Revista de Folklore

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TRADICIÓN ORAL Y LITERATURA (V). CUENTECILLOS DE FERNÁN CABALLERO EN RAFAEL BOIRA

FRADEJAS LEBRERO, José / AGUNDEZ GARCIA, José Luis

Publicado en el año 2006 en la Revista de Folklore número 304.

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Hemos visto en los artículos precedentes que tanto la Floresta de Santa Cruz como la de Asensio fueron campos donde recolectó Boira; hemos comprobado y señalado también en varias ocasiones que los autores debieron de plagiar y copiarse de forma que hoy nos escandalizaría; prueba de ello son las “coincidencias” que describimos en Boira y Robert, que palidecen, como veremos en los artículos siguientes, ante las cuantiosas habidas entre Boira y Palacio y Rivera.

La sorpresa se acrecienta hasta el desconcierto en el caso de Fernán Caballero. Al igual que Palacio y Rivera, Boira debió de conocer la obra de Fernán, y sin duda algún chascarrillo disperso en ella le sirvió de fuente. El cuento que Boira titula Caballero sacristán (nº 686) también lo refieren Palacio y Rivera: ellos declaran la autoría del chascarrillo: “Cuenta Fernán Caballero que deseando un cura celebrar con toda solemnidad…”, y se limitan a reelaborarlo con sus propias palabras, pero respetando expresiones propias de Fernán. Boira, en cambio, en sus propias versiones de los temas, desfigura toda la narración introduciendo tantas variantes que no es posible a veces precisar el modelo, lo cual ocurre en él en ocasiones, como hemos visto. No es el caso en esta versión, pues si bien Palacio y Rivera siguen a Fernán, Boira lo hace copiando con variaciones mínimas de la versión de Bernardino Fernández de Velasco (1). Boira respiga ocasionalmente en la cosecha general de Fernán como lo hará de otros autores. Pero el asombro surge cuando se coteja uno de los libros de doña Cecilia, El refranero del campo y poesías populares. Este libro pretende recoger obras póstumas de la autora. Fue publicado en 1912, formando los tomos XV y XVI de la Obras Completas que editaba la Tipografía de la “Revista de Archivos”, en la “Colección Escritores Castellanos. Novelistas”. Precede a los textos un prólogo firmado por José Alonso Morgado.

Parece ser que este clérigo dispuso de unos manuscritos que le entregó la propia doña Cecilia, pues José María Sbarbi, en su Monografía sobre los refranes (p. 320a), daba noticias del Refranero de la gente del campo, recogido en los pueblos de Andalucía, seguido de un Cancionero de Coplas y Romances populares, sobre el que explicaba:

M.S. que dejó inédito á su muerte Doña Cecilia Böhl de Fáber, y que pára hoy en Sevilla en poder del señor D. José Alonso Morgado, según testimonio del Excmo. Sr. D. Fernando de Gabriel y Ruiz de Apodaca al fin de la biografía que de aquella célebre escritora puso al frente de las últimas producciones de Fernán Caballero (Sevilla, imprenta de Gironés y Orduña, 1878, un vol. 8.º menor).

Confiesa Alonso Morgado, en el prólogo a la obra póstuma, que recibió los manuscritos poco antes de la muerte de doña Cecilia, y hace constar el elevado propósito que la guiaba:

Para concluir debemos consignar tambien que aquella virtuosa señora, algunos meses antes de su muerte entregó los borradores de esta obra á quien esto escribe en carpetas separadas cada una de sus tratados, advirtiéndole que los corrigiese y pusiese en limpio según instrucciones que le daba, pues el estado de su salud no le permitía que saliesen acabados de sus manos. Además le designó persona competente que lo revisase antes de su publicación.

El fin particular que con encargo reservado se propuso aquel alma tan noble verdaderamente piadosa al dar este destino á sus trabajos de Ultratumba, era que se atendiese con su producto al cumplimiento de varias disposiciones caritativas. ¡Lástima grande que la riqueza no sea patrimonio del genio y haya de suceder muchas veces, como en esta ocasión, que para realizarse los buenos deseos de la generosa escritora esperen todavía el fruto de sus primitivas tareas! (p. 21).

Si hemos de hacer caso al prologuista, los manuscritos llegaron a sus manos poco antes de la muerte de la autora, acaecida en la primavera de 1877, por lo que parece evidente que no pudo darse al público antes de esta fecha, ya que, como vemos, bien se encarga de hacer constar que los manuscritos le llegaron imperfectos por ser elaborados ya en los últimos días. Y, si es cierto lo que se dice en el prólogo, tampoco fue publicado antes de 1912, contra lo que se había dicho en alguna ocasión:

Ya antes lo había dado por publicado el Sr. Marqués de Figueroa en la conferencia sobre el tema Fernán caballero y la novela de su tiempo, discurso pronunciado en el Ateneo científico Literario y artístico de Madrid, el año 1866, donde decía: “Fernán Caballero usó las mismas expresiones del pueblo, sus propias frases; sus diálogos populares son tan naturales sin caer en la vulgaridad, y sabe sazonar la plática, sin hacerla desmayada y baja, con oportunos adagios y refranes. Que conocía muchos de éstos lo demuestra la obra inédita que después de su muerte publicó el presbítero Sr. Morgado. Como se ve, Fernán Caballero, ateniéndose á sus preceptos, no inventa, sino observa y sabe recoger de labios del pueblo cuentos graciosos y lindos cantares”.

No es, pues exacto, aquello de que lo publicó el Sr. Morgado después de la muerte de Dª Cecilia, sino que ahora es cuando por vez primera se da á la luz (pp. 20–21).

No parece creíble que Alonso Morgado, destacado por su laboriosidad e inteligencia por la que desde la modestia de su posición, supo elevarse a ciertos cargos eclesiásticos y le llevaron a desarrollar una fecunda labor, según palabras de elogio de Mario Méndez Bejarano (2) hacia el clérigo, hubiese descuidado la encomienda de la insigne escritora, más cuando, como hemos visto, el fruto de las ediciones estaba destinado a obras caritativas. No convence. No puede admitirse que un eficiente clérigo fuese demorando la labor encomendada por Doña Cecilia. Él dirigía la Revista Mariana, había publicado algunas obras: estaba inmerso en el mundo de las letras. ¿Cómo pudo dejar pasar la ocasión de sacar a la luz las obras de una escritora de primera línea? ¿Cómo pudo caer en la desidia de dilatar durante varias décadas una obra de caridad? No convence, decimos, que un hombre de letras deje de interesarse por los manuscritos que llegan a su mano, manuscritos de la que él considera grande, de la que comienza presentando en el prólogo, varias décadas después, como “eminente escritora D.ª Cecilia Böhl de Fáber, conocida en el mundo literario bajo el seudónimo de Fernán Caballero”, y de quien admite un éxito incuestionable, pues agrega que sus obras “han sido siempre estimables y buscadas, según acreditan las muchas ediciones y traducciones á varios idiomas…”. (En efecto, el éxito de nuestra escritora no fue pequeño, tanto en España como fuera, especialmente fuera). Las sospechas se acrecientan cuando cotejamos las fechas, pues Alonso Morgado fallecía el 27 de agosto de 1907, a los 73 años. ¿Tanto dilató el encargo que le sorprendió la muerte, ya en plena senectud, sin cumplirlo?

Nuestras dudas nos hacen pensar, incluso, si realmente escribió el prólogo que nos ocupa. Y nos preguntamos si realmente existen los manuscritos o, en el mejor de los casos, cómo se publican.

José Alonso Morgado desempeñó el cargo de Bibliotecario en el Palacio Arzobispal hispalense; pensamos que, si realmente tuvo los manuscritos, bien pudo depositarlos en la institución que regentaba, sin embargo no los hemos hallado en la Biblioteca Capitular de Sevilla (3). Diego de Valencina afirmaba en 1925, en su Fernán Caballero y su obra: “Por dicha, en mis continuos rebuscos y penosas investigaciones (…) en archivos particulares y públicos (…) encontré la mayor parte de los autógrafos de Fernán Caballero” (p. 8); y, sin embargo, nada menciona del Refranero (hay que decir, no obstante, que el artículo no es muy prolijo en datos). Tampoco se menciona entre los abundantes manuscritos de este estudioso en posesión de la Biblioteca Nacional. En resumidas cuentas, desconocemos el paradero de los manuscritos en cuestión, dudaremos de su naturaleza y existencia y seguiremos planteándonos preguntas hasta que tengamos constancia precisa de los mismos.

¿No será que el editor, tras haber publicado toda la obra de nuestra escritora en catorce volúmenes, decidió agregar alguno más de seguro éxito? ¡Nada menos que unas obras póstumas de doña Cecilia Böhl de Fáber! Toda una sustanciosa novedad. Se había iniciado la centuria con la publicación de las Obras Completas por parte de la Librería Antonio Romero en 16 volúmenes, entre 1902 y 1907, edición que repetiría Antonio Robiños entre 1917 y 1921. La Revista de Archivos también había iniciado la publicación de las obras completas (4) una vez más en 1905. Parecía la ocasión ideal para desempolvar aquellos manuscritos que todos suponían en poder de Alonso Morgado, pero que nadie, al parecer, había visto. Y aparecieron casualmente en la edición de la Revista de Archivos, ya fallecido Alonso Morgado. ¿Por qué no aparecieron después en la de Robiños? ¿Y por qué no aparecieron décadas atrás, hacia 1877 o 1878, como continuación de los Cuentos, oraciones, adivinas y refranes populares e infantiles, dado en 1877 y un año después en Leipzig? ¿Podría haberse relacionado esta última obra con los manuscritos de Alonso Morgado, por lo que se dieron por editados? Hay inconvenientes para admitir esto último.

Parece, pues, mucha casualidad que los manuscritos emergiesen después de seis años del fallecimiento de Alonso Morgado. No resulta muy creíble que el editor se acordase de él al final de sus publicaciones y que apareciese un prólogo seis años después del fallecimiento. Extraña, por lo demás, la misma naturaleza del prólogo. No hallamos en él ninguna peculiaridad, ninguna confidencialidad, ningún recuerdo del prologuista hacia la autora, únicamente generalidades ya referidas una y mil veces sobre la obra de la novelista; ninguna revelación entrañable. No se entiende que aquellos valiosos manuscritos entregados a última hora para tan elevado fin fuesen facilitados en un frío acto. Debería haber habido algún diálogo trascendente, alguna confidencialidad entre doña Cecilia y el clérigo, alguna circunstancia especial, y bien se habría encargado Alonso Morgado de contar aquellos últimos contactos, los sentimientos de la autora, sus palabras…, eso sí habría sido un golpe de efecto para el lector; sin embargo el prólogo, como decimos, refiere generalidades tópicas sobre la autora. Lo más personal son aquellas frases mencionadas sobre las circunstancias de la entrega de los manuscritos. Palabras que más parecen un subterfugio para justificar cualquier irregularidad; palabras vertidas, incluso, entre imprecisiones. ¿Qué es impreciso en la cita reseñada antes referida a las palabras del ser Marqués de Figueroa donde dice que el año 1866 afirmaba el Marqués que el presbítero Sr. Morgado publicó la obra inédita “después de su muerte”? Sin duda, la fecha es incorrecta, pues mal pudo decir tal cosa el Marqués cuando aún vivía nuestra costumbrista, y cuando, en ese año, el de Figueroa tenía únicamente siete. La imprecisión es chocante, pues el prólogo se publica en vida del Marqués. La fecha debe ser 1886, pero el prologuista se equivoca. Además, el que se diga que conocía y había publicado refranes populares ¿es base para afirmar que se habían publicado los manuscritos de Alonso Morgado?

Nos planteamos, pues, si el editor no jugó con la leyenda de los manuscritos, pero alejémonos de fáciles suspicacias. Si concediésemos su existencia, nos preguntaríamos si tal vez dichos manuscritos resultaban tan magros que se tomó al pie de la letra el deseo de Fernán de que se “arreglasen”: y se “adornaron” con algunos “pequeños agregados”. Tal vez fuese esa razón de la parquedad de la obra por la que Alonso Morgado no había publicado anteriormente los manuscritos (si la afirmación del prólogo es cierta) habiendo tenido ocasión, pues publicaciones completas se habían hecho en el siglo precedente, así como muchas veces todas las obras sueltas. ¿Por qué, si no, esa aclaración de Alonso Morgado (o el editor mientras se despejen las dudas) explicita tan concienzudamente que los manuscritos estaban imperfectos por la incapacidad de la autora de arreglarlos, dado su estado, y que exigían de un corrector y un supervisor? ¿Hubo, en suma, algo más que corrección y supervisión? ¿Iba doña Cecilia a entregar un trabajo insustancial? No es probable. Bien podría haber sido al contrario, pues debía de poseerlo en abundancia, como manifiesta en algunas ocasiones.

No nos convence que Fernán Caballero, a las puertas de la muerte, sin fuerzas y abatida por la fiebre en su último tramo vital (tan debilitada que hasta había pedido el viático días antes del fallecimiento) se hubiese dedicado a preparar un manuscrito nada menos que de material folklórico, como es El refranero. Bien podría haber entregado alguna producción de elaboración propia sin correcciones, sí, de última hora, pero no uno de recopilaciones populares. Las recopilaciones populares propias, evidentemente, no tuvieron lugar en su estado de abatimiento final. Fueron especialmente de atención temprana, aunque jamás cesó. Era en 1848, nada menos, cuando escribía una carta a José Joaquín de Mora, recogida por Valencina:

Algún buen gusto que usted me concederá, a favor de las fuentes en que lo he adquirido, mis padres, algún espíritu de observación, muchas ocasiones de estudiar en la españolísima Sevilla las costumbres de la sociedad, mucha paciencia para recoger en el pueblo de campo dichos, usos, cuentos, creencias, chistes, refranes, etc., me han hecho hace años recopilar un brillante mosaico, que creo debe tener interés para todo el que quiera conocer este pueblo poético y esta sociedad tan poco conocida.

(Cartas de Fernán Caballero, pp. 15–20)

Pues sobre este material trabaja constantemente, comenta en sus cartas repetidas veces, así por ejemplo sobre el cuento de la hormiguita, lo hace con su madre (5). El propio Valencina, revisando el material en sus manos, explica que escribía al margen si tal cuento lo había incluido en tal o cual obra (6). Hemos constatado cómo muchos dichos, refranes o cuentecillos los usa en más de una ocasión. Si doña Cecilia contaba con el material aparecido póstumamente, extraña que no lo hubiese utilizado antes insertándolo en su narrativa. Extraña que lo tuviese imperfecto habiéndolo tenido tantos años en su poder, pues no pudo ser recopilación de última hora, evidentemente.

Si Alonso Morgado no publicó los manuscritos, debió de ser, tal vez, decimos, porque no le parecieron de suficiente entidad, pero entonces cabría preguntarse si doña Cecilia se habría rebajado a entregar algo imperfecto, si habría permitido que otro arreglase unos materiales que ella no habría preparado durante toda su vida, por muy elevado objetivo de caridad que persiguiese. Por otro lado, Alonso Morgado no suponemos que sea personalidad tan relevante en la vida de la escritora –no aparece en las cartas de Valencina– como lo fueron otros intelectuales, ¿por qué le entregó a él los supuestos manuscritos? Únicamente la preocupación de la última etapa de su vida por dar composiciones aptas a un público infantil podría haberla llevado a pensar en el clérigo, pero no es probable.

Extrañan, en fin, otros muchos extremos turbios. En principio, El refranero es obra miscelánea que no necesita un hilo conductor que precise de la maestría de Fernán Caballero. En él hay refranes no glosados, adivinanzas, etc. Casi todo material de fácil acopio. ¿Qué decir, por ejemplo, de las Astucias de Bertoldo que se insertan en el tomo XV? La Historia de Bertoldo gozaba de gran divulgación y era sobradamente conocida y celebrada en tiempo de nuestra folklorista, al menos en el último periodo de su vida; consta, sí, que ella era aficionada a tal obra; pero que incluya una parte en un manuscrito como obra propia más parece un desatino. Ante nosotros tenemos dos ediciones de la mencionada Historia, hay grandes diferencias entre ellas, lo cual puede deberse al distinto traductor. La versión que se supone obra póstuma de Fernán es más semejante a la de 1852 (7), queremos significar que podría haber copiado de cualquier edición, pero jamás para editarlo como propio. Hacer pasar como trabajo personal un fragmento de una obrilla conocidísima popularmente en su propio tiempo nos parece un despropósito tal que más bien raya con el mal gusto, mal gusto que empañaría la credibilidad de la propia doña Cecilia.

Ciertamente, parece que es al final de su vida cuando mayor preocupación muestra por dar al público el material folklórico como tal, no inserto en la propia producción literaria, de ahí la obra que preparaba el último año de su vida, los Cuentos, oraciones, adivinas y refranes populares e infantiles, como continuación de los Cuentos y poesías populares andaluces de 1859. Sí parece que en sus últimos años se preocupó por hacerse con material folklórico utilizable para el público menor. Cabría la posibilidad de que recibiese, entre las cosas que diversas personas le enviaron (pues ciertamente las hubo) para lo que le ocupaba entonces, material diverso, que podría haber pasado a Alonso Morgado. Quizás pudiese ser. Tal vez viejos manuscritos en posesión de gente bien intencionada, tal vez el producto de un verdadero trabajo de colaboradores metidos a folkloristas, tal vez los escritos de quien sabía cosas que recordaba haber oído, entregado a doña Cecilia, cayó en manos del clérigo. Sería una posibilidad. Pero lo que nunca habría aceptado sería hacer pasar las historias de Bertoldo que corrían popularmente, y también impresas en un sinfín de ediciones. Redundando en esta posibilidad de haber recibido tal material de última hora de colaboradores desinteresados, nos volveríamos a preguntar por qué no se incluyó entonces en los propios Cuentos y oraciones…

Tampoco creemos que la religiosidad de doña Cecilia se dirija, precisamente, a contemplar y extenderse en El refranero en cierne en las profecías del visionario Bug de Milhas, especie de Nostradamus español que había vaticinado algunos acontecimientos de la época de la autora. ¿Parecería lógico, por ejemplo, que le entregase a Alonso Morgado cierto material paralelo, una nueva concepción del tema de la Gramática parda que estaba tratado en los Cuentos y Oraciones…? En fin, las dudas surgen en cascada también en lo referente al contenido. Por lo demás, el único motivo que podría haber impulsado a doña Cecilia en sus últimos años, el de utilizar el folklore en bien de la infancia, motivo que le podría haber dirigido a Alonso Morgado, también se debilita, pues El refranero no se adapta especialmente a él.

Por otra parte, nos parecen de fácil adquisición los romances como el de La muerte de Pepe–Hillo, o el de El pastor y la oveja: “Estando en un alto cerro…”, y otras partes del misceláneo, lo que sí podría ser obra de colaboradores; pero también accesibles, décadas después, al editor de El refranero en busca de obras que poder atribuir a Fernán Caballero, y que, en ocasiones, parece no llegar a estructurar suficientemente. ¿Por qué esa disyunción entre los cuentos y chascarrillos? ¿Llegaban de fuentes distintas?

Podríamos especular con que, en efecto, Alonso Morgado se hubiese hecho cargo, tras el fallecimiento de la folklorista, del material, o de parte de él, que le habría llegado a doña Cecilia o, tal vez, de borradores o copias, incluso de impresiones viejas, que ella misma conservase entre sus notas como material de consulta. Eso podría explicar, por ejemplo, lo de Bertoldo. Si tal circunstancia fuese así, parece claro, contra lo expuesto del deseo de la autora de que se publicase, que Alonso Morgado nunca habría contado con el permiso de la autora, y menos con su deseo, de que se publicase todo aquello. Tal vez eso explique que el clérigo no lo publicase realmente. Si entre los materiales había, por otra parte, escritos que le fueron enviados a la folklorista, posiblemente tampoco llevarían la letra de la propia escritora. En este caso las palabras del prólogo mencionadas, referente a la entrega de los manuscritos a Alonso Morgado, sería urdimbre del editor, que bien debía de saber que no todo aquello había salido de la mano de Fernán, como cautamente deja caer en propias palabras que atribuye a Morgado, tras aquella trillada cita en que la autora asegura que todo es recogido del pueblo y si hay algo culto en ello es porque el pueblo “lo ha hecho suyo por el uso”, e incluso con la posibilidad de que desde el pueblo ascendiese al “género culto”. Seguidamente se agrega en el prólogo

que aun cuando se insertan algunas composiciones impresas, como se advertirá en su lugar respectivo [no hay tales advertencias], son ya tan raras, que apenas se conocen, y tienen hoy, por lo tanto, carácter de novedad.

Que en todo refrán hay primero que atenerse al sentido recto o literal, aunque no se aplique generalmente sino en el figurado. A lo que debe agregarse aquí por el editor que ahora es cuando se publica por primera vez este trabajo, aunque se halle registrado en la Monografía sobre refranes (p. 19).

La cita anterior es muy reveladora. En primer lugar, el editor es consciente de que hay, incluso, material impreso. El que lo advierta es una justificación ante el avezado lector que pueda percatarse del hecho. El editor sabe, evidentemente, que hay materiales viejos ajenos. ¿Por qué lo sabe? O porque contaba con aquellos materiales que habrían pertenecido a la autora para su uso o consulta, o como ayuda de colaboradores, como es el caso sobre el que estamos conjeturando, o porque él mismo se encargó de buscarlos entre ediciones raras o manuscritos antiguos. No olvidemos tampoco que desde la publicación de Boira ya había pasado justamente medio siglo, como fuente más cercana. En segundo lugar, llama la atención la aseveración machacona, que hasta el mismo editor subraya, introduciéndose de rondón, una vez más, en el supuesto prólogo de Alonso Morgado, de que es la primera vez que el trabajo se publicaba. ¿Qué le da tal seguridad? ¿El deseo de interesar al lector? ¿El testimonio del propio Alonso Morgado? ¿O le traiciona la seguridad de que todo es una compostura del momento?

Sorprende también que la propia doña Cecilia, que tanto se había jactado de respetar hasta la dicción del pueblo: “Fácil, muy fácil nos hubiera sido poner lo que está en prosa y en lenguaje vulgar en lenguaje culto; pero hemos preferido presentarlo en el suyo propio para que no perdiese su forma peculiar y genuina” (O. C., BAE, V, p. 64a), anime y deje en manos de Alonso Morgado y un tercero la reelaboración de los materiales recopilados. Sigue sin convencer.

En fin, no nos es posible dejar de formular estas dudas cuando llegamos a esta autora y tenemos que confrontar su obra con la del autor que estamos analizando, Boira. La perplejidad se patentiza.

El misceláneo El refranero de la gente del campo incluye en el tomo II (XVI de las Obras completas) Las noches de invierno en las gañanías, cuyo primer apartado lo componen los Cuentos (con un total de 38 cuentos) y el segundo los Chascarrillos (con 40). Pues bien, 43 de esos cuentos o chascarrillos están presentes en la obra de Boira; lo más desconcertante es que poco más de la mitad de ellos son transcripción literal, copia exacta; del resto, más de una decena muestran únicamente alguna alteración mínima, como el cambio de algún nombre propio o la supresión o adicionado de alguna sentencia. Muy pocos son reelaboración total o con diferencias notables.

Entre los próximos libros que trataremos para confrontar con Boira, en esta Revista de Folklore, será el Museo cómico (1863–4) de Manuel del Palacio y Luis Rivera. Pues bien, de esos 43 cuentecillos de El refranero presentes literalmente en Boira, 25 se reflejan también en el Museo cómico, y de esos 25, 15 son transcripciones literales, coincidencias plenas en los tres libros. Cuando las diferencias son mínimas entre los tres casos, El refranero coincide con Boira (lo que ocurre en siete veces), mientras que las coincidencias plenas entre Boira y Palacio –Rivera se dan en cinco ocasiones cuando El refranero disiente ligeramente. No hay coincidencias exclusivas entre El refranero y Palacio y Rivera. Estos plagios entre Boira y Palacio y Rivera, por otra parte, no son de gran interés para lo que nos ocupa, pues el Museo Cómico, bien porque Palacio y Rivera siguieron el mismo rastro que Boira, bien porque hubo una apropiación sin tapujos, refleja más de un millar de cuentecillos que se hallan en Boira, y una gran cantidad sin alteración. Ello, confirma, en suma, la costumbre a recolectar en cosechas ajenas.

Resulta, así, tentador pensar que el editor de El refranero no tuvo inconvenientes en incursionarse por la obra de Boira (o por los mismos campos que visitó Boira) (8) para adquirir materiales achacables a Fernán, pero la solución parece demasiado simple. ¿Tenía el editor de la obra póstuma ante sí las ediciones de Boira y Palacio–Rivera? Pudo ser. Como pudo ser, como decimos, que hubiese otro, u otros, eslabones engarzados en la tradición que, de momento, desconocemos.

¿Podríamos plantearnos si fue al revés? ¿Podría doña Cecilia haber dejado sus materiales tanto a Boira como a Palacio y Rivera (o a Boira solo) una década y media antes de su muerte? No parece creíble. En el improbable caso de que así fuese nos preguntaríamos: ¿No dice Alonso Morgado que los manuscritos los recibió de doña Cecilia incompletos, imperfectos, por su delicado estado? ¿No le pide que los arregle? ¿Cómo es posible que los mande arreglar cuando han aparecido una década y media antes publicados sin variación, perfectos, en vida de la autora? Y si debían “arreglarlos” ¿por qué no se hizo, y aparecieron igual que en Boira, estando de por medio la consigna dada a Morgado, eficiente y culto, de arreglarlos?

¿Podrían haber circulado manuscritos los cuentos de Fernán y haber caído en poder de los autores que tratamos? No creemos que se hubiesen atrevido a publicarlos en vida de la autora sin su permiso, y de tenerlo, toparíamos con la misma alegación que antes: ¿no eran material de última hora, imperfecto e inacabado a la muerte de la autora? La contradicción es manifiesta.

Podríamos apelar a la honradez del editor y pensar que tal vez se acordase de los legendarios manuscritos en poder de Alonso Morgado; que se interesase por ellos y le fuesen remitidas las supuestas notas y apuntes que habrían pertenecido a la eminente escritora, en poder del clérigo. Con aquel material bien pudo, con la mejor intención del mundo, aderezar algunas anotaciones del propio clérigo y preparar los dos tomos.

En fin, de la presencia de los cuentecillos en Boira (1862) se infiere que, de estar entre los papeles de Fernán Caballero, no se trata de los últimos materiales allegados a ella para la tarea que le ocupaba en sus últimos años: no son, pues, las posibles aportaciones de colaboradores que doña Cecilia, supuestamente, no tuvo tiempo de arreglar.

Nos inclinamos a pensar que tal vez existieran unos manuscritos o ediciones antiguas y raras que sirvieron a los tres libros en cuestión. Cabría la posibilidad de que hubiesen sido manejados por Fernán Caballero, copiados o reservados como material de consulta, pero no parece probable que fuesen producto de su labor directa como folklorista o como escritora.

Nos hallamos, pues, ante un asunto de la historia de la literatura que invita a un estudio en profundidad de las circunstancias exactas por las que casi medio centenar de cuentos, que figurarán como manuscritos de Fernán Caballero, se publicaban literalmente por Boira en vida de la propia autora, quince años antes de su fallecimiento, cuando es obvio que el manuscrito no se imprimió en vida de la autora y sólo apareció atribuido treinta y cinco años después de su fallecimiento.

No es, no obstante, nuestro propósito desentrañar la naturaleza y circunstancias de El refranero del campo, en esta ocasión; estudio que exige una mayor profundización que confirme o refute definitivamente nuestras hipótesis. Mantenemos el objetivo que nos guía en estos artículos, que no es otro que señalar, a través de la obra de Boira, en principio, los cuentecillos que vivieron con alguna reiteración en las letras y, tal vez, en la tradición oral, del siglo XIX.

Como hemos señalado, el núcleo central de las “coincidencias” entre El libro de los cuentos de Boira y Fernán está en El refranero del campo, pero, según hemos hecho observar, también hay coincidencias en otras obras de nuestra escritora; para algunas de ellas hemos tenido en cuenta el inventario de Chevalier, hispanista imprescindible en los estudios en que confluyen folklore y literatura. Dado que, en lo que concierne a El refranero del campo, interesa el grado de afinidad de los textos, indicamos en cada caso si es transcripción literal, texto con alteraciones mínimas o reelaboración que difumina la dependencia directa.

Cecilia Böhl de Faber nació el 24 de diciembre de 1787 en Morgues, Suiza, y murió en Sevilla el 7 de abril de 1877. Fue hija del crítico hispanista Nikolaus Böhl de Faber y Frasquita Larrea (de ascendencia irlandesa). Su labor como folklorista es notoria. Por su origen, conocía perfectamente las ideas divulgadas por los hermanos Grimm, y como ellos, quiso recoger lo que juzgó que eran preciosas joyas, las producciones populares. Sus ideas al respecto las resume en el Prefacio del autor de los Cuentos y poesías populares andaluces (Sevilla, 1859), prefacio que inicia comentando el interés de otros países por el saber popular y haciendo ver que en nada nuestro país es inferior a ellos:

En todos los países cultos se han apreciado y conservado cuidadosamente no sólo los cantos, sino los cuentos, consejas, leyendas y tradiciones populares é infantiles; en todos menos en el nuestro. Este desdén es tanto más de estrañar, cuanto que se observa en un país poseedor de cosas tan bellas como originales en estos géneros (…). Mucho habría que objetar contra el actual incalificable desdén (…).

Seguidamente da noticia de la labor de los eruditos hermanos Grimm y de un artículo de los mismos en que desvelan el vínculo entre cuentos populares y Cervantes o Calderón, y deja constancia, por propia experiencia, de la riqueza folklórica que se extiende por toda España: “La mina de que hemos sacado estos preciosos materiales no es la única que existe; cada Provincia, cada Pueblo, cada Aldea, tiene la suya, que empiezan por fin á esplotarse”. Continúa explicando su actitud ante las composiciones recogidas:

Las cosas que nosotros presentamos tienen señaladamente el sello andaluz, como que en esta provincia han sido recogidas. Este sello es generalmente la chuscada, la agudeza, y la burla. Fácil, muy fácil, nos hubiera sido poner lo que está en prosa, y en lenguaje vulgar, en lenguaje culto, pero hemos preferido presentarlo en el suyo propio para que no perdiesen su forma peculiar y genuina. (…) El lenguaje del pueblo tiene que ser popular; y admira cuán poco vulgar es, en sentido de lo tosco ó de lo grosero, el del pueblo de nuestro país.

No es la primera vez que expone su intención de dibujar al pueblo, incluso en su vocabulario y expresión. Ya se advertía al público en “Una palabra al lector” de La familia de Alvareda:

Pero como no aspiramos a causar efecto, sino a pintar las cosas del pueblo tales cuales son, no hemos querido separarnos en un ápice de la naturalidad y de la verdad. El lenguaje, salvo las h, y suprimir las d, es el de las gentes del campo andaluzas, así como sus ideas, sentimientos y costumbres.

Volviendo a su declaración de intenciones en los Cuentos y poesías, quizás la más atrevida afirmación, que ilustra el alto concepto por el saber popular, es la aserción, tras dar a conocer que algunas composiciones poéticas habían sido “espresadas también por poetas de alta esfera”, como cierta copla inserta en Morir y disimular, de Montalván, de que obras populares fueron fuente de inspiración para grandes literatos:

Nos parece mas probable que del pueblo subiese á Montalvan esta copla, que no el que de su altura descendiese al pueblo, que inventa mas fácilmente que aprende, é improvisa con mas gusto y aficion que repite. Esto en tesis general, lo que no impide que alguna que otra de las coplas que del pueblo hemos recogido lo hayan sido casualmente por él en esferas mas cultas.

Las creaciones del pueblo recogidas por Fernán tienen un doble destino: por un lado aparecen en colecciones concretas, como los mencionados cuentos, o bien se insertan dentro de su obra narrativa, de la que son elementos importantes. Señalaba Alcina Franch en la introducción de La Gaviota:

Lugar aparte merecen los elementos folklóricos que aparecen como recurso en los cuadros y escenas populares de que se ha hecho mención. Son variadísimos y van desde modismos, refranes, máximas, frases hechas que contribuyen a dar viveza y autenticidad a sus diálogos, hasta ejemplos, historias y cuentos y canciones. El acopio de materiales que debió realizar la autora fue sin duda importante y no exento de interés científico.

Andrés Soria, en la introducción de los Cuentos andaluces (Ediciones Alcalá, 1966) recuerda el recurso romántico de instalar una tertulia en la que las “conversaciones o diálogos fernanianos son a menudo el cañamazo para bordar ‘al natural’ tesoros folklóricos y puede decirse que nunca faltan en novelas grandes y pequeñas”. Otra cuestión es si tras el folklorismo pintado por Fernán se llega a la esencia del pueblo: no cree que le haya “servido para penetrar más profundamente en el espíritu del pueblo”. El propio Soria refleja ideas de Montesinos, que es tajante cuando declara que “el folklore no nos permite más que un conocimiento específico (el material folklórico) y nada más”; pero reconoce: “Lo que no quita el valor documental que en el terreno folklórico tiene la obra de la escritora como colectora de toda clase de saberes populares”, producciones que, a su juicio, ha utilizado abundantemente: “Pero en la precisa economía de su creación narrativa ha manejado la rica experiencia que es el folklore –canción refrán o cuento– muchas veces con exceso, entorpeciendo parasitariamente algunas de sus mejores páginas”. En lo que no están de acuerdo otros estudiosos, para los que estos elementos son unos de los mejores logros, como se encarga de señalar Montserrat Amores (Fernán…, p. 153).

Conviene resaltar el valor folklórico presente en la obra de doña Cecilia, pues, como apuntábamos en otra parte, nos advierte de la posible calidad de folklóricos para estos cuentos (más de seis decenas) que tuvieron cabida en la recolección de Rafael Boira.

Si es evidente el peso del folklore en la producción de Fernán, hasta el punto de considerarla precursora del mismo, hay otro aspecto que es más incierto en la composición de muchas de sus obras: su cronología. Cecilia había comenzado a escribir como una necesidad, nunca con intención de entregar sus letras al público. Coloma, explicando en su amenísimo Recuerdos de Fernán Caballero el origen de La Familia de Alvareda (cap. XXIII), afirmaba que “Cecilia, en efecto, nunca escribió para el público, sino para sí misma, por entretenimiento, y porque, según su frase, le salía de adentro contar lo que veía”. Según esto, su actividad literaria comenzó muy pronto y, como señala el mismo Coloma, en los primeros “años del segundo matrimonio de Cecilia [1822], es cuando empieza en realidad la vida literaria de la Marquesa de Arco–Hermoso, callada y oculta como un secreto vergonzoso”. El manuscrito de la novela (en alemán) permaneció oculto entre los papeles de la Marquesa durante más de veinticinco años, “sin que tuviesen la fortuna de leerlo, en todo este transcurso de tiempo más que dos personas: su padre y Washington Irving”, que, visitando Sevilla el año 1827, leyó al poco tiempo lo que la Marquesa le mostró como unos meros apuntes. La lectura del manuscrito sorprendió tan gratamente a Irving que pidió a doña Cecilia que le permitiese traducir el manuscrito al inglés para publicarlo en Estados Unidos o enviárselo a Walter Scott para que hiciese lo propio en Inglaterra. Coloma termina el capítulo mostrando el desdén de la escritora a darse al público: “Maravillada á su vez Cecilia y asustada al mismo tiempo, nególe cortés pero terminantemente el permiso, y apresuróse á recoger su manuscrito, atribuyendo las alabanzas y ofrecimientos de Irving á pura galantería de cumplido caballero”. Montesinos, que rechaza frontalmente la visión del ferviente discípulo jerezano en otros aspectos (“los Recuerdos de Fernán Caballero, del padre Coloma, de lectura agradable, no deben tomarse en cuenta nunca, pues contienen tantas inexactitudes como palabras”), está de acuerdo en esta actitud de la Marquesa, lo cual lamenta:

Fernán Caballero escribió mucho, condenándose a no publicar nada (…). Si Fernán Caballero hubiera publicado algunas de sus novelas cuando las escribió, no sólo hubiera sido uno de los altos nombres de la novela española decimonónica, hubiera sido una gran figura de la incipiente novela. Todo parece indicar que La familia de Albareda estaba escrita antes de 1828. Digamos que se hubiera publicado en 1830: salida a luz entonces, hubiera sido una sensación en toda Europa(…). La familia de Albareda se publica en 1849, con mil auxilios que más bien la malparan, y fue traducida a varios idiomas (Prólogo, Elia, p. 13).

Tras la muerte del Marqués de Arco–Hermoso en 1835, la joven viuda se refugia en el Puerto de Santa María, donde conocerá al que será su tercer marido, D. Antonio Arrom de Ayala, con quien se casa en el 37, y con quien vuelve a Sevilla. Es este hecho determinante para que Fernán Caballero, que estrenará seudónimo (también será León de Lara), entre decididamente en las letras. Fue su decisión y su tesón por convencer a la esposa los que dieron pie a la publicación de La Gaviota. Explica Coloma el éxito de La Gaviota (cap. XXVIII):

La aparición de La Gaviota en el periódico El Heraldo produjo en el mundo literario una honda impresión de sorpresa, de asombro, de curiosidad, de bienestar apacible y tranquilo (…). Y acertó Ochoa en su profecía: porque á poco fueron apareciendo seguidamente La Familia de Alvareda, Clemencia, Lágrimas, Un verano en Bornos, Elia, Un servilón y un liberalito, y todas aquellas otras joyas literarias que Cecilia tenía almacenadas y escondidas, y que poco á poco fue traduciendo ella misma de los respectivos idiomas en que habían sido escritas.

Lo cierto es que el mismo año (1849) aparecieron La Gaviota, La familia de Alvareda, Una en otra y Elia, Sola (anteriormente había sido publicada en la prensa alemana, en alemán [1840]), La hija del sol y el comienzo de los Cuentos y poesías populares andaluces y al año siguiente Lágrimas, Callar en vida y perdonar en muerte, No transige la Conciencia, El albañil y El marinero.

Es patente, pues, que no hay correspondencia en los tiempos de creación y la entrega al lector, que las fechas en su obra son inciertas, que la cronología de la aparición de la obra de doña Cecilia ante el público siempre hay que tomarla con precaución. Aparte de las publicaciones definitivas, hay que contar con las apariciones parciales y dispersas en publicaciones periódicas.

Los títulos de los cuentos son los expuestos por Boira, a quien siempre hace mención la primera referencia. Los cuentos cuyos argumentos se expusieron en las coincidencias con autores tratados en artículos anteriores no se repiten, obviamente; la numeración respeta el listado anterior para facilitar su comprobación.

CUENTECILLOS PRESENTES EN AUTORES YA TRATADOS

17. Lo bueno y lo malo del madrugar (Boira, El libro de los cuentos, I, p. 200; Santa Cruz, Floresta, X, 41) (Fernán Caballero, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 36, pp. 106–108; Una en otra, BAE, 138, p. 289a [Chevalier, “Inventario…”, nº 62]; “Locuciones populares andaluzas”, en Genio e Ingenio del pueblo andaluz, p. 620). Difieren las versiones de Boira y Fernán.

36. El ojo en la mano (Boira, I, p. 265; Santa Cruz, IV, VII, 8) (Fernán, alusiones en La familia de Alvareda, p. 71: “¡Pues no es nada lo del ojo, y lo llevaba en la mano!”; Igualmente en Más largo es el tiempo que la fortuna [Obras, II, BAE, p. 328b]).

101. Una reforma (Boira, II, pp. 242–243; Santa Cruz, I, III, 2) (Fernán, Elia o España treinta años ha, cap. X, p. 108).

119. La suegra (Boira, II, p. 277; Santa Cruz, XI, II, 8) (Fernán, “Locuciones populares andaluzas”, en Genio e Ingenio del pueblo andaluz, p. 619).

130. La burra perdida (Boira, II, pp. 307–308; Santa Cruz, V, IV, 4) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 4, p. 115). Coincidencia plena en Boira y Fernán, transcripción literal.

166. ¡Qué miedo! (Boira, III, p. 60; Santa Cruz, IX, II, 7) (Chevalier, “Inventario… Fernán Caballero”, nº 78: El portugués valeroso).

342. El predicador y el albéitar (Boira, I, pp. 57–58; Roberto Robert, p. 72) (Fernán, “Chascarrillos”, en Genio e ingenio del pueblo andaluz, p. 189).

351. (=509) Sobre favor, paga (Boira, I, p. 91; Asensio, II, VII, VI, III; Roberto Robert, p. 87) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 3, pp. 114–115). Difieren las versiones de Boira y Fernán.

389. El caldo entre piedras (Boira, I, pp. 306–307; Roberto Robert, p. 690a) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 5, pp. 54–55). Reelaborado.

413. Inconvenientes del buen tiempo (Boira, II, p. 151; Roberto Robert, p. 52) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 20, p. 123). Transcripción literal.

487. La gramática del amor (Boira, III, p. 293; Roberto Robert, p. 543 (Fernán, “Chascarrillos”, en El pueblo andaluz, p. 83; “Chascarrillos”, en José M.ª Gutiérrez de Alba, El pueblo andaluz. p. 83).

495. La molinera en el río (Boira, I, pp. 19–20; Asensio, III, V, V, XI) (“Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos” en O.C. El refranero…, nº 25, pp. 81–84). Difieren Boira y Fernán.

507. La confesión de un ratero (Boira, I, pp. 53–54; Asensio, III, I, VI, IX) (Cuentos y poesías… agudezas, ed. de 1859, pp. 186–186; BAE, 140, p. 120; ed. Alcalá, p. 152).

510. El hurto incompleto (Boira, I, pp. 224–225; Asensio, II, I, VI, I) (“Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 24, p. 125). Transcripción literal.

543. La justicia y el puerco (Boira, I, pp. 257–258; Asensio, II, III, III, IX) (“Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 21, pp. 74–75). Transcripción literal.

554. La imitación (Boira, I, p. 287) (Chevalier, “Inventario… Fernán Caballero”, nº 75: Quiero morir entre dos ladrones).

570. Pollo nonnato (Boira, II, pp. 29–30) (Asensio, II, VII, VII, X) (“Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 33, pp. 130–131). Transcripción literal.

599. El alcalde y el abrevadero (Boira, II, p. 277) (Asensio, II, IV, VI, III) (Cuentos y poesías…, BAE, 140, p. 79 [Chevalier, “Inventario…”, nº 51]).

BOIRA–SANTA CRUZ–FERNÁN

(omitido en Revista de Folklore, 288)

655. La imitación. Como se moría, mandó ponerse a ambos lados de su cama a un posador y a un molinero, para morir entre dos ladrones, como Jesucristo. (Boira, I, p. 287; Santa Cruz, II, III, V, IV) (Fernán, Más vale honor que honores; BAE, 139, p. 171a) (Chevalier, “Inventario… Fernán Caballero”, nº 75: Quiero morir entre dos ladrones).

BOIRA–FERNÁN

656. El amo burladazo. Para burlarse, el amo le mandó traer dos reales de huevos y dos de ayes. Compró ortigas y huevos. Cuando el patrono se picó con las ortigas, exclamó: “¡Ay!”. El criado dijo que también venían los huevos. (Boira, I, pp. 17–18) (Cf. Fernán, La viuda del cesante, BAE, 140, p. 16A [Chevalier, “Inventario…”, nº 42]).

657. La oratoria nueva. El juez da la razón al arriero que por todo discurso dijo: “¡Mu!”. (Boira, I, pp. 18–19) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 28, pp. 87–89). Alteraciones mínimas.

658. La réplica oportuna. Si el padre, abuelo y bisabuelo murieron en el mar, ¿por qué se embarca? Réplica: si su padre, abuelo y bisabuelo lo hicieron en la cama, ¿por qué se acuesta? (Boira, I, p. 25) (Fernán, ¡Pobre Dolores!, BAE, 137, p. 394b, [Chevalier, C. folklóricos, nº 66]).

659. Las alforjas cosidas y descosidas. Cose las alforjas del dinero del aldeano a su chaqueta. En un tirón se queda con ellas. El aldeano las echa de menos y el ladrón le dice que las hubiera cosido como él, y así no las hubiera perdido. (Boira, I, pp. 32–33) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 9, pp. 60–61). Transcripción literal.

660. Los doce pares de Francia. Pidiendo el libro Los doce pares de Francia, no teniendo suficiente dinero para comprarlo, pide que le vendan al menos seis pares. (Boira, I, pp. 49–50) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 35, pp. 131–132). Alteraciones mínimas.

661. La píldora sánalo todo. Charlatán vende tales píldoras con éxito. Uno quiere encontrar su burro perdido con ellas. Cuando las toma, debe desviarse de un camino para evacuar, y halla al burro. (Boira, I, pp. 71–72) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 12, pp. 63–64). Transcripción literal.

662. El cazador sediento. El escrupuloso, sediento, entró en la cabaña de unos pastores donde unos niños desaliñados pasaban de mano en mano un jarro. Acuciado por la sed, decidió usar de él, pero procuró beber por un pequeño portillo, por donde pensó que nadie lo haría. Cuando lo ven, todos jalean, pues ha tenido la idea de beber por donde solían hacerlo todos, incluida la abuela. (Boira, I, pp. 99–100) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos” en O.C. El refranero…, nº 32, pp. 95–96). Transcripción literal.

663. La zarza alguacil. Pasa la noche prendido en una zarza pensando que alguien le tiene encañonado. Al amanecer, descubierto el error, alardea, incluso, de valiente (Boira, I, pp. 114–115) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 24, pp. 79–81). Modificaciones mínimas.

664. El leñador honrado. Encuentra una bolsa. Duda, pero la devuelve. El dueño dice que se ha quedado con 30 doblones, pues su bolsa tenía 130 y aquella sólo 100. El juez sentencia entonces que aquélla no es su bolsa. (Boira, I, pp. 135–137) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 33, pp. 96–99). Transcripción literal.

665. La hermana muerta y la viva. “¿Eres tú la que se ha muerto, ó tu hermana?”, pregunta el gallego a una paisana. Contesta que su hermana, pero que ella es la que ha estado peor. (Boira, I, pp. 140–141) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 29, p. 127). Transcripción literal.

666. El burro astrólogo. El astrólogo yerra en sus predicciones; el labriego acierta descifrando la actitud del burro; el rey deduce que el astrólogo es el burro. (Boira, I, p. 143) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 28, pp. 126–127). Transcripción literal.

667. Epitafios portugueses. Diversos epitafios. El último sobre Manuel de Madureiras, al que Dios mandó tocar, y callar a los ángeles, porque su música era mejor. (Boira, I, pp. 153–154) (Fernán, La Gaviota, cap. XXI, p. 246).

668. Los monos y las peras. Le lleva una cesta de peras; se presentan dos monos uniformados y les entrega la fruta. Apareciendo el señor, le dice que ha dado la fruta a sus hijos. (Boira, I, pp. 171–172) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 10, pp. 61–62). Modificado.

669. El hoyo grande. Le dice al criado que haga el hoyo en el corral para echar en él el estiércol, y que lo haga bien grande para que quepa también la tierra del hoyo. (Boira, I, p. 180) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 27, p. 126). Transcripción literal.

670. El marrano y el burro. “—Duerme como un marrano”. Enterado, replicó: “—En un marrano todo es bueno; pero en un burro nada hay que valga”. (Boira, I, p. 183) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Epitafios portugueses Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 26, p. 126). Transcripción literal.

671. Descaro para pedir. Le pide veinte duros a él, que no le conoce, porque los que le conocen no le harán ese favor. (Boira, I, p. 184) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 25, pp. 125–126). Transcripción literal.

672. La cena por la mañana. Con el fin de que los segadores coman menos, lleva el almuerzo, comida y cena por la mañana, así estará frío todo y menos apetecible; pero los trabajadores deciden comerlo todo junto al amanecer. Cuando el amo les pide que vayan a trabajar, alegan que no lo harán después de haber cenado. (Boira, I, pp. 206–207) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 4, pp. 52–54). Transcripción literal.

673. El yerro de un cazador. Por equivocación, mata a la molinera en vez de al lobo; a lo que el molinero dice que no erró, sino que acertó al matar a la peor loba del país. (Boira, I, pp. 212–213) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 34, p. 131). Transcripción literal.

674. Cf. Los zapatos roídos por los ratones. Por la superstición romana, se asusta de que los ratones le hayan roído los zapatos. Catón dice que lo maravilloso habría sido que los zapatos hubieran roído a los ratones. (Boira, I, pp. 213–214) (Cf. Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 39, pp. 139–140. Le dicen que el perro se iba a comer a las gallinas, a lo que replica que no se iban a comer las gallinas al perro).

675. Decir que sí ó á la cárcel. El alcalde, que solía contar historias extraordinarias, se apoyaba en el testimonio de su criado. Un día se negó a apoyar una gran mentira, por lo que fue a la cárcel. Escarmentado, siguió testificando a favor de las historias del amo, hasta que una era tan extraordinaria que, cuando preguntado qué decía al respecto, contestó: “Que me voy á la cárcel”. Todos rieron. (Boira, I, pp. 235–236) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 19, pp. 70–72). Alteraciones mínimas.

676. El burro encantado. Un estudiante sustituye al burro en la noria, mientras los otros lo llevan al mercado a venderlo. El estudiante convence al labriego de que es un estudiante que había sido transformado en burro por una bruja por no estudiar, y que acababa de volver a su forma humana. El labriego acude al mercado a comprar otro burro, topa con el suyo, y le murmura a las orejas la famosa sentencia: “Quien no te conozca te compre”. (Boira, I, pp. 259–260) (Chevalier, “Inventario… Fernán Caballero”, nº 58).

677. El alma de Pero–Núñez. Para alejar al viejo labrador de su casa y poder acceder a sus viandas, se cuelga por la chimenea y le pide, haciéndose pasar por el alma de Pero–Núñez, que vaya a su casa para pedir a la mujer que encargue misas para poder ir al cielo. En este punto, el labriego se niega, pues “tan bien gobernado estaría lo de arriba como lo de abajo” si el escribano subiese al cielo. (Boira, I, pp. 266–267) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 38, pp. 110–111). Transcripción literal.

678. La confesión de una casada. El marido celoso suplanta al sacerdote. La mujer le confiesa que ha estado con tres: un paisano, un militar y un sacerdote. El marido había sido militar, y, al fingirse confesor, encerraba en sí mismo las tres personalidades. (Boira, I, pp. 283–284) (Chevalier, “Inventario… Fernán Caballero”, nº 53: El marido confesor. Fernán, “Chascarrillos”, en CPPA, BAE, 140, p. 117).

679. El testamento interpretado. El marido dejó en testamento el precio del caballo para los parientes, y el del perro para la esposa. Ésta vendió el caballo y el perro juntos, pidió cien duros por el perro y diez por el caballo. (Boira, I, p. 300) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 22, pp. 75–77). Transcripción literal.

680. El caldo entre piedras. Se comió las tajadas y alegó que se le había caído la cazuela entre las piedras, quedando sólo el caldo. (Boira, I, pp. 306–307) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 5, pp. 54–55). Modificado.

681. Perdonar sin querer. Condenado a muerte, pidió favor al rey, que le concedió conmutar la forma de ejecución; le preguntó cómo quería morir: “De viejo”. (Boira, II, p. 23) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 22, pp. 123–124). Transcripción literal.

682. Oír que no se oye. Un pastor le gritó a otro que si hacía el almuerzo. Contestó que sí. Preguntó que con qué pan. Convino: “Córtalas del tuyo, contestó Bartolo, que con el viento no se oye lo que dices”. (Boira, II, p. 27) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 30, pp. 128–129). Modificado.

683. El escobero en la feria. Un escobero vendía las escobas muy baratas. Otro las vendía aún más baratas. El primero se sorprendió, porque robando todos los componentes apenas sacaba el trabajo de hacerlas. El segundo confesó que ganaba porque las robaba ya hechas. (Boira, II, pp. 31–32) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 29, pp. 90–91). Modificado.

684. El estudiante y las ovejas. Un estudiante paseaba con su padre por un prado. Un zagal cuidaba un pequeño rebaño y el estudiante quiso burlarse de él; pero aquél le propuso el siguiente problema para darle a entender las ovejas que tenía: “Con éstas y otras tantas como éstas, y la mitad de éstas, tendría las veinte que V. quiere que tenga. ¿Sabe V. cuántas son?” (Boira, II, pp. 35–36) (Fernán, “Gramática parda. Las tres reglas principales son: ver venir, dejarse ir, tenerse allá”, en O.C., XV. El refranero…, pp. 281–282). Transcripción literal.

685. Cómo se come. El simple llevaba dos higos con una nota, pero se comió uno. El hombre al que iban los higos, leyó la nota y preguntó dónde estaba el otro higo. Confesó haberlo comido. Preguntado que cómo, explicó: “De esta forma”, mientras comía el otro. (Boira, II, p. 70) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 14, pp. 65–67). Simplificado en Boira.

686. Caballero sacristán. Pidió a un caballero que le ayudase en misa; pero éste a todo contestaba: “Mea culpa”. El religioso reconoció: “No tiene V. la culpa, sino yo”. (Boira, II, p. 95) (CPPA. Chascarrillos, BAE, 140, p. 116).

687. Perico el duende (verso). “Hubo un duende en una casa”. El duende que atormentaba a la familia pretendía mudarse de casa acompañando a los dueños cuando estos la abandonaban, así que decidieron quedarse donde estaban. (Boira, II, pp. 103–104) (Fernán, Elia, p. 85; “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 2, p. 114). (Chevalier, “Inventario… Fernán Caballero”, nº 25).

688. Deseo de saber. “El labrador y su mujer, octogenarios, compraban un cuervo recién sacado del nido para averiguar si vivirían trescientos años como se decía”. (Boira, II, pp. 113) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 21, p. 123). Transcripción literal.

689. Inconvenientes del buen tiempo. Un labrador asegura que si sigue lloviendo así, “no habrá cosa que no salga de la tierra”; el otro se alarma, pues tiene a sus suegros en el Campo Santo. (Boira, II, p. 151) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 20, p. 123). Transcripción literal.

690. Las cifras, el que las hace. El magistrado quiere saber por qué se había llevado un carnero en el que estaban escritas las iniciales del amo: B.C.S.; alega que había interpretado: “Buen carnero sin dueño”; y por eso lo había llevado. (Boira, II, pp. 209–210) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 13, pp. 64–65). Transcripción literal.

691. Dos veces muerta. Llevaban a enterrar a una mujer; pero, pasando junto a unas zarzas, se reanimó. Pasados unos años, murió efectivamente y, al llegar a las mismas zarzas la comitiva del sepelio, el marido rogó que la apartasen del espinoso arbusto. (Boira, II, p. 211) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 18, p. 122). Alteraciones mínimas.

692. Secreto para matar pulgas. A un soldado le guisan un conejo, y se quedan con una pata. Al echarla de menos, la posadera explica que allí tienen esa costumbre. Cuando va a la cama el soldado, mata las pulgas de la cama a pistoletazos, explica que esa es la costumbre que tiene la milicia. (Boira, II, pp. 259–260) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 23, pp. 77–78). Alteraciones mínimas.

693. El tío Dino. Estando muy enfermo, en Montealegre, el cura le dice que rece con él: Señor mío Jesucristo, yo no soy digno; pero el enfermo repite una y mil veces que se equivoca, que él sí es el tío Dino. (Boira, II, pp. 276–277) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 9, p. 117). Simplificado en Fernán.

694. Los estudiantes y el burro. Los estudiantes reprochan al labrador, porque relincha el burro cuando ellos salen de las clases; les asegura que lo hace de alegría por el gozo que le da ver a sus camaradas. (Boira, II, pp. 294–295) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 16, p. 121). Alteraciones mínimas.

695. El tropezón. Tropezó en una piedra y se lastimó un dedo: se alegró de no llevar los zapatos puestos: podría haberlos roto. (Boira, III, pp. 47–48) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 6, p. 116). Alteración mínima.

696. País sin clima. Dice que en su pueblo no hay clima para evitar que el rey imponga tributos por ello. (Boira, III, pp. 51–52) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos” en O.C. El refranero…, nº 1, pp. 113–114). Transcripción literal.

697. El testamento de un perro. Un renegado tenía un perro sabio al que profesaba un gran afecto. Cuando se murió convidó a los amigos y lo enterró con las ceremonias mahometanas. Enterado el cadí, lo llamó para imponerle una fuerte multa por impío; pero el renegado se le adelantó diciendo que el perro había dejado testamento, legando varios bienes a personas distinguidas, entre las donaciones figuraban cien zequíes para el cadí. El juez se sintió satisfecho y juzgó que el entierro había sido apropiado, y que así debía enterrar a todos los perros. (Boira, III, pp. 228–229) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 6, pp. 55–57). Muchas variantes. Los estudiantes y el burro

698. Las alhajas regaladas. Detuvieron al individuo que se había apropiado de las joyas de la capilla de Nuestra Señora. Aunque alegó que la propia Virgen se las había dado, fue condenado a pena perpetua; pero el rey mandó que una comisión de teólogos examinara el caso. Llegaron a la conclusión de que no era imposible. El rey, Federico II de Prusia, decretó que lo dejasen libre, pero con la prohibición, bajo pena de muerte, de admitir más regalos de ninguna divinidad. (Boira, III, pp. 298–299) (Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 8, pp. 116–117). Muchas variantes.

699. La lengua de las mujeres. Cristo se apareció primero a las Marías para cerciorarse de que la noticia se extendiese más rápidamente. (Boira, I, pp. 173–174) Coloma, Recuerdos de Fernán Caballero, cap. 16, p. 172 (debió de oírlo de boca de Fernán Caballero, tal como confiesa).

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NOTAS

(1) FERNÁNDEZ DE VELASCO Y PIMENTEL, Bernardino: Deleite de la discreción y fácil escuela de la agudeza (1743), (“Austral”, 662), Buenos Aires, Espasa–Calpe, 1947, p. 70.

(2) MÉNDEZ BEJARANO, Mariano: Diccionario de escritores, maestros y oradores naturales de Sevilla y su actual provincia, Sevilla, Tipografía Gironés, 1922–1925, 3 vols.

(3) No se han hallado pese a las pesquisas de la dirección de la institución a la que agradecemos el empeño mostrado.

(4) Se había iniciado en 1893 con La Familia de Alvareda, a la que precedía Fernán Caballero y la novela contemporánea, de José Mª Asensio. Entre 1905 y 1914 se continuaba nueva publicación (Clásicos Castellanos, números 98, 107, 111, 114, 122, 126, 131, 132, 133, 135, 140, 145, 151, 153, 155, 158 y 159).

(5) “Tienes razón en lo del cuento de la hormiguita; pero yo no sé cómo se llama en francés ese bichillo que se parece a la polilla y aquí se llama ratón pérez. Eso se le puede mudar, y añadir lo último” (Carta fechada en 1834, inserta, en Valencina, Cartas).

(6) Así, por ejemplo, anota sobre la misma carta: “El cuento de las Ánimas lo titula La Oración y dice inserto en La Gaviota. El Ermitaño, inserto en Lágrimas”.

(7) Historia de la vida, hechos y astucias sutilísimas del rústico Bertoldo, la de Bertoldino y su hijo, y la de Casaseno su nieto, obra de gran diversión y suma moralidad, donde hallará el sábio mucho que admirar, y el ignorante infinito que aprender. Traducida del idioma toscano al castellano por don Juan Bartolomé, agente de la Refraccion del serenísimo Señor Infante Cardenal, Barcelona, Imp. y Lib. de D. Antonio Sierra, 1846.

Historia de la vida, hechos y astucias sutilísimas del rustico Bertoldo, la de Bertoldino su hijo, y la de Casaseno su nieto, obra de gran diversión y de su moralidad, Madrid, Imp. de don José María Marés, 1852

(8) En esa cadena de transmisión, en esa sucesión de reproducción de modelos antiguos en cascadas ramificadas que señalan a varias fuentes, bien se pudo remontar a originales remotos directamente o siguiendo el rosario de calcos. Así, por ejemplo, Boira plagió literalmente el cuento El leñador honrado (nº 47) de Bernardino Fernández de Velasco (p. 47), y, de igual forma, aparece inalterable en el Refranero que se pretende adjudicar a Fernán.

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BIBLIOGRAFÍA

AMORES, Montserrat: Fernán Caballero y el cuento folklórico, El Puerto de Santa Mar



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TRADICIÓN ORAL Y LITERATURA (V). CUENTECILLOS DE FERNÁN CABALLERO EN RAFAEL BOIRA

FRADEJAS LEBRERO, José / AGUNDEZ GARCIA, José Luis

Publicado en el año 2006 en la Revista de Folklore número 304.

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Fundación Joaquín Díaz