la ventana,
ahora tienes caliente
un nidito (30) en tu cama.

Menos abierta a interpretaciones nos encontramos otra canción en Casas del Monte. En este caso la situación del nido se halla relacionada con otra parte de la anatomía, cual es “el arca del suspiro”, que en el argot de la comarca equivale a la zona intestinal:

Dime palomita blanca,
¿en dónde tienes el nido?
En un árbol muy espeso,
bajo el arca del suspiro.

En una rondeña de Villanueva de la Vera, tal vez por razones eufemísticas, el “nido” se convierte en un “retiro” que se oculta entre las ramas de un almendro en flor que se alza en una sierra con nieve, elementos en franca contraposición. No obstante, ambos aspectos es muy posible unificarlos como una conjunción sinonímica del genital femenino (31):

Dime paloma blanca,
donde tienes tu retiro,
en una sierra nevada
en el almendro florido (32).

Anteriormente quedamos reflejado cómo el pájaro o, mejor aún, la pájara de una forma genérica, se convertía en un claro símil del sexo de la mujer. Ahora también observamos, al menos en esta cantata de Coria, que tal analogía se da igualmente en relación con la paloma:

¿Quién ha sido el cazador
que subió a mi palomar
y a mi palomita negra
ha abierto por la canal?

Cuanto se apunta para la paloma, puede en líneas generales atribuirse a la perdiz. En este sentido llamamos la atención sobre una inocente tonadillita de Cáceres:

Patitas coloradas
tiene la perdiz,
patitas coloradas,
piquito y nariz.
¡Ay! de la perdiz,
madre, ¡Ay! de la perdiz.
Que me costó dos reales,
no me la comí (33).

No hace muchos años el folklorista Valeriano Gutiérrez Macías ponía de manifiesto los aspectos semiocultos de la composición (34). Los primeros versos responderían a una muy subjetiva descripción del genital femenino, suplantado por la perdiz, mientras que los últimos recogerían la queja del amante que ha gastado su capital sin tan siquiera llegar a comerla (35).

La perdiz como símil de la vagina la tenemos más claramente expuesta en una canción de Palomero:

De un solo tiro, amigas,
me han matado la perdiz;
de un solo tiro, amigas,
bien sé yo lo que perdí.

Es interesante el juego de palabras entre la perdiz y la voz pretérita del verbo perder, que en el habla del septentrión cacereño se confunden. La muerte de la perdiz equivale a la pérdida de la virginidad, que se patentiza mediante el tiro, que en este caso se convierte en el referente de la unión coital.

Pero más comúnmente, al igual que ya hemos observado con antelación, se insinúa el genital femenino mediante las alusiones al nido de la perdiz o, mejor aún, al nido en el que se encuentra la perdiz. He aquí una pieza muy conocida a lo largo y ancho de Extremadura:

Debajo de tu mandil
tiene la perdiz un nido,
y yo como perdigón
a su reclamo he venido.

Con escasas variantes que no atañen a su significado constatamos otras canciones que mantienen su vigencia por los valles del Jerte y del Ambroz:

Debajo de la retama
hace la perdiz el nido,
y yo como perdigón
me meto dentro contigo (36).

En bajo de tu balcón
tiene la perdiz el nido
y yo como perdigón
al reclamo me he venido (37).

Si tenemos en cuenta el significado de la perdiz, es obvio que el perdigón se convierte en el término sustitutivo del miembro viril. Es lo mismo que sucede con el pato y el abrevadero en el que éste apaga su sed, cual se refleja en el cancionero de Alcántara:

No hay mujer que ya no lleve
en los pies unos zapatos
y tres cuartas más arriba
el bebedero del pato.

A Almaraz pertenece una copla en la que observamos cómo el elemento de la virilidad se sugiere por el burro del abuelo, hecho referencial que no es nuevo en este trabajo, mientras que el genital femenino viene representado por medio del pesebre con el que aquél, una vez perdida su excesiva rijosidad, ha de conformarse para “comer”:

Mi abuelo tiene un burro
que ya no come en la era;
prefiere el pienso que l’echa
mi abuela en la pesebrera.

Por último, en este recorrido de sinonimias nos encontramos que la zona erógena de la mujer es sugerida por la colmena de corcho. Tal recipiente cilíndrico que sirve de habitáculo para las abejas constituye un evidente símil del conducto vaginal, máxime si tenemos en cuenta el significado simbólico que en Extremadura se le da a la picada de este insecto, extensible también a la avispa, y que tampoco escapa al cancionero, como refleja esta composición de las Tierras de Granadilla:

La vecina de la plaza
decía que estaba preñá
porque le picó una avispa
por debajo del sayal.
Pero el día que parió
no parió un avispero
porque parió un curina
con sotana y con sombrero.

Lógicamente el corcho halla su complementariedad en el humero, artilugio de lata que se utiliza para castrar las colmenas, al que atribuimos un simbolismo fálico. A ello se refiere una copla de Ahigal, en el que se alude a la íntima relación mediante la sencilla metáfora de coger la miel:

Las mozas del Guijo tienen
guardado un corcho mielero
en donde cogen la miel
los de Ahigal con el jumero.

____________

NOTAS

(1) Sin perder su simbología de la fertilidad, en la mitología clásica estaba vinculada a Venus, y a la fecundidad marina y de las aguas en general.

(2) CUNQUEIRO, Alvaro: La bella del dragón. De amores, sabores y fornicios, Tusquets Editores, Barcelona, 1991, p. 159.

(3) ESLAVA GALÁN, Juan: Historia secreta del sexo en España, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1996, p. 109.

(4) FLORES DEL MANZANO, Fernando: Cancionero del Valle del Jerte, Cultural Valxeritense, Jaraiz de la Vera, 1996, p. 120.

(5) La rana entra en estos versos en contraposición con la anguila, elemento de virilidad, por lo que aquélla podría relacionarse con el órgano femenino.

(6) GONZÁLEZ TOBAJAS, Ángel J. : “Cantos tradicionales de Huélaga y Moraleja (Cáceres)”, en Revista de Folklore, 218, tomo 19, 1 (1999), p. 69.

(7) Culebra de agua.

(8) Basta recordar la creencia de que mediante el anfibio se pronostica “certeramente” el embarazo de la mujer.

(9) FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura, Editora Regional de Extremadura, Gráficas Romero, Jaraíz, 1998, pp. 316-317.

(10) La carne de gato negro se ha considerado en Extremadura como un afrodisíaco de primer orden, al tiempo que su grasa se empleaba para facilitar la erección.

(11) Ver “El retrato erótico…”, 2, Revista de Folklore, 318, tomo 27, 1 (2007), p. 190.

(12) GARRIDO PALACIOS, Manuel : “Apuntes extremeños”, en Revista de Folklore, 138, tomo 12, 1 (1992), p. 201.

(13) CASAS GASPAR, Enrique: Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casamiento y muerte, Madrid, 1947. p. 245.

(14) MAJADA NEILA, Pedro: Cancionero de la Garganta, Institución Cultural “El Brocense”, Diputación Provincial de Cáceres, Salamanca, 1984, p. 75.

(15) Guijo de Galisteo.

(16) Ahigal.

(17) Conocidas son la adscripción del lagarto al sexo masculino y de que su carne reanima genésicamente al varón. Se dice que es enemigo acérrimo de la mujer, a la que no duda en perseguir con el único objeto de introducírsele por la vagina. Este último aspecto lo ilustra un cuento muy popular por el norte cacereño. En él se narra cómo una princesa que duerme en el campo es poseída por un lagarto que se cuela hasta la matriz. El rey, temiendo que el sauro devore las entrañas de su hija, promete la mano de la princesa a la persona que pueda salvarla sin hacerle ningún daño. Un soldado se presta a ello. Tras penetrarla, logra que el lagarto muerda su miembro, sacándolo adherido a él.

(18) MAJADA NEILA, Pedro: Cancionero de la Garganta, Institución Cultural “El Brocense”, Diputación Provincial de Cáceres. Salamanca, 1984, p. 100.

(19) GIL GARCIA, Bonifacio: Cancionero Popular de Extremadura, I, p. 71 (20) MAJADA NEILA, Pedro: Cancionero de la Garganta, Institución Cultural “El Brocense”, Diputación Provincial de Cáceres, Salamanca, 1984, p. 88.

(21) Fue recopilada por GIL GARCÍA, Bonifacio (Cancionero Popular de Extremadura, Tomo II, Excma. Diputación, Badajoz, 1956, pp. 125-126.):

Con licencia del amo, / el manijero,
he de pintar mi dama / en este carnero.
Si te duele la mano / de la tijera,
úntala con aceite, / que ande ligera.

(22) RODRÍGUEZ PASTOR, Juan, ALONSO SÁNCHEZ, Eva y ORTIZ BALAGUER, Carlos : “Unas notas sobre el folklore obsceno”, 63. (Narrado por Isabel S., 1987).

(23) El sentido de estos versos cabe interpretarlos desde la opinión generalizada de que si una menstruante entra en el agua, sufrirá al instante daños en la matriz.

(24) RODRÍGUEZ PASTOR, Juan, ALONSO SÁNCHEZ, Eva y ORTIZ BALAGUER, Carlos : “Unas notas sobre el folklore obsceno”, en Revista de Folklore, 236, tomo 20, 2 (2000), p. 63.

(25) GARCÍA MATOS, Manuel: Cancionero Popular de la Provincia de Cáceres (Lírica Popular de la Alta Extremadua. Vol. II), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Barcelona, 1982, p. 292.

(26) GIL GARCÍA, Bonifacio: Cancionero Popular de Extremadura. Tomo II, Excma. Diputación. Badajoz, 1956, p. 120.

(27) CAPDEVIELLE, Angela: Cancionero de Cáceres y su provincia, Diputación Provincial de Cáceres, Cáceres, 1969, p. 367.

(28) ESLAVA GALÁN, Juan: Un jardín entre olivos. Las rutas del aceite en España, RBA Libros, Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía, Barcelona, 2004, p. 121. Recoge esta canción en Castañar de Ibor.

(29) CALLE SÁNCHEZ, Angel, CALLE SÁNCHEZ, Feliciano, SÁNCHEZ GARCÍA, Germán y VEGA RAMOS, Saturio: Entre La Vera y El Valle. Tradiciones y folklore de Piornal, Institución Cultural “El Brocense”, Jaraiz de la Vera, 1995, p. 343.

(30) El último de los versos en ocasiones es cambiado por este otro : “una castaña en tu cama”. De sobra es conocida la asimilación que, en el habla popular, se hace de la castaña con el genital femenino.

(31) No podemos obviar que en el habla popular para referirse a la zona genital se emplean vocablos como “el monte”, “la montaña”, “la sierra”…, aspecto que indudablemente recuerda al conocido “monte de Venus”. El tratamiento erótico de la nieve se manifiesta igualmente en dichos que intentan menoscabar el augurio de una nevada : “Como no nieve entre las patas de alguna…”. Por otro lado, el “abrirse la flor del almendro” responde a un eufemismo extremeño de la pérdida de la virginidad.

(32) GARCÍA MATOS: Op. cit., p. 241.

(33) CAPDEVIELLE, Angela: Op. cit, p. 29.

(34) Conferencia pronunciada en el marco de los Coloquios Históricos de Trujillo sobre el tema de las tonadillas de los quintos.

(35) El hecho de comer es una clara alusión a la relación sexual.

(36) FLORES DEL MANZANO: Op. cit, p. 157.

(37) MAJADA NEILA, Pedro: Op. cit., p. 85.



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EL RETRATO ERÓTICO FEMENINO EN EL CANCIONERO EXTREMEÑO: 2. “DEBAJO DE TU MANDIL”

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2007 en la Revista de Folklore número 319.

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